Gambito (de zapatilla) de Dama
Adaptación libérrima de la famosa serie. El relato no es fácilmente clasificable en las categorías de esta página por lo que la pongo en Dominación. A ver si pronto ponen alguna sección de Spanking o Azotes.
Me llamo Elizabeth Harmond y cuando entré en aquel colegio para huérfanas siendo una niña, no tenía a nadie en el mundo, estaba sola y me sentía sola, aunque por alguna razón eso no me importaba demasiado.
Lo primero que me encontré al entrar en aquel edificio fue a una chica mulata, muy guapa por cierto, un par de años mayor que yo, diciendo improperios a otra compañera, inmediatamente salió una de las cuidadoras, la agarró de la oreja y se la llevó a lavarle la boca con jabón.
Inmediatamente acudió a mí la Señorita Deardorff, la directora del colegio, era una mujer de mediana edad, pelirroja, muy guapa, y muy buena, creía firmemente en los buenos modales, y para ella una chica tenía que ser recatada, decorosa, educada, es decir, convertirse en una auténtica Dama y esos valores era los que inculcaban en aquel orfanato.
La naturaleza me había dado una inteligencia superior al resto de compañeras, aquello por un lado era bueno, pero por el otro me aburría como ostra.
Quiso la casualidad que un día viera al conserje del centro, el señor Shaibel jugar al ajedrez, y me llamó la atención desde el principio, le pedí que me enseñara a jugar, y pese a sus primeras reticencias me enseñó.
Fue realmente un buen maestro, me regaló algunos libros de aperturas, y yo acabé obsesionándome con aquel maravilloso juego a las dos semanas de conocerlo, le pidió permiso a la directora para llevarme a jugar a un club de la ciudad, ésta accedió a regañadientes, pero me dejó, y el resultado fue demoledor, gané a todos los miembros de aquel pequeño club, pero no fueron victorias normales, fueron palizas, los fui vapuleando uno a uno, y quedaron todos maravillados.
A mí me gustaba recrear las partidas en mi cabeza mientras estaba en el dormitorio colectivo donde dormíamos todas, no me dejaban sacar el único tablero que había de la biblioteca, por lo que tuve que ingeniármelas para ir reproduciendo partidas en mi cabeza. Para aquello me valía de unos tranquilizantes que nos daban todas las noches antes de dormir, nos los daban para tomar mezclado con estimulantes, pero yo me las arreglaba para guardarme el tranquilizante y así poder las piezas en mi cabeza mientras estaba en la cama.
Fueron meses deliciosos, pero caca vez tenía más adicción a aquellas malditas cápsulas, y llegó la peor noticia; un mal día las eliminaron de nuestra dieta, y aunque protestamos, no hubo nada que hacer.
Yo sabía dónde estaban guardadas, así que decidí robarlas, las necesitaba como el comer, y mientras todas estábamos viendo una peli con las profesoras y la directora, decidí escaparme e ir a por ellas. No fue difícil entrar donde estaban guardadas, y fue tal la alegría que me dio, que no me conformé con robarlas, sino que me atiborré, me las comía compulsivamente, estaba flotando, así que agarré el tarro de cristal donde estaban guardadas, y me dispuse a guardarlo todo en mi mesilla.
De lo siguiente que me acuerdo fue cuando desperté en la enfermería, la cabeza me daba vueltas, y estaba conmigo mi mejor amiga, Jolene, la preciosa mulata, nada más verme me sonrió.
-¿Cómo estás?
-Fatal me da vueltas la cabeza, me quiero morir uff…
-¿Te acuerdas de algo?
-De nada.
-Jajaja, tendrías que haber visto la cara de la Señorita Deardorff, en mi vida la había visto así de enfurecida, empezó a despotricar, echaba fuego por los ojos, juraba y perjuraba que esto no iba a quedar así, y que lo ibas a lamentar.
-Me está dando miedo, ¿que crees que me podría pasar?
-Pues me temo que tu culo lo va a sentir y mucho, blancucha.
-¿Mi culo?¿ Me va a pegar?, Me dijiste que la señorita Deardorff no era partidaria de los azotes.
-Con la antigua directora los azotes eran el castigo habitual, y es verdad que desde que llegó ella casi han desaparecido los azotes, pero tú la has liado muy gorda Beth. La única vez que la Señorita Dearddorff azotó a una alumna fue al poco tiempo de estar yo aquí, ya hace mucho de eso, y nunca supe la razón, pero sé que fue muy merecida, todo el mundo lo decía, y después de la zurra, la chica escapó y nunca más supimos de ella.
