Gane a mi mujer en una apuesta
Dos amigos, una mujer y una mesa de juego. ¿Qué puede pasar?
GANE A MI MUJER EN UNA APUESTA
Marcos y yo éramos amigos desde niños. En Enero de 1946, año en que cumpliríamos los seis de vida, entramos juntos, pero separados, en el parvulario que regentaban monjas salesianas en el mismo edificio que albergaba el el colegio de los salesianos de Atocha. Al acceder al parvulario aun tiempo losdos y ser los únicos que lo hicimos con el curso tan avanzado, nos pusieron juntos en el mismo pupitre lo que hizo que en seguida trabáramos una buena amistad. Por otra parte también nuestras familias acabaron intimando, pues se dio la circunstancia de que los dos vivíamos en La misma calle, la misma acera y a pocos metros unos de otros: Entre su portal y el mío sólo otros tres mediaban. De modo que nuestras madres se encontraban al llevarnos y traernos del colegio, lo que determinó que enseguida hicieran juntas los viajes de ir y venir del centro escolar.
Pero sucedía que Marcos y yo éramos de carácter muy diferente: El es locuaz, extrovertido, simpático e inteligente, pero muy indolente, poco trabajador y flojo de voluntad; no es constante en nada y todo se lo toma a la ligera. Cuando pasamos al bachillerato y merced a su despierta inteligencia, al momento captaba las explicaciones del profesor y, aunque en todo el curso abría un libro, con estudiar un poco las dos o tres semanas antes
del examen final lograba, al menos, aprobar el curso, si no completo en junio, sí entre junio y septiembre. Yo, por el contrario, soy bastante tímido e introvertido por lo que no resulto muy simpático a casi nadie. Sin ser un zote tampoco soy en exceso inteligente, vamos, lo justo para ir pasando. En cambio soy tenaz y me esfuerzo para lograr lo que me propongo. Durante el bachillerato y a base de estudiar mucho, logré buenas calificaciones, sacando adelante los cursos en junio.
Pero a pesar de todo me subyugó desde el primer momento. Desde luego tiene una personalidad fuerte a pesar de su natural indolencia. Porque su indolencia es sólo para cuanto represente esfuerzo, no para erigirse en cabecilla de fiestas y jolgorios. Y de bromas o broncas infantiles.
Por fin, desde septiembre de 1950, y tras superar en junio de ese año el examen de ingreso, cursamos los seis años de bachillerato más el de Preuniversitario con lo que en septiembre de 1957, con 17 años entramos en la Universidad, los dos en la Facultad de Medicina. Allí encontramos que, casi más que asistir a clase, se asistía al bar de la Facultad donde se montaban unas timbas de poker que ya ya. Como es lógico, nosotros ya conocíamos el juego desde hacía al menos un año, pero sin interesarnos demasiado en él, pero en la Facultad nos hicimos asiduos del juego para ser, cinco años más tarde, casi casi que jugadores convulsivos.
Seis años después, con 23, acabamos la carrera. Marcos decidió dejar de estudiar y, tras unos meses de vagancia, acuciado por su padre encontró trabajo en una clínica de barrio, donde no le pagaban mal pero tampoco bien del todo. Un simple ir pasando, para dejar algo de dinero en casa y vivir su vida. Además empezó a hacer oposiciones a la Seguridad Social. Yo preferí hacer el MIR para especializarme en cirugía, lo que significaba cinco años más de estudio y muy mal pagados, pero quien algo quiere, algo le cuesta.
Seguíamos con nuestra afición al poker, pero ahora pasábamos de inocentes partidas con amigos. El juego en España estaba prohibido, pero en ciudades como Madrid funcionaban timbas clandestinas donde se podía ganar o perder importantes sumas en poco tiempo. Nosotros nos hicimos asiduos de una de ellas, de las que se jugaba menos dinero, y de la mesa donde menos se jugaba.
Acudíamos, como mucho, un par de días por semana, y eso si andábamos un tanto bien de dinero. Cuando noche se nos daba especialmente bien, esa semana íbamos algún día más o guardábamos el dinero para ir a la semana siguiente.
Fue por cuando contábamos 26 años que conocimos a Claudia, como siempre a la vez los dos. Nos la presentó una tarde un amigo común y a Marcos le gustó un montón, y él a ella no le cayó nada mal. La chica, sin ser un “cañón” de mujer, era guapa y atractiva. Más bien alta, delgada pero con las suficientes curvas como para atraer las miradas masculinas a su paso, y sobre todo muy agradable en el trato. Tenía eso que llamamos ángel. Su rostro transmitía un hálito de candidez, de bondad que te ganaba. A los diez minutos de tratarla te había atrapado más por la calidad humana y las maneras altamente femeninas que desprendía que por su indudable belleza. Yo me enamoré perdidamente de ella nada más conocerla. Pero el niño tímido y poco hablador que antes fuera se convirtió en un hombre tímido y cortado ante las mujeres. Me gustaban muchísimo, de todas me enamoraba al momento, pero también me costaba mucho trabajo conectar con ellas. Me achicaba cohibido ante ellas, sin seguridad en mí mismo en esos momentos y claro, mi charla, mi trato era de lo más insulso y menos atrayente que se podía dar. Y con Claudia no fue una excepción, apenas si acerté a decir dos o tres chorradas que darían pena en esos momentos, y en los siguientes que volvimos a vernos lo mismo.
Se unió desde un principio al grupo de amigos y desde entonces no faltaba a ninguno de los guateques que regularmente organizábamos los domingos y festivos, monopolizada por Marcos a la hora de bailar. Yo los miraba con envidia y.... con muchos celos... me moría de celos al verlos juntos bailando, tan juntitos, con las mejillas tan unidas que parecía se fundirían en una sola de un momento a otro.
Y pasó lo inevitable, que un día Marcos me dijo que Claudia y él ya eran novios. Yo creí morir en ese momento, pero hice de tripas corazón y, con toda naturalidad, le dije que me alegraba por los dos, que hacían muy buena pareja y todo eso que se dice en tales casos. Desde ese día se me partió el corazón, me sentí roto por dentro, porque yo la quería de verdad.
Me sentí al tiempo lleno de celos, hasta un tanto dolido, mejor dicho, muy cabreado con Marcos, y desde entonces empecé a evitarles un poco. No podía ser de otra forma, pues verlos juntos, hacerse arrumacos, ir siempre cogidos de la mano para mí era insufrible. Así que comencé a “tener” guardias un día sí y al otro también. Todo por no salir con ellos, por no verles.
Pasó el tiempo de esta forma, yo casi sin salir de La Paz y ellos a su bola. Hasta que unos meses después, cuando ya casi frisaba en los 28 y estaba por acabar, al fin, el MIR, se obró un milagro: ¡Una de la enfermeras en prácticas de La Paz empezó a darme conversación, encontrarse conmigo, por casualidad claro, en el restaurante cuando iba a comer y tal!
No me lo podía creer, no entendía cómo una chavala que no era un “callo malayo” sino que no estaba del todo mal se hubiera fijado en mí. ¡Qué habría visto en mí que nadie antes viera! A mi me interesaba lo que ayer me encontré, que por cierto no me encontré nada, pero me dejé querer. ¡Qué si no iba a hacer! Como dice el refrán “a caballo regalado no le mires el diente”. El diente no se lo miré, pero sí se lo acabé poniendo encima. La chica debía ser bastante salida pues me comía vivo a poco que la “achuchara” algo, y qué queréis que diga, que, ¡oh milagro!, al fin me estrené.
Aquello no podía quedar en el anonimato: Que yo, el "muermo" de Carlos, por fin tenía una “chorba” que llevarme a.... bueno,... mejor no decirlo. Así que corrí jubiloso a dar la buena nueva a Marcos. Si llego a saber lo que pasó no lo hago: El muy “cabrito” rompió en carcajadas cuando le conté que salía con una “jay” diciendo.
- ¡Valla Carlitos, al fin te ligas una tía! ¡Ya era hora, “macho” que empezaba a creer que morirías sin "mojar"!
Lo hubiera matado en ese momento. Pero no lo hice, pues quedamos en salir las dos parejas siempre que estuviéramos libres mi “chorba” y yo. Pues Marcos vivía que no veas. Médico por fin de la Seguridad Social trabajaba cinco o seis horas por las mañanas y por tanto las tardes libres, excepto las tres que cada semana asistía a la clínica donde empezó a trabajar. Vamos que se lo había montado bastante bien, trabajando no demasiado pero cobrando buenas pesetas, no como yo que iba hecho un paria. Pero ya llegaría mi momento, cuando acabara el MIR y fuera todo un señor cirujano.
