Ganando la seguridad de mi hijo

Una madre, preocupada por los maltratos de los cuales es victima su hijo, decide visitar la casa de su abusador...

ADVERTENCIA: Esta es una historia ficticia y obviamente exagerada a proposito. No intenta ser realista ni espera ser tomada como tal. Solamente trata de ser excitante para el lector.

Todos los personajes que aparecen tienen más de 18 años.

Era mi descanso, y me encontraba preparando la comida. Ana, mi hija mayor estaba en la sala, holgazaneando. También descansaba pues trabajábamos juntas y había elegido el mismo día que yo cuando entró a la empresa.

Yo esperaba que mi hijo, Felipe llegara a casa de la universidad. Es un chico bueno y dulce, al que su timidez suele jugarle malas pasadas.

Me encontraba muy concentrada en hacer la tarea cuando escuché el ruido de la puerta principal abriéndose. Supe que era Felipe, estaba por darle la bienvenida y decirle que la cena estaría lista pronto, pero oí la voz de Ana.

—¿Otra vez, Felipe? —preguntaba mi hija; su voz alarmada. Al instante supe lo que pasaba y salí de la cocina para verlo.

Me encontré lo que ya esperaba. A mi hijo con golpes en la cara, la nariz se veía que había estado sangrando.

Con el corazón en un puño me acerqué a él. Me dolía ver que cada vez era más frecuente que regresara así a casa.

—Felipe… —le dije —¿Qué te pasó?

—Lo mismo de siempre —me respondió, agachando la mirada.

—Cristian… —fue lo único que pude decir —¿Por qué no le dices a los profesores?

—Eso solo empeoraría las cosas, mamá —dijo Ana, a mis espaldas —. Si dice algo, seguro lo golpearán peor por andar de soplón.

Felipe asintió con la cabeza.

—Ya te he dicho que lo mejor que puedes hacer es enfrentarlo —comentó Ana con la voz seria —. Solo así dejará de molestarte.

—¿Cómo puedes decirle eso? —pregunté sorprendida —. La violencia no es buena, solo genera más violencia. Además…

Miré a mi hijo, no era precisamente un hombre grande y fuerte, sino lo contrario. Había salido a su padre, bastante bajito y flaco, lo cierto es que, aunque lo amo con todo mi corazón, no confiaba en que pudiera ganar una pelea a golpes. Y lo último que yo quería era verlo más golpeado.

No quería decir algo como eso, porque lastimaría sus sentimientos, pero fue evidente por su reacción que entendió lo que estaba pensando.

Ofendido, me dio la espalda y subió las escaleras a toda prisa.

—¡Espera, Felipe! —le grité, pero él me ignoró, a los pocos segundos escuché la puerta de su habitación cerrarse con mucha fuerza.

Intenté subir las escaleras para hablar con él, pero Ana me detuvo.

—Déjalo mamá. Es mejor que esté solo.

—Pero…

—Créeme, ahora mismo no ayudarás si vas a hablar con él, mejor déjalo estar tranquilo un rato.

Yo suspiré. Fue lo único que pude hacer. No quería verlo sufrir, y es que no era la primera vez que mi hijo regresaba así a casa. Los golpes y moratones se habían vuelto cada vez más frecuentes. Y como madre, me preocupaba.

Miré a Ana, ella era una mujer adulta, la tuve por un desliz a mis dieciocho años, ahora tenía veintidós, lo que me convertía a mi en una cuarentona recién cumplidos.

Yo sabía que Ana también se preocupaba por su hermana, pero lo conocía mejor que nadie, al ser de una edad tan cercana se contaban muchas cosas.

—¿Tú sabes donde vive ese tal Cristian? —pregunté. Era un nombre que había comenzado a escuchar cerca de un año antes, cuando Felipe entró a estudiar a la universidad.

—No —me dijo Ana como respuesta —. Puedes llamar a la escuela e informarte, pero si estás planeando ir a su casa, te sugiero que no lo hagas.

—¿Por qué?

—Es obvio, ¿cómo crees que se sentiría mi hermano si es su mamá quien tiene que ir a pelear sus batallas? —preguntó Ana, mirándome fijamente —. Solo empeorarías las cosas.

—Pero, quiero ayudarlo…

—Lo sé, mamá. Pero ya sabes como son los hombres, orgullosos y tontos algunas veces.

Volví a suspirar, entendía perfectamente lo que mi hija me decía. Sabía que lo mejor era mantenerme al margen, pero es que me molestaba tanto ver a mi hijo golpeado que no pude quitarme de la cabeza el que yo tenía que hacer algo.

Esa misma noche, antes de acostarnos le conté a mi marido lo que pasaba. Y me repitió lo que Ana ya me había dicho esa tarde.

—Tiene que aprender a defenderse —dijo Damián, dándome la espalda, como lo hacía cada noche desde hace años —. Ya es un hombre.

Esa fue toda la conversación que tuve con mi esposo esa noche. Nos habíamos distanciado recientemente, el amor seguía intacto, pero nuestros trabajos cada vez nos permitían vernos menos.

