Galaes : Sacerdotizas de Cibele. Inicio

Esta serie de relatos eróticos cuenta la historia ficticia de un grupo de sacerdotizas transgenero en la antigüa Grecia: En una época turbia manchada con guerra, devastación y muerte, las galaes han dedicado su vida a brindar amor, cuidado y placer a los hombres que luchan valientemente.

Cyrene de Cipre, así fui bautizada por el comandante Dyonisus Nykolas hace años cuando inicié mi servicio en el templo de Cybele. El templo fue instalado en un campamento militar permanente, justo en la zona más abatida por los ataques bárbaros. Ahí fue donde comenzó mi historia.

Vivíamos tiempos violentos. Tras años de guerras, el campamento militar recibía cada año un mayor número de soldados provenientes de toda Grecia.  Los soldados más fuertes y aguerridos eran mandados aquí para resistir los ataques de las hordas bárbaras. Y al frente el comandante Dyonisus,  el más fuerte de todos. Sus brazos de hierro podían doblar sin esfuerzo las espadas enemigas del mas recio temple. El controlaba a sus hombres con fuerza y disciplina, pero en aquellos años las fuerzas militares se estaban saliendo de control, pues los hombres aguerridos son también conocidos por su insaciable deseo.

El dolor de la guerra solo puede ser curado con el amor de una mujer, pero por desgracia los campamentos militares no eran lugar para mujeres. En algún tiempo, doncellas jóvenes eran llevadas para satisfacer a los soldados, pero al cabo de unos meses resultaban embarazadas y debían regresar a sus casas, pues las condiciones del campamento eran demasiado ásperas para una mujer dando a luz. Un buen día el comandante Dyonisio regresó con una solución después de un viaje a la India. En aquel viaje conoció a un grupo de doncellas llamadas Hjras, eran suaves y delicadas como flores y eran expertas en las artes amatorias, pero escondían un sorprendente secreto: estas doncellas habían nacido varones.  Su piel era suave y delicada gracias a las semillas de sésamo y la patata dulce que formaban la mayor parte de su dieta. Sus cuerpos y sus movimientos eran muy delicados, y venían musicalizados por una voz dulce y clara. Eran mujeres, capaces de llevar a cabo todo aquello que requiere de las destrezas femeninas. Dyonisio conoció a las doncellas Hjra, descubrió que el placer que podían dar a un hombre era equiparable con el de cualquier mujer. Pero además con otros -muy ventajosos- atributos: Aquellas doncellas no sufrían de los embates de la condición de mujer en noches de luna llena, ellas podían viajar largas distancias sirviendo a sus hombres sin correr el riesgo de quedar embarazadas. Finalmente, aunque doncellas, también eran muy hábiles con la espada. El comandante Dyonisio siempre contaba el relato de como una Hjra estuvo a punto de convertirlo en eunuco. Ella se llamaba Ajit, que significa invencible...pero esa es otra historia. A su regreso de la India, el comandante Dyonisio trajo consigo a Ajit, que tras el incidente se convirtió en su más fiel amante. En cuanto se instaló de nuevo en el campamento, el comandante mandó traer a su presencia a los soldados más bellos del campamento para ofrecerles un trato.

Yo en esos momentos recién ingresaba en las filas del ejército por órdenes de mi padre. Mi padre me mandó al ejército pues siempre pensó que yo no tenía suficiente "carácter". Creía que el rigor del ejército me convertiría en un hombre. Qué equivocado estaba!...  Era mi segunda semana en el campamento y  mis fallidos intentos por superar las pruebas del entrenamiento habían terminado en una costilla rota y el sobrenombre de "La musa de Cipre".  El apodo vino después de que cuatro de mis ebrios compañeros me tomaron detrás de la tienda de armaduras: Era una fiesta para celebrar las cosechas, todo mundo había bebido mucho, y yo decidí irme a dormir temprano. Mientras me dirigía a mi tienda, creí que nadie me veía, así que adopté un caminar femenino porque siempre me hecho sentir feliz. Me quité la armadura para sentir un paso más ligero. Finalmente puse una flor en mi cabeza y caminé cantando una canción dulce para la diosa Cybele.  Jamás me percaté que Artemas y sus amigos venían siguiéndome de cerca. Cuando menos lo pensé los escuché cantando la misma canción a mis espaldas en un tono burlón, muy tosco. Yo moría de pena e intenté saludarlos recuperando un porte masculino pero eso los hizo soltar unas carcajadas perversas... nunca me imaginé lo que vendría después

