Garaje

No hay nada que me guste más que acariciar con la yema de los dedos el vello rubio de su pecho e ir bajando la mano por su abdomen, deteniéndome en sus pezones, hasta llegar a la espesura de su pubis y enredar los dedos en su mata dorada, acariciarla y hacer lo mismo con sus cojones hasta que noto como su miembro se va agrandando y endureciendo

GARAJE

No hay nada que me guste más que acariciar con la yema de los dedos el vello rubio de su pecho e ir bajando la mano por su abdomen, deteniéndome en sus pezones,  hasta llegar  a la espesura de su pubis y enredar los dedos en su mata dorada,  acariciarla y hacer lo mismo con sus cojones hasta que noto como su miembro se va agrandando  y endureciendo… Entonces…

Le dejo que haga conmigo lo que desee.

“Al final del pueblo…cuando comienza la carretera, allí encontrará el garaje. No tiene pérdida”. Me dijo el hombre del pueblo.

Y efectivamente. Lo encontré.

Dejé que el agua de la ducha se llevara la espuma y con ella la suciedad de mi tristeza. Comencé a llorar. Me senté bajo el chorro y lloré con desesperación.

Recordé…

…Como me había estrechado la mano después de limpiársela con un trapo y como miré a aquel hombretón que había surgido de debajo de un coche. Aunque soy etero (…bueno…era), me quedé sin habla ante semejante espécimen de macho. No soy bajo pero me sacaba la cabeza. El pelo rubio y ensortijado lo llevaba sujeto por una badana azul, la barba era del mismo color igual que el vello que se asomaba por el escote de su camiseta de tirantes, vieja y rota y de un color indefinido de tantos lavados. Algo extraño se me alojó en el estómago, pero reaccioné. El contacto con su ruda manaza me pareció cálida.

Me sequé teniendo cuidado con mi dolorido y abierto ano. Me miré al espejo y vi mi cara desencajada, los ojos enrojecidos de llorar y aún aturdido por los acontecimientos de la tarde anterior. Todavía no entendía como había podido disfrutar de aquello.

Recordé que volví al garaje con la chaqueta al hombro, con la corbata bajada y la camisa abierta hasta el esternón. Hacía un calor insoportable. Vi su imagen esperándome sentado en la mesa de su despacho ofreciéndome un whisky y yo negándome a beberlo y el insistiendo en su invitación hasta que lo apuré de un trago.

-     No me desprecies la invitación”

Insistió tendiéndome el vaso. Lo cogí y me lo bebí de un trago.

-     Así me gusta…

Me lo volvió a llenar, le di un sorbo e insistí en pagarle el trabajo.

Me miraba al espejo mientras me aplicaba la pomada antihemorroidal con cuidado porque notaba la irritación por dentro y fuera del recto. Me relajaba la humedad del ungüento y me masajeaba con cuidado. Intenté meter el dedo lleno de pomada para calmar el ardor interior. Me costó, me dolió, pero al final me calmó.

Recordé cómo me inmovilizó aplicándome una llave con una destreza sorprendente. Intenté liberarme sin saber que estaba ocurriendo, pero era un hombre realmente fuerte y sabía lo que hacía. Noté su barba en mi cuello y su aliento en mi oreja: -“Ahora me lo voy a cobrar…no te preocupes… Ahora debo desatascar tu tubo de escape”.

Me aterroricé y volví a intentar liberarme pero sus brazos me atenazaban. – “No hagas el tonto… no puedes conmigo”- Me dijo al oído y me lamió la oreja. Un escalofrío me recorrió la espalda caliente por la proximidad de su pecho. Una de sus manos apretó mi vientre y noté como la dureza de su polla se acomodaba entre mis nalgas. Metió la mano por la camisa y me acarició el pecho hasta llegar al pezón y comenzó a pellizcarlo a la vez que me mordía y lamía la oreja. El cabrón sabía lo que hacía… estaba jugando con dos de las zonas más erógenas de mi cuerpo. Tiraba del pezón ahora duro hasta que sentía dolor. Sin querer, sino simplemente dejándome llevar por la excitación, apreté mi cuerpo al suyo y levanté la cabeza para dejar mi cuello a su disposición.

El primer muerdo hizo que me revolviera de excitación. No sé que me estaba pasando. Toda la vida había sido etero…¿entonces?…

Sabía cómo excitarme, cómo darme placer, pero a mi no me habían gustado los hombres nunca, o por lo menos nunca me había fijado en otro hombre con fines sexuales, pero la verdad es que me estaba excitando. Notaba como mi verga se iba hinchando y no quería que se diera cuenta, pero entonces noté como la mano que me había castigado el pezón me desabrochaba el pantalón y metía la mano por la bragueta del bóxer de tela estampada (regalo de mi novia). Me agarró por los huevos y apretó hasta que me dolieron, pero mi asombro fue que gracias a esa presión, mi polla se agrandó y se endureció. Volvió a apretar una y otra vez hasta que el capullo se liberó y se quedó al aire.

