GARAJE 2. Pedro y Miguel

No podía contener los gemidos y los gritos al notar como me ensartaba, como me entraba el falo de Pedro. Por un lado, era dolor, por otro, placer de sentir que al final aquel instrumento entraba en mí poco a poco empalándome y sintiendo que era suyo.

Lo primero que quiero decir es que me disculpéis por la falta de ortografía en el relato anterior “GARAJE”, al escribir hetero he escrito etero. Es imperdonable. Lo siento y pido disculpas.

GARAJE 2

(Pedro y Miguel)

Me despertaba sobresaltado y empalmado. Los sueños eran húmedos y con fuerte contenido sexual. Iba al baño a masajearme el ano con pomada e introducir algún dedo para calmarme. Parecía que mi ojete tenía vida propia y pedía que le calmaran. Volvía a la cama para desesperación de mi novia Esther.

–“Otra vez?”.

-“Una pesadilla”

-“Deberías tomar algo”

-“Duerme”

- “Si me dejas”.

Estaba obsesionado con Pedro. Su nombre figuraba en la tarjeta del taller.

Me despertaba pensando en él y empalmado como un burro. Daba vueltas para ver si conciliaba el sueño, pero no podía. La excitación que me proporcionaba el recuerdo de la experiencia sexual, su olor, la caricia de su vello en mi cuerpo, la suavidad de su prepucio entre mis manos, su corrida dentro de mí…,sobre todo, eso no me dejaba tranquilo.

Cada vez distanciaba más las visitas de mi novia. Quería dormir solo y tener libertad de poder calmar mi sed anal sin ocultarlo, de despertarme sudado de excitación y con la polla tiesa sin dar explicaciones.

El dolor causado por la primera penetración anal de mi vida había dejado paso al deseo incontenible de sentirlo lleno de la butifarra de mi macho. Sólo me calmaba el frescor de la pomada que me aplicaba y me introducía con los dedos.

Así fueron pasando los días y las noches, porque el deseo acudía a cualquier hora.

Una noche, en la que la necesidad de que Pedro me tuviera entre sus fuertes brazos y me follara fue tan fuerte que decidí llamarle. Me presenté, pero con mi nombre le bastó.

-“Claro que se quien eres Miguelito, claro que se quien eres…

Me estaba esperando.

La puerta de su casa estaba abierta y él estaba en la cocina preparando café. Me quedé mirándole. Aquel hombre era un insulto a la mediocridad. Era la belleza masculina en persona. El macho en toda su dimensión. Quería deleitarme mirándole, ya que durante la experiencia anterior no había tenido la ocasión de disfrutar detenidamente de la visión de su cuerpo .Los rubios rizos le caían sobre la frente y los hombros. El pañuelo (hoy rojo) atado al cuello. Su cuerpo lo delimitaba la camiseta de tirantes (en esa ocasión, blanca, pero igual de raída que la otra). Y la musculatura de sus brazos fuertes y velludos se tensaba según los movía. El culo se ajustaba a sus bermudas caqui tipo cargo, la bragueta sujetaba sus genitales formando una bolsa y sus fuertes pantorrillas terminaban en unas deportivas viejas y algo rotas (cosa que, no sé por qué, me excitó. Me vino la imagen de sus botas de trabajo usadas y sucias de las que sobresalían unos calcetines gruesos de color rojo).

-     “Anda, pasa que estoy preparando unos carajillos”.

Me acerqué, me dio un mug lleno de café y bien cargado. Bebimos y luego me cogió del cuello, se acercó y me comió la boca con ansiedad. Me mordió la lengua (un placentero escalofrío me recorrió el cuerpo) y el labio inferior, que estiró hasta hacerme sangre y luego me lo lamió.

-“Sabía que ibas a volver… te lo dije. Te lo dije y aquí estas. Te ha costado mucho decidirte?”.

Le miré a los ojos. No quería hablar, sólo sentir.

Sus labios acariciaban los  míos al hablar y su aliento a café y alcohol se unía al mío. Noté la dureza de su miembro junto al mío haciendo que mi polla se encabritara y se levantara una tienda de campaña en mis pantalones de chándal. No pude evitar la tentación de acariciar su sexo que ya pugnaba por salir de su encierro.

Me cogió de la mano y me llevó al dormitorio. A los pies de la cama me volvió a morrear mientras acariciaba mis huevos y mi tranca.