-Jooo Jolene, tengo un poco de miedo, nunca me han azotado, y me da pánico.
-No te preocupes, conozco un remedio que te aliviara, me lo enseñó una antigua alumna, ella probaba la vara de la antigua directora bastante a menudo, y tenía una pomada que era mano de santo, adivina quien tiene esa pomada…
-Gracias Laura, aunque sigo estando asustada.
-Insultaste a la Señorita Deardorff nada menos que a la directora del centro, y por si faltaba algo al resto de las profesoras, fue maravilloso, y lo mejor fueron sus caras, no se aún cómo no les dio algo jajaja.
Al día siguiente antes de la cena, la Señorita Deardorff hizo que me llevaran a la mesa de las profesoras, entonces ella se levantó, todo el mundo calló y empezó a hablar.
-Nuestra alumna Elizabeth Harmond, como todas sabéis, ha incumplido varias reglas de esta santa institución. Sus fechorías y sus infamias no van a quedar de ninguna manera impunes, y aunque sabéis que no soy partidaria de los castigos físicos, haré una excepción con la señorita Harmond , recibirá una azotaina diaria durante dos semanas…
Hubo un murmullo de sorpresa, no sólo entre las alumnas sino también entre en las profesoras. El castigo podría ser durísimo, y digo podría porque lógicamente dependía de cómo fueran aquellas zurras.
-Silencio!! Basta ya!! He dicho que será una azotaina diaria durante dos semanas, y así será, y seré yo misma la que se la propine. Además esta noche no cenarás, vete a ese rincón ponte de rodillas con los brazos en cruz , reflexiona y piensa en tus actos jovencita.
Me fui humillada a más no poder al rincón al que me mandó la señora directora, me arrodillé, puse los brazos en cruz, y empecé a llorar en silencio. Nunca en mi vida he deseado tanto que llegaran los postres, me dolían los brazos y las rodillas, temblaba de puro de dolor, y cuando ya creía que ya no podía aguantar más oí la voz de la directora.
-Levántate y vete a la cama.
Casi no podía andar, pero pude salir tambaleándome por el pasillo central, era la última parte de aquella lapidación pública, noté todas las miradas del comedor y de alguna manera me sentí importante.
La primera zurra llegó al día siguiente, después de la cena la señorita Deardorff me dijo, espérame en la puerta de mi habitación.
La habitación de la directora era enorme, un gran salón decorado al estilo Provenzal , un lujoso baño y una amplia habitación completaban la estancia. Llegó pronto, y me hizo pasar delante de ella y me dijo.
-Espérame voy a ponerme cómoda.
Se desvistió de espaldas a mí, yo estaba de pie y no me perdía detalle, se puso un ligero camisón de dormir que le llegaba por las rodillas, una abrigada bata de casa azul marino, y unas zapatillas de casa, me miró, se sentó en el sofá, me dejó de pie en medio de aquel salón, y me dijo:
-Sabes que me has decepcionado, ¿verdad Beth?
-Lo siento de veras señorita Deardorff.
-Desde el primer día que llegaste tenía puestas muchísimas esperanzas puestas en ti, y me has decepcionado profundamente, fuiste maleducada, soez, vulgar…Siempre pensé en hacer de ti una verdadera Dama, una Dama con mayúsculas…y no sé ti perdonaré algún día, pero te aseguro que aquella gamberrada la vas a pagar, y muy caro, no sólo te azotaré durante dos largas semanas, además de eso olvídate del ajedrez, no volverás a jugar nunca.
Cuando oí aquello se me cayó el alma a los pies, creí desfallecer, y sin pensarlo me arrojé a sus pies, y de rodillas le supliqué.
-Por favor no, se lo suplico señorita Deardorff, no me prohíba el ajedrez, azóteme si quiere, pero le ruego que me deje seguir jugando al ajedrez.
-No volverás a jugar al ajedrez, tu comportamiento tendrá consecuencias, y ahora levanta, y ponte sobre mi regazo.
La miré con ojos de odio, y me puse sobre su regazo, más que ponerme, me tiré sobre ella, con ganas de hacerle daño, tal era mi rabia. Ella notó mi rabia, y quizá por eso, no tardó en levantarme mi falda y empezar a descargar su pequeña mano sobre mis bragas.
