Gambito (de zapatilla) de Dama (2)

Mi lengua penetró como cuchillo en mantequilla aquel delicioso coño, superé rápidamente la capa del pelo y pronto entré en su hendidura roja y carnal, salada y dulce a la vez, no imagine nunca que una lengua podría explorar tan remotos lugares...

Salí abatida de la habitación de mi querida directora, no sólo por la azotaina recibida, ni siquiera por la promesa de nuevas zurras semanales, sino porque me había prohibido jugar al ajedrez, y además mi querida Señorita Deardorff volvía a no confiar en mí, aquello era sin duda lo peor.

-¿Qué te pasa , blancucha? Hoy era tu última paliza, ¿a qué viene esa cara?

Le expliqué a Jolene todo lo sucedido, y esa noche además de ponerme su milagrosa crema en mi culo, fue un poquito más allá en sus caricias, su dedo corazón exploraba entre mis nalgas, y fue rozándome en mi cosita, como la llamaba entonces, de una manera progresiva, cada vez me metía un poquito más el dedo, después fueron dos, yo me sentía en el sétimo cielo, y aunque sentía un placer indescriptible intuía que aquello estaba mal a ojos de aquella santa Institución.

Si no fuera porque mordí la almohada se hubieran oído mis gemidos en el piso de arriba, fue mi primer orgasmo, y recuerdo como si fuera hoy, los dedos pringosos de Jolene, se me acercó y dándome un pequeño beso en la boca me dijo.

-Tengo un regalo para ti.

¿Otro?, pensé yo, pero entonces sacó de debajo de sus sábanas un par de libros de aperturas de ajedrez, los había robado de la biblioteca para mí, y aquella noche dormí feliz, muy feliz.

Como la mayoría  las adolescentes que quedábamos en aquel orfanato tenía deseos sexuales cada vez menos disimulados, y claro si sólo había chicas(alumnas, cuidadoras-profesoras, directora) lo normal era pensar en chicas, el único hombre era el señor Shaibel, y él ya no estaba para asuntos sexuales.

Lógicamente Jolene fue mi primera “amante” oficial, nos besábamos a escondidas,  otras chicas también lo hacían, e incluso alguna que otra vez sorprendimos a profesoras o cuidadoras como le gustaba llamarlas a la Señorita Deardorff, en situaciones poco decorosas, oíamos gemidos provenientes de sus habitaciones que no anunciaban que estuvieran leyendo precisamente.

Mi querida Jolene, fue pasando de los besos a las caricias, y de ahí directamente a masturbarme, lo solíamos hacer en los baños, ella me lo hacía a mí, y yo a ella. Un día quiso iniciarme en el sexo oral, pero yo sentía ciertos escrúpulos y le decía que más adelante, ella accedió, y siguió cubriéndome con besos caricias que me arrancaban profundos orgasmos, tanto en los baños, como en la biblioteca como en los jardines, más de una compañera nos vió, pero allí reinaba la ley del silencio.

Era muy feliz con Jolene, pero de alguna manera echaba de menos a mi querida señorita Deardorff, el tercer sábado que me tocaba castigo sucedió algo que cambió para siempre nuestra relación. Llovía a mares, era una de aquellas noches de tormenta, con mucho viento y muchísima lluvia, yo después de cenar me fui como siempre a la habitación de mi “verduga” como va un cordero al matadero, llamé a la puerta y tras su autorización entré a aquella cálida estancia ,  estaba especialmente guapa,  hablando animadamente por teléfono, por lo que pude oír debían de ser amigas, el caso es que me indicó con su dedo índice que me acercara mientras ella seguía hablando; aquella noche  sólo llevaba puesto un camisón color crema, y llevaba otras zapatillas, en este caso eran cerradas, de felpa,  color lila ,con una suela amarilla limpia y amenazante.

Noté algo raro  aquella noche desde el principio, no sé si era su pelo, inusualmente revuelto, su mirada, o incluso su postura, estaba sentada con las piernas cruzadas y movía su pie derecho haciendo círculos invisibles, como distraídamente.

Cuando me acerqué a ella tras su llamada, me miró con una sonrisa enigmática y cuando me tuvo a menos de un metro, estiró su pierna derecha y me la metió bajo la falda de mi feo uniforme.

Me quedé petrificada, su pie se metió entre mis piernas, y pude notar la punta de su zapatilla en mi culo, presionó para atraerme hacia ella, y no tuve más remedio que acercarme más, mientras, seguía hablando por teléfono y no paraba de mirarme fijamente a los ojos.

Aquella zapatilla lila empezó a masturbarme bajo mi falda y yo no hacía nada por impedirlo, mi excitación fue rápidamente en aumento, me acariciaba la cara interna de un muslo, y después la otra, notaba la suela de goma en un muslo y a la vez la felpa en el otro, mi reacción fue cerrar más piernas, quería que aquella zapatilla me follara, fue algo absolutamente instintivo, a punto estuve de perder el equilibrio en más de una ocasión, abría los ojos y la boca, pero sin decir nada para no interrumpir aquella estúpida conversación, lo único que recuerdo fue:

-No gracias querida, no quiero ninguna perrita, además ya tengo una…  siiiiii, ya te contaré, es bonita, y obediente, ¿qué más puedo pedir?... bueno cariño te tengo que dejar, tengo un asunto importante entre manos y tengo que terminarlo…. Claro que sí, un besito, adiós cuídate.