Eryx Kotas,  el más grande y fuerte del grupo me tomó de los dos brazos y me sentí aterrada. Les grité que estaban muy borrachos que me dejaran en paz, pero no querían hacerme caso y no iban a hacerlo. Las enormes manos de Eryx me lastimaban, mientras Artemas y los otros dos ya estaban quitándose sus armaduras. De pronto Eryx me derribo al suelo y dejó caer todo su peso en mí, yo casi no podía respirar. Por más que luchaba por soltarme de su agarre, no lograba hacer nada, yo pataleaba desesperada y comenzaba a cansarme mucho. Finalmente me rendí. Artemas y sus dos amigos trajeron unas sogas y me ataron de pies y manos . Sus voces eran viciosas y susurraban cosas entre ellos que no lograba entender. Pero sonaban como animales salvajes en celo. Eryx gemía mucho, su respiración se hacía pesada a medida que se iba excitando. Yo podía sentir su pene erigiéndose por entre su ropa. Él lo empujaba hacia mí, me tenía completamente exhausta en el suelo y comenzaba a hacer movimientos como queriendo entrar en mi, buscaba la coyuntura de mis nalgas. Yo trataba de hacerme a un lado pero mis esfuerzos eran inútiles.  Ya que todos terminaron de desnudarse me pusieron de rodillas , habían amarrado mis manos por detrás de mi espalda así que yo estaba completamente a su disposición. Uno de los amigos de Artemas me tomó del cabello y lo jaló fuerte hacia atrás , yo sentí ganas de llorar, y entre  gritos y balbuceos me ordenó que abriera la boca. Su aliento a alcohol era insoportable y yo me negaba a hacerlo. A lo lejos la fiesta parecía indiferente al horror que yo estaba viviendo. Artemas me gritaba desde atrás que tenía que obedecerlo por su rango superior y que me metería en problemas si no lo hacía. Aún así me negué a hacerlo. El hombre que me tenía por el cabello entonces apretó mi nariz con sus dedos lo cual me hizo abrir mi boca instintivamente. De un solo golpe metió su enorme pene hasta mi garganta, lo metía y lo sacaba bruscamente y -para mi fortuna- no le tomo más que unos cuantos segundos eyacular en mi boca. Otra vez apretó mi nariz para obligarme a tragar su semen, sabía horrible. Era la primera vez que probaba el semen , tenía un sabor amargo y la consistencia me daba náuseas. Así siguieron durante alrededor de una hora haciendo de mi lo que quisieron. Tomaban turnos para entrar en mi boca y en mi ano. Artemas tenía un miembro enorme, incluso más grande que el de Eryx cosa que me sorprendió. La primera vez que me lo metió yo casi grité de dolor, pero mis gritos no se podían escuchar pues en todo momento tenía el pene de alguien metido hasta la garganta. Cuando se cansaron de penetrarme, me colocaron otra vez de rodillas y derramaron su semen en mi cara y mi cabello. Después me dejaron atada detrás de la casa de armaduras y regresaron a la fiesta.  Dicen que a su regreso venían alegres cantando y muy inspirados, exclamando que habían encontrado una musa del bosque.

No pasó mucho tiempo para que alguien me encontrara todavía atada detrás, todo mundo supo del incidente y fue reportado a los rangos superiores. A la mañana siguiente Artemas y sus amigos fueron mandados a la guerra y mis compañeros soldados se dividían entre aquellos que me odiaron por el incidente y el puñado de buenos amigos que me defendieron. Así fue que me gané mi apodo de La musa de Cipre. De los cuatro "alegres camaradas" no se volvió a recibir noticias hasta un año después, cuando solo Artemas y Eryx regresaron con vida. Yo misma me encargué de curar sus heridas en muy distintas circunstancias.