Estaba decidida a no llorar, pero se notaba que me pegaba con rabia, aquella mano aunque fina y delicada me estaba dando una paliza que me hizo ver las estrellas, no pude aguantar más de dos minutos hasta que empecé a llorar. Pataleaba, y culebreaba sobre su regazo, pero lo único que conseguí era más dureza y rapidez en los siguientes golpes. La azotaina se detuvo en muchas ocasiones, yo creo que era porque se cansaba y así descansaba el brazo, aquellas pausas me mataban, porque nunca sabía cuál era la última, y tras un minuto de pausa, continuaba la zurra. Finalmente me dio un palizón que no olvidaré mientras viva.
-Levanta.
Al levantarme me caí, mis piernas no me aguantaron, tenía el culo en carne viva, creía que no podría a volver a sentarme en mi vida, era mi primera tunda, y había sido un buen estreno. En aquel momento no sabía si podía irme a mi habitación o no, miré a la señora directora para ver si me decía algo, y cuál fue mi sorpresa cuando me dijo:
-Me agradecerás cada noche después de los azotes, el haberte corregido, me besarás la mano y me darás las gracias ¿está claro?
Estuve a punto de saltarle a la yugular a aquella mosquita muerta, y aún no sé cómo, pero me aguanté.
-Sí señorita Deardorff.
Entonces me tendió la mano con la que me había azotado minutos antes para que se la besara, y tomándosela con mi mano derecha se la besé y le dije.
-Gracias señorita Deardorff.
-Gracias por corregirme señorita Deardorff. Me corrigió ella.
-Gracias por corregirme señorita Deardorff. Y volví a besarle la mano.
-Hasta mañana Beth.
-Hasta mañana señorita Deadorff.
Salí de aquel suntuoso salón azotada y humillada, y aunque sentía mil agujas en mi trasero, me dolía mucho más la humillación, la puntilla fue el besamano y el agradecimiento, y encima corregido para volverme a humillar. Empecé a llorar hasta que llegué a mi cama donde me esperaba mi querida Jolene, allí me echó aquella balsámica pomada y le conté todo lo que había pasado, me besó dulcemente en la mejilla, y me consoló hasta que me quedé dormida, fue la primera en mi vida que dormí bocabajo por razones obvias, y desde aquel día no he dejado de hacerlo ni una sola noche.
A la noche siguiente se repitió el ritual. Llegue a los dormitorios unos diez minutos antes, de lo que mi amiga Jolene se alegró y me dijo.
-Que bien, hoy te ha soltado diez minutos antes.
-Que va, hoy ha sido peor, me ha pegado con la zapatilla.
-Que hija de puta.
Aquella noche cuando la directora se sentó en el sofá para castigar a su díscola alumna me dijo.
-Dame mi zapatilla.
Ni siquiera se molestó en sacársela, me tuve que arrodillar y descalzársela yo mismo, era una chinela granate muy suave al tacto, no sé si era felpa o terciopelo o algo parecido, eso sí tenía una suela de goma gris oscura que me hizo ver las estrellas desde el primer zapatillazo, estoy segura que los muchos zapatillazos que me propinó la señorita durante los años que estuve allí se deberían de oír desde fuera, porque sonaban como auténticos cañonazos.
-A partir de hoy te pegaré con la zapatilla, ayer me hice la mano picadillo, y eso no es plan como podrás suponer querida.
Obviamente la azotaina fue mucho más severa y dolorosa que con la mano, y al final como siempre vino la humillación, tras levantarme de su regazo, me mandó a arrodillarme delante de ella, entonces me ofrecía su zapatilla para que la besara, tras lo que tenía que darle las gracias como ella me enseñó, sólo entonces dejaba caer su zapatilla, se la calzaba metiendo su pie y me decía.
-Hasta mañana Beth.
No recuerdo muy bien el día, pero creo que fue aún durante la primera semana cuando algo hizo clic en mi cabeza, y cuando me dijo la consabida frase “hasta mañana Beth” sentí algo parecido al aprecio, o al agradecimiento, o sencillamente era amor, no lo sé, era muy niña, pero sí que es verdad que sentí algo, y mis sentimientos por primera vez fueron contradictorios ante aquella mujer que me mondaba el culo a azotes noche sí y noche también.
Necesitaba hacérselo saber de alguna manera, así a la noche siguiente, tras todo el ritual, cuando dejó caer la zapatilla al suelo, en vez de dejar que se la calzara ella misma, fui yo la que lo hizo, cogí la zapatilla del suelo y se la calcé en su perfecto y blanco pie, y así de rodillas como estaba, con la cara llena de lágrimas, despeinada y dolorida le dije.