Justo   antes de que terminara de hablar me corrí  como una burra, tuve un orgasmo brutal, casi me caigo encima de ella, notaba como mis bragas estaban  muy mojadas, ella me miró muy seria mientras sacaba su pie debajo de mi falda, miré su zapatilla y estaba  bastante humedecida,  en algunos sitios se podría decir que estaba  casi mojada.

-¿Te parece bonito?

-Lo … lo siento mucho Señorita Deardorff

-Limpiámela  anda.

-Si Señora

Entonces me arrodillé y  lamí aquella  zapatilla, tanto  en  la  suela  como  en  el empeine  había restos de mi  corrida, lo  que  hice  fue  saborearlos  me gustó la mezcla de aquel sabor a mis fluidos y a  zapatilla  nueva, lamí  como  una  perrita , y cuando se cansó, me dijo:

-Descalzamé   y  me la  das.

Lo hice  con toda  la  delicadeza  que supe, estuve a punto de besar después el pie ligerísimamente sudado, y pensé que estaba muy enferma, así que se la tendí, y  cuando  la  tuvo  en su mano  mirándome  con   una  mueca  de  severidad   en  su  rostro:

-Ya sabes  cómo  tienes  que  ponerte.

Sin  decir  ni  media  me  puse  en  su  regazo, y  me dispuse a  recibir  mi  azotaina.

Me dio  aquella  noche  una  soberana  tunda ,  fuera  caían  rayos  y truenos,  pero dentro  de aquella  habitación  se  desataba  otra  tormenta, yo  a cada  zapatillazo  me movía  como  una  culebra  encima   de  su  regazo, intentaba escapar a cada uno de sus azotes, pero sin ningún éxito, normalmente   me  solía  azotar  sobre  las  bragas, pero  aquella  noche,  a media  paliza,  me  las  bajó  de un tirón, y empezó un  severo  interrogatorio  trufado de duros zapatillazos en   mis  desnudas  y  muy  doloridas  nalgas.

-¿Te gusta  mi  zapatilla   Beth  Harmond? PLASSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSS   PLASSSSSSSSSSS

Yo  en  aquel  momento  no sabía que decir, tampoco sabía a qué se refería, si era  a  la  zapatilla, o  era a  los  zapatillazos,  el caso  es  que  no decía  nada, y  eso me  valió, más  y más duros  zapatillazos.

-¿No  dices nada? PLASSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSSSSSS

Eran tan insoportables, que grité mientras daba puñetazos en el sofa:

-Siiiiiiiiiiii, si me gusta, me gusta su zapatilla, y me gusta que me pegue con ella, buaaaaaaaaaaaaaa, lo siento buaaaaaaaaaaaaaaa.

Empecé a llorar  como  si  fuera un grifo  abierto, aquel llanto de alguna manera me reconfortaba, yo creo que porque por fín solté y y verbalicé algo que me estaba carcomiendo por dentro, me gustaban los azotes y eso significaba que debía estar enferma,  pero al menos ya lo había dicho, ya me lo había sacado de dentro.

La zurra cesó ante mi confesión, los zapatillazos fueron sustituidos por caricias de la rugosa suela amarilla de aquella zapatilla lila, y me reconfortaba casi tanto como la pomada de mi amiga Jolene.

-Levanta.- Me dijo la directora.

Entonces dejó caer su zapatilla y se la calzó en chancla, y de una forma maternal, me señaló su regazo para que me sentara encima de ella, lo hice con cuidado debido al estado de mis posaderas, pero el abrazo que me dió la Señorita Deardorff me curó no solo el culo si no que también el alma, esta vez no hubo besapié, tampoco tuve que besar la zapatilla ni la mano, ni pedir perdón , ni agradecer, era la reacción que hubiera tenido una madre al tener que azotar a su hija por su propio bien, después de la paliza un reconfortante abrazo que diga cuanto lo siente y cuanto te quiere.

Y la Señorita Dredorff me quería, pero de otra manera, empezó a acariciarme la cara con su mano, me secó las lágrimas con sus dedos, y después con su boca, y claro tras besarme la mejilla, lo siguiente fueron los labios, un estrecimiento me recorrió de arriba abajo, fue como un latigazo de placer, yo solo había probado los labios de Jolene, pero ahora me besaba una mujer, toda una Señora, el beso fue dulce y posesivo,  me agarro de la nuca y me apretó contra ella, nuestros pechos se aplastaron mutuamente,  entonces me agarró de una teta, la acarició, la apretó, la estrujó y como una explosion , mi coño se encharcó de inmediato.