-“Hoy vienes sin calzones putón”.

  • “Lo mismo que tu”, le dije mientras le apretaba los cojones.

Mi camiseta desapareció en algún lugar de la habitación. Se deleitó mirando mi cuerpo, me acarició el pecho, tiró del vello que rodeaba mis pezones y los pellizcó hasta que se endurecieron y me dolieron. Me miraba fijamente a los ojos. Bajó la mano hasta mi vientre, hasta debajo del ombligo y volvió a tirar de los pequeños rizos que se formaba y que desaparecían bajo la cintura. Tiró de la lazada, la deshizo y dejó caer los pantalones al suelo. Luego se tumbó boca arriba en la cama y levantó los brazos.

-     “Desnúdame… desnúdame y dame placer…”.

Aspiré el olor de sus axilas y las lamí como un perro. Me excitaba que mi lengua notara la textura de su vello. Le metía la mano por la camiseta para acariciar el pecho y llegar a sus pezones y jugar con ellos. Mientras mi lengua saboreaba los sobacos noté la dureza de sus tetillas. Deslicé la camiseta por su cuerpo descubriendo su abdomen y su pecho hasta que se la arranqué y también desapareció en algún lugar del dormitorio.

Era la hora de atacar el tesoro que guardaba su bragueta, pero antes quería jugar un poco. Bajé la cremallera y le agarré los huevos con firmeza como el me había enseñado. La tranca se puso firme. Según apretaba se envalentonaba más y más. El prepucio fue deslizándose hasta que su capullo apareció brillante y perfecto, de un color rosa oscuro. Me pareció tal golosina que no pude resistirme a hacer algo que nunca había hecho. Lamer el glande a un hombre. Con ello daba por perdida toda mi masculinidad. Ya no había marcha atrás. Sobre todo porque me pareció tan delicioso que lo besé, le metí la punta de mi lengua en el agujero húmedo y luego me lo introduje en la boca. Tal fue el placer que gemí y suspiré ante tal delicia.

Su pollón era considerablemente grande, gordo y venudo como el tronco de un roble (pensé en el dolor que me proporcionó al follarme, pero estaba dispuesto a volver a sufrirlo con tal de que me volviera a encular), con esos pensamientos fui metiendo aquella butifarra en mi boca.

-     “¿Quieres que me corra en tu boca?”

-     “Si luego puedes follarme…

-     “Espero que sí”.

Ahora sí que sí… No sólo era un “dao por culo”, sino también follao por boca.

La polla de mi amante se irguió, el capullo casi le estalla, las manazas me sujetaron la cabeza y el primer trallazo entró directamente a mi garganta. Lefa caliente y espesa que tragué, pero aquel fue el primero de varios chorros que llenaron mi boca y me pareció delicioso (en realidad no sabía cómo sabía el semen, porque nunca lo había probado), pero realmente me gustó, era un sabor distinto, raro, pero me lo tragué y me relamí.

-     “Eres un goloso y un ansioso”

Me llevó hasta su boca y me lamió los labios. Abrí la boca y metió su lengua para saborear los restos. Me encantaba sentir la caricia de su bigote y de su barba en mi cara.

-     “Esta me la pagarás…me vengaré”

La risa pudo con nosotros.

…No podía contener los gemidos y los gritos al notar como me ensartaba, como me entraba el falo de Pedro. Por un lado, era dolor, por otro, placer de sentir que al final aquel instrumento entraba en mí poco a poco empalándome y sintiendo  que era suyo.

Estábamos tumbados el uno junto al otro después de haber bebido unos whiskys y yo comencé a acariciar el vello de su pecho. Poco a poco fui bajando la  mano hacia sus pezones para recorrer su aureola y luego bajar por el camino peludo de su abdomen y llegar a su mata pubital. Allí me detuve un rato jugando con sus rizos hasta que acaricié sus cojones poderosos y velludos. Los apreté y noté como su verga comenzaba a endurecerse y crecer. Seguí apretando y mirando como se empinaba y como el prepucio se retraía. Era como un juego aprendido. La piel iba bajando a la vez que su perfecto y rosa capullo iba asomando su cabeza de su escondite hasta que se levantó con el orgullo de una cobra. Mi polla también se había endurecido y una sensación de inquietud se me alojó alrededor de mi ano.

Me incorporé y me tumbé sobre el para sentir el placer de todo su cuerpo bajo el mío. Me retiró con cuidado y se dio la vuelta, abrió las piernas y me pidió que le mamara el ojete.

