Galaes Sacerdotizas de Cybele: Parte 4

Athan despertó, pero aún no es el momento de que Cyrene regrese a sus brazos. Cyrene se ve envuelta en un viaje en el cual dejará atrás su pasado y se convertirá al fin en una mujer.

Galaes Sacerdotizas de Cybele: Parte 4

Athan despertó, pero aún no es el momento de que Cyrene regrese a sus brazos. Cyrene se ve envuelta en un viaje en el cual dejará atrás su pasado y se convertirá al fin en una mujer.

Es Athan, ¡ha despertado! ... Fue lo último que alcancé a escuchar antes de desvanecerme y quedar totalmente inconsciente.  Habrá sido el cansancio después de tantas horas de servir a tantos hombres. Mi cuerpo estaba herido, exhausto, como si hubiera librado mil batallas y hubiera perdido en todas ellas.  Morí mil veces a manos de mis amos, los hombres de la guerra. Tuve un sueño extraño, Cybele la diosa hablaba conmigo. La veía sonreír hacia mí, al tiempo que curaba las marcas de las sogas en mis manos. Después me llevó a pasear por prados de flores de todos colores... al fondo del valle, allá a lo lejos se alcanzaba a distinguir el campamento y a los hombres jugando en sus batallas. Esa sensación se estaba convirtiendo en mi pasatiempo favorito, la de la distancia entre los hombres y yo. Desde lejos podía verlos, admirarlos y odiarlos tanto al mismo tiempo; podía preguntarme todo sobre ellos y quedarme sin respuestas, podía amarlos en silencio, sabiendo que su dominio sobre mí los hacía también de mi propiedad... mis hombres. Recordé por un segundo cómo es que los llamaba el general Dyonisio: ”sus hombres”, supongo que el general se debía sentir el dueño de todos ellos, por tener el poder de mandarlos a morir a la batalla. Pero, ¿qué puede saber el general sobre poseer a un hombre?, que sabe él de estos hombres, que eran míos que sus suyos, sus cuerpos eran míos, sus sueños eran míos, sus miedos, sus vidas eran mías... Dyonisio sólo posee sus muertes y la muerte mía cada vez que uno de mis hombres muere bajo sus órdenes.   Absorta en mis pensamientos,  la diosa Cybele  me dejó ir y regresé a mi cuerpo renovado y listo para continuar sirviéndola.

Los ánimos con que regresé de mi sueño pronto  se desvanecieron. Me desperté dentro de una carreta en movimiento, el lugar estaba sucio, viajaba entre animales y escuchaba una voz familiar a mi lado, pero en mi desconcierto no lograba comprender palabra alguna. Después de beber el agua que me ofrecían logre recuperar mis sentidos, era Phylis, mi amiga, quien estaba ahí conmigo. Poco a poco lograba acostumbrarme a la oscuridad y escuché un sollozar, callado, casi inaudible. Era Ajit la amante de Dyonisio, quién nos enseñaba cómo convertirnos en mujeres y cómo servir a los hombres con pasión y honor. Jamás la había visto llorar. Pero separada del comandante había perdido su fuerza de voluntad. Las tres nos abrazamos y pregunté qué fue lo que había pasado. Phylis me lo contó. Al terminar la fiesta aquel día, el campamento fue atacado por las tropas enemigas. Por desgracia pocos sobrevivieron y huyeron a las montañas. ¡Yo permanecí inconsciente por tres días! Con las tropas mermadas Typhon, el general más supersticioso e ignorante del ejército,  decidió deshacerse de nosotras, nos llamó brujas, e incluso insinuó que era nuestra culpa que todo aquello hubiera ocurrido. A falta de soldados y provisiones Typhon logró convencer al general Dyonisio de vendernos a un mercader.  Pregunté por mis otras dos amigas, Minerva y Acacia. A ellas las capturaron las tropas enemigas, al resto nos vendieron. Incluyendo a Ajit...