De modo que estuvimos saliendo las dos parejas un tiempo. Pero aquello no funcionaba, pues el enamoramiento por Claudia, que se me había ido enfriando un poco desde que saliera con la “chorba”, renació con ímpetu y volvieron los celos y el mal estar míos. Para más INRI, Claudia se mostraba incluso más amable conmigo, se hizo hasta buena amiga mía, y eso lo empeoraba aún más todo. Casi era mejor cuando pasaba de mi olímpicamente, sin mirarme como quien dice.
Así que corté esas salidas volviendo a centrarnos en nuestra íntima dualidad mi nena y yo. Seguimos saliendo los dos solos unos dos o tres meses más. Las noches que ambos teníamos libres las pasaba en el apartamento que, a medias con otra enfermera, habitaba, encamados los dos juntos. Hasta que una noche, tras los consabidos revolcones, la nena me dice que teníamos que suspender las “entrevistas” durante unos días pues venía su novio a verla ¡Jobar con la tía, encamándose conmigo mientras su novio suspiraba por ella en la distancia! ¡Menuda zorra que me salía la mosquita muerta! Me levanté un tanto asqueado, me vestí y me largué a mi apartamento, pues para entonces ya había abandonado el hogar paterno, cosa por entonces, últimos años de los 60, no era tan normal aún, pues lo propio en las familias bien, como la de Marcos y la mía, era que los hijos no salieran de casa sino para contraer santo matrimonio canónico.
Llegaron nuestros 28 años. Yo acabé el MIR y me incorporé a un equipo quirúrgico de La Paz como asistente de un famoso cirujano traumatólogo Vamos, algo así como el “chico de los recados” de aquella eminencia. Seguía pues aprendiendo, en prácticas, pero con haberes más decentes, casi el doble que cuando era un simple MIR pero, de todas formas, una miseria comparado con lo que ingresaba la “eminencia médica”, incluso sus adjuntos que al fin y al cabo sí eran cirujanos de pleno derecho tras superar el período de asistente. Por su parte Marcos empezaba a hablar de casarse con Claudia, lo que a mí me hundía más y más en la miseria de los celos y el mal humor. De verdad que ya casi no le aguantaba, con tanto pasarme a su novia por los morros.
Uno de aquellos días Marcos consumó la gran marranada con Claudia, cosa que provocó nuestra ruptura definitiva y la de ellos dos. Aquel era uno de los días que yo salía pronto, sobre las dos de la tarde, tras finalizar la jornada hospitalaria. Así pues que habíamos quedado a eso de las 15 horas en un tugurio situado en la zona más rastrera de la prostitución madrileña, aledaños de la calle de La Ballesta, en cuya trastienda se instalaba una tímba de lo más interesante: Sus
asiduos solían ser chulos que explotaban a las mujeres que “trabajaban” por la zona, sirleros, descuideros y demás variada fauna de lo más selecto del hampa;
y señoritos calaveras de la burguesía madrileña media y alta, que a menudo acudían con alguna que otra ramera que ayudaba a dejarlos "secos" emborrachándolos y mostrando su juego a la concurrencia mediante signos, yendo a medias con el/los “pavos” que hacían punto en la mesa. De estas maniobras también nos beneficiábamos Marcos y yo, como avezados jugadores que éramos, curtidos en mil y una partidas con tipos semejantes. Claro que compartiendo, eso sí, con la fulana las posibles ganancias.
Antes de las tres de la tarde nos reunimos y no eran aún las 15,30 horas cuando nos sumamos a la timba. Compartimos mesa con un par de los asiduos “pavos” del local y otro par de “nenes” calaveras que a distancia olían a dinero, dos buenos “caballos blancos” o “palomos” que desde luego acabaron “desplumados”.
Cerca ya de las siete de la tarde nos quedamos Marcos y yo frente a frente al haber abandonado tanto los “pavos” como los “palomos” la partida, unos conalgunas ganancias, los otros por entero “limpios”. Yo estaba en una de esas rachas de suerte que muy de vez en cuando se presentan. Tal y como la personalidad de Marcos y la mía son muy distintas nuestras formas de jugar también lo son. Como corresponde a su temperamento agresivo y vehemente él era muy “lanzado” jugando, yendo casi siempre a por todas; además es casi transparente en el juego por lo que no era difícil adivinar cuando va “cargado”, es decir, con buenas cartas. Yo soy reservado y medito mucho la jugada, arriesgándome lo justo, pues mi resto no podía compararse al de Marcos, luego debía cuidarle jugando con pies de plomo. Esto hacía que para los “pavos” también resultara transparente, pues cuando envidaba o aceptaba envites interesantes, invariablemente llevaba “juego”, luego el “pavo” sólo iba si su juego era más que bueno, de forma que en una tarde o noche que la diosa Fortuna me presentaba la mejor de sus caras, mejor era retirarse con algún beneficio antes que seguir arriesgándose conmigo. Pero Marcos no es así. El siempre hasta el final.
Acabó la que pensaba iba a ser la última mano, pues la perdió y se quedó también limpio. Yo empecé a recoger mi dinero, unas cincuenta o sesenta mil pesetas, toda una pasta para aquel tiempo.
- ¡Paciencia y barajar Marcos! Qué se le va a hacer, ya sabes, unas veces se gana, otras se pierde, y hoy tocaba...
- ¡Carlos, por favor, dame la última oportunidad de recuperarme, da a mi resto un crédito de veinte mil pesetas, sabes que mañana te las devuelvo si otra vez pierdo!
Por mi hubiera aceptado, pero sabía que eso entre la “parroquia” del tugurio no habría sentado bien, las normas no escritas lo prohibían y podría perder el respeto entre la concurrencia que tan duro me resultó conquistar. No, no me podía arriesgar a tal cosa, por lo que le respondí. Además, Marcos había quedado con Claudia a las siete, y ya era prácticamente la hora
- Marcos, por mí está hecho, pero sabes las normas de la casa: Efectivo sobre el tapete o un valor suficiente para los jugadores que compitan. De créditos o préstamos, nada de nada. Además, ¿no has quedado a las siete con Claudia? Pues ya casi es la hora, ya llegas tarde como aquel que dice. Déjalo, Marcos, ya habrán otros días...
- Pues vale Carlos... Ahora que me la recuerdas...tienes razón, un contravalor efectivo que para tí tenga valor ¡Va una semana con Claudia contra tu resto!
¡Quedé anonadado ante semejante dislate! ¡No era posible, Marcos debía estar loco para hacer semejante atrocidad!
- ¿Te has vuelto loco Marcos? ¡No es posible que propongas eso, es Claudia, tu novia...! ¡Es una monstruosidad, una guarrada que ella no se merece! Te quiere con delirio y pienso que también tú la quieres, luego..¿Cómo puedes siquiera pensar una cosa así? No es posible Marcos, a no ser que no estés en tus cabales.
- Lo dicho Carlitos, a por todas: Una semana con Claudia, sí, con Claudia mi novia, contra tu resto! Mira Carlitos, te lo voy a poner mejor, contra la mitad de tu resto; aprovecha que no tendrás otra oportunidad así en tu vida. ¡Si Claudia y yo ya vemos cómo te la comes con los ojos cada vez que la tienes cerca! Ja, ja, ja. Lo dicho, Carlitos, aprovecha... ja, ja, ja
Le miré viéndole tal como en verdad era por primera vez en mi vida, y el ídolo que siempre fue para mi se desmoronó: Había sido un ídolo de barro que ante mí acababa de desplomarse. Sentía una rabia inmensa... ¡Que esa basura me hubiera subyugado a mí, que hubiera llegado a cometer tantos actos aborrecibles por imitarle, por imitar a ese ídolo...! Qué vergüenza de mí mismo... qué ruin había llegado a ser por querer estar a su altura...Tiene gracia... ¡a su altura! Sentí asco de mí, pero sobre todo asco de él. Pero lo peor era que semejante podredumbre humana se hubiera ganado el amor de Claudia, del ser más hermoso, más bueno y maravilloso del universo.