Las lamidas y los muerdos en la oreja y el cuello sumado al estado de excitación que me había proporcionado en el pezón y ahora con la polla como un salchichón, hicieron que gimiera de placer. No me lo podía creer.

La pomada estaba haciendo su efecto y ahora mi entrada estaba más relajada. Me encontré intentando meter un segundo dedo notando un suave dolor y el placer que me proporcionaba la crema al entrar y salir mis dedos.

Acabó de desabrochar la camisa y me la quitó, luego hizo lo mismo con los bóxer que cayeron al suelo al lado de mis pantalones. Hizo otra maniobra con mi cuerpo y lo enfrentó al suyo pero me arrinconó a la pared y me levantó los brazos.

Lo primero que hizo fue buscar mi boca. Su barba acariciaba mi cara mientras su lengua lamía mis labios cerrados. Apretó su cuerpo al mío, pecho junto a pecho, polla junto a polla (Ahora notaba su tamaño y su dureza), y sin poder contenerme apreté mi tranca desnuda a su bragueta para notar el poder del macho que me estaba seduciendo.

Se acercó a mi creyendo que volvería a intentar besarme pero me hizo algo que nadie me había hecho nunca. Acercó su cara a mi sobaco y lo olió, luego lo lamió varias veces, luego cogía con los labios un pequeño mechón y tiraba de él hasta que me dolía. Así estuvo un rato, luego hizo lo mismo con el otro. Cuando terminó, me mordió los pezones como había hecho con los dedos pero con los dientes. No pude contener el gemir de placer y de desesperación porque quería más…en ese momento no sabía qué…pero quería algo más… Se incorporó, me sujetó el cuello y acercó sus labios a los míos. Entonces abrí la boca y dejé que su lengua entrara. Era la primera vez que besaba a un hombre y al principio me pareció extraño, pero luego saqué la lengua para buscar la suya pero lo que hizo fue darle un pequeño mordisco. La sensación fue la bomba… mi cuerpo se estremeció entero y la volví a sacar para que me la mordiera otra vez.

-     “Ahora te toca a ti”-.

Levantó un brazo y me lo acercó a la cara para que le hiciera lo mismo que el me había hecho… y se lo hice…Le olí el sobaco lo que no me desagradó, olía a hombre sudado de todo el día trabajando, pero no me sorprendió (más adelante le cogí el gusto a ese olor), le lamí el vello como un perro y me encantaba sentirlo en la lengua, le imité y tiré de él con mis labios y luego fui a la búsqueda del otro para seguir dándole placer. Le quité la camiseta y rebocé mi cara por su pecho para que la pelambre que le cubría me acariciara. Busqué sus pezones y se los mordí hasta notar que se le ponían duros como balines y luego tiré de ellos.

Mientras, mi macho me acariciaba el rabo y los huevo y yo hacía lo mismo pero sobre la tela del pantalón hasta que me cansé y se lo desabroché. Llevaba calzoncillos de algodón dados de sí y aproveché para meter la mano por la pernera y comenzar a sobarle aquellos maravillosos cojones hasta llegar a su verga, larga, gorda y dura como una piedra, me agarré a ella y le comencé a pajear.

Yo continuaba masajeándome el recto con la pomada y mis dedos entraban y salían con facilidad dándome un gran placer. Ahora ya no me miraba. Tenía los ojos cerrados y me mordía el labio inferior con fuerza.

Yo  estaba desatado de lujuria, me daba igual que fuera un hombre el que me estaba proporcionando esas nuevas sensaciones porque lo que estaba experimentando ese día no lo había sentido jamás. Mi cuerpo estaba reaccionando como nunca lo hubiera pensado. Hacía y me dejaba hacer y cada vez gemía más fuerte de la excitación que sentía.

En otro de sus bruscos movimientos, me dio la vuelta encarándome a la pared, me fue acariciando las piernas hasta llegar a los tobillos, me quitó el pantalón y el bóxer. Con ayuda de sus piernas separó las mías, me abrió las nalgas y me lamió el culo. Yo sabía lo que iba a venir a continuación. Estaba aterrado por un lado, pero por otro sentía curiosidad por algo desconocido para mí. Sabía que me iba a doler (no me imaginaba cuanto), pero en ese momento me dejé llevar por el deseo de ser poseído por aquel macho. En aquel momento, era el  dueño de mi cuerpo.

