Gambito (de zapatilla) de Dama. Final
Que mejor que el sexo y el placer queden en familia. Podría haber puesto el relato en Dominación, y también el Lésbico, pero lo he puesto aquí.
Después de aquella memorable noche se sexo y azotes, tuve unas semanas tranquilas, asistía a clase sin más novedades y los sábados por la noche acudía solícita a los aposentos de mi quería Señorita Deardorff.
Los castigos se habían prolongado sin fecha final y cada sábado asistía a recibir dolor y placer, y para decir la verdad no hubiera faltado a aquella cita ni por todo el oro del mundo.
El presidente del club de ajedrez no paró de darle vueltas a la cabeza para intentar que yo jugara torneos en su equipo, y finalmente lo consiguió con uno de los mejores argumentos que ha habido toda la vida; el dinero.
-Helen si me permite…
-Señorita Deardorff, si no le importa.
-Oh sí, perdone, Señorita Deardorff, quiero que sepa que entiendo perfectamente que es usted la que decide sobre el funcionamiento de su colegio y es usted la que decide sobre la disciplina impartida en él, y claro que entiendo que el comportamiento de Beth Harmon merece un castigo, pero también es una pena que usted tenga que renunciar a una importante cantidad de dinero que seguro sabría invertir muy bien en su centro.
-Y…¿ de cuanto estaríamos hablando?
-Pues conociendo el nivel de la chica yo diría que centenares de dólares al mes.
Los ojos de la pelirroja directora se abrieron con un brillo especial y le dijo a su interlocutor.
-Y me quiere decir exactamente cuál es su propuesta.
-Pues mire Señorita Deardorff , sabemos que Beth es algo traviesa y díscola y que usted le prohibió expresamente jugar al ajedrez, entonces habíamos pensado en la posibilidad de que cada vez que usted la deje jugar , le imponga algún tipo de castigo previo, como una especia de penitencia, de esa manera usted no perdería su autoridad, y además podría ganar algún dinero para su institución.
La directora en cuanto oyó aquella propuesta mojó sus bragas, de repente se le presentaron ante sus ojos sus dos pasiones más ocultas, por un lado el dinero que le siempre le gustó, y por otro azotar culos de jovencitas, que últimamente le estaba proporcionando placeres indescriptibles, gozaba con la combinación de azotes , sexo y dominación de chicas, y ahora se le presentaba todo el pack completo y además sin perder ni pizca de autoridad.
-Muy bien, me lo pensaré, gracias por molestarse, ha sido usted muy amable.
-Muchas gracias señorita Deardorff, es usted muy gentil.
Obviamente la propuesta fue aceptada al día siguiente por la directora, y a partir de entonces el “modus operandis” fue el siguiente, las noches previas a los días de torneo la directora citaba en su habitación a Beth y allí le administraba largas y prolongadas azotainas, no solían ser muy crueles, pero sí muy excitantes para ambas.
Siempre repetían el mismo ritual, Beth se tenía que arrodillar para descalzar la zapatilla de su directora, besaba aquella zapatilla y se tendía sobre su cálido regazo. Helen Deardorff azotaba sobre las bragas no demasiado fuerte, digamos que tenía la habilidad suficiente para que las azotainas fueran ruidosas, excitantes y placenteras tanto para azotadora como para azotada.
A cada lengüetazo de la suela de la zapatilla en las blancas nalgas de Beth, esta gemía como una perrita en celo, se rozaba contra el regazo de su querida directora, frotaba sus muslos entre sí, y buscaba desde el inicio correrse con aquellas zurras. Igual le ocurría a la directora, que la azotaba más con la intención de excitarse ella misma que de aplicar un supuesto castigo. El ruido, chasquido más bien, que hacía la suela de goma sobre las nalgas de la chica era como un afrodisiaco para aquellas mentes calenturientas ávidas de placer.
Después de la zurra se volvía a repetir ese pequeño acto de humillación que consistía en que Beth se arrodillaba a los pies de su ejecutora, y allí le besaba la mano, le volvía a calzar la zapatilla, una vez puesta se la besaba, y le daba las gracias. Sólo entonces Helen Deardorff se levantaba, tomaba a su pupila de la mano y la llevaba a la cama a consumar el acto por el que realmente estaban allí, entonces se amaban, se cabalgaban y gozaban hasta caer exhaustas.