Estaba rabioso, pero al mismo tiempo frío; mi rostro no expresaba nada excepto tal vez eso, frialdad de témpano. Y así, frío y tranquilo repuse:
- De acuerdo Marcos, veo tu apuesta, una semana con Claudia contra la mitad de mi resto. Y te voy a envidar Marcos, ya sabes que estoy en mi derecho de subir tu apuesta: Mi resto completo contra un mes con Claudia. Además, dejemos claro que durante el tiempo que me corresponda estar con ella tú
desapareces de nuestro entorno. Lo tomas o lo dejas; pero ten en cuenta que si no aceptas te retiras del juego y gano tu apuesta, una semana con Claudia.
Marcos sudaba; estaba lívido pero miraba mi dinero con infinita codicia y al fin se decidió.
- ¡Voy Carlos, un mes con Claudia contra tu resto.
- Conforme Marcos; aunque quiero que lo pienses. Hasta quiero que retires tu primera apuesta, la de la semana. Piénsatelo Marcos, es Claudia, la novia que no te mereces, la mejor mujer del mundo y con la que planeabas casarte en breve. ¿Permitirás que se lleve el sofocón de saber que te la juegas, a ella, a tu novia, la mujer que deberías defender de todo y contra todo, en la mesa de un antro inmundo? Porque Marcos, aunque ganaras la apuesta ella se enterará pues yo se lo diré.
- Dije que iba y voy.
- De acuerdo Marcos. Yo soy mano por ganar antes, luego reparte
¡Maldita sea! Por primera vez aquella tarde parecía que la diosa me volvía la espalda, pues me tocaron cinco cartas deslavazadas, sin forma de ligar nada. Y por primera vez en mi vida de jugador perdí los estribos, pues el “Maldita sea” me salió, irreflexivamente, en voz alta. Marcos rompió a reír a carcajadas, con brillo de malsana alegría en sus ojos y sonrisa sardónica en sus labios.
- ¿Qué pasa Carlitos, que ya no tienes suerte? Pues lo que decías, paciencia amigo, otra vez será ja, ja, ja.
No contesté a eso, sólo dije descartándome de cuatro cartas que dejé sobre el tapete
- Dame cuatro.
- Como éstas. Yo voy servido ja, ja, ja
No podía creer lo que apareció ante mis ojos cuando vi las cartas que Marcos me sirviera. Al descartarme pensé, en principio, quedarme con un rey, la carta más alta que tenía en la mano, pero al fin me quedé con una dama, la de corazones, la Dama de mi corazón, Claudia. ( sota en la baraja española) ¡Y Marcos me había servido tres damas y un seis!
Cuando abrí mi juego sobre la mesa mostrando mis cuatro damas, mi poker de damas, Marcos se quedó lívido, descompuesto. Tiró con furia sus cartas sobre la mesa que al momento atrapé para ver el full de ases y “jacos” que llevaba. Se desmoronó sobre la mesa desecho en lágrimas, diciendo
- No puede ser, no puede ser... ¡si no llevabas nada, ni una pareja! ¡Me has hecho trampas! ¡Eso es, te has sacado las tres damas de la manga!
- ¡Claro, y si hubiera sido un poker de cincos me habría sacado tres cincos de la manga! Acéptalo Marcos, has perdido.
Eramos el centro de atención de la “parroquia” que entonces casi llenaba la timba, con clientes del bar anexo que habían acudido al cuchitril atraídos por la peculiar partida que disputábamos Marcos y yo. Incluso se habían ido acercando a la mesa cinco de los “pavos” habituales de la timba, el chulo y el sirlero que antes se sentaran con nosotros más otros dos chulos y otro que no conocía.
Entonces intervino Julio, el chulo que antes jugara con nosotros.
- Marcos, Carlos te ha ganado en buena lid, así que lo aceptas, te jodes y pagas lo que apostaste. Si esta apuesta la pierdes conmigo, a tu “jay” me la “calzo”, de buenas o de malas, pero me la “tiro”; así que tienes suerte de que haya sido Carlos el que te ganara; te la devolverá íntegra por que es un caballero.
El rostro de Marcos por segundos pasaba del lívido al rojo, casi, casi al granate. Se advertía perfectamente cómo una rabia sorda paulatinamente se apoderaba de él, pero también cómo la actitud de aquellas gentes que nos rodeaban, verdaderos delincuentes, cada vez se hacía más hostil hacia él y eso le asustaba. Aquellas gentes, miserables y rastreras, respetaban un código de honor que Marcos no respetaba y para ellos, el médico señorito, entonces era una vil rata que les gustaría destruir.
Pero tenía que mantener el tipo de jaquetón, entonces más que nunca, así que se recompuso, asomó a sus labios la típica sonrisa desdeñosa, malévola incluso, diciendo.
- ¡Pues que te aproveche Carlos! ¡Aunque estoy seguro de que te vas a aprovechar poco de la ocasión porque Claudia te desprecia! ¡Pocas veces nos hemos reído, ella y yo, recordando tu cara de salido cuando la miras! ¡Babeas, Carlitos, babeas de deseo cuando la tienes cerca... y es que eso es lo único que sabes hacer frente a una mujer, Carlitos, babear!
- Marcos, eres un ser inmundo, un degenerado, no sabes lo que tienes y no te mereces a Claudia, nunca la harás feliz por que tú nunca harás feliz a nadie; eres incapaz de amar a nadie salvo a ti mismo. Eres un egoísta al que nada le importa salvo tú mismo. Hoy, por primera vez, cuando teapostaste a Claudia te he visto tal y como eres.... ¡Y me das asco Marcos, me das asco! Hace unas horas te estreché la mano y es la última vez que lo haré pues no quiero volver a verte nunca más. También será ésta la última vez que tenga una baraja en la mano, pues el veneno del juego tampoco fue ajeno a lo que ha pasado, a que Claudia pase el mal trago que la espera.
- Pues, ¿sabes qué te digo? ¡Que me alegro Carlos, que ya está bien de llevarte siempre pegado a mis pantalones, como un perrillo faldero, que ya
es hora de que te las ventees tú solito, sin mi ayuda, como viene pasando desde que nos conocimos de críos! ¡Desde entonces he tratado hacer de ti un hombre, pero es imposible, porque tú eres una nenaza y siempre lo serás. * Lo que tú digas, pero lo que no soy es el ente egoístamente bestial que tú eres. El ente al que, no sólo nadie le importa lo más mínimo,
sino que se recrea en hacer el mayor daño posible. Pero no pienses que vas a salir de esto tan de rositas: Eran casi las siete, la hora en que quedaste con Claudia, cuando iniciaste todo este dislate de jugártela, cuando debías recogerla te la estabas jugando conmigo. ¿Esperas que sea yo quien vaya a
buscarla y decirle lo sucedido? Pues te equivocas, tú vendrás conmigo, le explicas cómo te la has jugado y perdido, y desapareces después de mi vista para siempre. * ¡Ni sueñes con tal cosa! Te lo he dicho antes, te arreglas tú tus problemas. ¿No ganaste la apuesta? Pues tú te la solucionas, conmigo no cuentes. * ¡Ten un mínimo de decenc.... * No te preocupes Carlos, que Marcos te acompaña gustoso al encuentro de la “jay”, ¿verdad Marcos?
Fue Julio, el chulo, quien me interrumpió y habló mirando a Marcos de manera claramente amenazadora, con la mano derecha hundida en el bolsillo trasero del pantalón, donde bien sabíamos que guardaba la “chaira”, una monumental navaja de 18 ó 20 cmt. de hoja. Al tiempo de hablar se había acercado ominosamente a Marcos: pero lo malo es que tal acción no la hizo solo, sino acompañado por otros cuatro o cinco “colegas” lo mismo de ceñudos.
La lividez volvió, aún más aguda, al rostro de Marcos que, resoplando, tomó la americana y, sin mirar a nadie, se encaminó hacia la calle mascullando.
- ¡En marcha, acabemos con esto de una vez!
Salimos la calle seguidos, a cierta distancia, por Julio y su “séquito” de “colegas”. En silencio, sin mirarnos siquiera tomamos la calle de San Bernardo para bajar hasta Gran Vía llegando así hasta la glorieta de Callao donde Marcos quedara con Claudia.
Efectivamente, allí estaba Claudia, esperando desde hacía más de una hora. Al acercarnos a ella aprecié lo muy enfadada que estaba; y rezongué para mí “Estas cabreada y aún no sabes lo que te aguarda” Me dio lástima, mucha lástima. Allí estaba ella, fiel a su hombre, a su novio; enfadada pero esperando, aguantando el “plantón” de más de una hora de ese novio que no la merecía.
