Gaby, mi hija. 9
Charo queda deslumbrada, se acerca a su amiga, coge sus manos para darle un giro y poder admirarla. ¡Isabel estás preciosa!
Gaby, mi hija. 9
Charo queda deslumbrada, se acerca a su amiga, coge sus manos para darle un giro y poder admirarla.
—¡Isabel… estás preciosa!
Las miradas entre ellas lo dicen todo. Realmente es una mujer muy bella y está enamorada de Charo, se ha acicalado para ella.
El bar de copas no estaba muy lejos, vamos andando y provocando miradas y silbidos de admiración por donde pasamos.
Al llegar, nuestras amigas nos están esperando en una mesa, el ambiente agradable, la música suave permite la conversación sin gritos.
Al encontrarnos, la alegría de Lara y nuestras amigas es desbordante. Hacía muchos años que no se veían. Al fin las cuatro juntas, después de tanto tiempo.
Carmen está gordísima. Y preciosa. La melena roja alrededor del rostro la embellece. Lara no deja de abrazarla y besarla.
—Dios mío, Carmen, estas para comerte. ¡Qué tetas tienes! Son pornográficas.
—Anda que no tenéis guasa. Estoy gorda como una foca.
—Sí, pero como una foca preciosa. ¿Vendrás esta noche con nosotras a casa?
—No me lo perdería por nada del mundo. Ya le he dicho a mi marido que no me espere, que pasaré la noche en tu casa. Y ¿Sabes que me ha dicho, el muy cabronazo? ¡Que se queda tranquilo! ¡Preñada ya no me van a dejar! El muy hijode…
Nos reímos, mucho. Las tetas de la preñada saltaban al ritmo de las carcajadas.
Les recomiendo que pidan caipiriña, la preparan muy bien. La muchacha que atiende la barra nos sirve amablemente.
Me llama la atención la entrada de una pareja, chico y chica, de unos treinta años, con atuendo deportivo. Venían en bici. Ella se sienta en un taburete en la barra. Piden unas bebidas, él se sitúa entre sus piernas, tontean, se dan piquitos en los labios, el chico roza su paquete por la entrepierna de ella.
Ella se levanta y va al servicio de señoras, él disimula unos segundos y la sigue. Desde donde estoy, puedo ver que el muchacho entra también por la misma puerta, no en la del servicio de caballeros, que está enfrente.
No me cabe duda que están liados, pasan unos minutos, pocos. Se produce un silencio entre dos temas musicales y escuchamos unos lamentos muy significativos.
Nos miramos unas a otras y no podemos evitar la carcajada, amortiguada por la entrada del nuevo tema musical. Poco después reaparecen los dos tortolitos, se sientan donde tienen las copas y siguen charlando de sus cosas mirándose a los ojos, como si nada.
Y es que el amor aparece en los lugares más insospechados. Noto mi entrepierna húmeda. Lara me mira fijamente, de esa forma que yo sé, como cuando se tiene fiebre, los ojos ligeramente entornados y los labios entreabiertos.
Me levanto y tiendo mi mano hacia ella, la toma y nos dirigimos las dos al mismo servicio de donde acaba de salir la parejita. Estrecho su cuerpo apoyada tras la puerta, nuestras bocas se buscan con frenesí. Sin palabras, no son necesarias, subo su vestido, mi mano busca su vulva sobre el pequeño triángulo del tanga.
Desprende calor, arde de deseo, como el mío que es atrapado por las manos de mi amor. Nuestras lenguas luchan por penetrar la otra boca. Aparta la tela de mi braguita y cuela dos dedos en el interior de mi mojada rajita. Cuando roza mi botoncito no puedo evitar un respingo y un suspiro, contraigo las nalgas y empujo mis caderas para aumentar la presión sobre mi coño y el suyo.