Le quité el pantalón y luego las deportivas. No sé porqué pero las olí y me embriagó el olor. No pude resistir la tentación de hacer lo mismo con sus pies. Aspiré el aroma entre sus dedos y luego se los fui lamiendo , chupando y mordiendo. Notaba su respiración entrecortada y como su cuerpo respondía de excitación. Le separé las piernas un poco más, le abrí las cachas donde el vello corría a esconderse en la entrada de su cueva formando pequeños bucles rubios, se los retiré y le di el primer lengüetazo que daba a un hombre. Noté como en un primer momento se cerraba pero luego se volvía a abrir para dejar paso a mi lengua que, ni corta ni perezosa, comenzó a jugar con los pliegues rosados de su culo. Le lamía con mi lengua húmeda y la punta jugaba con su agujerito hasta que se abría y cerraba para dejarla entrar.

Se puso boca arriba y yo me senté a horcajadas sobre su vientre. Polla junto a polla. Cojones enlazados. Miradas turbias y lujuriosas. Me indicó que me inclinara y lo hice para besarle los labios. Entonces noté como su tranca se deslizaba lentamente por el perineo y se colocaba en la raja de mi culo. Mientras me morreaba, su pene me masajeaba el culo resbalando por la raja y deteniéndose en mi entrada. Aquello me estaba poniendo a mil. Mi culo deseaba desesperadamente la incursión del intruso y yo hacía que se abriera para darle paso. Poco a poco me fui incorporando para notar la dureza de su mástil entre mi carne y cómo su capullo tocaba una y otra vez mi abertura provocándome tal excitación que mi agujero se abría poco a poco.

Le ayudé a colocarse el condón decorado con protuberancias…

-“Veras como disfrutas…

Se embadurnó todo el tronco con lubricante y fue generoso con el exterior de mi ojete y el interior de mi caverna.

-     “Hazlo como quieras…”

Sujeté el bate y lo conduje a su lugar. La punta me tocó lo más sensible y solté un gemido agudo. Abrí las piernas y me relajé. Separé los cachetes con las manos e hice presión para que el fruto entrara en mi interior.

El capullo se deslizó con facilida  y me excitó tanto que bajé mi cuerpo para facilitar la entrada del resto del cipote, pero al encontrar resistencia me dolió. A partir de ese momento, el dolor y el placer se unieron. Gritaba y gemía, el dolor se transformaba en alivio hasta que noté el tope marcado por el vello de su pubis en el perineo. Con un último esfuerzo me senté para que entrara hasta el último resquicio de aquel instrumento.

Pedro me acariciaba el pecho y tiraba del vello y de los pezones. Yo hacía lo mismo con él mientras me levantaba y me sentaba para sentir como entraba y salía el falo de mi amado. Subía y bajaba hasta que el placer se instaló dentro de mí. Ahora solamente gritaba por el placer proporcionado.

Con el impulso de su cuerpo me tumbó boca arriba y, sin salir de mí ni un instante, comenzó su gran follada. Sus ojos turbios ya no me veían, sus rizos caían sobre su frente, su cuerpo era una masa de músculos en plena ebullición. Entre los gemidos y el éxtasis en el que me encontraba, bajé los brazos para agarrarle los glúteos, que se endurecían cuando me penetraba. ¡Dios mío que culo…

La follada era magistral, levanté los brazos para sólo sentir como me reventaba. Noté  su estremecimiento ante la venida de su corrida, pero no quise intervenir en nada, sólo quería notar como se vaciaba en mi interior… y al fin lo hizo. Todo su cuerpo se tensó, de su garganta salió un mugido atronador y su polla estalló…

Tal fue la brutal descarga que no pude aguantar la leche que pugnaba por salir de mi cipote, mis cojones estallaron y me derramé como un surtidor y expulsé trallazos de lefa como nunca lo había hecho.

Mi gigante se dejó caer encima de mí. Su cuerpo caliente y sudado me abrazó con delicadeza y luego me besó en la boca. Poco a poco, su pollón se deshinchaba, pero era tal su volumen que dejó parte de él dentro  de mí y así fuimos cayendo en un plácido sopor.

Mis visitas fueron cada vez más frecuentes hasta que se puede decir que vivía con mi amado y gigante follador y que nunca me decepcionó sexualmente.