Galaes Sacerdotizas de Cybele Parte 6 –

Una lección de sumisión - ¡Es el ejército espartano! Cuando recuperé la conciencia, me enteré que yo y mis amigas teníamos nuevos dueños

¡Es el ejército espartano! Cuando recuperé la conciencia, me enteré que yo y mis amigas teníamos nuevos dueños. Todo el cuerpo me dolía después de la cogida que me propinó el ogro Azakur. La última vez me enterró su horrible verga con toda su furia y apenas puedo moverme. Phylis me contó que algunos soldados espartanos quisieron violarme mientras estaba desmayada para celebrar su victoria; pero algún oficial de alto rango los detuvo y les hizo ver las heridas que me dejó Azakur. En las semanas venideras, serví a mi héroe espartano como su amante, pero, además me tocaría poner a prueba mi capacidad de obediencia y mis habilidades como sirvienta.

Yo no siempre fui mujer… me educaron como a un hombre, como a un soldado; y eso significa que me enseñaron a comandar y jamás servir. Sin embargo, he descubierto cuánto me excita servir a un hombre. Obedecerle me hace sentir hembra. Es estimulante sentir su dominio y es adictivo. Me paso los días esperando a que regrese para que me dirija la palabra, que me pida que limpie sus botas o que haga el aseo de su alcoba. Por su puesto yo lo hago sin que me lo pida. Me gusta pensar que así le demuestro mi lealtad y le aseguro que domina cada aspecto de mi vida; aunque él no esté presente. No sé qué hechizo ha puesto sobre mí, pero mis pensamientos no son más míos. Le pertenezco entera y jamás me había sentido tan plena como ahora, como la sirvienta del general.

Aunque, he de confesar que al principio no fue fácil, yo me había acostumbrado a la vida de puta. Cuando era la puta de los soldados, ellos entraban a mis aposentos y me pagaban por un rato de mi cuerpo. Todo esto me daba cierta autoridad o, al menos, me colocaba al mismo nivel que mis amantes. Yo bromeaba con ellos, en ocasiones incluso los molestaba para conquistar sus gracias.  Ahora todo es diferente, mi nuevo dueño me rescató, yo le debo la vida y no puedo más que obedecerle en todo.

Él es distinto, él exige que me comporte como una sirvienta, que sea obediente. Como sirvienta del General, yo no tengo todos los derechos que tienen los hombres. No debo dirigir la palabra a ningún otro hombre, ni siquiera la mirada, al menos que mi dueño así lo comande. Debo mantener una postura erguida siempre que estoy con él. Debo mostrarme femenina y delicada en cada movimiento, incluso si estoy fregando los pisos de su recámara. Debo cubrir mi rostro en la calle, pero debo usar un mínimo de ropa dentro de la casa. Sólo puedo salir de casa acompañada por él o por alguna otra de sus mujeres. Jamás debo contestarle un “No”, eso provocaría que me encerrara por tres días. Negarme a sus impulsos significa una semana de encierro. Me costó trabajo aprender, a decir verdad, estuve encerrada las primeras tres semanas. Pero fue mejor para mí, pues, esas tres semanas de encierro sirvieron para sanar mis heridas. Mi dueño estaba acostumbrado a tratar con mujeres más frágiles que rogaban al segundo o el tercer día; yo ya estaba acostumbrada a estar encerrada y eso le pareció divertido.

Como sea yo le estoy infinitamente agradecida por haberme rescatado y por llevarme a su casa, le debo todo. Además, me encanta la ropa con la que me viste y la vida que debo llevar a su servicio. Tengo un vestido largo con aberturas a ambos lados que me permiten mostrar mis piernas hasta las caderas. Uso, por primera vez, un sujetador que resalta mis pechos. Aunque son pequeños, mi dieta en base a semillas de linaza ha hecho que crezcan un poco. Todas las mañanas las mujeres que le pertenecemos tomamos un baño juntas con aceites esenciales que suavizan mucho la piel, después nos dedicamos a las labores de limpieza de la casa y a preparar alimentos en la cocina. Una vez por semana, salimos al mercado a comprar cosas. Yo me arreglo linda para esa ocasión especial. Por las noches, el elige a una o dos de nosotras y nos lleva a su cama. Esta noche fue para mí.

Mi dueño es bastante agresivo en la cama, le gusta mucho golpear y morder, y cuando embiste sientes que se te sale el alma; todas sus esclavas estamos de acuerdo. Cuando se mete en mi boca lo hace sin ningún reparo de mi presencia, me trata como un pedazo de tela. Tiene la suficiente fuerza en sus brazos para levantar a dos de nosotras, entonces, cuando me toma del cabello para meterse en mi boca me siento completamente nula, invalidada. Al mandarme de regreso a mis aposentos ni siquiera me dirige la mirada, sólo comanda, más instrucciones para el día siguiente. Es, a fin de cuentas, un comandante; y yo asiento y tomo nota de todas sus órdenes. Soy feliz sirviendo a mi dueño.