Cuando el torneo ajedrecístico era en la ciudad, estos “castigos” acaecían en el mismo colegio, y cuando eran fuera, sucedían en un hotel.
Desde casi el principio Beth Harmon desarrolló una habilidad o talento especial, que no era otro que recrear partidas en su cabeza mientras estaba siendo azotaba, era capaz de buscar el orgasmo y desarrollar distintas aperturas en su cabeza a la vez, y lo hacía con tanta concentración que esto se hizo indispensable para sus buenos resultados. Cuando se lo dijo a la señorita Deardorff ésta le dijo.
-No te preocupes cielo, conmigo nunca te faltará una buena zurra, te podrás concentrar a tu gusto, y más te vale que los resultados me gusten.
-Si señorita Deardorff.
Ganaron durante casi dos años mucho dinero, bueno en realidad Beth no veía ni un centavo, pero a ella le daba igual, tenía todo lo que más le gustaba, ajedrez, azotes y sexo con otra mujer, ¿qué más quería…?
Pero nada es eterno, y un sábado de noviembre llegó a aquella institución un matrimonio buscando una hija para adoptar, Beth era demasiado mayor ya para ser adoptada, pero la Señora Wheatley se encaprichó de ella en cuanto la vio y ya no hubo nada que hacer.
La despedida fue ´bastante dura para Beth.
Le dolió sobremanera que la Señorita Deardorff tuviera ya a otra chica para sustituirla a ella en los juegos del placer y del dolor, cuando entró a la alcoba donde aquellos años tanto había llorado y gozado se quedó sorprendida al ver a una chica dos años menor que ella , estaba en un rincón con las manos sobre la cabeza, la falda levantada y el culo como un tomate.
-¿Has visto lo que he tenido que hacer con Samantha?
-Si , ya veo.
-Se ha portado mal, y la he tenido que castigar.
Beth sintió unos celos que nunca hubiera imaginado, no le gustó nada que su maravillosa y querida directora y amante no hubiera tenido la delicadeza de esperar a que se fuera para buscarse otro juguete, pero Helen Deardorff había cambiado mucho, desde que empezó a castigar a Beth, su mente cambió, y se había convertido en una depredadora, sólo quería carne fresca a la que azotar y después gozar de ella.
-¿Sabes Samantha? Beth probó la zapatilla mucho antes que tú, de hecho fue la primera, y gracias a mi zapatilla se ha convertido en una mujer de provecho, ¿no es así querida?
Beth se quedó mirando desafiante a su ya antigua directora, la ira la inundaba, sus ojos empezaron a llorar de pura rabia, apretó los puños … `pero no dijo nada, su última mirada en aquella habitación fue para el castigado y rollizo culo de la pobre chica que seguía inmóvil en el rincón, seguramente sufriría buenas palizas , pero también es cierto que también disfrutaría y mucho, y sin saber si compadecerla o envidiarla salió de aquella habitación sin decir nada.
Con su queridísima Jolene la despedida fue otra cosa, se fundieron a solas en un cálido y reconfortante abrazo, Beth en aquel momento sintió en el alma no haberle hecho más caso a su querida y fiel amiga, además la miró y se dio cuenta de que estaba cada vez más guapa, con unas curvas tan femeninas y voluptuosas que no comprendió como no se dio cuenta antes.
Maldijo de nuevo a la directora, y entre cálidos morreos y excitantes sobeteos se prometieron ambas amigas que se volverían a encontrar y que recuperarían el tiempo perdido.
El viaje a la vecina ciudad de Lexington también en Kentucky fue largo y triste. Beth pronto se dio cuenta que aquello era todo menos un matrimonio normal, el señor Wheatley no es que no quisiera a su esposa , es que no la soportaba y nada más llegar a casa, se fue dejando allí a las dos chicas solas.
-¿Dónde ha ido el señor Wheatley?
-Al bar, llegará dentro de dos horas, y bien borracho, pero tranquila no se meterá contigo, llega tan cocido que sólo podrá acostarse.