Lo sorprendente fue que no encajó el asunto tan mal como esperaba, aunque luego comprendí que su reacción era pura ira contenida, no expresada para así herir más a ese novio felón. Así, que solamente dijo al saber lo ocurrido
- Pues Marcos, las deudas de juego son sagradas, y yo no permito que mi novio quede mal ante nadie. Así que, durante un mes Carlos será mi novio, y
con todos los derechos de novio que tú te tomas. ¿Entiendes?. Me besará, me acariciará tal y como tú lo haces.¡Hasta puede que haga con él lo que a tí aún no te he permitido: ¡Acostarnos! ¿Sigues entendiendo? Ah, y durante este mes no se te ocurra llamarme ni ponerte ante mi vista. Luego, cuando este mes pase... ya veremos si vuelvo contigo....¡Hasta puede que me quede con Carlos definitivamente!
Claudia se estaba vengando a modo de Marcos; era hasta cruel con él y yo me regodeaba. Entonces, antes de que a Marcos le diera tiempo a soltar los sapos y culebras que la expresión feroz de su rostro, subrayada por el rojo-granate de la cara, anunciaban, acertó a pasar un taxi libre que al momento paró Claudia alzando el brazo y, arrastrándome prácticamente tras ella, hizo que ambos subiéramos al coche, al tiempo que, gritando bien fuerte para que bien se la oyera, decía: "Llévame a tu casa Carlos"
El taxi arrancó de inmediato pues, al tiempo que ella decía aquello, tirando del manillar de la portezuela, yo pedí al shoffer que nos sacara de allí. Una vez en marcha y con los dos acomodados, el taxista preguntó dónde íbamos, a lo que Claudia me dijo
- Dale al señor tu dirección. Hoy quiero hacer el amor contigo, quiero ser mujer de una vez por todas. ¡Se va a enterar Marcos de cómo se las gasta la hija de mi madre!
Yo solo pedí al taxista que nos sacara de allí, que ya le daríamos una dirección. Entonces, casi histérica, Claudia repuso
- ¡Tan poco valgo que Marcos me juega a las cartas y tú, que participaste en la infamia ganándome, ahora me rechazas!
- Chofer, por favor, llévenos a un local donde podamos hablar con tranquilidad, sin aglomeraciones ni música alta. Como verá, la señorita está bastante alterada.
- Entendido señor. Precisamente aquí cerca hay un club que espero sea lo que buscan
A todo esto yo había pasado el brazo por los hombros de Claudia, atrayéndola ligeramente hacia mí. Entonces le dije a ella.
- No digas sandeces Claudia,que sabes que no es así. Y, por favor, no me tientes que diría sabes bien lo que siento por tí. Ahora, por tu boca, sólo habla más que la rabia por la humillación que has sufrido. Ya te irás calmando y agradecerás este "rechazo"
Los nervios por el daño que la humillación a que Marcos la sometiera hicieron crisis en ese momento y rompoó a llorar con un desconsuelo que me hería profundamente el corazón. La estreché aún más contra mí, intentando calmar esas lágrimas, esos gemidos y jadeos que ahogaban sus sonidos y hacían subir y bajar, aceleradamente, su pecho. Al oido le decía. "Anda pequeña, mi niña, no llores más, seca esas lágrimas, que nada merece ni una sóla de tus lágrimas" Claudia se había abandonado a la protección que le brindaba, acurrucándose contra mi pecho.
Así estábamos cuandoel taxi paró frente a un establecimiento típico del Barrio Salamanca: Portero con librea a la puerta y toldo en forma de pabellón en la fachada, sobre la puerta. El portero nos franqueó la entrada y nos vimos en el salón. Un vistazo me valió para comprobar que, en efecto, era lo que buscaba. Local recogido, más pequeño que grande, fondo musical suave, audible pero sin estridencia alguna que impidiera la conversación; iluminación suficiente para que en la corta distancia las caras puedan verse, incluso leer o estudiar, según el caso, pero lo necesariamente ténue para guardar la intimidad de la curiosidad ajena. Las personas sentadas a las mesas eran, generalmente, grupos de amigos que charlaban tranquilamente y parejas de novios muy formales, de esos que por entonces, fines de los años 60, eran tan frecuentes: Sendos cafés con leche que aguantaban toda la tarde y la chica tomándole al chaval los temas de las oposiciones a que éste se presentaba. Es decir, pocos arrumacos y mucho estudiar, mucho trabajar para despejar el horizonte del futuro que les permita casarse cuanto antes y vivir dignamente, pero sin lujos.
Para los dos elegí una mesa que me pareció lo suficientemente apartada como pasar desapercibidos. Conduje a Claudia hasta allí, y la ayudé a tomar asiento en una silla próxima a la pared, sentándome yo, entonces, a su lado en otra silla. Ella seguía con sus lágrimas, pero ahora los lamentos no eran tan sonoros, tan convulsivos como antes. Le volví a pasar el brazo sobre sus hombros, atrayéndola hacia mí de nuevo, acariciando otra vez el rostro, el pelo que tanto amaba con todo amor y delicadeza, pero sin ningún asomo carnal o de doble sentido: Sólo muestras de fraternal cariño de amigo. Trataba de consolarla con palabras quedas de cariño, de aliento; sacarla de aquel marasmo de dolor y humillación que padecía.
Pronto entendí que empezaba a rehacerse algo, a reaccionar por fin, cuando noté que se separaba de mí, como rechazando mi proximidad. Dejé la silla que ocupaba y me fui a sentar en otra frente a ella, al otro lado de la mesa. Lo hice, la verdad, inquieto: ¿Se había tomado, por finales, a mal mis iniciativas? Algo así me pareció cuando empezó a decirme
- ¿Por qué participaste en la humillación de Marcos, por qué no rechazaste su infame apuesta? No soy tonta Carlos, sé que me deseas, ¿tan bajo has caído que te vales de esos medios para tratar de poseerme? Me has hecho mucho daño tú también, no esperaba eso de tí, pero veo que Marcos y tú sois tal para cual, seres absolutamente despreciables. ¡Y no me vengas ahora con "paños calientes", aparentando que quieres consolarme...! ¡Eres casi
más despreciable que Marcos! ¡Yo confiaba en tí! Adios Carlos, no quiero veros a ninguno de los dos en mi vida..
Claudia intentó levantarse pero yo la retuve, tomándola por un brazo
- ¡Suéltame, no me toques, no pongas más tus manos en mí!
- Cálmate Claudia, por favor, sabes bien que no soy como me estás pintando ahora. Te equivocas y tú lo sabes. Si fueran mis intenciones como dices, ¿por qué rechacé tu intención de entregarte a mí de no hace tanto? Dime, ¿por qué?. Por que te respeto. Sí, claro que te deseo, y no sabes bien cómo,
pero es por que te quiero Claudia, por que te adoro, por que lo eres todo para mí. Y por que te quiero te respeto, pues lo que se quiere se respeta.Cuando Marcos te puso sobre la mesa, apostándote, por vez primera le vi como era: Un ser inhumano, lleno de maldad intrínseca y despreocupado ante todo cuanto no sean sus inmediatos deseos, que sin dudarlo pasa sobre quien sea, sin importarle el dolor que cause, con tal de lograr sus deseos. Ese ser te destruiría, te haría una desgraciada y yo eso no lo podía aceptar, luego fui a su apuesta pero a mi modo: Mi resto contra un mes contigo. Si ganaba, tendría tiempo para abrirte del todo los ojos respecto a Marcos y si perdía te pondría en antecedentes del tipo de persona que es. No creas, sabía que corría el riesgo de perder un pequeño capital y para nada, pues bien podrías tú no creerme y tomar mis acusaciones como producto del despecho por que él te tenía y yo no. Pero asumí el riesgo con tal de conseguir que tú te alejaras de él. Mira Claudia, como sabes te amo, te quiero con locura, pero tengo por completo asumido que tú nunca me querrás, que nunca te tendré; así, si un día te enamoraras de un hombre que te merezca, que te quiera como yo te quiero y como tal te respete y te haga feliz, lo sentiría, me dolería mucho saber que estás con otro, como me dolía veros a Marcos y a tí juntos cuando creía que él te amaba como tú mereces, pero lo asumiría, me aguantaría, pues para mí lo importante es que seas feliz, y si tiene que ser con otro pues...¡qué voy a hacer!. Pero él, marcos no, no y no.
