Gata pagando la penitencia
A veces la penitencia mezcla castigo, placer y enseñanza
Gata pagando la penitencia.
Se han mezclado varias cosas:
Primero, solo poder estar con mi novia por el celular, ella escondida de su marido mientras el mío sin salir en la cámara, ve como me masturbo. Después, una serie de Netflix en la que sale Vivien Leigh como ansiosa de sexo, unido a su foto en la que aprietan el corsé de Escarlata O´hara, haciendo que me sienta identificada, no era muy alta, y ahora yo tengo el pelo largo, ondulado como ella.
Y por último, el encierro me llevó a escribir un relato de niña mala.
Voy al armario, busco y encuentro mi corsé blanco. Me desnudo. Me miro en el espejo, mis pezones erectos son muestra de mi calentura. Me los acaricio, pensando en que quiero sexo duro. Del joyero saco los aretes del piercing de mis tetas. Hace mucho que no me los pongo pero procuro que no se me cierren los agujeros. Me cuesta clavarlos, pero lo hago. Me vuelvo a contemplar. Me veo muy puta. Me encanta.
Me ciño el corsé, lo necesito para enganchar las medias blancas. Cuando me las pongo y las fijo, busco las sandalias blancas que compré el verano pasado para una cena muy especial. Tienen un taco enorme.
Entre los juguetes escojo el azote de cintas de cuero negro. Y voy hacia donde está mi marido.
- Cariño, he sido una gatita mala. Debías castigarme por ser tan ...putilla.
Lalo está en la compu, no le gusta el teletrabajo, pero no tiene más remedio. En sus ojos hay una mirada malvada y sonríe como a mi me gusta, con un toque burlón de controlar la escena.
Veo que vienes preparada como una zorrita sumisa y pecadora buscando el castigo de la penitencia.
Sí, padre- pienso que el juego va a tener gotas sádicas y me empiezan a fluir mis jugos.
-Espera que acabe este mail y te atiendo.
Me quedo parada, me pongo un par de dedos en el pubis y empiezo a masturbarme. Él sigue trabajando, yo cada vez más caliente. Respiro agitada por el deseo.
Por fin se levanta de la silla, le ofrezco el látigo, lo toma en la mano, lo sopesa. Me mira y ordena:
- Niña mala, apoya las manos en el respaldo de la silla.
Al hacerlo, me coloco con el culo en pompa. El primer azote me escuece. Me da el segundo.
- Aaahhh- musito.
Otro azote, un poco mas fuerte. Vuelvo a gemir de placer. Mi esposo no dice nada. Solo me fustiga, no muy fuerte, sí lo suficiente para que sienta el ardor en mis nalgas. He contado veinte azotes cuando para. Mi cuerpo está pidiendo que me clave su polla bien clavada.
- Y ahora, date la vuelta. Levanta los brazos y une las manos como si estuvieras colgada de una viga.
Le obedezco, al hacerlo mis tetas quedan levantadas, los aretes destacan en los pezones duros y erectos. Se acerca y los retuerce, me duele y me gusta. Se separa y me da en los senos apenas cuatro azotes, suficientes para creer que me voy a correr como una masoca por el ardor delicioso en mis pechos.
- Ahora, abre las piernas. Bien abiertas.
Me quedo parada frente a él, con los muslos abiertos, mi concha preparada para lo que mi cuerpo ansioso desea. Los golpes son de abajo a arriba, las cintas de cuero golpean mi coño empapado.
- ¡Aaaahhh...uy... uy... uy... que mala he sido... y vos que bueno sos conmigo...que me castigas con mi lujuria para lograr el perdón!
Me chorrea tanto el sexo y estoy tan caliente, que me ha salido esa frase de viciosa poética sin darme cuenta. Mi esposo debe estar con la polla con ganas de clavarse en mi vagina empapada.
- Apóyate en la mesa.
Lo hago, me inclino ofreciendo mi feminidad, dispuesta a aceptar que me la meta por el coño o por el culo. Cierro los ojos. Me penetra. Su verga entra y casi sale de mi vagina lubricada por los flujos de la lujuria. No tiene prisa. Son clavadas largas, profundas, hasta lo más dentro de mí. Yo sé que me voy a venir, él sigue con su ritmo pausado, haciendo que vea que puede controlar su placer. Me hace sentir como una mujer que su macho la domina. Y me gusta. Vuelvo a mis gemidos. Sigue con su mete y saca metódico. Cada vez estoy más cercana al orgasmo. Soy yo la que me muevo más rápido, hasta que estallo.
Saca la pija dura, sin correrse. Me agarra del hombro, yo todavía estoy temblando por haber llegado a la cumbre.
- De rodillas y chúpala.
Lo hago, agarro su verga y comienzo a moverla golpeando mis labios, hasta que la engullo. Me esfuerzo en sacar lo mejor de mí como mamadora de rabos. Sé que lo hago bien, cuando su semen inunda mi boca.
Me levanto, sé que no debo besarle, soy una penitente. Le miro con ojos de abajo arriba, le encanta y además estoy muy rica y tentadora, así que me quedo en espera de sus deseos.