Las primeras semanas transcurrieron con tranquilidad para Beth, se adaptó rápidamente a su nuevo colegio, era la más inteligente con diferencia, y pese a que las chicas se reían de su sencillo aspecto y sus pobretonas ropas, a ella eso le resbalaba, lo que no le resbalaba era el ajedrez, lo echaba de menos de una forma casi salvaje, preguntó en su colegio, pero cuando lo hacía la miraban como si fuera extraterrestre. Al menos en la biblioteca sí que encontró algún libro, que le sirvió para calmarle un poco el mono.
En casa la actitud de la señora Wheatley era fría a más no poder, se dedicaba a fumar, beber, tocar el piano, y atiborrarse a sedantes, todo ello con absoluta languidez, a Beth le sorprendió lo poco que le duró la ilusión que había mostrado por ella en el Centro donde la adoptó, no es que le importara mucho sentirse más o menos querida, pero su madrastra o su nueva madre o quién demonios fuera aquella mujer era la frialdad personificada, y Beth decidió abordarla.
-Señora Wheatley , ¿cómo quiere que la llame? ¿Mamá, Madre, Señora Wheatley…?
-Madre estará bien, cielo.
-Gracias madre, me gustaría pedirle algo.
-Claro cielo.
-Me gustaría comprarme alguna ropa, y algunas revistas de ajedrez.
-¿De ajedrez? De eso nada cariño, el dinero en esta casa es escaso, y a primero de mes te vendrás conmigo a ver si podemos comprar alguna ropa para ti, pero de las revistas ve olvidándote.
Beth se quedó un poco chafada, su nueva madre era fría y nada complaciente con ella y eso le produjo cierta desazón, pero ningún contratiempo iba a poder con su enorme determinación, ya encontraría la manera de seguir con su pasión por el ajedrez.
Aquello llegó pocos días después cuando una compañera del instituto le enseñó un cartel donde se anunciaba un torneo de ajedrez en la ciudad, a Beth se le iluminaron los ojos y abrazó y besó a su sorprendida amiga que se quedó encantada porque era la primera vez que la besaban con esa efusividad, aunque fuera en la cara.
Beth llegó radiante a casa, y antes de dejar los libros le dijo a su madre.
-Madre madre, habrá un torneo en la ciudad, hay un gran premio, seguro que lo ganaré y … pero que le pasa, ¿porque está usted llorando?
La señora Wheatley estaba rodeada de humo de tabaco y apuraba una botella de Bourbon, bebía muchísimo, pero nunca antes de comer, pero hoy estaba especialmente deprimida.
-El señor Wheatley se ha ido, esta vez definitivamente, se ha marchado a California.
-Oh , cuánto lo siento madre.
-No, no lo sientas cariño, en realidad lo estoy celebrando, pero ya me irás conociendo, ven y dame un abrazo anda, que lo necesito.
Aquel abrazo fue la primera gran conexión entre madre e hija, estuvieron abrazadas más de cinco minutos sin decir nada, y fue la primera vez que una sintió por la otra algo parecido al cariño.
Aquella misma noche Beth le pidió a su madre 5 dólares para inscribirse al mencionado torneo de ajedrez, pero obtuvo la negativa de ésta por respuesta.
-Estamos sin blanca cielo, además yo necesito tabaco y bourbon, ¿lo entiendes verdad?
-Si madre, no se preocupe.
Beth recurrió al señor Shaibel, el viejo y noble bedel que le enseñó sus primeros movimientos en este fascinante mundo de los 64 escaques, y como no podía ser de otra manera, en unos días recibió una carta con cinco dólares.
Ganar aquel torneo fue como coser y cantar para Beth Harmon, y aunque no jugó muy bien, su talento le dio para arrasar ante aquellos aficionados, pero sobre todo y más importante, aquella victoria le abrió la posibilidad de que su madre la apoyara en lo sucesivo, y fue entonces cuando empezaron a viajar a través de todo el país, y cuando la jovencita Elisabeth inició el camino hacia el profesionalismo.
El primer torneo que jugó fuera de Kentucky fue en Minessota, se subieron madre e hija en un autobús un jueves a las 7 de la mañana y 12 horas más tarde estaban en su destino. Llegaron muertas al hotel, una ducha rápida, una cena ligera y a la cama, el torneo empezaba temprano al día siguiente y había que descansar.