Tan pronto como yo empecé a hablar Claudia cejó en su empeño de zafarse de mi brazo, permaneciendo de pie frente a mí, desafiante y con los ojos llameantes de furia. Entonces liberé su brazo. Poco a poco noté que de su mirada desaporecía el brillo iracundo, aunque permanecía seria, adusta más bien diría. Parecía que el argumento de no haber aprobechado la ocasión cuando ella misma se me ofreció en bandeja surtía su efecto. Al rato esa mirada fue hasta dulcificándose, para luego sentarse incluso, escuchándome atentamente. Al final, me tendió ambas manos tomando las mías entre ellas, con ese gesto no ya de cordialidad. sino de verdadero cariño que habitualmente me dedicaba. No abrió la boca hasta que yo concluí de hablar, para entonces expresarse así:
- ¡Gracias Carlos, gracias por ser el buen amigo que eres! Pero estaba muy confusa contigo: Sentía más que veía tus atenciones, el cariño y dulzura con que me tratabas, lo sentía suavizando mi estado, consolándome de verdad. Eso es lo que en esos momentos necesitaba, cuando me desmoronaba presa de dolor e indignación y me refugié en tí como como se aferra una a su tabla de salvación. Pero empecé a reponerme, gracias precisamente a tí, y me empecé adecir que tú también participaste en el horror que sufriera.... ¡Tanto Marcos como tú me habíais jugado! Estaba ciega Carlos, ciega de rabia y, sobre todo, por el terrible desengaño que acababa de sufrir, y me pareció que ambos érais iguales, igual de cerdos. Perdóname por favor, no te enfades conmigo, no dejes de ser mi mejor amigo. Pienso Carlos que tal vez seas la única persona, aparte de mi familia, que de verdad me quieres. Por otra parte, yo ya sabía bastante de Marcos, aunque no podía imaginar que llegara a ser tan ruin. Sabía que me engañaba siempre que así se le terciaba, que tenía algunas, digamos, "amigas muy, muy íntimas". Y yo le disculpaba: Los hombres, de vez en cuando necesitan "aliviarse", pero que cuando nos casáramos ya me tendría a mí para eso y las "aventurillas" se acabarían. Luego las broncas que me largaba por cualquier cosa: De tí tenía unos celos tremendos, y cada vez que nos dejabas, después de mirarme con esos ojos de "bobalicón embelesado" que ponías, me la armaba por no mandarte a... ya sabes, y así cortar de una vez contigo. La verdad, que en el fondo más que apreciarte te tenía bastante manía, aunque contigo disimulaba muy bien. Y no veas lo celoso que al final me resultó. Si algún tío me miraba en la calle, la culpa era mía por vestir "así", andar "así" y demás.
Carlos, que estaba ciega con él, pero al fin recobré la vista... ¡gracias a tí! ¿Sabes?, hasta empiezo a dudar de que, de verdad, estaba ya enamorada de él. Y pienso que puede que no, que si seguía con él, al menos en estos últimos meses, era más por rutina que por otra cosa.... En fin, no sé... ¡Todavía tengo un verdadero follón en mi cabeza! Bueno, haber si cuando esto vaya quedando atrás desenredo el follón. Pero...¿sabes? (su rostro aquí tomó un gesto algo raro, entre soñador y añorante) ... ¡Me encantaba verte con aquella carita abobada cuando me mirabas. Estaba más claro que el agua que yo te gustaba y a mí.... ¡me encantaba gustarte! ¿Por qué no me enamoraría de tí, Carlos?...
Claudia paró de hablar, quedó en silencio. Yo también callaba. Con las manos entrelazadas ambos nos mirábamos. Mirándola, me perdía en lo más hondo del océano de sus preciosos ojos verdes. Me tenía preso, cautivo en ella; prisionero de su ser entero, de su hermosura, de la tranquilidad que de ella emanaba. Era mi gloria y mi suplicio tenerla tan cerca y tan lejos. ¡Perra suerte!.... Al fin fui yo quien rompió el encanto del momento
- No estará de Dios... o de Eros.. o de Cupido, quien sabe, que me quieras de esa forma. Por cierto, ¿volverás con Marcos si te lo pide?
- En modo alguno Carlos. Ahora me da asco.... no, creo que no podría aguantarle;su sóla presencia, simplemente escuchar su voz, seguro que me haría
vomitar. No, no Carlos; ni pensar en eso siquiera. ¡Tendría que cambiar tanto, estar yo tan segura! Rotundamente... NO. * Bueno Claudia. Ya nada me queda por hacer aquí, contigo. Quise apartarte de Marcos, sólo por tí, para evitar que te hiciera una desgraciada el
resto de tu vida, pero eso al parecer ya lo has decidido tú misma. Que seas muy feliz y encuentres pronto al hombre que de verdad te merezca y te haga feliz. Adios...
Intenté levantarme pero Claudia me lo impidió aferrándome del brazo como antes hiciera yo con ella. Me miraba anhelante...-¡Qué bella estaba Dios mío! No sé qué ocurrió conmigo, pero agachándome hacia ella la tomé del mentón alcé su rostro hacia mí... Y la besé, sí, la besé... ¡EN LA BOCA! Claudia no se inmutó: No aceptó el beso, no me abrió su boca ni respondió al mío, pero tampoco me rechazó. No me apartó, ni hizo ademán de separarse de mí. Se mantuvo junto a mí todo el tiempo, aguantando sin expresar nada todo el rato,eterno para mí, que mis labio presionaron sobre los suyos. Sentí el calor de sus labios, el aliento de su boca respirando en mi mismo rostro... me aparté al fin de ella que seguía mirándome... ¿anhelante?. Diría que sí, anhelante. Por fin volvió a hablar
- ¡Por favor Carlos, no te vayas, quédate conmigo, no me abandones, no me dejes sola. Eres lo único que ahora tengo.... Mira Carlos, si tú quieres yo podría...
- Por favor Claudia, no digas tonterias. Eso no solucionaría nada, tal vez sólo que esta relación de amistad se acabe por romper. Sí, te deseo pero... ya te lo dije antes, por que te quiero, te amo como nunca más podré amar. Yo, Claudia,no pretendo sólo tu cuerpo... te pretendo entera, con tu alma y tu corazón. Tú sé que no serías feliz; no se puede ser feliz junto a una persona a quien no se ama. Si aceptara, antes o después, te perdería, y lo mismo como mujer que como amiga, y eso no lo quiero, sería pederte irrmisiblemente: Prefiero conservar tu amistad a gozar de una dicha que acabaría destrozándonos a los dos. Pero tampoco voy a estar contigo, a tu lado. Lo siento Claudia, sé que necesitas apoyarte en mí en estos días, pero te las tendrás que arreglar sóla. Sé que lo harás. Para mí Claudia eres el Cielo y el Infierno: ¿Sabes cual era el suplicio de Tántalo? A Tántalo le condenaron los Dioses a tener eternamente a su alcance un océano de agua dulce y frutas deliciosas, pero cuando necesitaba beber o comes, todo se apartaba de él. A mi, contigo me pasa lo mismo: Tú, tan bella, tan adorable, el objeto de mi amor y deseo, tan cerca de mí, pero también tan lejos, tan formidablemente lejos. Me volvería loco y... a la larga... ¡quien sabe!... puede que incluso... algún día me olvidara de respetarte... te agrediera inicuamente ¡y eso no!. Creeme Claudia, lo mejor es separarnos, decirnos... más que adios... ¡hasta siempre!
Claudia qudó en silencio. Claramente advertía el rato que esraba pasando. Sentí una lástima inmensa hacia esa mujer que era mi vida... y mi muerte... Al fin Claudia, lanzando un profundo suspiro, repuso.