- Voy a apretar un poco el corsé.
Tira de las cintas lo suficiente para dejarme bien ceñida, aunque puedo respirar.
- Te vas a poner un vaquero ajustado, una camiseta blanca, cambias las sandalias por unos mocasines. Antes las bolas chinas, una tanguita blanca. Y nos vamos a la calle que hoy hace buen tiempo.
Me visto como mi marido indica. El corsé que me levanta las tetas pero no las cubre, me hace más pechugona y en el algodón de la remera se marcan los pezones y los pequeños aretes. Él solo se pone un pullover. Cuando me ve, me da una campera para que me cubra un poco, y que yo sea la que pueda decidir si me exhibo mucho o poco. Nos ponemos los tapabocas y salimos a la calle.
Hoy hace buen tiempo, 24 º. Me lleva hacia una verdulería. Los que atienden son dos chicos jóvenes. Con su mirada me manda que me abra la campera. A los chicos se les van los ojos tras mis tetas que se mueven cuando agarro el pedido: unas naranjas, unos tomates y un par de cebollas moradas. Mi marido paga. Yo juego a respirar hondo para lucir más mis lolas turgentes.
- Ahora vamos a la farmacia de la esquina, a comprar una crema depilatoria. Me gusta tu conejito con pelo, pero quiero ver ese chumino pequeño, de jovencita, depilado, como de zorra cara, que es lo que eres. Una gata de lujo. Y no te cierres la campera.
Son doscientos metros hasta la farmacia, nos cruzamos separados con seis hombres, los cuento, todos me miran las tetas que cada vez tienen los pezones mas duros. En la botica hay un dependiente joven que se le salen los ojos mirándome. Ahora soy yo la que pago mientras noto como casi se le cae la baba al muchacho.
Pienso que vamos a volver a casa, pero mi marido me lleva hacia un restaurante que nos gusta mucho y que está a dos cuadras del departamento. Ahora con el confinamiento hacen take away y delivery.
Nos atienden junto a la puerta, pedimos unos raviolis con carbonara. La chica que nos atiende, con los ojos me dice: “Vas pidiendo guerra. Me das envidia”
Lalo paga y volvemos para casa. Subimos, nos quitamos los barbijos y los zapatos, los pantalones, yo la campera y la remera, él el pullover, nos lavamos las manos.
Vas a seguir así, de putita. Solo tu y yo vamos a saber lo que llevas debajo del vestido verde de paño que te vas a poner para bajar a casa de tus padres y comer con ellos y los chicos. Ya estas contenta, los tíos con los que te has cruzado se les ha puesto gorda, ahora te toca ser la mujer casada dentro de la ley y el orden.
Lalo, pero si sabes que lo soy, que puedo escribir alguna cosa que te moleste, pero no te he engañado ni te engañaré.
Lo sé , pero que hayas fantaseado con ese tipo me molesta. Es un cachas de gimnasio que hace posturitas. Así que a seguir con la penitencia.
El día ha sido una deliciosa tortura. Apretada por el corsé para comer y sentarme, con las bolas jugando en mi vagina mientras jugábamos una partida rápida al cinquillo con los hijos y los abuelos. He subido para conectarme con los alumnos. El saber lo que llevaba, aretes y bolas, ha hecho que la clase pasara en un suspiro, eso sí, yo en estado de ebullición. Mi marido mirándome fuera del foco como un prior comprobando que la novicia se porta bien.
Cuando acabo no puedo más. Estoy chapoteando mis flujos. Pero es él el que debo decirme como sigo.
- Ahora a la cama, sacas el chupador de clítoris y lo usas hasta que no puedas más.
Me desnudo rápido, me quito las bolas y lo hago encantada, me vengo una y otra vez hasta que no puedo más. Luego voy al baño, me depilo. Con la concha como una niña, me ducho, cuando salgo mi marido me cubre con el toallón.
- Vas a seguir con los aretes unos días. Ahora, vamos con la familia que hay que preparar la cena.
En la noche se ha desencadenado una tormenta fuerte. Mi hija se viene corriendo a la cama con nosotros: la acurrucamos entre nosotros. Se queda feliz hasta que se duerme. Lalo se levanta con ella en brazos y la devuelve a su habitación. Luego, de nuevo en el lecho se deja abrazar, me apapucho súper mimosa.
- Mañana, si quieres cuenta como has tenido que confesar y hacer penitencia de dos pecados: tener deseos impuros y mentir.
Me besa en la frente y como si fueran los labios de un mago me quedo dormida.
Ayer escribí esta confesión. Hoy con una niebla que engulle Buenos Aires la corrijo, antes he leído un relato de machi: No somos pieles rojas. Me deja impactada. Se lo enseño a mi marido.
- Elena. Es un cuento perfecto porque la vida es así, aunque a veces se nos olvida. Nosotros sólo tenemos el problema de apenas poder salir, otros apenas pueden comer.
Buenos Aires . 20 de junio de 2020