Estuve temblando literalmente casi un minuto, ella me volvió a abrazar, y cuando me quedé más tranquila , hizo que me levantara, ella también lo hizo, me agarró de la mano y me llevó hasta su dormitorio, y allí junto a su cama, me desvistió con mucha calma, ella se sacó el coqueto camisón que llevaba, se descalzó y se tendió en su cama solo con bragas y sujetador, entonces por segunda vez durante esa noche me llamó doblando su dedo  índice  , pero esta vez no había severidad en su rostro, había lujuria, lascivia, y yo como una perrita me subí a 4 patas a su cama hasta ponerme encima de ella.

-Acaba de desnudarme  Beth,  esta  noche  probarás  el sabor de una  mujer.

Le quité  el sujetador, y después  unas finas  bragas  negras de puntilla ,  me encantó ver su perfectamente recortado felpudo en forma triangular y  casi tan pelirojo como en la cabeza, me quedé embriagada con el olor y el calor que desprendía aquello, no sabía que hacer, pero ella me llamó  y acudí solicita  a besarla.

Tras enroscarnos  literalmente  una en la otra me empujó  la cabeza hacia abajo, suave pero firmemente, estaba claro que quería que le diera placer en su  cueva, pero por si quedaba alguna duda me susurró:

-Vamos Beth, dame placer, haz que me sienta orgullosa de tí.

La muy zorra sabía lo que tenia que decirme en cada momento para sacar lo máximo de mí.

Primero olí aquel delicioso coño, su fragancia era una mezcla de lavanda y alcanfor, se lo rocé con mi nariz , y me gustó que se estrremeciera  hasta el punto que dobó las rodillas y un gemido  gutural salió de su garganta.

Me agarró de la nuca y me amorró a  aquel triángulo mágico, la estaba poniendo a mil, y quería que le diera placer, y que se lo diera rápidamente, así que tras inspirar con todas mis fuerzas, y llenar de aquel morboso olor hasta el ultimo de mis alveolos , saqué mi larga y traviesa lengua, sentí otro tremendo vaivén de su cuerpo, y otro gritito apagado por el puro placer.

Ambas estábamos disfrutando, yo me sentía genial, porque pese a ser una novata en estas lides parecía una veterana, y tener practicamente a mi merced a toda una Señora como mi querida Señorita Daredorff ,era algo absolutamente maravilloso.

Mi lengua penetró como cuchillo en mantequilla aquel delicioso coño, superé rápidamente la capa del pelo y pronto entré en su hendidura roja y carnal, salada y dulce a la vez, no imagine nunca que una lengua podría explorar tan remotos lugares, y mientras pensaba en eso, una explosión de sabor casi me ahoga, un tsunami de placer irrumpió en mi amante y me arrastró a mí, el grito de palcer se debió oir en Arkansas.

Tras aquel inmenso orgasmo me cabalgó y me enseñó a cabalgarla, nos dimos palcer por puro roce, por frotamiento, acabamos exhaustas pero felices, la que no estaba tan feliz era Jolene, cuando llegué tan tarde a los dormitories estaba esperándome muy preocupada.

-¿Qué te ha pasado?¿Estás bien?¿Que te ha hecho esa zorra?

Me acribilló a preguntas, pero yo solo le dije que estaba bien y me acosté, estaba muy cansada, agotada de tanta emoción, así poniéndome bocabajo le dije a mi querida amiga.

-Buenas noches, hasta mañana.

Y pude ver una lágrima asomando por sus ojos.

Salí abatida de la habitación de mi querida directora, no sólo por la azotaina recibida, ni siquiera por la promesa de nuevas zurras semanales, sino porque me había prohibido jugar al ajedrez, y además mi querida Señorita Dearddorff volvía a no confiar en mí, aquello era sin duda lo peor.

-¿Qué te pasa , blancucha? Hoy era tu última paliza, ¿a qué viene esa cara?

Le expliqué a Jolene todo lo sucedido, y esa noche además de ponerme su milagrosa crema en mi culo, fue un poquito más allá en sus caricias, su dedo corazón exploraba entre mis nalgas, y fue rozándome en mi cosita, como la llamaba entonces, de una manera progresiva, cada vez me metía un poquito más el dedo, después fueron dos, yo me sentía en el sétimo cielo, y aunque sentía un placer indescriptible intuía que aquello estaba mal a ojos de aquella santa Institución.

Si no fuera porque mordí la almohada se hubieran oído mis gemidos en el piso de arriba, fue mi primer orgasmo, y recuerdo como si fuera hoy, los dedos pringosos de Jolene, se me acercó y dándome un pequeño beso en la boca me dijo.

-Tengo un regalo para ti.

¿Otro?, pensé yo, pero entonces sacó de debajo de sus sábanas un par de libros de aperturas de ajedrez, los había robado de la biblioteca para mí, y aquella noche dormí feliz, muy feliz.