Parecía que los ataques de mis compañeros irían incrementando, pero por suerte solo duraron una semana más. Tras el regreso del comandante Dyonisio todo cambió. Se comenzó a correr el rumor, y pronto la noticia era oficial: El comandante estaba llamando a soldados jóvenes y bien parecidos a su presencia para servir oficialmente en brindar servicios sexuales a los otros soldados. El argumento principal era que el propio ejército se estaba convirtiendo en una amenaza por la falta de presencia femenina en el campamento. Servir en esta encomienda sería considerado un gran honor por el ejército Griego. Un puñado de soldados se presentaron voluntariamente con el comandante, yo tenía mis reservas por el incidente de apenas una semana atrás, pero la oferta en realidad me emocionaba. De acuerdo a lo que se rumoraba, me transformarían en una mujer como la que ahora acompañaba al comandante Dyonisio, además mis tareas estarían dedicadas exclusivamente a artes femeninos.  Las tareas incluían por supuesto dar placer sexual a los hombres del campamento, pero también aprendería artes curativas , culinarias, agrícolas, de confección, música y drama. Mis nuevas compañeras y yo nos encargaríamos de darle un toque femenino al campamento, con un grado honorífico en el ejército. Era un sueño hecho realidad.

Así pues me presenté en la tienda del comandante. La mayoría de los soldados y guardias se burlaba a gritos de aquellos que acudieron al llamado. Algunos comenzaban incluso a cuestionar la cordura y la autoridad de Dyonisio. Pero él se mantuvo firme, tenía una voluntad de hierro, era tan hábil con la espada como lo era con el pensamiento. Dentro de su tienda sus guardias más cercanos ya habían recibido instrucciones para recibirnos y cumplieron al pie de la letra las órdenes. Al entrar a la tienda , nos invitaron a un pequeño vestidor para despojarnos de nuestras armaduras y ponernos "una ropa más cómoda". Cuál fue nuestra sorpresa cuando recibimos vestimentas de mujer, largas faldas de seda de la India con bordados hermosos. Yo elegí un pequeño vestido con holanes en los hombros. claro que no todos los soldados se sintieron cómodos con esto y prefirieron salir y contraatacar las burlas de sus amigos con una buena pelea en el lodo. Las que nos quedamos estábamos maravilladas con esos vestidos blancos, las sandalias y los adornos para el cabello. Había una caja de madera llena de pequeños frascos de muchos colores, sabíamos que eran pinturas para resaltar los ojos y los labios traídas desde la India y Egipto. Todas las mujeres en nuestros hogares las usaban , pero ninguno de los soldados se había siquiera acercado a una de estas cosas . En eso alguien llamó pidiendo permiso para entrar, era Ajit la nueva mujer del comandante. Se presentó con nosotras y nos dio la bienvenida. Sus palabras fueron muy emotivas y me llenaron de valor. Nos convenció que ser mujeres es un gran honor y requiere de muchísima fortaleza. Nos confirmó cuáles serían nuestras nuevas tareas en el campamento, lo cual me llenaba de orgullo. Estar encargada de curar el cuerpo y el alma de los hombres en batalla me pareció el más sublime de los oficios. Después de que Ajit habló ya no me sentía avergonzada, ya no sentía la necesidad de esconderme. Sentí mucho valor para salir a enfrentar las burlas de aquellos que luego vendrían a mi por sanación, por alimento y por amor. Nos advirtió que el camino sería difícil y doloroso. Porque hacer el amor a los hombres de guerra es algo que duele al alma y al cuerpo , pero que estos hombres están dispuestos a dar sus vidas por defender la tierra y debíamos ser valientes como ellos lo son.