Mi mano busca las profundidades de su carne apartando la ligera tela. Saco los dedos empapados de su néctar para llevarlos a mi boca, ella hace lo mismo y saboreamos nuestros jugos mezclados, el olor a sexo nos invade y enloquece, seguimos frotándonos los coños hasta explotar las dos, casi al mismo tiempo, en unos orgasmos brutales. Las piernas no nos sostienen y estamos a punto de caernos. Apoyadas en la puerta, nos acariciamos y besamos hasta normalizarnos.
Al salir, las chicas nos miran sonriendo y moviendo la cabeza significativamente. La pareja, desde la barra, también nos mira y sonríe, asienten con la cabeza. Lara, extrañada.
—¿Hemos hecho mucho ruido?
Carmen se ríe.
—¿Tu qué crees? Menos mal que hay música, los golpes en la puerta y los gemidos nos han dicho todo lo que habéis hecho, sois unas guarrillas. Lo habéis pasado bien ¿No?
Me dejo caer en el sillón.
—Lo necesitábamos, llevamos veinte años de retraso. Chicas ¿Vamos a cenar? Aquí cerca hay un lugar que os gustará. ¡Vamos!
Al acercarme a la barra, para pedir la cuenta, paso al lado de la chica de la bici, se acerca.
—El nuestro ha sido un polvete rápido, pero lo vuestro ha tenido que ser genial ¿No?
— Hace muchos años que nosotras no hacíamos algo así. Es muy morboso ¿Verdad?
Sonreímos las dos.
Vamos en busca de la cena, paseando, charlando y riendo.
La cena, los chupitos de ron miel con nata y canela. Limonchelo, vodka caramelo… Carmen no podía, fingía enfado por no poder beber, nos reíamos.
Cuando llegamos a casa estábamos pedo, excepto la barriguita e Isabel, que había bebido poco. Nos desnudamos entre risas y bromas, caricias y besos.
Isabel estaba algo cohibida. Por señas le indiqué a Charo que se la llevara a otra habitación, se marcharon las dos. Las demás nos quedamos acariciándonos. Lara se dedicó a Carmen, el embarazo le fascinaba. Acariciaba una y otra vez la enorme tripa, brillante, tendida boca arriba con las piernas flexionadas, las rodillas separadas y ofreciendo el abultado sexo a quien quisiera lamerlo.
Pasábamos una tras otra por el ara donde se ofrecía el sacrificio de nuestras bocas y lenguas. La barriga se ponía tensa con la excitación y se sucedían, moviéndose, los abultamientos en distintas partes de los miembros del bebé. Sentir como se movía dentro de aquella panza tenía a Lara como hechizada.
Pero no había lascivia en su rostro, la mirada era de una profunda tristeza y lloraba. Me puse a su lado y la rodeé con mis brazos.
—¿Qué te pasa Lara? ¿Por qué lloras?
Me abrazó, su cara entre mis pechos, cada vez lloraba más amargamente. Nos apartamos y fuimos a otra habitación. Cuando se calmó me lo explicó.
—Eva, no te lo dije, no puedo tener hijos. Cuando supe que estabas embarazada sentí envidia y supe que debía apartarme.
Quedé embarazada con quince años y lo oculté. Sentía vergüenza, no podía decir nada en mi casa. El padre era de mi misma edad, tuvo miedo y me dejó sola, dijo que podía ser de cualquiera, que yo era una puta harta de follar con los chicos del colegio. No era verdad, solo lo había hecho con él, pero ya daba igual. Intenté quitármelo. La edad, la inexperiencia, no poder contar con nadie. Alguien me dijo que emborrachándome lo conseguiría y bebía, bebía mucho, me emborrachaba, pensando que así provocaría el aborto y se produjo, pero no por el alcohol. Un mal día me fui con unos chicos a un edificio en ruinas, yo bebía cualquier cosa que tuviera alcohol, cuando estaba medio inconsciente se aprovecharon, a mí me daba todo igual, hicieron barbaridades conmigo, me follaron por todos lados, cuando quise impedir que siguieran, me golpearon. Me caí, me tiraron, no lo sé, lo cierto fue que desperté en un hospital. Como consecuencia aborté, tuvieron que extirparme la matriz, dejando los ovarios, para no tener problemas hormonales. Informaron a mi familia y mis padres me abandonaron. Me dejaron sola y tuve que apañármelas para sobrevivir. Conocí a un chico con el que me inicié en el porno, lo demás ya lo sabes.