Finalmente me acomodé en la cama, pensando que tal vez mi hija y mi marido tuvieran razón. Sin embargo, escuché un ruido en el pasillo, tras unos segundos de dudas salí de mi habitación para revisar.

No había nadie, pero la puerta del baño estaba entreabierta, y la luz encendida. Iba a volver a la cama cuando otro ruido me detuvo, fue un quejido claro que me hizo encaminarme hacia el lugar.

Asomé un poco la mirada por la ranura de la puerta y lo que vi me hizo contener la respiración.

Ahí estaba Felipe, mirándose al espejo con el torso desnudo. Los moratones de su rostro no eran nada comparados con los que tenía en su cuerpo. Muchas marcas de puños adornaban su abdomen como si de las heridas de un esclavo se tratara.

Pensé en entrar y decirle algo. Pues él se las tocaba y el gesto en su rostro era de completo dolor. Pero no lo hice, decidí que lo mejor que podía hacer era dejarlo en paz en ese momento, mi marido y Ana tenían razón en una cosa, él orgullo de mi hijo era importante, pero no tanto como para que yo no tomara la decisión de ir al día siguiente a hablar con los padres de el maldito que le hacía eso a mi bebé.

Al día siguiente a duras penas pude concentrarme en el trabajo. Me la pasé pensando todo el tiempo en las heridas que había visto en mi hijo, y en como podría hacer para ayudarlo.

Lo mejor era hablar con los padres de Cristian, tal vez ellos pudieran hacerlo entrar en razón.

En cuanto salí del trabajo me despedí de mi hija, inventándole que tenía que hacer un encargo para la empresa. Esa misma mañana había llamado a la escuela y tras una larga charla telefónica en la cual tuve que demostrar que yo era la madre de Felipe e inventar también una excusa tonta, me dieron la dirección.

Mientras conducía estaba nerviosa. No sabía a que clase de personas me iba a encontrar, pero entendía que mi deber como madre era ayudar a mi hijo, y eso es lo que haría.

No tardé mucho en llegar a la dirección que me indicaron, era ya cerca de las seis de la tarde. Suspirando, me acerqué a la puerta y llamé al timbre.

Durante unos cuantos segundos no hubo ninguna respuesta ni ruido. Pero de pronto la puerta se abrió.

Ante mí apareció uno de los hombres más apuestos que he visto en mi vida. Joven, de ojos negros penetrantes y un cabello rubio que reflejó los últimos rayos del sol contra mi cara.

Me avergüenza admitir que no pude controlar mis instintos de mirar el cuerpo de ese joven, llevaba una camisa ajustada que marcaba sus músculos, y unos pantalones cortos a la rodilla. Sé que estuvo mal mirarlo de esa manera, pero una mujer como yo, a mi edad, ya no puede darse el lujo de no apreciar la belleza cuando la vea.

—¿Sí? —preguntó con una voz gruesa mientras yo lo recorría con la mirada. De inmediato lleve mis ojos a los suyos, para que no me descubriera —¿Qué deseas?

—Bu… busco a…

—Espera —me dijo el muchacho —. No me digas que vienes buscando a mi papá.

—Pues… creo que sí —le digo sin comprender como lo sabe —¿Está en casa?

—No. Salió con mi madre —el muchacho me ve enfadado. A estas alturas ya sé que ese es Cristian. Me sorprende que un joven de la edad de mi hijo pueda ser tan… guapo —. Escucha, creo que mi padre les tiene dicho que no vengan aquí. Si les debe dinero, él les pagara, pero lo van a meter en problemas con mi mamá.

—Lo siento, no sé de que me estás hablando —le digo, confundida.

—¿No eres una de las putas que mi padre contrata? —me pregunta sin ningún tipo de reparo en la voz.

—¡¿Qué?! ¡Claro que no! —dijo indignada.

—¿En serio? —Ahora es Cristian me recorre con la mirada y me hace sentir nerviosa, y algo más… una cosa que no debería—. Pues pensé que…, bah no importa, ¿qué quieres?

—Yo… venía a hablar con tus padres sobre ti, pero, ya que no están… —tras esto, intento darme la vuelta para marcharme, pensando en que puedo volver en otra ocasión. Sin embargo, el muchacho me detiene tomándome de la muñeca.

—Espera, ¿qué querías decirles sobre mí? —me pregunta con mirada seria.

—Vo-volveré mañana.

—No, mejor pasa —me dijo, abriendo la puerta de par en par —. Tengo curiosidad.

Tras esto, tiró de mí haciendo gala de su fuerza. La verdad es que yo estaba tan confundida que no puse mucha resistencia.

—Espera —le dije —. Mejor vuelvo mañana, cuando estén tus padres.

Él hizo caso omiso a lo que estaba diciéndole y siguió guiándome por un corto pasillo hasta llegar a una sala con sofás.

—Siéntate —me dijo. En su mirada pude ver que no aceptaba discusión. Por alguna razón que incluso hoy en día no puedo explicarme, que me viera tan seriamente me asustó, hizo que mi cuerpo temblara y terminé haciendo lo que me ordenó.

Cristian tomó asiento a mi lado y al instante me sentí nerviosa, pude oler su perfume, tan varonil…

—¿De qué querías hablar con mis padres? —me preguntó. Su rostro, a pesar de la malicia que había en él, seguía siendo muy apuesto.