Allí había mucho más nivel en cuanto a jugadores se refiere, y Beth estuvo incómoda todo el día, ganaba partidas, pero con un esfuerzo desconocido hasta ese momento para ella, también hizo algunas tablas, e incluso perdió una partida, algo inaudito para ella, bien es cierto que perdió ante un buen jugador, pero en condiciones normales no habría perdido nunca esa partida, menos mal que el sistema de competición era el llamado suizo y eso le permitía algún error sin quedar eliminada del torneo, aun así llegó destrozada al hotel.
-Yo soy mucho mejor que el que me ha ganado madre, no sé qué ha pasado.
-No te preocupes cielo, vamos a cenar, y después te das una buena ducha y ya verás cómo mañana todo irá mucho mejor.
Beth sonrió a su madre, pero sabía que algo no iba bien. Cenaron temprano, la señora Wheatley incluso tomó una copa, pero pronto se subieron a la habitación, Beth tomó una larga y relajante ducha, y tras ello se puso a repasar aperturas para el día siguiente, mientras tanto su madre también tomó un buen baño mientras tomaba otra copa con la bañera llena de agua caliente y espuma.
Beth se iba a la cama, cuando vio, salir a su madre del cuarto de baño de aquella amplia habitación, llevaba una toalla en la cabeza, una bata de casa y unas cómodas zapatillas, y entonces se le encendió la luz.
-¡EUREKA!
-¿Que dices ,cariño?
-¿Y esas zapatillas madre?, no se las había visto nunca.
-Las compré el otro día para llevarlas aquí en el hotel, ¿te gustan?
Eran unas zapatillas chinelas rojo-sangre, abiertas por detrás, eran de felpa, con la suela de goma, y un pequeño pajarito en el peine a modo de adorno.
-Me gustan mucho madre… tengo que pedirle una cosa.
Beth supo que necesitaba una zurra como las que le daba su querida y odiada Señorita Deardorff, y llenándose de valor le explicó todo ello a su querida madre, así que ante la cara de asombro de esta.
-Madre se lo pido por favor, tiene que darme una buena azotaina con la zapatilla.
La Señora Wheatley estaba sentada en su cama secándose el pelo con la pequeña toalla que llevaba liada a la cabeza, y no salía de su asombro. En su juventud cuando estudió en un colegio mayor participaba con mucho gusto en las hermandades de chicas azotando a las novatas con un buen paddle, disfrutó mucho de ello, y aún más cuando una de aquellas novatas le confesó días más tarde que había sido muy mala y que necesitaba disciplina. Una ola de excitación le subió desde sus entrañas hasta la cara, así que agarró a la chica un par de años más joven que ella, y la arrastró hasta su habitación y allí sin contemplaciones le dio una tremenda somanta sobre su regazo , cuando la tuvo sobre sus rodillas le subió la falda y le bajó las bragas, y la azotó hasta que le dolió la mano.
La experiencia fue más sexual que otra cosa, ambas orgasmaron , una siendo azotada, y la otra azotando, pero fue tal el ruido que hicieron, que una de las supervisoras las pilló, de armó un buen escándalo, y la chica azotada dejó el Colegio Mayor y nunca más supieron una de la otra.
Aquel sentimiento y aquel gusto por los azotes estaba totalmente dormido en lo más profundo de la Señora Wheatley, y ahora su hija, así de sopetón , sin más ni más lo despertó, además de una forma violenta, sus bragas se hubieran mojado al instante de haberlas llevado, la garganta se le quedó seco y la cara pálida.
Beth al ver esta reacción lo que pensó fue todo lo contrario, pensó que su madre se estaba escandalizando, y probablemente pensaría , y con razón, que había adoptado a una viciosa pervertida, así que decidió jugarse el todo por el todo y se echó literalmente a los pies de su elegante madre, le besó aquellas zapatillas como tantas veces había hecho en su anterior vida, le rogó, le suplicó, y mientras lo hacía notó como su coño se mojaba, ya no había marcha atrás, aquella noche lo quería todo… y lo iba a tener.
-¡¡¡Dame la zapatilla!!!