-Estoy aprendiendo la lección señorita Deardorff, le ruego que me perdone por favor, aunque me siga azotando, quiero que me perdone, y que vuelva a confiar en mí, quiero que usted haga de mí una Dama como me dijo. Entonces le calcé aquella zapatilla y ya en el pie se la volví a besar, siempre besaba una pequeña flor blanca que había bordada en el empeine, me recreé en el beso haciéndolo muy largo, me dio tiempo incluso a aspirar el suave aroma que deprendía la felpa de aquella zapatilla.
Ella aparentemente no se inmutó, pero al poco tiempo bajó su mano y me acarició la cabeza como si fuera una perrita.
-Levanta anda.
-Quiero que sepas que estoy muy contenta contigo querida Beth, ésta es precisamente la reacción que estaba esperando, pero si te soy sincera pensaba que no reaccionarías así, así que ya sabes que estoy muy orgullosa de ti.
-Muchísimas gracias señorita Deardorff, no le volveré a fallar.
-Pero ya sabes que los castigos se imponen para cumplirlos, y no te lo puedo levantar querida, qué pensaría todo el colegio de mí, incluso tú misma.
-Si señorita Deardorff, lo entiendo perfectamente.
-Pues entonces hasta mañana Beth.
-Hasta mañana señorita Deardorff.
Todo llega a su fin, y afortunadamente aquel insufrible castigo también, es cierto que me sentía a gusto estando en contacto con aquella mujer, pero todo eso se acababa con el primer zapatillazo, pese a la pomada de mi amiga Jolene, mi culo era un poema, y apenas me bajaba el hinchazón cuando otra dura zurra me caía, pero como digo no hay mal que cien años dure, y aquello llegó a su fin.
Me había acostumbrado a no patalear sobre aquel regazo, sabía que eso supondría más zapatillazos y más duros, lo que sí que hacía era morder un cojín que siempre estaba en el rincón de aquel sofá, y sobre todo mi mente había ideado una forma de sobrellevar aquellas azotainas, recreaba partidas en mi cabeza, desarrollaba el Gambito de Dama, también reproducía la Apertura Inglesa, la India de Rey, la defensas Siciliana con sus variantes, la cerrada, la Dragón, la Najdorf, la Sveshnikov… el lector dirá que son muchas variantes, pero es verdad que también fueron muchas palizas, y gracias a aquellas divagaciones se me hizo todo más llevadero.
Por fin llegó la última día, aquel sábado era el día más feliz de mi vida, cuando acabó todo y estaba de rodillas agradeciéndole a mi torturadora la zurra recibida besándole su zapatilla ya calzada y poniendo mi voz y mi cara más lastimera le dije.
-Señorita Deardorff me gustaría pedirle un favor muy encarecidamente.
- Beth querida, antes de que digas nada quiero decirte que estoy muy orgullosa de ti, has aguantado con mucha entereza el duro castigo que me vi obligada a imponerte, y además me dijiste , me suplicaste más bien, mi perdón, creo que como me dijiste has aprendido la lección, ¿qué más puedo pedir?, creo que finalmente haré de ti una auténtica Dama, y quiero que sepas que estás perdonada. Bueno, veamos, que hay de ese favor que me querías pedir.
-Muchas gracias por el perdón Señorita Deardorff… y me gustaría pedirle que me permitiera seguir con mis partidas de ajedrez, y jugar con el señor Shaibel.
La directora en aquel momento demudó su rostro, yo seguía arrodillada a sus pies, y mirándome con desprecio, me dijo.
-De modo que era eso ¿verdad? Todas esas lágrimas de cocodrilo eran para que te permitiera jugar a ese maldito juego del demonio. Mentirosa, embustera, falsa…
-No Señorita Deardoff, se lo juro, no le he mentido nunca, todo es verdad, mi arrepentimiento, mi agradecimiento, mi ….
-Plassss, calla mala pécora.
Aquel bofetón fue el más doloroso de mi vida, me dolió la cara, pero me dolió más el alma, yo estaba inmersa en un proceso parecido al de enamorarme ( pese a ser una niña) de aquella elegantísima mujer, pero ella me creía una mentirosa, me levanté y me dispuse a salir corriendo de aquella habitación, pero su voz severa me paró en seco.
-¿A dónde te crees que vas?¡¡ Ven aquí inmediatamente!!.
Volví sobre mis pasos, asustada, dolorida, y humillada una vez más, y me puse frente a ella.
-Has estado a punto de engañarme, pero te voy a vigilar de cerca Beth Harmond, de momento seguirás viniendo aquí todos los sábados, tendrás una cita con mi zapatilla, será digamos una azotaina de mantenimiento, con eso de momento creo que será suficiente, buenas noches.
CONTINUARÁ.