Yo supuse que, llegados a esa situación, si no podía hablar con sus padres, lo mejor era hacerlo directamente con él. Tal vez entendería.

—Lo que pasa es que… tengo un hijo en tu misma clase, y últimamente ha llegado siempre golpeado, y me dijo que fuiste tú…

—¿Estás aquí por eso? —me preguntó, como si no fuera importante.

—Sí…

Cristian me miró a los ojos, haciéndome estremecer. Nunca en mi vida había estado cerca de un chico tan apuesto, y aunque era el culpable del sufrimiento de mi hijo, mi cuerpo reaccionó instintivamente con un pequeño escalofrío.

—¿Quién es tu hijo?

—Felipe —le respondí. Aunque el hecho de que preguntara me hizo entender que mi muchacho no era el único al que molestaba.

—¿Esa pequeña mierda es tu hijo? —me preguntó y parecía incredulo.

—¿Qué dijiste…?

—No esperaba que tuviera una madre tan sexy —me interrumpió; sorprendiéndome bastante.

—¿Disculpa? —pregunté.

—¿Qué? ¿No puedo decir que eres sexy? Es en serio, y mucho —Sus ojos van directamente a mis pechos, los cuales están cubiertos por la camisa de mi trabajo y un sujetador blanco, no uso un gran escote, pero a él eso no parece importarle —. Me gustas bastante.

Yo me digo a mi misma que tengo que ignorar sus cumplidos, pero no puedo evitar que se sienta bien ser alagada por alguien tan guapo.

—No estoy aquí para escuchar esas cosas —le dije; tratando de calmarme —. Quiero saber porque estás golpeando así a mi hijo

—¿Por qué? —dice riéndose —. La pregunta aquí es porqué tú educaste a un idiota así.

—¿Qué? ¡Mi hijo no es un idiota! —le grité, enojada —. Es el chico más tierno que existe.

—¿Eso es lo que piensas? —vuelve a reír —. Has estado engañada. Tu hijo no es más que una pequeña mierda. Sabe que es inteligente y tiene buenas notas en las clases, así que se burla de los demás. Simplemente tuvo mala suerte de burlarse de mí, yo no lo iba a dejar pasar tan fácil.

No me podía creer lo que me estaba diciendo, debía ser algún error. Una mentira por parte de ese chico. Sin embargo, no pude evitar pensar que desde hace un par de años Felipe es más rebelde que antes, nos responde de mala manera muchas veces, aún así, no creo que…

—Mira, incluso si hace eso, no está bien que tú lo golpees de esa manera.

Cristian me miró y al instante sentí la lujuria en esos ojos, supe que iba a intentar tomar el control de la negociación.

—¿Quieres que deje de hacerlo?

—Sí… —le dije, preparándome para lo peor. Una mirada como esa, en un joven de esa edad, solo podía significar una cosa.

—¿Qué tanto quieres que me detenga?

—Mucho —respondí, pensé que, de alguna manera podía retomar el control de la situación si me mostraba segura de mi misma.

—¿Qué harías con tal de que yo deje de golpear a tu hijo? —me pregunta sonriendo.

—¿Qu-qué es lo que quieres? —pregunté. Mi corazón latía como loco, por el miedo y también por algo más. Esa mirada me estaba poniendo muy nerviosa, mi cuerpo se estremecía.

—Quiero ver esas enormes tetas que tienes ahí.

Yo cerré los ojos y suspiré. Lo sabía, la forma en que me veía solo podía tener connotaciones sexuales. Sé que soy una mujer deseable, tal vez esté mal que lo diga yo, pero me conservo de maravilla, a mi edad, mucha gente me dice que le compito en belleza a mi hija, lo cual es mucho decir, pues Ana es hermosa.

Lo cierto es que esperaba que me pidiera algo más fuerte. Nunca en mi vida había hecho nada parecido con un hombre que no fuera mi marido, pero no me lo pensé mucho, con tal de salvar a mi hijo, me parecía un pago justo.

—E-está bien —le dije tartamudeando. Él sonrió, sospecho que no esperaba que fuera tan fácil —. Pero solo un vistazo rápido.

—No. Quiero verlas hasta que me canse. De lo contrario seguiré golpeando cada día tu hijo —me respondió con seriedad.

—Está bien — Le dije avergonzada.

Y tras esto comencé a desabrochar los botones de mi camisa. Lentamente por los nervios que sentía. Él no perdió detalle de lo que estaba haciendo A pesar de la lentitud con lo que lo hice No pasó mucho tiempo hasta que sólo el sujetador fue visible

Deslicé las manos por mi espalda hasta poder soltar el broche de mi sujetador, finalmente lo tomé y lo dejé caer al piso, así mis tetas quedaron libres para que Cristian las viera sin ningún reparo.

—Joder, son más grandes del que se veía antes — Me dijo el muchacho con una gran sonrisa en el rostro, como niño que acabara de abrir un regalo de Navidad — No me puedo creer que el imbécil de Felipe tenga una madre tan sexy.