- Creo que tienes razón. Soy egoísta al pretender tu consuelo sin pensar lo que eso significa para tí. Perdona. Sí, lo mejor es decirnos hasta siempre... Pero, recuerda Carlos, soy tu amiga y siempre lo seré. Y sé que también tú seras mi amigo por siempre. Si alguna vez me necesitas, no dudes en llamarme, no lo dudes Carlos, por favor. Te prometo que quiero quererte como tú deseas,pero... Y ¿sabes?... Ahora mismo pensaba en cómo sería mi vida viviendo contigo... en pareja. Y sé que viviría bien, con tranquilidad, incluso feliz. Ni siquiera entregarme a tí me será dificil, mucho menos penoso. Pero también sé que para ninguno de los dos sería justo. No podría ofrendarte mi pasión: En mí encontrarías, eso sí, cariño, pero casi, casi que fraternal, no la entrega ardorosa de una mujer enamorada; y eso me dolería aunque también supiera que, físicamente, te hacía dichoso. Tienes razón Carlos. ¿Te parece que nos vayamos ya?... ¡Aquí creo que ya no hacemos nada!
Nos levantamos y sin decir nada más salimos a la calle. Al poco detuve un taxi y abrí la portezuela, ayudando a Claudia a subir.
- Tú no subes ¿verdad Carlos?
En sus palabras no había pregunta alguna, sólo una rotunda afirmación. Era la despedida por antonomasia y los dos lo sabíamos. Yo seguí en silencio y ella cerró la puerta del vehículo. Alargó la mano por fuera de la ventanilla y la llevó a mi rostro, al tiempo que asomaba también el busto hacia afuera. Yo correspondí a su invitación agachándome hacia ella y busqué con mis labios sus mejillas pero su boca me sorprendió cuando, inesperadamente, atrapó mis labios entre los suyos en un beso que me hizo alcanzar el cielo. Ese beso duró varios segundos, con sus manos acariciando mis mejillas. Luego se apartó de mí despidiéndose
- Adios Carlos, que te vaya bien en la vida.
Y ahí acabó todo. Claudia cerró al fin la portezuela del taxi y dio su dirección al taxista con lo que el vehículo arrancó lentamente para ir cobrando velocidad momentos después. Yo quedé allí, clavado en la acera, viendo cómo ella se alejaba de mí. Pude observar cómo Claudia pegaba su rostro al cristal trasero y se despedía agitando la mano. Yo levanté un brazo respondiendo a su despedida. Al fin, Claudia se desvaneció en la distancia y el propio coche que la llevaba desapareció confundido en el fluido tráfico de aquella tranquila calle del Barrio de Salamanca. Giré mis pasos como un autómata. Por mis venas parecía no correr la sangre; estaba frío, aplomado. En la garganta, un nudo que no dejaba pasar nada: Ni saliva, ni aire... nada. Y a mis ojos fluía un escozor muy característico. Creo que esa noche fue la única vez que he llorado en mi vida. Por inercia, los pies me llevaron al metro, a la estación de Velásquez. Allí bajé las escaleras hacia el interior y yo también me perdí en el tráfico humano de pasillos y andenes.
Desde el día siguiente a separarme de Claudia quise empezar una vida muy distinta a la que hasta entonces llevara, más bien golfa y despreocupada de todo cunto no fuera pasarlo bien. Empecé por enfrascarme en el trabajo, sin encontrar nunca la hora de marcharme. Hacía más horas que un sereno, aunque, económicamente poco juego daban, ya que me las hacía por mi cuenta, no por cuenta del hospital. Eso me ayudaba a tener la mente ocupada, con lo que los recuerdos de Claudia se difuminaban desapareciendo mientras estaba en La Paz. Lo malo era cuando salía, cuando me quedaba libre, encerrado en el piso vacío. ¡Qué largas se me hacían esas horas! Pero lo peor eran las noches, preso de insomnio. El recuerdo de Claudia no me dejaba vivir, me volvía loco. A veces pensaba que el remedio resultaba peor que la enfermedad, pues antes, al menos, la veía, estaba cerca de ella, y aunque también me hacía sufrir al final, por lo menos durante algún tiempo disfrutaba del placer de verla y admirarla. Más de una vez estuve a punto de mandar toda esa terapia al traste y llamarla. Pero no lo hice, algo de cordura se me imponía al final: No, no debía llamarla. Y por los dos. Sin mi compañía, ella estaba libre para reiniciar la vida normal que llevara antes de conocernos a Marcos y a mí. Y podría encontrar ese hombre que de veras la quisiera y del que también ella se enamore, cerrando así todo este capítulo, en verdad aciago, de su vida. Para mí, a la larga, también sería lo mejor pues, si volvía a su lado y resultara que se enamorara de un hombre así, ¿qué sería de mí? Otro mazazo, como el que me llevé cuando ella y Marcos se hicieron novios, otra vez a asistir a la felicidad de ambos ante mis ojos, y yo a pudrirme de rabia y celos.... No, mejor era esto, tratar de romper con ese pasado que fue, es, para mí un infierno. No cabe duda: Yo también debo cerrar las páginas de mi vida que Claudia llena; todo eso debe pasar al recuero, un recuerdo lejano y hermoso, pues de haber conocido a Claudia no podía renegar. Aunque,...¡Quien sabe!... ¿No podía suceder que un día conociera otra "Claudia" que hasta me correspondiera?
Pero lo cierto,de momento, es que las pasaba bien "canutas". El insomnio me llevo a lanzarme a la calle y pasar media noche vagando por un Madrid casi desierto. (Sí, casi desierto. Por entonces, fines de los 60, aunque Madrid contara con algo más de tres millones de habitantes, la vida era más seencilla, por lo que el trasnochar era más bien raro) Por algún tiempo hasta empecé a hacerme adicto a las copas en "Chicote" y algún otro bar de "niñas" por el estilo, o por las muy bohemias "Cuevas de Sésamo", casi únicos locales abiertos a altas horas de la madrugada. Pero aquello duró poco, pues me dije que era una sandez salir del infierno del juego para caer en el del alcohol, por lo que ese vagar nocturno acabó en paseos higiénicos por Madrid, hasta que el cansancio y el sueño me devolvían a casa.
En el aspecto profesional las cosas se me empezaron a poner bastante bien. Haría como tres semanas que vivía lejos de Claudia cuando un día, mientras la "eminencia y yo nos lavábamos y desinfectábamos las manos, prestos para realizar una intervención a un paciente, el "viejo" me dijo
- Doctor Jimeno, veo con agrado que, en estas últimas semanas, se está centrando bastante más en el trabajo, en su profesión. Eso está bien, y me alegro mucho por usted. Francamente llevaba muy mal camino, y era una pena, pues usted tiene madera de cirujano, de buen cirujano y lo estaba echando todoa perder. Siaga así, Jimeno, no se arrepentirá.
Yo simplemente le dí las gracias, pero me causó honda impresión. Le tenía por una persona despótica e insensible, pero mira, hasta parecía casi humano. pero eso no acabó allí. Como un mes más tarde, me dijo un jueves cuando casi los dos acabábamos la jornada.
- Doctor Jimeno, hoy ha ejercido por última vez como ayudante. Desde el lunes empezará a ejercer como adjunto en mi equipo. Felicidades. Ah, puede tomarse mañana viernes libre. Por si necesitara comprar algo... o desea celebrar su nueva situación
Me quedé de una pieza. ¡Al fin sería cirujano de verdad! Y con unos ingresos nada despreciables. Aquella tarde fui a casa de mis padres a darles la noticia, que
les cayó sensacional. Allí pasé toda la tarde, charlando y celebrando el gran evento. Mi padre estaba que no cabía en sí de contento y, sobre todo, satisfecho de su hijo, y mi madre no digamos... Pero lo que más me importó fue ver tan orgulloso de su hijo a mi padre. Desde tiempo apenas si nos tratábamos, pues mis "calaveradas", esas a las que Marcos me arrastraba literalmente y que yo tan de buena gana secundaba, le amargaban la vida hasta el punto de que llegó a no hablarme y yo decidí salir de la casa paterna y vivir por mi cuenta. El ritmo de vida que por entonces llevaba, de borrachera casi todo el día y de "timba" noche sí, noche también, no podía ser aceptado por mis padres, con lo que las broncas eran casi diarias hasta que decidí eso, independizarme, vivir por mi cuenta. Pero desde que me sacudí a Marcos, hace ya casi dos meses, varié por entero, como ya he dicho. Y mi padre también empezó a cambiar de actitud conmigo. Pero hoy ha sido el "desideratum". ¡Qué feliz y orgulloso estaba de ver a mi padre, tan contento conmigo, tan orgulloso de mí!
Fue un día estupendo, completo desde por la mañana, cuando la "eminencia" me ascendió a cirujano en ejercicio. Pero ahí no acabarían las venturas de ese día, no. Lo más importante vendría luego, cuando ya de noche llegué a mi casa desde la de mis padres.