Carmen y Nati, habían escuchado todo desde la puerta. Nos llevaron de nuevo a la cama, nos tumbaron y se dedicaron a provocarnos un orgasmo tras otro hasta quedar exhaustas. Ellas ya conocían la historia de Lara. Carmen la besaba.
—Hemos venido a divertirnos, a pasarlo bien y no a contar historias tristes. Además, esta niña va a ser tuya también, serás su madrina y tal y como lo veo quizás tengas que ayudarme a criarla. Las cosas con mi marido no van bien, no sé si aguantaremos hasta el parto, es posible que nos separemos antes. Ahora… comédmelo, estoy deseando correrme, lo necesito, me habéis puesto cachonda.
Y se lo comimos de nuevo. Escuchábamos los gemidos de Charo e Isabel. Y así hasta el amanecer, entonces nos quedamos dormidas.
Me desperté, eran las once. Estoy detrás de la espalda de Lara que tiene una teta de Carmen en su boca, mamando como un bebé, su mano entre los muslos de la preñada, abarcando su vulva. Una mano de Nati, a mi espalda, acaricia mi pecho. Lo hace dormida. Su respiración en mi nuca, me provoca agradables escalofríos. Acerco mi mano a la cara de Lara para apartar un mechón de pelo, suelta el pezón de Carmen y se gira hacia mí. Nos fundimos en un dulce beso. Susurra.
—Buenos días, amor.
—Buenos días, mi vida. ¿Has dormido bien? O mejor ¿Has mamado bien?
—Las dos cosas. ¿Sabes que tiene leche? Sabe bien, por eso mamaba, me gusta.
—Eres como una niña pequeña, Lara. Por eso te quiero más. Pero tienes que perdonarme.
—¿Por qué, amor?
—Por ponerme celosa.
—¿De Carmen?
—No….De mi hija. De Gaby.
—No te entiendo, Eva. ¿De Gaby? ¿Por qué?
—Por como la mirabas cuando os conocisteis. Creí…..
—No sigas, mi vida. Te envidiaba, tienes una hija preciosa y….
No dejé que terminara la frase. Uní mis labios a los suyos, en un largo y cálido beso.
Nuestras queridas amigas nos miraban. Carmen acarició su pelo.
—Lara, creo que Eva estará de acuerdo conmigo. Nuestras hijas son también tuyas. Compartiremos amor, placer, amistad y también hijas. Mira a Nati, ella puede tener hijos y no quiere. Para ella es más importante su libertad y yo respeto su deseo. Pero vamos a levantarnos. Llegaréis tarde a la estación.
Nos levantamos y entramos sigilosamente a la habitación donde están Charo e Isabel. Duermen, desnudas, abrazadas, forman una deliciosa imagen, para ser inmortalizada en un cuadro. Sus curvas suaves, la morbidez de la piel. Mantienen los muslos entrelazados entre ellas. Nos acercamos las cuatro, rodeando la cama. Acariciándolas suavemente, despiertan, sorprendidas, se miran a los ojos, sonríen y se besan. Les hablo sonriente.
—Buenos días, dormilonas. ¿Cómo lo habéis pasado?
Charo, sin dejar de mirar a Isabel.
—Es lo mejor que me ha pasado desde hace mucho tiempo. ¡Es tan dulce!
—Te entendemos Charo. Eres una buena persona y mereces ser feliz. Isabel también se lo merece. Ahora vamos, levantaos, tenemos que comer algo, Lara y yo nos iremos pronto ¿Y tú? ¿Te quedaras con Isabel?