— No digas eso de mi hijo —Le respondí poniendo una cara de enfado, aunque lo cierto es que mi cuerpo se estaba calentando cada vez más al sentir su mirada sobre mis pechos.

Sé bien que no debería ser así, pero no pude evitarlo en ese momento. Yo era una mujer mayor a la que su marido no atendía nunca. Encontrarme de pronto en esa situación me pareció extrañamente excitante. No crean que no me avergüenzo de sentir aquello, ni tampoco que no sabía que estaba mal. Simplemente es que no logré mandar sobre mi cuerpo.

Cristian se movió sobre su asiento para acercarse a mí. Yo sentí nervios, pues pensé que iba a tocarme. Sin embargo, contrario a eso, solo acercó mi rostro más a mis pechos.

Guiada por los nervios mire hacia abajo, pues no quería encontrarme con su mirada, pero esto resultó ser una mala idea. Con lo que me topé en cambio fue con un enorme bulto en sus pantalones. Ya suponía que el espectáculo haría que se excitara, después de todo esa era su intención claramente, pero lo que no esperaba fue que… fuera tan grande.

—Parece que ambos tenemos algo que nos gusta mirar —Me dijo a modo de broma —. Si quieres, podemos hacer que las cosas sean un poco más justo es para ti…

Sin darme tiempo siquiera haga reaccionar, se puso de pie con rapidez, bajó sus pantalones y ante mí apareció la verga más grande y gruesa que haya visto en toda mi vida. Mi reacción fue abrir los ojos como platos por la sorpresa Pues no me creía lo enorme que era.

—¿Te gusta?  —Me preguntó con una risa macabra. Yo no pude ni siquiera responder —. Te dejaré tocarla si quieres, pero a cambio, debes dejarme hacer lo mismo con tus pechos.

Yo estaba tan atontada mirando esa monstruosidad qué fue muy tarde cuando me di cuenta que mi cabeza había sentido de manera inconsciente. Pronto, el muchacho se había sentado de nuevo en el sofá, a mi lado, y sentí como mi teta izquierda era tomada por una de sus manos, segundos después, pasó lo mismo con la derecha.

—¿Qué haces? —le pregunté, sobresaltada.

—Solamente estoy comprobando que valga la pena dejar de golpear al imbécil de tu hijo —dijo. Yo me sentí como una mercancía siendo catada por un posible comprador.

Sopesé que lo mejor era dejarlo hacer lo que quisiera con mis pechos. Me seguía pareciendo un precio justo con tal de que los golpes desaparecieran de la vida de Felipe.

Lo que no me esperaba es que fuera tan bueno con sus manos. No sé donde aprendió a moverlas así, pero sabía exactamente que puntos tocar y donde pellizcar para hacer que me excitara. Es obvio que ha practicado con varias mujeres, y de pronto, aunque no lo entienda, me puse un poco celosa.

—Si quieres puedes tocar mi verga —Me dice sin dejar de pellízcalo mis pezones.

—¡¡Hmmm!! —gemí dejándome llevar por la extraña sensación de placer.

—Oh, ese gemido fue muy sexy.

Inconscientemente volví a bajar la mirada hacia el erecto pene del muchacho. Era grande, bastante más que el de mi marido o que cualquier otro que hubiera visto en toda mi vida. Traté de no mirarlo fijamente porque sabía que, de hacerlo, iba a terminar envuelta vuelta por la lujuria. Pero me fue imposible no ver está tremenda cosa qué palpitaba justo frente a mí.

—Vamos, es obvio que quieres tocarla. Se nota en tu mirada.

Levanté la vista para verlo, molesta.

—No quiero tocarlo —le dije, tratando de mantenerme firme en mi decisión.

Justo en ese momento Sentí como su boca se enredaban rededor de uno de mis pezones. Yo estaba realmente sensible, sé que había pasado bastante tiempo desde la última vez que mi marido me hizo eso, pero no creo que la razón de haberme sentido tan bien fuera solo esa. No, ese muchacho era en serio bueno jugando con los pechos.

Entonces, sentí como su mano libre se deslizaba por mis muslos, entre mi falda y hasta llegar a tocar mi entrepierna, por encima de la ropa interior.

—¡Hey! —le grité, enfadada.

—Solo estoy tocando —me respondió con una cara tan inocente que me volvió loca al verla.

—Ahí no, solo toca mis…

Me detuve antes de continuar. Sabía que ahora estaba a su merced, si no lo dejo seguir, quien pagará los pagos rotos será mi hijo.

En ese momento me sentí muy impotente, como una idiota por no poder ayudar a mi hijo de otra manera.

—Está bien —le dije, resignada —. Toca donde tú quieras…

—Imaginé que dirías eso —. Su sonrisa es un arma para mí. Tan linda que hace que mi corazón lata, tan malvada que causa que al mismo tiempo se contraiga del miedo.

Durante varios segundos continúa masajeando mi vagina por encima de mi ropa interior mientras juega con uno de mis pezones. Lo hace tan bien, y yo estoy tan sensible qué no puedo evitar sentirme bien.

—Se me acaba de ocurrir una cosa —me dice de pronto —. Si acaricias mi verga, tal vez consideré dejar de molestar a Felipe para siempre.