De pronto la carreta se detuvo y se escucharon unas pisadas muy pesadas por fuera, nuestro nuevo dueño venía por nosotras. Ajit me tomó de la mano y me dijo que no tuviera miedo.  Pero nada me había preparado para lo que estaba a punto de ver. En mi infancia escuché leyendas sobre personas gigantescas, les llamaban Oeagrus. Los viejos del pueblo solían decir que habían sido maldecidos por los pecados de sus padres y que los dioses los habían castigado con rostros y cuerpos  monstruosos.  Las mujeres del pueblo contaban otro tipo de leyendas, sobre los ogros y sus... miembros... Lentamente se abrió la puerta y una mano enorme nos tomó a las tres. Yo quería gritar del horror pero Ajit mantenía mi mano apretada y me pedía con gestos que guardara silencio. Nos echó sobre su lomo y nos llevó dentro del bosque. En un tono bajo le pregunté qué haría con nosotras. Ajit me dijo que Typhon nos vendió como sirvientes y prostitutas. ¡Yo recé por no tener que ser la prostituta de una legión de ogros!.  Así pues colgadas en el lomo del gigante nos adentramos en el bosque, nunca me había adentrado tanto, en realidad dudo que alguien más lograra llegar hasta acá, atravesamos llanos, cañadas, ríos y pantanos mucho después del último resto de civilización y humanidad.

Sentí alivio cuando el ogro nos echó sobre el suelo, no se veían más ogros alrededor y pensé que él sería al único al que serviríamos. El ogro entró a una cueva y Ajit aprovechó para hablar con Phylis y conmigo. –“Sean fuertes”—dijo en voz callada—“¡deben ser muy fuertes!. Verán los ogros machos deben mostrar una masculinidad exagerada para ser considerados hombres de la tribu. Un ogro macho solo puede tomar hembras”. “¡¿Eso que significa?!” --preguntó Phylis un poco alarmada– “Significa que el ogro va a convertirlas en hembras antes de poder venderlas a otros ogros.”-- ¿Y tú Ajit?—le pregunté—“Yo ya conocí a un ogro antes”— dijo ella.

El ogro revisó primero la entrepierna de Ajit y la hizo a un lado al ver que ella ya era hembra.  Después tomó a Phylis y se la echó al lomo. Ella me dirigió una mirada de terror cuando la llevó adentro de la cueva. Pasaron unos minutos y  yo esperaba escuchar gritos o sollozos pero no escuché nada. ¿Qué pasaba allá adentro? Ajit no parecía muy tranquila tampoco. --“No todas las cybeleas sobreviven esto”—dijo Ajit en voz muy baja. En ese instante pensé lo peor y quise salir huyendo, pero estaba atada de pies y manos. El ogro salió de la cueva, sin Phylis. Yo comencé a gritar a rogarle que no me tocara, pero mis intentos fueron inútiles.  Me llené de rabia, lo maldije cien veces por lo que le había hecho a mi amiga. Así que pensé que sería la última vez que vería la luz del día así que le eché un último vistazo al cielo y miré fijamente a Ajit, se veía fuerte como siempre.

Después ya no vi nada, la cueva estaba completamente oscura. Sentí cómo el ogro me puso sobre un lecho de paja, tentando buscaba el cuerpo de mi amiga Phylis pero no encontré nada.  Sentí  que metía algo a mi boca, olía mal y pensé que era su pene así que comencé a lamerlo y chuparlo esperando que eso lo disuadiera o que al menos lo pusiera a dormir. Pero con su mano cerró mi boca como indicándome que lo masticara, aquello parecía una zeta. Al principio sabía mal, a tierra,  pero después comenzó a tener otro sabor, a frutas dulces, al vino de las tierras de mi padre, a un beso, de pronto ya no estaba mi consciencia en la cueva.  Era un sueño, pero uno distinto a todos los demás, este sueño tenía una voluntad propia. Y me guiaba, y el sueño se convirtió en Athan, en sus brazos y en sus manos . Eran las manos de Athan tomándome y convirtiéndome en su mujer. Despojándome primero de mis ropas, después del vello de mi cuerpo, después tomando mis partes de hombre entre sus manos y removiéndolas con ternura. No dolió, ¡para nada!, en realidad fue la mayor alegría de mi vida. Ví como se llevaba al hombre y dejaba entre mis piernas una herida. La herida que los dioses pusieron en el cuerpo de la mujer. La herida por la cual los hombres les transmiten su dolor a sus mujeres, su miedo, su alegría, su ternura.  Era yo mujer. ¡por fin mujer!

Me desperté dentro de una carreta en movimiento, el lugar estaba sucio, viajaba entre animales y escuchaba una voz familiar a mi lado. --¿Phylis? dije yo --¿Cyrene?—dijo ella .. ¿qué pasó?. ..