Como la mayoría  las adolescentes que quedábamos en aquel orfanato tenía deseos sexuales cada vez menos disimulados, y claro si sólo había chicas, pues mis inclinaciones, las de mis compañeras, y las del resto del personal, que eran todo mujeres, pues estaban bastante claros, el único hombre era el señor Shaibel, y él ya no estaba para asuntos sexuales.

Lógicamente Jolene fue mi primera “amante” oficial, nos besábamos a escondidas,  otras chicas también lo hacían, e incluso alguna que otra vez sorprendimos a profesoras o cuidadoras como le gustaba llamarlas a la Señorita Deardorff, en situaciones poco decorosas, oíamos gemidos provenientes de sus habitaciones que no anunciaban que estuvieran leyendo precisamente.

Mi querida Jolene, fue pasando de los besos a las caricias, y de ahí directamente a masturbarme, lo solíamos hacer en los baños, ella me lo hacía a mí, y yo a ella. Un día quiso iniciarme en el sexo oral, pero yo sentía ciertos escrúpulos y le decía que más adelante, ella accedió, y siguió cubriéndome con besos caricias que me arrancaban profundos orgasmos, tanto en los baños, como en la biblioteca como en los jardines, más de una compañera nos vió, pero allí reinaba la ley del silencio.

Era muy feliz con Jolene, pero de alguna manera echaba de menos a mi querida señorita Deardorff, el tercer sábado que me tocaba castigo sucedió algo que cambió para siempre nuestra relación. Llovía a mares, era una de aquellas noches de tormenta, con mucho viento y muchísima lluvia, yo después de cenar me fui como siempre a la habitación de mi “verduga” como va un cordero al matadero, llamé a la puerta y tras su autorización entré a aquella cálida estancia ,  estaba especialmente guapa,  hablando animadamente por teléfono, por lo que pude oír debían de ser amigas, el caso es que me indicó con su dedo índice que me acercara mientras ella seguía hablando; aquella noche  sólo llevaba puesto un camisón color crema, y llevaba otras zapatillas, en este caso eran cerradas, de felpa,  color lila ,con una suela amarilla limpia y amenazante.

Noté algo raro  aquella noche desde el principio, no sé si era su pelo, inusualmente revuelto, su mirada, o incluso su postura, estaba sentada con las piernas cruzadas y movía su pie derecho haciendo círculos invisibles, como distraídamente.

Cuando me acerqué a ella tras su llamada, me miró con una sonrisa enigmática y cuando me tuvo a menos de un metro, estiró su pierna derecha y me la metió bajo la falda de mi feo uniforme.

Me quedé petrificada, su pie se metió entre mis piernas, y pude notar la punta de su zapatilla en mi culo, presionó para atraerme hacia ella, y no tuve más remedio que acercarme más, mientras, seguía hablando por teléfono y no paraba de mirarme fijamente a los ojos.

Aquella zapatilla lila empezó a masturbarme bajo mi falda y yo no hacía nada por impedirlo, mi excitación fue rápidamente en aumento, me acariciaba la cara interna de un muslo, y después la otra, notaba la suela de goma en un muslo y a la vez la felpa en el otro, mi reacción fue cerrar más piernas, quería que aquella zapatilla me follara, fue algo absolutamente instintivo, a punto estuve de perder el equilibrio en más de una ocasión, abría los ojos y la boca, pero sin decir nada para no interrumpir aquella estúpida conversación, lo único que recuerdo fue:

-No gracias querida, no quiero ninguna perrita, además ya tengo una…  siiiiii, ya te contaré, es bonita, y obediente, ¿qué más puedo pedir?... bueno cariño te tengo que dejar, tengo un asunto importante entre manos y tengo que terminarlo…. Claro que sí, un besito, adiós cuídate.

Justo   antes de que terminara de hablar me corrí  como una burra, tuve un orgasmo brutal, casi me caigo encima de ella, notaba como mis bragas estaban  muy mojadas, ella me miró muy seria mientras sacaba su pie debajo de mi falda, miré su zapatilla y estaba  bastante humedecida,  en algunos sitios se podría decir que estaba  casi mojada.

-¿Te parece bonito?

-Lo … lo siento mucho Señorita Deardorff

-Limpiámela  anda.

-Si Señora

Entonces me arrodillé y  lamí aquella  zapatilla, tanto  en  la  suela  como  en  el empeine  había restos de mi  corrida, lo  que  hice  fue  saborearlos  me gustó la mezcla de aquel sabor a mis fluidos y a  zapatilla  nueva, lamí  como  una  perrita , y cuando se cansó, me dijo:

-Descalzamé   y  me la  das.

Lo hice  con toda  la  delicadeza  que supe, estuve a punto de besar después el pie ligerísimamente sudado, y pensé que estaba muy enferma, así que se la tendí, y  cuando  la  tuvo  en su mano  mirándome  con   una  mueca  de  severidad   en  su  rostro:

-Ya sabes  cómo  tienes  que  ponerte.

Sin  decir  ni  media  me  puse  en  su  regazo, y  me dispuse a  recibir  mi  azotaina.