De Ajit seguiríamos aprendiendo mucho más en los años siguientes. Pero por el momento era tiempo de aprender a lucir bonitas. Depilamos nuestros cuerpos y nuestros rostros con ceras especiales, que también nos enseñó a preparar dolorosas pero muy efectivas. En cada paso más y más soldados regresaban al campamento y sólo unas pocas nos íbamos quedando. Ya con nuestros cuerpos depilados volvimos a ponernos la ropa y a maquillarnos. Para esto Ajit traía consigo un invento maravilloso: Era una roca de vidrio volcánica pulida a tal grado que era posible ver nuestro reflejo en ella. Yo no podía creer lo que veía , era la imagen de una mujer, pero era yo misma. Yo podía sonreír como mujer, mirar como mujer, gesticular y hablar como mujer. Por primera vez en mi vida, sentía que estaba viviendo mis sueños robados y perdidos.

Finalmente estábamos listas para presentarnos ante el comandante. Yo sólo había oído hablar de el pero nunca lo había visto en persona. Era un hombre muy apuesto, de barba obscura y mirada profunda. Era alto, enorme, con una espalda ancha y brazos fuertes. Portaba elegante su armadura de piel, que dejaba ver también sus piernas, llenas de vellos. Ahora yo podía comparar su cuerpo cubierto con una gruesa capa de vello, con el mío liso y suave. Me sentí desvanecer al ver todo su porte, tan masculino. Pude imaginar lo feliz que era Ajit de servir a tan maravilloso hombre. El se dirigió a nosotras con una voz profunda y directa. No llamó Galaes, sacerdotizas de la diosa Cybele. Encargadas de mantener el equilibrio de lo femenino en el campamento , consumido y desvirtuado por la guerra y sus horrores. Esas palabras me hincharon el pecho de orgullo y tristeza y derramé una lágrima. Dyonisio se acercó a mí sonriendo y me dijo creo que sabrán hacer un buen trabajo.

Entonces sacó una lista y nos dio nuestros nuevos nombres. Yo Cyrene de Cipre. Inmediatamente el comandante comenzó a dar instrucciones. Fuimos asignadas en grupos para atender a las varias legiones del gran ejército defensor. Yo fui asignada con Acacia, Phylis y Minerva, quienes fueron mis mejores amigas durante muchos años. Aprendimos juntas a ser mujeres y compartimos muchas alegrías y penas. Esa misma noche mi vida cambió por completo. Pasé de ser un soldado a ser una doncella, una sacerdotiza de Cybele.  Y sin darme cuenta ya estaba al servicio directo de las órdenes del comandante. Sin tardar nos fue asignada nuestra primera misión: Atender las necesidades de los guardias que nos recibieron tan bien esa misma mañana. Ellos esperarían en el manantial. Pero primero, íbamos a ser presentadas ante el campamento entero. Así que salimos escoltadas por soldados y el mismo comandante Dyonisio. El campamento se quedó en silencio cuando salimos, parecíamos princesas y todas nos sentíamos así. Hubo algunos insultos, pero la mayoría de los soldados estaba realmente emocionado. Nos lanzaban besos y flores los compañeros que noches atrás se habían reído de mí , estaban ahora peleando por un poco de mi atención. El comandante nos presentó y comunicó a todos nuestro rango y nuestras tareas. nosotras seríamos sanadoras del cuerpo y el alma de los soldados. Era un rango especial que nos permitía tener autoridad absoluta dentro de las tiendas especiales de sanación que serían instaladas en el campamento. Estaríamos bajo la protección de la guardia máxima de la comandancia y tendríamos autoridad para acusar cualquier ultraje hacia nosotras. También tendríamos autoridad para solicitar escoltas especiales en nuestras tareas fuera del campamento. Yo no podía creer lo que estaba pasando. Esa noche hubo una fiesta, los diferentes grupos de Galaes fueron asignados a atender los deseos de los soldados de cada Legión. Y yo me dirigí hacia el manantial

Pero por desgracia toda esta algarabía terminaría pronto, esa misma noche, un peligro acechaba...