Lo vi con rabia durante unos instantes, para luego volver a bajar mi vista en dirección de su pene. Es tan grande…, tan grueso ¿Cómo puede un joven de sólo diecinueve años tener una cosa así?

No me lo explico, así como tampoco que mi mano se moviera sola en ese momento. Cuando por fin esa cosa se enredó entre mis dedos, la sentí caliente, tanto que fue como si me quemara. Me dije a mí misma que lo estaba haciendo para salvar a mi hijo, pero lo cierto es que la calidez en el interior de mi cuerpo me indicaba algo distinto.

—Así me gusta, que seas obediente —me dijo en cuanto mi mano hizo contacto con su gran tranca.

Ignoré su comentario y comencé a acariciar esa caliente verga. Era tan maravillosa, lo único malo que poseía era que pertenecía al matón que molestaba a mi hijo. Si esa cosa fuera de mi marido, sería simplemente genial.

—¡Ahh! —un leve gemido escapa de mi boca. Me estaba mojando cada vez más. La forma en que ese joven usaba sus manos y su boca era maravillosa.

Sé que es el matón de mi hijo, sé que no debería hacer eso, pero se siente tan bien solo ser tocada. En mi mente, no pude evitar preguntarme como se sentiría si no solamente fueran toqueteos.

Suelto otro gemido, las caricias que ese chico le da a mi vagina son tan geniales que mi cuerpo se estremece entero.

Entonces, Cristian se agachó y sin dejar de acariciar mis pechos usó una de sus manos intentando bajar mi falda. Yo levanté mis caderas permitiendoselo. Él aprovechó mi inesperada cooperación para también quitarme la ropa interior, unas bragas nada sexys que ya estaban empapadas.

Y así de pronto, estaba desnuda en la casa del matón que molestaba y golpeaba mi hijo. Aunque lo peor de todo no era eso, sino que me encontraba muy excitada.

—Estaban molestando —dijo Cristian, soltando mis bragas hacia el piso de la sala.

—Vaya que sí… —dije yo como respuesta, jadeando y provocando una sonrisa de su parte.

Entonces retomó lo que estaba haciendo. Con una de sus manos acariciaba mis pezones y con la otra hacia lo mismo en mi vagina. Llevó su boca a mi cuello y comenzó a besarlo y lamerlo.

Mientras tanto yo seguía acariciando su verga, moviendo una de mis manos de arriba hacia abajo, y recorriendo toda la extensa longitud de ese maravilloso pene.

De pronto sentí como el muy cabrón metió uno de sus dedos en mi vagina, y luego otro. La sensación fue como si acabara de perder todo el aire de mis pulmones, placentera pero molesta a la vez.

Él movió sus dedos con rapidez, encontrando mi punto G, el lugar más sensible de mi cuerpo. No tardé en comenzar a revolverme por el placer en el sofá.

—Mierda… —susurré.

—Me imaginé que ibas a luchar un poco más —dijo sonriendo —. No esperaba que en realidad si fueras una puta.

—Vete a… la mierda… —dije como respuesta.

A pesar de decir eso, la verdad es que para ese momento yo estaba completamente entregada al placer. La forma en que movía sus manos en mi cuerpo me calentaba más y más.

Sus dedos continuaron explorando el interior de mi vagina durante varios segundos. Parecían dos aventureros adentrándose en una cueva en la cual no ha habido nadie en años.

—Eres tan hermosa y sexy —dijo Cristian, lamiendo mi cuello, besándolo con pasión —. Quiero cogerte, lo quise desde que abrí la puerta y te vi ahí parada.

A pesar de saber que está mal, y de querer decir algo negativo al respecto, lo único que sale de mi boca son más gemidos.

Y es que, aunque me dolía admitirlo, me encontraba completamente segura de que en poco tiempo tendría su verga en mi interior. Para esos momentos, yo a duras penas recordaba el motivo del porque estaba en esa casa. Ahora que lo pienso, la verdad es que supe como terminaría todo desde que miró mis pechos con lujuria.

—Quiero que chupes mi verga —me dijo seriamente.

Yo asentí, recuerdo que lo hice con tanta vehemencia que mi cuello dolió durante varios segundos.

Lentamente sacó los dedos de mi vagina y se los llevo a la boca, los chupó y saboreó mis líquidos frente a mí, como si quisiera demostrar con eso lo que yo le haría a su miembro.

Entonces se paró frente a mí. Con su verga completamente erecta, como si me la estuviera ofreciendo. Guiada por mí excitación, me dejé caer sobre mis rodillas y lentamente acerqué mi rostro a su tranca gruesa y grande.

Envolví mis labios sobre la cálida punta y, como si quisiera demostrar lo que valgo, comencé a meter la verga lo máximo posible en mi garganta. Solo pude llegar hasta la mitad antes de atragantarme, lo que causó que volviera a sacarla de mi boca.

—¡Oh, me encanta! —dijo entre gemidos.

Seguí chupando su verga tanto como pude, metiéndola y sacándola de mi boca. Al poco tiempo, decidí que lo mejor era usar una de mis manos para darle una paja también, pues con mi boca había una gran parte de su pene que no lograba abarcar. De esta manera, todo su tronco sentiría placer.