Me dio  aquella  noche  una  soberana  tunda ,  fuera  caían  rayos  y truenos,  pero dentro  de aquella  habitación  se  desataba  otra  tormenta, yo  a cada  zapatillazo  me movía  como  una  culebra  encima   de  su  regazo, intentaba escapar a cada uno de sus azotes, pero sin ningún éxito, normalmente   me  solía  azotar  sobre  las  bragas, pero  aquella  noche,  a media  paliza,  me  las  bajó  de un tirón, y empezó un  severo  interrogatorio  trufado de duros zapatillazos en   mis  desnudas  y  muy  doloridas  nalgas.

-¿Te gusta  mi  zapatilla   Beth  Harmond? PLASSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSS   PLASSSSSSSSSSS

Yo  en  aquel  momento  no sabía que decir, tampoco sabía a qué se refería, si era  a  la  zapatilla, o  era a  los  zapatillazos,  el caso  es  que  no decía  nada, y  eso me  valió, más  y más duros  zapatillazos.

-¿No  dices nada? PLASSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSSSSSS

Eran tan insoportables, que grité mientras daba puñetazos en el sofa:

-Siiiiiiiiiiii, si me gusta, me gusta su zapatilla, y me gusta que me pegue con ella, buaaaaaaaaaaaaaa, lo siento buaaaaaaaaaaaaaaa.

Empecé a llorar  como  si  fuera un grifo  abierto, aquel llanto de alguna manera me reconfortaba, yo creo que porque por fín solté y y verbalicé algo que me estaba carcomiendo por dentro, me gustaban los azotes y eso significaba que debía estar enferma,  pero al menos ya lo había dicho, ya me lo había sacado de dentro.

La zurra cesó ante mi confesión, los zapatillazos fueron sustituidos por caricias de la rugosa suela amarilla de aquella zapatilla lila, y me reconfortaba casi tanto como la pomada de mi amiga Jolene.

-Levanta.- Me dijo la directora.

Entonces dejó caer su zapatilla y se la calzó en chancla, y de una forma maternal, me señaló su regazo para que me sentara encima de ella, lo hice con cuidado debido al estado de mis posaderas, pero el abrazo que me dió la Señorita Deardorff me curó no solo el culo si no que también el alma, esta vez no hubo besapié, tampoco tuve que besar la zapatilla ni la mano, ni pedir perdón , ni agradecer, era la reacción que hubiera tenido una madre al tener que azotar a su hija por su propio bien, después de la paliza un reconfortante abrazo que diga cuanto lo siente y cuanto te quiere.

Y la Señorita Dredorff me quería, pero de otra manera, empezó a acariciarme la cara con su mano, me secó las lágrimas con sus dedos, y después con su boca, y claro tras besarme la mejilla, lo siguiente fueron los labios, un estrecimiento me recorrió de arriba abajo, fue como un latigazo de placer, yo solo había probado los labios de Jolene, pero ahora me besaba una mujer, toda una Señora, el beso fue dulce y posesivo,  me agarro de la nuca y me apretó contra ella, nuestros pechos se aplastaron mutuamente,  entonces me agarró de una teta, la acarició, la apretó, la estrujó y como una explosion , mi coño se encharcó de inmediato.

Estuve temblando literalmente casi un minuto, ella me volvió a abrazar, y cuando me quedé más tranquila , hizo que me levantara, ella también lo hizo, me agarró de la mano y me llevó hasta su dormitorio, y allí junto a su cama, me desvistió con mucha calma, ella se sacó el coqueto camisón que llevaba, se descalzó y se tendió en su cama solo con bragas y sujetador, entonces por segunda vez durante esa noche me llamó doblando su dedo  índice  , pero esta vez no había severidad en su rostro, había lujuria, lascivia, y yo como una perrita me subí a 4 patas a su cama hasta ponerme encima de ella.

-Acaba de desnudarme  Beth,  esta  noche  probarás  el sabor de una  mujer.

Le quité  el sujetador, y después  unas finas  bragas  negras de puntilla ,  me encantó ver su perfectamente recortado felpudo en forma triangular y  casi tan pelirojo como en la cabeza, me quedé embriagada con el olor y el calor que desprendía aquello, no sabía que hacer, pero ella me llamó  y acudí solicita  a besarla.

Tras enroscarnos  literalmente  una en la otra me empujó  la cabeza hacia abajo, suave pero firmemente, estaba claro que quería que le diera placer en su  cueva, pero por si quedaba alguna duda me susurró:

-Vamos Beth, dame placer, haz que me sienta orgullosa de tí.

La muy zorra sabía lo que tenia que decirme en cada momento para sacar lo máximo de mí.

Primero olí aquel delicioso coño, su fragancia era una mezcla de lavanda y alcanfor, se lo rocé con mi nariz , y me gustó que se estrremeciera  hasta el punto que dobó las rodillas y un gemido  gutural salió de su garganta.