Derramó un chorro de ungüento por el canal de mis cachas hasta que llegó a mi entrada y comenzó a acariciarla y masajearla con los dedos. Se acercó a mi y me susurró – “A ver cómo se porta mi virgencito…Al principio te va a doler mucho… no te asustes. Luego vas a ver a Dios… Relájate…relájate porque te va a doler”.

Jugó con sus dedos, me acariciaba el agujero e iba metiendo y sacando las yemas de sus dedos, luego iba adentrándose. Me molestaba pero gracias al gel y a su experiencia lo aguantaba. Poco a poco me fue dilatando y metiendo más los dedos. No sabía ni cuantos ni cuáles pero notaba que aquel agujero ya no tenía su dimensión habitual. Me di cuenta que cogía algo de la mesa lo humedeció y me lo pasó por la raja del culo dándome placer en el ojete, jugó con él y al final lo fue metiendo poco a poco. Yo abría las piernas e intentaba relajarme, pero aquel instrumento si me molestaba de verdad. Me dolía. Lo metía y sacaba con delicadeza hasta que llegó un momento en que sentí placer al notar como me rozaba los labios de mi ano. Me lo sacó. Se puso un condón y se embadurnó su herramienta y mi entrada. Colocó la punta de su capullo en mi ojal y empujó.

Abrí las piernas e intenté meter el tercer dedo…El sudor me caía por el cuello y volví a recordar…

…Un dolor inenarrable me recorrió el cuerpo y grité. Paró. Me dijo al oído que sólo era el principio, que faltaba toda por meter, que me relajara. Puso una mano en mi vientre y otra en mis huevos y mientras notaba su respiración fue penetrándome. El dolor era insoportable, gemía, lloraba, pero el seguía metiendo y metiendo pasando todas las fronteras hasta que paró y se quedó quieto. – “ya…ya está...”.

A causa del dolor, mi verga se había encogido. Yo lloraba de dolor.

Me besó el cuello, me limpió las lágrimas y luego giró mi cabeza y besó mis labios. La caricia que me ofrecía su barba me relajó. Noté que el dolor iba cediendo y mientras me besaba comenzó a moverse. Cada vez que se movía me dolía, pero no era la burrada que acababa de sufrir. Sus manos me acariciaban el pecho, el vientre, el pubis y los huevos, y aprovechaba para ir entrando y saliendo de mí poco a poco, suavemente.

Empecé a notar como se unía el dolor con el placer. Abría las piernas para dar paso al pollón y me doliera menos. Los bordes de mi ojete disfrutaban del masaje que les daba la entrada y salida de aquel tronco, aunque al traspasar los enfínteres aún me doliera. Dolor, placer…placer…

El cuerpo de mi macho se transformó. Sus brazos me sujetaban, sus manazas me agarraban los cojones y su boca mordía donde podía…  su polla entraba y salía de mi con cada vez más facilidad. Todo aquello hizo que mi verga respondiera y se volviera a empinar, que yo comenzara a gemir de placer y le pidiera que me hiciera daño: .”Hazme daño…hazme daño…”.

Mi hombre se envalentonó y me ensartó con más fuerza, una mano me estiraba de los pezones, otra de los cojones o de la polla y su boca me mordía el cuello y los hombros mientras me follaba.

Tal fue lo que sentía que no pude reprimir una corrida como nunca la hubiera pensado. A cada espasmo soltaba y chorro de lefa y apretaba la verga que me ensartaba hasta que le provoqué una corrida acompañada de un bufido parecido al de un animal. Luego se quedó quieto respirando con fuerza y abrazado a mi. Poco a poco noté como se iba deshinchando su pollón y salía poco a poco de su madriguera. Aquello si que me proporcionó tal placer que tuve miedo de volverme a empinar y lo interpretara como una invitación a seguir… y eso no lo podría aguantar.

Elprimer trallazo de lefa salpicó el espejo del baño y los siguientes corrieron por el lavabo hasta desaparecer por el sumidero. Me miré y vi como la vena de mi frente y las de mi cuello se habían hinchado. Cerré los ojos y me relajé.

Se separó de mi, cogió una toalla y se limpió, luego me la tendió  e hice lo mismo. Me arreglé como pude. Me serví un whisky y me lo bebí de un trago y me dirigí al coche para irme. Me miraba. Al final sólo me dijo: - “Volverás… seguro que volverás”.

Cuando llevaba varios kilómetros, paré en la cuneta y comencé a llorar  “Ahora soy un “dao” por culo”. Me dije.

Pero lo peor, lo que no me perdonaba era haber disfrutado como lo hice, de haberme corrido de placer mientras me follaba aquel macho. Eso no me lo podía perdonar.

Abrí el grifo de agua fría y me lavé la cara. Los restos de mi corrida desaparecieron con el agua.