Galletas de chocolate

Saben mejor acompañadas con leche.

El teléfono sonó segundos antes de que Daniela llegara al orgasmo. Su marido, a pesar de los ruegos de la desesperada dama, corrió a contestar. Por esos días, Manuel estaba a punto de cerrar un importante contrato con inversionistas extranjeros y no podía darse el lujo de ignorar una sola llamada, ni siquiera por complacer a su esposa. Por esos días, el sexo, que siempre había sido prioridad en la vida del joven empresario, había pasado a segundo término. Durante los últimos meses, desde que la oportunidad de internacionalizar sus negocios le llegó, el antes apasionado hombre había reemplazado las noches diarias de lujuria con prolongadas juntas y estresantes informes.

Su mujer entendía las razones de ese cambio e intentaba no hacer reclamos, pero conforme el tiempo pasaba, mantener esa posición le resultaba cada vez más difícil. Por más que se había esforzado en apoyar a su esposo, había llegado a su límite. Esa mañana, con la frustración de haberse quedado a unos cuantos metros de la meta quemándole la piel, supo que tenía que actuar o pasaría a ser una esposa insatisfecha más. Era el momento de tomar medidas drásticas y poner un ultimátum. Espero pacientemente a que la llamada terminara y cuando eso sucedió, se levantó de la cama, desnuda como estaba, dispuesta a comunicarle a Manuel su decisión.

La atractiva fémina salió de la recámara e inmediatamente comenzó a hablar. Pensaba que su marido aún se encontraba en el pasillo, pero éste había bajado a la cocina para tomar algo de desayunar antes de partir rumbo a la oficina. Mucho más irritada de lo que estaba, Daniela descendió por las escaleras en medio de gritos. Le enfureció que Manuel ni siquiera le avisara que tenía que irse, que la dejara en la cama como si fuera un simple juguete y no su esposa. Cuando lo encontró con un pedazo de pan en la mano y una sonrisa de no pasa nada en la cara, no pudo seguir conteniendo toda esa rabia.

  • ¿Por qué diablos me dejaste por contestar el teléfono? Estoy harta de que siempre me hagas lo mismo, de que siempre me tenga que aguantar las ganas porque tú tienes negocios que atender. Te advierto que si no vienes aquí y me haces ahora mismo el amor, me voy a acostar con el primer hombre que me tope. - Gritó Daniela, completamente enloquecida.

Al parecer, esas palabras no significaron nada para Manuel, ya que no hubo la más mínima reacción de su parte. Se terminó su trozo de pan, le dio un trago a la leche y se limpió los labios con intenciones de marcharse. La furia de Daniela aumentó a ver la pasividad de su esposo. Sus gritos se volvieron más fuertes y sus frases se llenaron de insultos, pero nada, su hombre continuaba sin reaccionar, como si no la creyera capaz de cumplir sus amenazas. Lo siguió hasta la puerta con la esperanza de que éste diera media vuelta y, después de tomarla entre sus brazos, la poseyera como nunca regalándole su ansiado orgasmo. Sí hubo media vuelta, pero no por las razones que ella deseaba.

  • Te amo - dijo Manuel, después de besarla en la frente -. Nos vemos en la noche. - Se despidió sin importarle, una vez más, lo insatisfecha que ella pudiera sentirse.

Daniela asomó su rostro por la ventana y volvió a advertirle a su esposo que, si no regresaba en ese mismo instante para hacerle el amor, se metería con el primero que le pasara por enfrente. Manuel ya ni siquiera la escuchaba. Encendió su automóvil y arrancó directo al trabajo, con la única idea de firmar ese jugoso contrato con los inversionistas extranjeros. Su esposa, más decepcionada que molesta, se tiró en el sillón y se puso a llorar. Con cada lágrima derramada, recordó una de aquellas noches de amor que ya más bien veía como fantasías y su frustración se hizo más grande. Cada imagen que llegó a su mente la convenció aún más de que su matrimonio, a pesar de lo que dijera, estaba desmoronándose.

La deprimida mujer permaneció por varios minutos más sumergida en el llanto, las memorias y la melancolía. Justo en el momento en que pensaba que ya no había esperanza, alguien tocó a la puerta y la luz le regresó a la cara. Creyendo que se trataba de su esposo, quien después de recapacitar había decidido regresar y darle el placer que ella necesitaba, se puso de pie y caminó hasta la entrada. Se limpió las lágrimas y, sin cubrir su cuerpo para darle una sorpresa a quien suponía sería Manuel, abrió un poco la puerta. Le pidió a quien estaba del otro lado que pasara. Cuando se dio cuenta de que no era su marido quien tocaba sino su vecino adolescente Andrés, se quedó paralizada de la vergüenza.