Me agarró de la nuca y me amorró a  aquel triángulo mágico, la estaba poniendo a mil, y quería que le diera placer, y que se lo diera rápidamente, así que tras inspirar con todas mis fuerzas, y llenar de aquel morboso olor hasta el ultimo de mis alveolos , saqué mi larga y traviesa lengua, sentí otro tremendo vaivén de su cuerpo, y otro gritito apagado por el puro placer.

Ambas estábamos disfrutando, yo me sentía genial, porque pese a ser una novata en estas lides parecía una veterana, y tener practicamente a mi merced a toda una Señora como mi querida Señorita Daredorff ,era algo absolutamente maravilloso.

Mi lengua penetró como cuchillo en mantequilla aquel delicioso coño, superé rápidamente la capa del pelo y pronto entré en su hendidura roja y carnal, salada y dulce a la vez, no imagine nunca que una lengua podría explorar tan remotos lugares, y mientras pensaba en eso, una explosión de sabor casi me ahoga, un tsunami de placer irrumpió en mi amante y me arrastró a mí, el grito de palcer se debió oir en Arkansas.

Tras aquel inmenso orgasmo me cabalgó y me enseñó a cabalgarla, nos dimos palcer por puro roce, por frotamiento, acabamos exhaustas pero felices, la que no estaba tan feliz era Jolene, cuando llegué tan tarde a los dormitories estaba esperándome muy preocupada.

-¿Qué te ha pasado?¿Estás bien?¿Que te ha hecho esa zorra?

Me acribilló a preguntas, pero yo solo le dije que estaba bien y me acosté, estaba muy cansada, agotada de tanta emoción, así poniéndome bocabajo le dije a mi querida amiga.

-Buenas noches, hasta mañana.

Y pude ver una lágrima asomando por sus ojos.

Salí abatida de la habitación de mi querida directora, no sólo por la azotaina recibida, ni siquiera por la promesa de nuevas zurras semanales, sino porque me había prohibido jugar al ajedrez, y además mi querida Señorita Dearddorff volvía a no confiar en mí, aquello era sin duda lo peor.

-¿Qué te pasa , blancucha? Hoy era tu última paliza, ¿a qué viene esa cara?

Le expliqué a Jolene todo lo sucedido, y esa noche además de ponerme su milagrosa crema en mi culo, fue un poquito más allá en sus caricias, su dedo corazón exploraba entre mis nalgas, y fue rozándome en mi cosita, como la llamaba entonces, de una manera progresiva, cada vez me metía un poquito más el dedo, después fueron dos, yo me sentía en el sétimo cielo, y aunque sentía un placer indescriptible intuía que aquello estaba mal a ojos de aquella santa Institución.

Si no fuera porque mordí la almohada se hubieran oído mis gemidos en el piso de arriba, fue mi primer orgasmo, y recuerdo como si fuera hoy, los dedos pringosos de Jolene, se me acercó y dándome un pequeño beso en la boca me dijo.

-Tengo un regalo para ti.

¿Otro?, pensé yo, pero entonces sacó de debajo de sus sábanas un par de libros de aperturas de ajedrez, los había robado de la biblioteca para mí, y aquella noche dormí feliz, muy feliz.

Como la mayoría  las adolescentes que quedábamos en aquel orfanato tenía deseos sexuales cada vez menos disimulados, y claro si sólo había chicas, pues mis inclinaciones, las de mis compañeras, y las del resto del personal, que eran todo mujeres, pues estaban bastante claros, el único hombre era el señor Shaibel, y él ya no estaba para asuntos sexuales.

Lógicamente Jolene fue mi primera “amante” oficial, nos besábamos a escondidas,  otras chicas también lo hacían, e incluso alguna que otra vez sorprendimos a profesoras o cuidadoras como le gustaba llamarlas a la Señorita Deardorff, en situaciones poco decorosas, oíamos gemidos provenientes de sus habitaciones que no anunciaban que estuvieran leyendo precisamente.

Mi querida Jolene, fue pasando de los besos a las caricias, y de ahí directamente a masturbarme, lo solíamos hacer en los baños, ella me lo hacía a mí, y yo a ella. Un día quiso iniciarme en el sexo oral, pero yo sentía ciertos escrúpulos y le decía que más adelante, ella accedió, y siguió cubriéndome con besos caricias que me arrancaban profundos orgasmos, tanto en los baños, como en la biblioteca como en los jardines, más de una compañera nos vió, pero allí reinaba la ley del silencio.

Era muy feliz con Jolene, pero de alguna manera echaba de menos a mi querida señorita Deardorff, el tercer sábado que me tocaba castigo sucedió algo que cambió para siempre nuestra relación. Llovía a mares, era una de aquellas noches de tormenta, con mucho viento y muchísima lluvia, yo después de cenar me fui como siempre a la habitación de mi “verduga” como va un cordero al matadero, llamé a la puerta y tras su autorización entré a aquella cálida estancia ,  estaba especialmente guapa,  hablando animadamente por teléfono, por lo que pude oír debían de ser amigas, el caso es que me indicó con su dedo índice que me acercara mientras ella seguía hablando; aquella noche  sólo llevaba puesto un camisón color crema, y llevaba otras zapatillas, en este caso eran cerradas, de felpa,  color lila ,con una suela amarilla limpia y amenazante.