—Eres muy buena en esto —me dijo, soltando otro gemido —. Mucho mejor que las putas que conozco.

Escuchar esas palabras me hizo sentir orgullosa, y pronto mi cuerpo se estremeció de nuevo.

Llevé la otra mano hasta la entrada de mi vagina y comencé a frotarla, yo también merecía sentirme bien. A los pocos segundos, mi menté cambió mis propios dedos por la enorme verga de Cristian, quería tenerla dentro, y sabía que no estaba lejos de ocurrir.

De pronto, sentí como Cristian tomaba mi nuca y sin perder un segundo empujaba mi cabeza hacia adelante, obligándome a meter su verga hasta mi garganta.

Sentí arcadas al instante y de nueva cuenta como si estuviera a punto de ahogarme. Levanté la mirada como pude para pedirle que me soltara, pero él no lo hizo. Siguió empujando mi cadera hasta que toda su verga entró en mi boca.

Nunca nadie me había hecho algo tan humillante e irrespetuoso en la vida…

La verdad es que me encantó.

A los pocos segundos mi cuerpo estaba tan caliente como un volcán, y mi lengua se movía sobre su verga, tratando de abarcar la mayor cantidad de carne posible. Y cuando al fin soltó mi cabeza, no saqué ni un centímetro de su verga de mi boca. Continué dándole la mejor felación que había dado en mi vida, respirando pesadamente por la nariz.

Yo sabía que todo aquello estaba mal, que era una mujer casada y que ese chico le hacía la vida imposible a mi hijo. Pero la lujuria me impedía pensar con claridad, lo único que me importaba era esa enorme verga que estaba chupando. No tenía tiempo para arrepentirme ni dejar que me comiera la culpa.

Aunque no pude seguir por mucho tiempo, pues pronto mis mandíbulas comenzaron a cansarse de estar abiertas de manera forzada tanto tiempo. Así que no me queda más remedio que sacarla de mi boca.

—¿Terminaste? —me preguntó.

Yo asentí con cierta decepción.

—Entonces, es hora de que montes mi verga.

Una indecente sonrisa aparece en mi rostro al escuchar esas palabras, era lo que estaba esperando.

—Con gusto —le respondí, ya entregada por completo a sus deseos, y a los míos, por supuesto.

Cristian se recostó sobre el sofá rápidamente y yo no tardé mucho en subir sobre su cuerpo. Su verga erecta parecía un mástil, al que solo le faltaba la bandera, que iba a ser mi vagina.

Poco a poco comienzo a dejar que esa cosa entre a mi interior. Lo hace lentamente, pero es tan grande y grueso que no tardo en sentirme llena. Había pasado tanto tiempo sin sentir una verga que mi vagina se estremece, casi como agradecimiento.

Puse sus manos sobre sus hombros y el hizo lo mismo, pero tomando mi trasero, levantándolo, para ayudarme con los últimos centímetros.

Solté el gemido más largo de toda mi vida cuando finalmente llegué a la base de su verga. Me di varios segundos para acostumbrarme a tener algo así dentro de mí, pero la verdad es que ya estaba disfrutando como una loca.

Ya no había vuelta atrás, estaba engañando a mi marido, y fallándole a mi familia, pero en esos momentos no me importaba en lo más mínimo.

Cuando finalmente me sentí lista, comencé a bajar y subir mis caderas, penetrándome a mi misma con la enorme verga, que llega a lugares donde mi marido solo soñaba con llegar. En esos momentos fue que realmente entendí a todas esas chicas que están obsesionadas con los penes grandes.

Durante varios instantes estuve penetrándome a mi misma con la verga de Cristian, lo hacía lentamente pues no quería lastimarme. Se sentía tan bien que mi cuerpo estaba en llamas, más caliente que nunca.

De pronto, Cristian tomó mi trasero con más fuerza, abriendo mi ano con sus manos y comenzó a hacerme subir y bajar por su cuenta.

Lo hizo más fuerte de lo que yo lo estaba haciendo, su verga ahora no solamente me penetraba, sino que prácticamente me estaba apuñalando. No me había preguntado si quería hacerlo de esa manera, sin embargo, la verdad es que no me molestaba, encontré cierto placer en que me usara como quisiera.

Al poco tiempo, yo misma movía mis caderas al mismo ritmo que él me marcaba. Sentía su verga llegar tan adentro que me estaba volviendo loca.

Nos miramos a los ojos, y verlo sonreír, sabiendo que había conseguido lo que quería me excitó más. Sus manos recorrían mi trasero con tanta vehemencia que sentí como si fuera a desgarrarme.

Me sujeté con más fuerza a sus hombros y aumenté el ritmo en el que levantaba y bajaba mis caderas. A esas alturas, lo único que se escuchaba en la casa eran mis gemidos, y el sonido de nuestra carne chocando.

Sé que, si fuera mi marido, ya se habría corrido y girado en la cama para dormir. O al menos, eso es lo que recuerdo, han pasado tantos años que ya no estoy segura.