Cuando entré en casa todavía sonaba el timbre del teléfono pero llegué tarde para descolgar: Cuando iba a hacerlo pará de sonar. Aunque de todas formas descolgué, ya nadie estaba en la línea. me despreocupé y pasé al dormitorio a cambiarme. Aún no había cenado, pues no quise quedarme más en casa de mis padres, a pesar de lo que ellos, mi madre especialmente, insistieron en que cenara con ellos. De modo que pensaba ponerme algo más cómodo, en Madrid ya empezaba a hacer calor, y así bajar a tomar algo en el bar de allí cerca. Pero no me dió tiempo más que a desprenderme de la americana, ni siquiera la corbata pude acabar de quitarme cuando el teléfono volvió a sonar. Con la corbata a medio soltar volví al salón y descolgué el teléfono
- ¿Carlos?... Soy.. soy yo... Claudia. ¿Cómo estás?
¡Claudia! ¡Claudia otra vez!... Por un momento me quedé sin poder articular palabra... ¡Otra vez ella! ¡Y qué dulce que sonaba su voz en mis oídos! Por un momento me pareció que el tiempo se detuvo entonces, cuando por última vez la ví, pues ante mí volvía a verla despidiéndose desde la ventanilla trasera del taxi en que desapareció de mi vista. Claudia insistió
- ¿Carlos? ¿Estás ahí?
- Sí Claudia.... aquí estoy... Me alegro de escucharte, ¿Como te va?
- Bien Carlos. Bien. ¿Dónde te metes? Con este son ya tres días tratando de hablar contigo. ¡Claro! De golfería otra vez, ¿no?
- Te equivocas Claudia. Eso se acabó para siempre. Ahora soy una persona muy formal. Lo que sucede es que no salgo del hospital hasta bastante tarde, a veces más de las ocho de la tarde. Y cuando estoy fuera.... pues me quedo por las calles, plazas y parques madrileños a esperar que me venga el sueño... ¡Te metes en mi mente tan pronto salgo del hospital... y ni puedo dormir siquiera! Por eso me paso las horas muertas por ahí, vagando sin rumbo.
Yo callé y también Claudia calló un momento. Luego ella habló
- Carlos necesito hablar contigo, es importante, de verdad que es importante Carlos.
- Cuando quieras, mañana mismo si tanto te urge.
- No carlos. Tiene que ser esta misma noche. Por favor, ven a casa, te espero. ¿Has cenado?
- No Claudia, aún no he cenado. Pero..¿a qué tanta prisa? ¿De verdad no puedes esperar a mañana?. Claudia, estoy agotado, con hambre y mañana debo madrugar. Déjalo para mañana mujer. Seguro que lo que sea puede esperar. Anda Claudia, no me seas niña.
- No Carlos, no puedo esperar. Por favor, ven esta noche a casa. Tampoco yo he cenado todavía, podemos cenar pues juntos.... y, si quieres...puedes pasar la noche en mi casa y mañana ir a La Paz directamente desde aquí. ¡Por favor, por favor... ven, ven rápido!... ¡Si no vienes, voy yo a la tuya!.... ¡Y con la cena para los dos!
Colgó el teléfono sin darme tiempo a responder. ¡Otra vez Claudia, mi gloria y mi infierno, mi ventura y mi tormento, mi suplicio de Tántalo! Pero...¿qué podía hacer yo? ¡Lo de siempre, correr tras ella! No había pasado todavía media hora cuando allí estaba, llamando a su puerta tras despedir al taxi que me condujo a su casa. Salió a abrirme al instante y yo creí morir al verla: ¡Estaba maravillosa, más bonita, más deseable que nunca la viera. Y esque nunca la había visto así, con una camisola de andar por casa, veraniega y muy ligera, de corte camisero con botones hasta casi la cintura y llegándole sólo hasta no más de medio muslo. Y lo más sorprendente fué cuando me echó los brazos al cuello y me besó muy cerquita de la comisura de los labios, rozándolos prácticamente. Pero ahí no quedó la cosa, sino que tras aquel beso inolvidable se apretó más a mí, acariciádome dulcemente mejilas y pelo. Dios, ¡no llevaba nada debajo! Lo supe al sentir estrellarse contra mí sus senos con los "pitones", duros y enhiestos embistiendo mi pecho. Enseguida se separó de mí, pero creí ver en sus labios, en sus ojos un gesto arto pícaro. Señor, qué se proponía ahora.. ¿matarme de la impresión?
Cuando se separó de mí dijo
- Pasa al salón y ponte cómodo Carlos. Hace algo de calor, mejor será que te quites la chaqueta y la corbata, por mí no te preocupes que ya ves que voy muy cómoda, muy de andar por casa. Sírvete algo, lo que quieras... En el mueble-bar tienes Wisky, jinegra.. no sé, creo que algo más . Ya sabes, bebo poco. Ah, y sobre la mesa un estupendo vino tinto de la Ribera del Duero. De lo que te sirvas pónme a mía también una copa. Enseguida estoy contigo, sólo los últimos toques a la cena.
Efectivamente, me libré de la americana y la corbata amén de remangarme la camisa. Opté por servir dod copas de vino, una para Claudia y otra para mí. A poco apareció Claudia con una bandeja repleta de platos pequeños con lo que preparara: Una cena a base de "tapas", empanadillas, croquetas, gambas con "gabardina" (rebozadas y pasadas por la sartén), calamares y claro, embutido: Jamón de Jabugo que resucitaba a un muerto más chorizo y lomo de Salamanca
La cena transcurrió sin nada en particular. Claudia se mostró locuaz y divertida. Me pareció feliz en aquellos momentos. Me estuvo embromando con aquello de que le seguía siendo fiel, pues seguía sin novia; también conque era su caballero "Sin Miedo y Sin Tacha", cual aquellos legendarios"Caballeros Andantes" de los Libros de Caballería del medievo, Sir Láncelot, Amadís de Gaula o Tirant lo Blanc. Por mi parte, la puse al corriente de mi buena suerte en el hospital: Ya era cirujano con todos los derechos.
Acabó la cena y nos trasladamos al tresillo, tomando asiento los dos en el sofá con unos cafés y unas copas de brandy delante; yo tratando que no se notara el efecto que la camisola de Claudia me causaba: Al sentarse, se le había subido el borde inferior hasta casi las ingles. ¡Cómo me estaba poniendo la dichosa prenda! Esos maravillosos muslos lucidos casi en todo su esplendor y... ¡saber que debajo no llevaba nada!. Llegó un momento que me sentí francamente incómodo por el estado al que estaba llegando, sin saber ya ni qué hacer o cómo ponerme para que "eso" no fuera tan evidente. Menos mal que Claudia parecía no darse cuenta de nada pues... ¡estaba tan tranquila!
Tras unas cuantas trivialidades más, y a cuenta de que yo le dijera que soltara ya eso tan importante que tenía que decirme que no podía esperar a mañana, empezó a decir
- Carlos, estoy enamorada.
Retiro lo del estado en que Claudia me tenía, pues la noticia me dejó frío como un témpano y "aquello" desapareció como por ensalmo. Tremendamente enfadado me levanté de un salto mientras más que decirle le gritaba.
- ¡Y para decirme esto me haces venir a tu casa esta noche! Podías habértelo guardado, no decirme nada y casarte con el fulano si te daba la gana. Hubiera sido más misericordioso conmigo. ¿Te regodéas acaso en hacerme sufrir, tan mal te he tratado?..
Claudia seguía impasible, exhibiendo una tranquilidad que me exasperaba... ¡La hubiera abofeteado en ese momento!
- Carlos, eres mi mejor amigo y esto, el estar enamorada, me hace muy, pero que muy feliz. Tú mismo me dijiste que querías que fuera dichosa y que no te importaría que me enamorara de un hombre si éste de verdad me quería. Comprenderás que tenía que decírtelo.
Seguía allí, de pie y enfurecido, mirándola. No era posible lo que sus ojos me decían: En ello bailaban destellos burlones y en sus labios también veía eso, una sonrisa burlona... ¡Se estaba riendo de mí, de mi tortura! ¡Me estaba torturando con pleno conocimiento, con toda intención! Entonces mi furia estalló. Una fiera salvaje que desconocía surgió de dentro de mí, y se abalanzó sobre Claudia. Le arranque casi todos los botones que cerraban la pechera de la camisola quedando al descubierto la espléndida belleza de sus senos, blancos como la leche y tersos cual cuero de tambor, luciendo las dos lindas aureolas sonrosaditas, en cuyo centro imperaban los puntiagudos pezones que parecían decir: "Chúpame, lámeme, acariciame". Al tiempo mi boca se atornilló a la suya....