Noté algo raro  aquella noche desde el principio, no sé si era su pelo, inusualmente revuelto, su mirada, o incluso su postura, estaba sentada con las piernas cruzadas y movía su pie derecho haciendo círculos invisibles, como distraídamente.

Cuando me acerqué a ella tras su llamada, me miró con una sonrisa enigmática y cuando me tuvo a menos de un metro, estiró su pierna derecha y me la metió bajo la falda de mi feo uniforme.

Me quedé petrificada, su pie se metió entre mis piernas, y pude notar la punta de su zapatilla en mi culo, presionó para atraerme hacia ella, y no tuve más remedio que acercarme más, mientras, seguía hablando por teléfono y no paraba de mirarme fijamente a los ojos.

Aquella zapatilla lila empezó a masturbarme bajo mi falda y yo no hacía nada por impedirlo, mi excitación fue rápidamente en aumento, me acariciaba la cara interna de un muslo, y después la otra, notaba la suela de goma en un muslo y a la vez la felpa en el otro, mi reacción fue cerrar más piernas, quería que aquella zapatilla me follara, fue algo absolutamente instintivo, a punto estuve de perder el equilibrio en más de una ocasión, abría los ojos y la boca, pero sin decir nada para no interrumpir aquella estúpida conversación, lo único que recuerdo fue:

-No gracias querida, no quiero ninguna perrita, además ya tengo una…  siiiiii, ya te contaré, es bonita, y obediente, ¿qué más puedo pedir?... bueno cariño te tengo que dejar, tengo un asunto importante entre manos y tengo que terminarlo…. Claro que sí, un besito, adiós cuídate.

Justo   antes de que terminara de hablar me corrí  como una burra, tuve un orgasmo brutal, casi me caigo encima de ella, notaba como mis bragas estaban  muy mojadas, ella me miró muy seria mientras sacaba su pie debajo de mi falda, miré su zapatilla y estaba  bastante humedecida,  en algunos sitios se podría decir que estaba  casi mojada.

-¿Te parece bonito?

-Lo … lo siento mucho Señorita Deardorff

-Limpiámela  anda.

-Si Señora

Entonces me arrodillé y  lamí aquella  zapatilla, tanto  en  la  suela  como  en  el empeine  había restos de mi  corrida, lo  que  hice  fue  saborearlos  me gustó la mezcla de aquel sabor a mis fluidos y a  zapatilla  nueva, lamí  como  una  perrita , y cuando se cansó, me dijo:

-Descalzamé   y  me la  das.

Lo hice  con toda  la  delicadeza  que supe, estuve a punto de besar después el pie ligerísimamente sudado, y pensé que estaba muy enferma, así que se la tendí, y  cuando  la  tuvo  en su mano  mirándome  con   una  mueca  de  severidad   en  su  rostro:

-Ya sabes  cómo  tienes  que  ponerte.

Sin  decir  ni  media  me  puse  en  su  regazo, y  me dispuse a  recibir  mi  azotaina.

Me dio  aquella  noche  una  soberana  tunda ,  fuera  caían  rayos  y truenos,  pero dentro  de aquella  habitación  se  desataba  otra  tormenta, yo  a cada  zapatillazo  me movía  como  una  culebra  encima   de  su  regazo, intentaba escapar a cada uno de sus azotes, pero sin ningún éxito, normalmente   me  solía  azotar  sobre  las  bragas, pero  aquella  noche,  a media  paliza,  me  las  bajó  de un tirón, y empezó un  severo  interrogatorio  trufado de duros zapatillazos en   mis  desnudas  y  muy  doloridas  nalgas.

-¿Te gusta  mi  zapatilla   Beth  Harmond? PLASSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSS   PLASSSSSSSSSSS

Yo  en  aquel  momento  no sabía que decir, tampoco sabía a qué se refería, si era  a  la  zapatilla, o  era a  los  zapatillazos,  el caso  es  que  no decía  nada, y  eso me  valió, más  y más duros  zapatillazos.

-¿No  dices nada? PLASSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSS  PLASSSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSSSSSS

Eran tan insoportables, que grité mientras daba puñetazos en el sofa:

-Siiiiiiiiiiii, si me gusta, me gusta su zapatilla, y me gusta que me pegue con ella, buaaaaaaaaaaaaaa, lo siento buaaaaaaaaaaaaaaa.

Empecé a llorar  como  si  fuera un grifo  abierto, aquel llanto de alguna manera me reconfortaba, yo creo que porque por fín solté y y verbalicé algo que me estaba carcomiendo por dentro, me gustaban los azotes y eso significaba que debía estar enferma,  pero al menos ya lo había dicho, ya me lo había sacado de dentro.