El chamaco tampoco encontró algo mejor que hacer que permanecer inmóvil, impresionado por lo que sus ojos veían. No podía decirse lo mismo de su miembro, ya que comenzó a despertar debajo de sus pantalones cortos de boy scout. En los seis años que tenía de ser un niño explorador, Andrés nunca había levantado una casa de campaña, pero al parecer, su sexo aprendió a hacerlo con tan sólo observar los atributos de Daniela al desnudo. Ella, sin poder evitarlo, miró la cada vez más evidente erección del chico y se chupó los labios. Ese gesto, más que la embarazosa situación, fue lo que provocó que el púber le diera la espalda e intentara salir.

La pena que sintió Daniela cuando su vecino atravesó la puerta y la descubrió sin ropa, desapareció cuando se percató de lo desarrollado que estaba el jovencito. El verlo ahí, parado en medio de su sala, vestido con ese sensual uniforme de scout e incapaz de ocultar su excitación, le devolvió esa necesidad de afecto que minutos antes experimentaba. Su entrepierna, se humedeció otra vez de tan sólo imaginar lo que podría hacer con aquel tierno espécimen. Antes de que el niño se marchara, gritó su nombre y le ordenó que no diera un paso más. Andrés, más por miedo que por convicción propia, obedeció la petición de la mujer. Ella se acercó y lo tomó de los hombros.

  • No te vayas, no sin antes contarme para que estás aquí. ¿Qué son esas cajas que estás cargando? - Le preguntó Daniela al oído, acariciándole dulcemente los brazos.

  • ¿Las cajas? Son...son galletas de chocolate. Tenemos que venderlas porque necesitamos reunir fondos para una excursión. - Respondió de manera nerviosa el chiquillo.

  • Ya veo. Entonces, ¿por qué querías irte sin que te hubiera comprado una? - Lanzó otra interrogante la mujer, moviendo sus manos hacia los muslos del vecino.

  • Ay - exclamó el adolescente, sobresaltándose al sentir los dedos de Daniela recorriendo sus piernas -. Pues...porque...porque...- intentaba continuar sin encontrar las palabras exactas - porque usted no trae ropa y...- su bella acosadora lo interrumpió a media frase.

  • ¿Estás seguro que fue por eso? Yo más bien, creo que fue para que no me diera cuenta de esto. - Insinuó ella, apretando el enhiesto pene del chamaco por encima de la tela.

Las piernas de Andrés, al igual que el resto de su cuerpo, temblaron por la atrevida maniobra de Daniela. Debido sobre todo a la poca popularidad con sus compañeras de clase, el púber nunca se imaginó estar así con una mujer. Ni en los sueños que creaba cuando a solas en el baño se masturbaba, pensó que algo como lo que estaba viviendo podría sucederle. A pesar de su corta edad, el escuincle había pasado ya por los cambios hormonales típicos de la adolescencia y sabía muy bien lo que eran el placer y el deseo, pero no al nivel que en ese momento los sentía. Esas intensas y, hasta cierto punto, nuevas sensaciones lo aterraron e intentó huir de la escena.

  • ¿A dónde crees que vas, mi niño? - Lo cuestionó Daniela, aprisionándolo contra la pared y haciendo que tirara las cajas al piso - Mira lo que hice por impedir que te marcharas - dijo, señalando las galletas -. Yo pensaba comprarte todas, pero ahora ya no tienes nada que venderme. No, espera...aún te queda algo por lo que puedo pagar, aún te queda...- lo obligó a darse vuelta para poder juntar sus cuerpos y después presionar sus sexos uno contra el otro - esto.

  • Ah. - Suspiró el chamaco.

  • Dime una cosa. ¿Has estado antes con una mujer? - Preguntó ella con voz entrecortada.

  • No, nu nu...nunca. - Contestó él con gran dificultad.

  • Pues ya es tiempo de que cambiemos eso, ¿no crees? No lo había notado, pero has crecido mucho. Prácticamente mides lo mismo que yo y tu cuerpo es ya el de un hombre. Ya te han salido pelos y tienes lo que se necesita para satisfacer a cualquiera - exclamó, dirigiendo su mano hacia el pene del escuincle -. No tengas miedo. Ya verás que te va a gustar tanto, que después vendrás a pedirme que lo repitamos - soltó el miembro de Andrés y lo abrazó fuertemente, acercando sus rostros a una distancia en la que uno podía sentir la respiración del otro -. Te va a gustar tanto, que jamás podrás dejarlo. - Afirmó, justo antes de besarlo.

  • ... - El adolescente no pudo decir más nada y, poco a poco, correspondió al beso.