Se miran las dos. Isabel anhelante, esperando la respuesta de Charo.
—¿Qué si me quedo? ¡¡No pienso separarme de Isa nunca!! Esta noche ha sido nuestra noche de bodas. Hemos sellado un pacto… de amor.
Se besan, les gastamos bromas, cosquillas, nos reímos. Nos faltan Gaby y Silvia para compartir un momento tan sublime.
—¿Qué le digo a tu hija, Charo?
—No te preocupes. Se lo diré por teléfono, tú solamente le tienes que decir cómo me has visto.
—¿Desnuda, después de follar toda la noche con Isabel?
—¡No, tonta! Feliz, muy feliz. Dile que Isabel me ha dado vida. Nada más.
Nos arreglamos para bajar al bar de Alfredo que nos atiende con la amabilidad de siempre. Aunque es tarde y ya no sirve desayunos hace una excepción con nosotras.
En el bar, Carmen y Nati se despiden de todas nosotras y se marchan. Charo e Isabel nos acompañan a la estación de Santa Justa hasta la partida del tren que nos lleva a nosotras a Barcelona. La tristeza de la despedida se ve compensada con las miradas amorosas que se cruzan entre las dos. Mentalmente les deseo mucha suerte, la merecen.
Llegamos a Barcelona, Gaby y Silvia nos esperan en la estación. Tras los abrazos y besos, las explicaciones. En el camino a casa, en el taxi, Silvia a punto de romper a llorar.
—Eva ¿Por qué se ha quedado mi madre en Sevilla? ¿Qué ha pasado? Ella me ha dicho que está bien, que encontró una persona, Isabel, con la que espera ser feliz, pero ¿Es verdad?
—Sí, cariño. Tu madre está mejor que nunca. Apenada por qué no estás con ella, pero feliz. Ha encontrado a otra persona que conoció hace mucho tiempo, una compañera de colegio, algo así como tú con Gaby. Y no quiere separarse de ella. Creo que pueden ser muy felices las dos. No debes preocuparte. De todas formas piensa que estas a menos de seis horas de viaje en tren, una en avión, cuando quieras puedes ir a verla y cerciorarte de lo que te decimos.
Pensativa, se refugia en los brazos de mi hija que la acoge cariñosamente. Se besan. La taxista, una mujer, mira por el retrovisor y sonríe.
—Perdónenme, a lo peor meto la pata, pero las jovencitas ¿Son pareja?
Nos hace gracia y reímos.
—No tiene que disculparse. Sí, ellas dos son pareja y nosotras dos también. ¿Por qué?
—Pues, por qué me alega mucho ver a mujeres que se quieren y no les importa demostrarlo. Yo vivo desde hace cinco años con mi chica. Lo pasamos muy mal antes de salir del armario. Cuando lo hicimos, la familia, los amigos, todos, nos dieron la espalda. Rompimos con todo y lo afrontamos solas, eso nos dio fuerzas. Y cada día que pasa nos alegramos más de haber tomado aquella decisión. Hoy estamos juntas, tenemos nuestro taxi, que llevamos las dos, somos independientes y felices, muy felices. Estoy deseando terminar cada turno, para volver a casa y estar junto a ella.
—Sabemos, por experiencia, de lo que hablas. En esta sociedad la intolerancia está muy extendida. Ellos establecen las normas, en base a unos principios caducos y todos debemos acatarlas. Si no lo hacemos se nos castiga con la marginación. Pero antes aún era peor, lo castigaban con la cárcel.
Llegamos a casa. La chica del taxi, baja para despedirse de nosotras con dos besos y desearnos suerte.
Carlos y Ainoa salen a recibirnos, tras los abrazos y besos de rigor Carlos me mira. Lara es una desconocida para él. Hago las presentaciones. Carlos se muestra algo reticente, pero acepta lo inevitable.