Pero Claudia nunca dejará de sorprenderme y a partir de entonces ya sí que no entendía nada, pero me dejé llevar por la magia del momento. Porque Claudia, otra vez, no me rechazó sino que atrapó mi cuello entre sus brazos y ¡Dios cómo me abrazó, cómo me atrajo hacia ella! ¡Y cómo me besó! Por que no fui yo quien la besó a ella sino que fué Claudia la que me besó a mí. ¡Y de qué manera! El "morreo" que me atizó fue de antología, cómo movía la lengua en mi boca, cómo acarició con ella mi propia lengua.... yo estaba en la gloria y rendido a ella sin condiciones. Un momento tuve que apartar la boca de la suya por que me faltaba ya el aire, pero eso sólo fue unos segundos, pues de inmediato volví a aquella copa de ambrosía y ella siguió con su incansable y maravilloso "morreo", hasta que no pude más. Me separé de ella y me derrumbé sobre el sofá, buscando una pasición cómoda para descansar un poco y reponerme algo. Claudia, amorosa como nunca la viera, me ayudó a recostarme en el ángulo que el respaldo del sofá formaba con el brazo, haciendo que quedara prácticamente tendido, apoyado en el borde del sofá y los pies descansando en la mesita de centro. Cuando yo me acomodé de tal guisa ella se tendió a mi lado, acurrucándose en mi pecho y mi hombro. Me cogió una mano y la posó en sus pechos, al tiempo que decía con la voz más melosa que jamás escuchara.
- Acariciame Carlos. Pues sí cariño, estoy enamorada, muy, muy enamorada, pero... ¡de tí tonto mío! Al fin me dí cuenta de ello, de que tú eras el hombre de mi vida, mi hombre y que sin tí no puedo ya vivir. Sí Carlos, te lo juro, no es mentira, te quiero como tú deseabas y no de ahora, sino de bastante antes. Cuando aún estaba con Marcos ya te quería a tí, no a él. Sólo que no me daba cuenta... ¡Qué tonta fui!... Pero al fin lo descubrí... y no podía aguantar más sin que lo supieras, sin que me hicieras lo que me estás haciendo. Por que soy tu novia Carlos, tu novia... y tú mi novio, mi novio de verdad ¿Era o no era importante que vinieras esta noche a casa?
Entonces ya sí que estaba hecho un lio. ¿Estaría en el Paraiso y yo sin enterarme? O, ¿me había vuelto del todo "majareta" y sufría unas alucinaciones de toma pan y moja? Pues no, no debía ser porque, desde luego, estaba en casa de Claudia y.... ¡con sus pechos en mis manos, acariciándolos! Y Claudia está aquí, a mi lado, con esa camisola que me vuelve loco. Hasta me hablaba... ¿Qué me decía?... ¡Dios, que me ama, que está enamorada de mí... que.. QUE ES MI NOVIA... Debo pellizcarme.. pues sí, estoy despierto, noto los pelliozcos. ¡Dios mío, Dios mío, milagro, milagro!
- Claudia, por favor, dime que esto no es un sueño, dime que es verdad...¡QUE ME AMAS, QUE QUIERES SER MI NOVIA!
- Claro que no sueñas amor mío, y, no es que quiera ser tu novia, ES QUE SOY TU NOVIA, vida mía. ¡Hay qué carita que me pones! ¡De verdadero "bobalicón embelesado". ¡Para comérmela!
Y casi se la come, pues... ¡menudo mordisco en toda la mejilla! Acabamos riendo besándonos, acariciándonos....
- Por cierto cariño mío, que lo que me costó lograr que te "arrancaras". ¡Eres de un "paradito" mi "bobalicón embelesado" que ya ya. Veía que ni con lo que me puse lo conseguía.. Y qué risa que me daba ver cómo tratabas de esconder "esto"
¡Señor! Había llevado su mano... ¡"Ahí", sí, justo.. "ahí"! ¡Y "lo" estaba acariciando! Ella entonces murmuró a mi oído con la voz más tierna y, al tiempo, más insinuante que nunca antes escuchara
- ¡Estás muy "burrito" mi amor. Me deseas mucho ?verdad?. Escucha cariño mío: Soy tuya , te pertenezco por entero y siempre seré tuya . Si lo deseas, si me quieres poseer, aquí me tienes. Llévame a la cama y hazme tuya, hazme mujer, tu mujer amor mío. Te lo repito, soy tuya, toda yo, todo mi ser es tuyo, y te hago ofrenda de mi doncellez, te la doy, te la regalo en señal de amor eterno.
Sí, la poseí, la hice mujer, mi mujer y Claudia se me reveló como una mujer, una hembra tremendamente apasionada. No resultó ser ardiente, no, era, es tórrida, un volcán en erupción que arrasa todo, que me deja por entero exhausto. Con sensualidad y enorme picardía me decía: "Siempre te tendré ahíto de mí, así nunca querras conocer a otra más que a mí". ¡Y cómo puedo desear a nadie más, teniéndola a ella, que no es una mujer, es LA MUJER, el arquetipo del individuo femenino humano.
Pero esto no tuvo lugar aquella noche, en su casa, sino casi un mes más tarde, la noche del día en que nos casamos. Por que Claudia tuvo la NOVHE DE BODAS que siempre quiso tener. Una noche que para los dos es inolvidable.
Aquella otra noche, cuando tan amorosamente se me ofreció en su casa, le dije
- Claudia, y... ¿no preferirías que dejemos eso para nuestra Noche de Bodas?
Fingiendo enfado, repuso
- ¡Tú, la cosa es rechazarme! Ja Ja Ja. ( abrazándome) ¡Gracias cielo! Eso es lo que siempre soñé y deseé, poder lucir en mi boda un blanco vestido de novia... ¡BLANCO, MUY BLANCO!
Aquella primera noche juntos, nuestra Noche Nupcial, es inolvidable, pero no la única, pues desde entonces son pocas las noches en que no se repite. Y se mejora, pues claro, cada vez estamos más compenetrados. Compenetrados en todos los aspectos de nuestra vida, que la vivimos en íntima comunión el uno para el otro. Y claro, en este aspecto de la intimidad conyugal casi más que en ningún otro. Pues esa intimidad vivida en absoluta entrega del uno hacia el otro, buscando en la dicha del ser amado la propia dicha, es lo que hace imperecedero al amor, lo que hace que el amor reverdezca cada noche y se mantenga fresco, vivo hasta el fin de la vida.
Desde que nos casamos Claudia y yo pasaron veinte años y tres hijos, dos chicas y un chico. Yo ya dejé atrás, hace dos años, la línea de los sesenta y a Claudia sólo le falta una para alcanzarla. Ya no estoy en La Paz como médico cirujano adjunto; no, ahora soy un cirujano traumatólogo con algo de renombre y dirijo ese departamento en otro hospital madrileño de reciente inauguración.
Son ahora casi las cinco de la madrugada de un sábado y aquí estoy, en el pequeño gabinete donde Claudia y yo compartimos las pocas hoas que, habitualmente, puedo estar en casa junto a ella, acabando estas líneas que escribo como un monumento en homenaje a la más maravillosa de las mujeres. También hoy, como tantas otras noches, Claudia ha tirado de mí hacia el dormitorio con esa frase que me encanta "Bobalicón embelesado mío, ven con tu mujercita" y otra vez más, la enésima, me ha vuelto a regalar la dulzura espléndida de su cuerpo, haciendo bueno aquello de mantenerme ahíto de ella. Y , también como tantas otras noches, he entrado hace un momento en el dormitorio y me he quedado embelesado en la magnífica belleza de su cuerpo aún a sus casi sesenta años. Está dormida, desnuda sobre la cama, sin sábanas que la cubran pues todavía, aunque el verano se esté acabando, se nota algo de calor en Madrid. Y, como siempre, su cuerpo me deslumbra: Es lo más hermoso y sensual que nadie pueda imaginar. Y, es que es su cuerpo, el cuerpo de Claudia.
F I N
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