La mujer, presa del enorme deseo que despertaba en ella el jovencito, se olvidó por completo del mundo, de que estaba casada y de que aquello que estaba a punto de hacer era un delito. Sin dejar de besar al niño, comenzó a mover su cadera de arriba abajo y en forma circular, estimulando la entrepierna de Andrés, quien resignado a lo que parecía ya inevitable se decidió a no ser un simple espectador y, torpemente y aún con cierto temor, la tomó de la cintura para ayudarla con su tarea. Ella, al sentir el roce de esas inexpertas manos, terminó de perder el juicio y en su cabeza el arrepentimiento dejó de existir. Con la colaboración de su nuevo y joven amante, se deshizo del uniforme de boy scout.

Una vez en las mismas condiciones, una vez ambos desnudos y piel con piel, Daniela se dedicó a explorar cada centímetro de aquella tierna y preciosa anatomía. La insipiente pero prometedora musculatura del muchacho, sus redondas y bien puestas nalgas, la suavidad de aquella blanca piel, esa juvenil pero bien desarrollada verga friccionándose contra su sexo y, sobre todo, esa tentación que representa el terreno virgen, la sensualidad que imprime la inocencia, eran como dardos de placer directo al ego de la madura hembra. Y para él, la emoción y los nervios que provoca la primera vez, tocar unos generosos senos y sentir la tibieza y humedad de una vulva contra su falo era más de lo que podía pedir.

Cuando Andrés empezaba a sentirse cómodo con lo que hacía, cuando el nerviosismo comenzaba a desaparecer y pensaba que no podía haber nada más placentero, lo volvieron a sorprender. De repente y sin decirle nada, Daniela lo tomó de las manos y pegó estas contra el muro para, inmediatamente después, arrodillarse frente a él y tragarse entera su verga. Es cierto que el chamaco apenas tenía catorce años, pero, como ella misma lo había comprobado, su cuerpo no correspondía al de un adolescente y tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder alojar todo ese palpitante trozo de masculinidad en su boca. De no haber sido por sus años de experiencia, no habría controlado las nauseas.

Ver desnuda a una mujer y luego acariciarla mientras ella hacía lo mismo con él, sin duda había sido toda una experiencia para el chico, pero tener unos labios cerrándose sobre el tronco de su virilidad y con la punta de ésta llegar a una garganta, era algo indescriptible, un placer colosal que no le cabía en el cuerpo. Bastó con que Daniela moviera esos labios y esa lengua por unos segundos, para que el jovencito no pudiera contenerse más y se vaciara dentro de ella. Una descarga algo transparente y no tan espesa, normal si no se ha cumplido un año desde la primera eyaculación, bañó el paladar de la gustosa mujer, quien continuó chupando hasta dejar completamente limpia la juvenil verga.

  • Lo siento. - Se disculpó Andrés, ya recuperado de la intensidad de la clímax, por haber terminado en la boca de Daniela.

  • ¿Lo sientes? ¿Por qué? No tienes que pedir disculpas por algo que te agradó tanto. Además - recogió una de las galletas del piso para después comerla -, las galletas de chocolate no se disfrutan igual sin leche.

  • Tiene razón. - Acordó el púber, hincándose para quedar al mismo nivel que ella y, libre ya de todo miedo, besarla.

  • No me hables de usted, no después de haberme dado tu leche y justo antes de probar mis jugos. - Le pidió Daniela, echando su espalda hacia atrás y abriendo sus piernas en una clara invitación a hundir su cara entre ellas.

  • Está bien. Ya no te hablaré de usted. - Prometió el chamaco, quien habiendo entendido la clara insinuación, se inclinó buscando esa cueva rodeada de pequeños y negros arbustos.

Como si fuera un cachorro, Andrés comenzó a lamer la entrepierna de su hembra, quien se estremeció al primer contacto de su macho. Las caricias bucales del muchachito no se comparaban a las que su marido le hacía, pero aún así le resultaban mejores, más satisfactorias. En parte porque las de Manuel no las recibía ya muy seguido y en parte porque el adolescente reemplazaba su inexperiencia con ganas, ganas de hacerla gozar como ella lo había hecho con él minutos antes, estaba disfrutando de aquel sexo oral como nunca. En pocos segundos, su sexo se convirtió en un mar de lubricante y sus gemidos inundaron la casa. Ese tan ansiado orgasmo, se aproximaba a gran velocidad.

Las caricias bucales que Daniela recibía ya no le bastaban, necesitaba algo más contundente. Cuando estaba a punto de pedirle a Andrés que la penetrara, sintió que la verga de éste entraba en ella de manera brusca llenando sus entrañas. Como si hubiera adivinado lo que su amante quería y tomando por primera ocasión la iniciativa, el chamaco arremetió con todas las fuerzas de su juventud en contra de aquel húmedo y estrecho orificio. Que él no hubiera esperado a escuchar una orden suya, el enorme placer del que era presa y sentir el palpitar de ese grueso miembro en su interior, hicieron que la mujer se corriera como hacía mucho no lo conseguía.