—¿Qué ha pasado con Charo? ¿Se ha quedado sola en Sevilla?
—Sí, se ha quedado en Sevilla, pero no está sola. Vive en casa de una “buena amiga”. No te preocupes. Estará bien y lo ha hablado con su hija.
—Bueno, siendo así. Espero que le vaya bien.
—Carlos, traigo los documentos, que tienes que firmar, para el divorcio.
—¿Estás decidida? ¿No te arrepentirás?
—No, Carlos. Lara está conmigo y la quiero mucho. Me iré a vivir con ella. Nosotros podemos ser buenos amigos, te quiero, no estoy enamorada de ti, pero te quiero y Gaby también, ella te necesita, le haríamos mucho daño si nuestra separación se complicara. Lee el convenio de separación y sabrás que no pretendo aprovecharme.
— Lo comprendo, y tienes razón, Eva. No voy a pelear contra ti, también te quiero y no voy a haceros daño a ninguna de las dos.
Las chicas han preparado la cena. Nos sentamos todos, Silvia esta algo triste. Se siente sola, es la primera vez que se aleja de su madre. Tiene su mano sobre la de Gaby. Ahora es su principal apoyo.
Tras el postre nos sentamos en el jardín trasero, junto a la piscina. Gaby y Silvia preparan unas copas para todos, pero Carlos, tras disculparse, se retira a descansar. Lara hace gestos para marcharse.
—Llamare un taxi que me lleve a casa.
—Ni hablar, Lara. Estamos cansadas y esta noche nos quedamos aquí las dos. Mañana ya veremos lo que hacemos.
—Sí, mi vida. Tú mandas y yo obedezco.
Lo dice acompañando con gestos teatrales. Nos reímos. Ainoa me mira con curiosidad.
—Mañana no tengo que madrugar. Trabajaré por la tarde hasta la noche. Podemos estar juntas hasta el mediodía.
Gaby me mira y sonríe. Asiento con un ligero movimiento de cabeza. Como yo, también ha comprendido lo que quiere Ainoa.
Seguimos charlando, tengo sueño, Lara también.
—Lara ¿Vamos a dormir?
—Bueno, si es a dormir vale. ¡Pero a dormir!
—Déjate de indirectas y vámonos. Estoy muy cansada.
Subimos y nos acostamos en las camas unidas que compartía con Charo. No sé por qué, su recuerdo me excita. Abrazo a Lara.
—¿Vamos a dormir?
—Sí, vida mía. No puedes imaginar lo feliz que me hace tenerte a mi lado, aunque solo sea para dormir. Te quiero.
Así, abrazadas, mirándonos a los ojos en la semi penumbra, nos dejamos seducir por Morfeo.
Un nuevo día. La claridad me ofrece la visión del rostro de Lara dormida. ¡Qué hermosa es! Me atrae un hilillo de saliva que baja desde la comisura de sus labios hasta la almohada. Acerco mi boca a la suya y con la lengua le arrebato ese trocito de mi amada.
Se ha despertado, no deja que me separe, con su mano tras mi nuca me atrae hacia ella hasta depositar un delicioso beso que comparto con deleite. ¡¡Cómo quiero a esta mujer!! ¡¡Mi mujer!! Mi amada. La deseo. Acaricio su rostro, no me canso, estaría horas admirando, acariciando, su cuerpo. Mi mano se desliza hasta su cintura, levanto, ligeramente la sábana. ¡Está desnuda! Su rajita se adivina entre los pliegues de las ingles, la piel suave, cálida, me enciende, siento una contracción en mi vientre.
No puedo evitarlo, ver su cuerpo desnudo me excita, una oleada de calor me invade, sigo acariciándola, ella responde con más caricias, besos. Retiro la sábana y cubro su cuerpo con el mío.