Cuando Beth miró hacia arriba vio un brillo especial en los ojos verdes de su madre, vio lujuria, le encantó ver una sonrisa perversa que jamás había atisbado en los pocos meses que habían vivido juntas.
Le descalzó con su acostumbrada delicadeza la zapatilla, la besó y sin dejar de mirar a su madre le tendió aquel instrumento de dolor y placer, las miradas de ambas mujeres eran lujuriosas, eran gatas en celo, y aquello no iba a tardar en estallar.
Beth se acomodó sobre el regazo de su madre y esta le bajó el pijama sin ningún tipo de recato hasta casi las rodillas, entonces empezó a descargar su zapatilla sobre las bragas color crema de su hija recién adoptada.
La Señora Wheatley se mostró como una consumada disciplinadora, y aquella noche le dio a su hija una señora azotaina, alternaba los azotes con duras amenazas del tipo:
-Como vuelvas a perder una partida, te juro que te rompo la zapatilla en culo toma toma toma toma toma toma toma y toma.
Mediada la tunda, al bajarle las bragas a su hija, la bata de la madre se abrió con lo que ambos coños entraron en contacto, empezaron a friccionarse entre ellos y no tardaron más de un minuto en correrse, ambos orgasmos no se distanciaron ni diez segundos, por lo que tanto madre como hija quedaron derrengadas sobre la cama de aquella.
Cuando empezaron a recuperar el aliento, Beth oyó como su madre tiraba la zapatilla al suelo, e inmediatamente recordó lo que hacía años anteriores, así que como una perrita fue al suelo, recogió la zapatilla de su madre la besó, y se la volvió a calzar.
Al cruzarse la mirada ambas mujeres supieron que querían más, que necesitaban más, así que Beth con más experiencia y en mejor posición se abalanzó sobre el desnudo y encharcado coño de su madre, lo lamió, lo sorbió, lo saboreó, le sorprendió lo caliente que estaba y un sabor a almizcle que le pareció absolutamente delicioso, por lo que se abalanzó contra él, le excitaba ver como su madre se estremecía ante sus caricias, los agarrones que sufría en el pelo hablaban bien a las claras que la Señora Wheatley estaba a punto de caramelo. La experimentada chica alternaba los lametones de arriba a abajo con los de abajo a arriba, después le daba pequeños mordisquitos, y para rematar le follaba al coño con su ágil y dura lengua, hasta que el punto de ebullición estaba a punto de ser alcanzado, era entonces cuando le trabajaba el clítoris, primero acariciándolo con la lengua para después sorberlo y casi engullirlo… el grito que pegó al correrse debió oírse en toda la planta de aquel señorial hotel.
Beth con la emoción de la primera vez, se había olvidado de recrear aperturas y partidas de ajedrez como hacía con la Señorita Deardorff, pero pese a ello ganó aquel torneo, no sólo lo ganó sino que arrasó.
Al día siguiente, cuando estaba a punto de ganar la última partida del día, Beth buscó a su madre entre el público, y cuando la vio, ésta le hizo una señal con la mano derecha poniendo la palma hacia arriba y moviéndola de forma horizontal, es decir le vino a decir, ojito que vas a cobrar como pierdas. Como ya dijimos no perdió, aunque aquella noche sí que cobró, vaya si cobró.
Tras dos años con esta maravillosa vida, la Señora Wheatley murió en Argentina en el hotel donde jugaba su hija mientras ambas dormían.
El golpe para Beth fue duro, pero a la semana de aquella trágica, como todas, muerte , apareció su queridísima amiga Jolene , su llegada fue una bendición, se amaron y lloraron durante días, pero el circuito de ajedrez no paraba, y pronto tuvieron que tomar un avión para Nueva York.
Mientras hacían las maletas, Beth entró a la habitación donde aún estaban los enseres y las ropas de su querida y maravillosa madre, abrió su maleta aún sin abrir desde Argentina, y cogió aquellas maravillosas zapatillas rojo-sangre que tanto le habían hecho gozar y llorar, las olió, las abrazó, y tras suspirar salió con ellas en sus manos.
-Toma Jolene, pon estas zapatillas en tu maleta.
-Anda que bonitas, pero ya tengo las mías.
-Ponlas por favor, ya te contaré cielo, ya te contaré.
Y se besaron tierna y dulcemente.