Los músculos de su vagina se contrajeron una y otra vez, apretando el falo del jovencito de una forma para él deliciosa. Como buen primerizo, esas exquisitas sensaciones fueron más de lo que podía soportar y, por segunda vez, eyaculó. Daniela, un tanto decepcionada por lo poco que había durado, recibió los disparos de su niño. Pensó que ahí terminaría todo, pero estaba equivocada, ya que él no tenía la mínima intención de ponerle fin al encuentro, no todavía. El púber continuó moviendo su cadera, entrando y saliendo de su chica con el mismo ímpetu, como si nada hubiera pasado. Su pene, a pesar de la reciente expulsión de semen y para beneplácito de ella, no había perdido ni un poco de su firmeza.

Como si se le fuera la vida en ello, Andrés siguió penetrándola sin disminuir un sólo instante el ritmo. Tal como ella se lo había dicho, aquello le resultaba muy placentero y ya no quería parar. Habría deseado quedarse eternamente en su interior, pero eso no era posible. Luego de permitirle a un grito escapar, se vino por tercera y última vez en el día dentro de quien, al menos por unos momentos, fue su mujer. Cuando eso sucedió, Daniela estimuló violentamente su clítoris para regalarle a su joven amante unos cuantos segundos más de placer, un par de espasmos más aprisionando su, casi flácida, verga. Después, los dos permanecieron abrazados e inmóviles, cansados y satisfechos.

  • Lo que hicimos fue maravilloso, pero creo que tienes que irte. - Sugirió Daniela, luego de varios minutos de silencio.

  • Tienes razón. Los demás miembros del grupo deben estar buscándome. - Supuso él.

  • Bueno. Mientras tu te vistes yo iré por el dinero de tus galletas. Si llegarás sin ambas cosas...no quiero ni pensar cómo te iría. Espérame aquí. - Pidió ella, para después perderse entre la poca luz del pasillo.

Andrés comenzó a ponerse su uniforme. Con cada botón de su camisa que abrochaba, recordaba lo que acababa de hacer y apenas podía creerlo. Esas imágenes bombardeando su cerebro sin cesar, provocaron que tuviera una nueva erección. No podía salir así a la calle o todos lo notarían, sus pantaloncillos no ocultarían en nada su estado. Manteniendo en mente una de las frases de su insospechada amante y esperando que con eso se le bajara la calentura, decidió masturbarse. Bajó el cierre de sus bermudas, sacó su ya dura y larga verga y la rodeó con su mano, misma que de inmediato inició un frenético sube y baja. Justo antes de terminar, el chamaco tomó una caja de galletas y la decoró con su crema.

Para cuando ella regresó, él ya estaba impecablemente vestido y con las hormonas en paz. Además de haber ido por los billetes, la mujer aprovechó para cubrirse con una bata, lo que Andrés agradeció. Si la hubiera visto desnuda otra vez, seguramente su pene habría vuelto a despertar. Daniela le pagó al muchacho, por las galletas tiradas en el piso y todo lo demás. Él guardó el dinero en su bolsillo y, después de entregarle la caja con el detalle especial, se despidió con un beso, no sin antes darle las gracias y prometerle que regresaría. En cuanto el chamaco salió de la casa, la antes insatisfecha dama abrió la caja que éste le había dado en las manos y, con una gran sonrisa, llevó a su boca una de las galletas.

La tarde fue placentera para ambos. Andrés recibió un premio por haber sido el mejor vendedor, pero, aunque el reconocimiento lo alegraba, para él lo único que importaba, más allá de su repentina fama, era la manera en que lo había conseguido. Daniela tomó un largo y relajante baño de burbujas y, recordando lo mucho que había disfrutado al desvirgar a su vecinito, se masturbó en varias ocasiones. La noche llegó y con ésta su marido. Como de costumbre, Manuel estaba tan cansado que no tenía ánimos para hacer otra cosa que no fuera dormir. Quiso justificarse con su esposa por lo de la mañana, pero para su sorpresa no hubo reclamos. Lo único que recibió de ella, fue un beso de buenas noches.

  • ¿A qué se debe ese cambió? - Preguntó él, intrigado.

  • Pues...a que ya encontré una forma de satisfacer mis necesidades cuando tú no puedas hacerlo. - Contestó ella, con un tono que reflejaba su evidente bienestar.

  • Y se puede saber... - Manuel hizo una pausa, como si tuviera miedo de escuchar la respuesta a la pregunta que estaba a punto de hacer

  • ¿cuál es esa forma?

  • Comiendo galletas de chocolate. - Dijo Daniela, poniendo fin a la conversación para después quedarse dormida y, entre sueños, volver a encontrarse con su ardiente y joven vecino. Para entre sueños, desvirgarlo otra vez.