La zurra cesó ante mi confesión, los zapatillazos fueron sustituidos por caricias de la rugosa suela amarilla de aquella zapatilla lila, y me reconfortaba casi tanto como la pomada de mi amiga Jolene.

-Levanta.- Me dijo la directora.

Entonces dejó caer su zapatilla y se la calzó en chancla, y de una forma maternal, me señaló su regazo para que me sentara encima de ella, lo hice con cuidado debido al estado de mis posaderas, pero el abrazo que me dió la Señorita Deardorff me curó no solo el culo si no que también el alma, esta vez no hubo besapié, tampoco tuve que besar la zapatilla ni la mano, ni pedir perdón , ni agradecer, era la reacción que hubiera tenido una madre al tener que azotar a su hija por su propio bien, después de la paliza un reconfortante abrazo que diga cuanto lo siente y cuanto te quiere.

Y la Señorita Dredorff me quería, pero de otra manera, empezó a acariciarme la cara con su mano, me secó las lágrimas con sus dedos, y después con su boca, y claro tras besarme la mejilla, lo siguiente fueron los labios, un estrecimiento me recorrió de arriba abajo, fue como un latigazo de placer, yo solo había probado los labios de Jolene, pero ahora me besaba una mujer, toda una Señora, el beso fue dulce y posesivo,  me agarro de la nuca y me apretó contra ella, nuestros pechos se aplastaron mutuamente,  entonces me agarró de una teta, la acarició, la apretó, la estrujó y como una explosion , mi coño se encharcó de inmediato.

Estuve temblando literalmente casi un minuto, ella me volvió a abrazar, y cuando me quedé más tranquila , hizo que me levantara, ella también lo hizo, me agarró de la mano y me llevó hasta su dormitorio, y allí junto a su cama, me desvistió con mucha calma, ella se sacó el coqueto camisón que llevaba, se descalzó y se tendió en su cama solo con bragas y sujetador, entonces por segunda vez durante esa noche me llamó doblando su dedo  índice  , pero esta vez no había severidad en su rostro, había lujuria, lascivia, y yo como una perrita me subí a 4 patas a su cama hasta ponerme encima de ella.

-Acaba de desnudarme  Beth,  esta  noche  probarás  el sabor de una  mujer.

Le quité  el sujetador, y después  unas finas  bragas  negras de puntilla ,  me encantó ver su perfectamente recortado felpudo en forma triangular y  casi tan pelirojo como en la cabeza, me quedé embriagada con el olor y el calor que desprendía aquello, no sabía que hacer, pero ella me llamó  y acudí solicita  a besarla.

Tras enroscarnos  literalmente  una en la otra me empujó  la cabeza hacia abajo, suave pero firmemente, estaba claro que quería que le diera placer en su  cueva, pero por si quedaba alguna duda me susurró:

-Vamos Beth, dame placer, haz que me sienta orgullosa de tí.

La muy zorra sabía lo que tenia que decirme en cada momento para sacar lo máximo de mí.

Primero olí aquel delicioso coño, su fragancia era una mezcla de lavanda y alcanfor, se lo rocé con mi nariz , y me gustó que se estrremeciera  hasta el punto que dobó las rodillas y un gemido  gutural salió de su garganta.

Me agarró de la nuca y me amorró a  aquel triángulo mágico, la estaba poniendo a mil, y quería que le diera placer, y que se lo diera rápidamente, así que tras inspirar con todas mis fuerzas, y llenar de aquel morboso olor hasta el ultimo de mis alveolos , saqué mi larga y traviesa lengua, sentí otro tremendo vaivén de su cuerpo, y otro gritito apagado por el puro placer.

Ambas estábamos disfrutando, yo me sentía genial, porque pese a ser una novata en estas lides parecía una veterana, y tener practicamente a mi merced a toda una Señora como mi querida Señorita Daredorff ,era algo absolutamente maravilloso.

Mi lengua penetró como cuchillo en mantequilla aquel delicioso coño, superé rápidamente la capa del pelo y pronto entré en su hendidura roja y carnal, salada y dulce a la vez, no imagine nunca que una lengua podría explorar tan remotos lugares, y mientras pensaba en eso, una explosión de sabor casi me ahoga, un tsunami de placer irrumpió en mi amante y me arrastró a mí, el grito de palcer se debió oir en Arkansas.

Tras aquel inmenso orgasmo me cabalgó y me enseñó a cabalgarla, nos dimos palcer por puro roce, por frotamiento, acabamos exhaustas pero felices, la que no estaba tan feliz era Jolene, cuando llegué tan tarde a los dormitories estaba esperándome muy preocupada.

-¿Qué te ha pasado?¿Estás bien?¿Que te ha hecho esa zorra?

Me acribilló a preguntas, pero yo solo le dije que estaba bien y me acosté, estaba muy cansada, agotada de tanta emoción, así poniéndome bocabajo le dije a mi querida amiga.

-Buenas noches, hasta mañana.

Y pude ver una lágrima asomando por sus ojos.

Continuará.