Por fortuna, quien me estaba haciendo suya en esos momentos no era mi marido, sino Cristian. El poseedor de una maravillosa verga más gruesa, más larga y que resistía mucho más.

De pronto sentí un tirón en mi interior, primero pensé que era mi imaginación, pero cuando se repite siento todo mi cuerpo emocionarme. Ya habían pasado más de diez años desde la última vez que sintiera eso, por un segundo me cuesta reconocer a que se debe, pero el tercer tirón en mi cérvix me lo deja bien claro.

Iba a correrme.

No puedo decir la emoción que sentía al descubrir que después de tanto tiempo, por fin iba a tener un nuevo orgasmo. Lo miré a los ojos y le sonreí, agradeciéndole.

Mis gemidos se volvieron más salvajes, y él debió entender lo que pasaba pues aumentó el ritmo una vez. De pronto mi interior estaba siendo penetrado con fuerza por una gran verga que no era de mi marido, y se sentía tan bien…

El grito que di cuando finalmente sentí mi primer orgasmo fue tan resonante que probablemente me escucharon en la calle, pero no me importó.

Sentí cientos de descargas eléctricas recorrer mi cuerpo, mi vagina se apretó alrededor de la verga de Cristian. Me dejé caer sobre él, gritando de gozo, lo abracé y finalmente le di un pequeño beso en los labios, de nuevo, agradeciéndole por el placer.

Ese chico me había hecho correr, era increíble…

Mi orgasmo tardó tanto tiempo en disiparse, que me pareció una eternidad. Cuando finalmente pasa, lo miró a la cara, él sonríe, y yo también.

—Espero que no creas que esto fue todo —me dijo, empujándome para que me pusiera de pie, me costó separarme de esa verga casi tanto como mantenerme en pie.

Él se paró también y me empujó un poco hacia adelante, indicándome que quería que me inclinara sobre el brazo del sofá. Yo lo hago sin rechistar, después de lo que acabo de sentir, ni se me pasaría por la cabeza negarle algo a ese chico.

Cristian se coloca detrás de mi y comienza a pasar su verga por mi vagina recién corrida. Siento que se está burlando de mí, pues no la mete, solo me hace esperar.

Moví mis caderas de arriba abajo, indicándole que se apresurara. Desde esa posición no podía verlo, pero no me importó, solo quería hacerlo sentir bien.

Finalmente, tras hacerme esperar lo que me parecieron horas, comienza a volver a meter su verga, la misma que acababa de regalarme el mejor orgasmo de mi vida.

Miró por encima del hombro y le sonrió. Él hace lo mismo, pero de pronto me penetra con tanta fuerza que me lanza hacia adelante, provocando que yo quedara recargada sobre el brazo del sofá, con el trasero completamente hacia arriba.

Solté un grito de sorpresa, pero también de placer, nadie me lo había hecho tan fuerte nunca.

—¿Te gustó? —me pregunta de pronto, en tono de burla.

—Jódete —le respondí, con una enorme sonrisa en mi rostro.

Entonces, para mi sorpresa levanta la mano y la descargar sobre mi trasero con fuerza. A pesar del dolor, el placer que sentí con su golpe fue mayor. Y eso debió haberse reflejado en mi cara.

—Parece que ya no estás tan seria como antes.

—¿De qué hablas? —le pregunté, sorprendida.

Antes de responderme, comenzó a mover sus caderas con fuerza de nuevo, penetrándome como un animal y azotándome con su mano. El placer y el dolor eran tan fuertes que se mezclaban dando lugar a una sensación nueva para mí.

—Llegaste con una cara de perra presumida —me dijo, entre jadeos —. Y ahora, sigues teniendo cara de perra, pero de una que disfruta siendo cogida por el hombre que maltrata a su hijo.

De pronto me tomó por el cabello y tiró de ellos, levantando mi cabeza, de modo que solo vi el techo.

—Admítelo —me dijo —. Di que eres una puta que disfruta eso.

Yo tragué saliva, de alguna forma sabía que, si hacía eso, rompería la última línea de decencia que me quedaba.

Su verga seguía entrando y golpeando mi interior sin piedad. Sabía que ese placer no lo iba a encontrar en ninguna otra parte.

—¡Me gusta! —grité; descontrolada —¡Me encanta lo que me haces! ¡Sé que está mal, pero actuar como puta se siente genial!

Cristian soltó una carcajada y me dio otra nalgada, demostrando que yo era una buena chica.

—Entonces, ¿no te importa que siga lastimando a tu hijo cada vez lo que vea si es necesario?

—Eso… —mi respuesta se detuvo, pues por fin logré recordar la razón de porque me encontraba ahí —. No lo hagas…

—¿Estás segura? —me pregunta —. Si me detengo, ya no tendrás ninguna excusa para volver a buscar a mis padres.

Entendí a la perfección lo que estaba tratando de decirme y me asusté. Supe que para él no importaba golpear a mi hijo, sino que ahora me quería a mí, ese era su modo de decir que yo le pertenecía. En el fondo, no quería renunciar a un placer así.

—Está bien —dije finalmente —. Pero, no le pegues tan fuerte…

—Eso depende de ti —dijo, sin dejar de embestirme —. ¿Dejarás que te coja cuando yo quiera?

—¡Si! —respondí, percibiendo como mi vagina se contraía otra vez.

—Genial, entonces, me darás tu número y cuando yo te llame vas a venir corriendo.

—¡Eso haré! —grité; sintiéndome más puta que nunca en mi vida —¡Lo prometo!

Ser usada de esa manera por él me parecía tan increíble. Yo nunca había sido una mujer sumisa, pero someterme a él me excitaba mucho. Supongo que su verga es tan maravillosa que despertó mi verdadera naturaleza.

De pronto volví a sentir un nuevo tirón en mi vagina, no me pude creer que estuviera a punto de correrme por segunda vez en tan poco tiempo.

Mis gemidos se hicieron más fuertes, y él se dio cuenta al instante.

—¿Vas a correrte de nuevo, puta? —me preguntó.

—¡Mmm…! —solo pude gemir como respuesta.

—Bien, porque yo estoy a punto también.

Cristian siguió empujando sus caderas hacia adelante. Penetrándome con la misma intensidad que todo ese tiempo. Un último azote es lo que causa que mi cuerpo explote.

Grité tan fuerte que sentí como si mis cuerdas vocales fueran a explotar. Él siguió sacando y metiendo su verga mientras yo me corría, inundada por el placer.

En cuanto dejé de gritar, sentí su verga palpitar en mi interior y supe lo que estaba a punto de pasar. Aunque para mi sorpresa, me tomó por los hombros y me hizo girar rápidamente de modo que quedé mirándolo.

Cristian se masturbó por unos pocos y segundos y de repente hilos de semen comenzaron a brotar de su pene, cayendo directamente sobre mi rostro, mi abdomen y mi pecho, con tanta fuerza que eran como balas.

Nos quedamos en esa posición durante una serie de segundos que se convirtieron en minutos rápidamente. Ambos jadeamos, conscientes de la maravillosa sesión de sexo que acabamos de tener.

—Tu cuerpo… es tan increíble… —jadeó Cristian, haciendo que me ruborizara.

—Lo único increíble aquí es tu verga —le respondí con sinceridad. Él sonrió.

—Dime tu número —me ordena, sacando su teléfono del bolsillo del pantalón que se quitó unos momentos.

Sin perder tiempo comencé a enumerarle los dígitos uno por uno, con una enorme sonrisa en el rostro.

—Te llamaré cuando quiera disfrutar de ese maravilloso cuerpo.

Yo asiento, y no puedo evitar pensar en lo mucho que me gustaría que me llamara todos los días.

—Deberías irte —me comenta —. Llevamos mucho tiempo cogiendo, mis padres podrían regresar.

En esos momentos la realidad me golpea, recuerdo que tengo que regresar a casa para preparar la cena. Me levanté con rapidez, recogiendo mi ropa del suelo y comenzando a vestirme, sin siquiera preocuparme por limpiar el semen de mi cuerpo.

—Entonces…, no vas a decirle a nadie sobre esto, ¿verdad? —le pregunté, temerosa de que le contara a Felipe.

—Soy una tumba —me respondió, le creí, pues vi sinceridad en su mirada.

Yo sonreí, sentí unas ganas enormes de darle un beso, esta vez uno de verdad. Pero me contuve, sentí que eso sería demasiado.

En un acto de caballerosidad, Cristian me acompañó hasta la puerta, por supuesto, sin separar la mano de mi trasero en ningún momento. Cuando llegamos a la puerta, sentí un arrebato de tristeza y de nostalgia.

Sé que fue una tontería, pero no quería irme, sabía que tendría que regresar a un mundo de insatisfacción sexual. Cuando una conoce un placer como el que Cristian me dio esa tarde, es difícil renunciar a él.

—Te llamaré pronto —dijo él; abriendo la puerta, como si leyera mi mente, lo cual me sorprende —. Y sobre tu hijo… supongo que puedo moderarme un poco con él. Pero si vuelve a comportarse como un idiota, no me contendré.

Asentí, tomando nota de que debía educar mejor a mi Felipe.

Tras esto, sonreí y me despedí de él. Subí a mi auto y limpié el semen de mi rostro con unas toallas húmedas que siempre cargo. También me puse algo de loción y conduje a casa.

Por suerte, mi marido no había regresado y mis dos hijos estaban en su habitación, así que no tuve que dar cuentas a nadie. Corrí a bañarme, no sin antes probar por fin el semen de mi pecho, el cual ya estaba completamente frio, pero fue como un manjar en mi boca, y me hizo sonreír…

Desde ese día, mi querido Felipe regresa a casa con menos moratones y golpes, incluso se ha vuelto un poco más comprensivo con su familia y gracias a la peor bronca que le he dado en su vida, comprendió que había actuado mal en la escuela, así que dejé de preocuparme por él. Pues que un hijo esté bien es lo mejor que le puede pasar a una madre.

Y por mi parte…, he estado recibiendo varias llamadas y mensajes en mi teléfono por parte de mi nuevo amante. Él cumplió la promesa de no golpear tanto a mi hijo, así que por supuesto, yo he cumplido la mía, con mucho gusto.

FIN