Necesito sentir el mayor contacto posible, piel con piel, los dedos de mis dos manos entrelazados con los de las suyas, los brazos extendidos. Con los pies, acaricio los suyos. Besos, muchos besos. Amor, mucho amor. ¡Quiero gritar, amor!
La puerta no está cerrada, se abre un poco, hay alguien, veo su sombra. Miro e invito a entrar con la mano. Es Ainoa. Entra avergonzada, es muy tímida. Habla muy bajito.
—Carlos se ha ido, os he escuchado y necesitaba hablar contigo Eva.
—Entra y cierra, siéntate aquí y mira lo que hacemos.
Lara un poco extrañada se deja hacer. Sigo con mi asalto a sus posiciones que poco a poco se van debilitando. La batalla alcanza su momento álgido, cuando me sitúo entre sus piernas y le como el tesoro.
No dejo de observar a la chica que, nerviosa, lleva las manos a sus pechos pellizcándolos. Me acerco a ella para empujarla con suavidad y acostarla junto a Lara, que comprende lo que quiero hacer y colabora.
Entre las dos acariciamos a la chica sobre la tela del camisoncito de dormir. Su calentura aumenta hasta el límite. Tiembla como un pajarillo asustado. Su boca me atrae como un imán. Miro a Lara que asiente dándome permiso y beso sus labios. Ainoa se mantiene estática, el temblor de sus piernas delatan su excitación, los ojos cerrados, la boca entreabierta. Percibo un ligero estremecimiento al posar mis labios sobre los suyos.
—Ainoa, no temas, solo queremos que vivas una experiencia que te abrirá nuevas puertas al placer. Sé que necesitas saciar tu curiosidad por eso hacemos esto. No estás obligada a nada que no quieras hacer. Cuando quieras me lo dices y me detengo.
—Ahora no paréis por favor. Sigue Eva, quiero saber si soy o no…..
—¿Gay? ¿Lesbiana? No cariño, no lo eres. Nosotras tampoco, bueno, no del todo. Somos bisexuales. Los gritos que oímos cuando estas con Carlos no son fingidos, disfrutas con él. ¿Estás enamorada de Carlos? ¿Es lo que quieres averiguar y lo que te ha traído hasta aquí? Necesitas asegurarte de que lo amas. Pero eso es algo que solo tu corazón puede decirte. Con nosotras solo encontraras sensaciones, placer, nada más.
Mientras hablamos, no dejamos de acariciarla. Suspira, con sus manos coge mi cara y la atrae hacia ella. El beso es largo, su boca se abre para deleite de mi lengua que la explora en profundidad. Lara toma el relevo. Se devoran la boca mutuamente.
Quiero ser la primera que saboree su coño, le bajo las braguitas para descubrir un monte de Venus cubierto por una ligera pelusilla clara, los labios mayores poco abultados y cerrados no dejan ver los menores.
Con mis manos abro la flor y me deleito con su belleza. Su interior deja caer un hilillo de líquido transparente y al acercarme y pasar la lengua sobre su tesoro reconozco su olor y sabor. Para mí es inconfundible. Es semen de Carlos con un nuevo componente, el sabor de la chica. Me gusta. Su sexo huele a lavanda. Debe utilizar algún producto con ese aroma.
Le hago un tratamiento completo, masaje lingual desde el ano al ombligo. Parada en el bultito del placer. Estremecimiento, intenta cerrar las piernas, estoy preparada y lo evito para seguir excitando su delicioso rincón.
De pronto un grito. Un movimiento brutal de su cuerpo que me aparta de ella y cae desvanecida sobre el lecho. Nos apresuramos a acariciarla y mimarla. Entre las dos, estrechamos su cuerpo. Lara está muy excitada.
—¡Te necesito! ¡Ahora!
Y atiendo su petición. Me dispongo a mordisquear y lamer su deliciosa vulva, los pliegues internos de su fruta. La cama se mueve, unas manos acarician mis nalgas, no dejo de lamer.
Veo a Gaby sobre Lara, mordiéndole un pezón, mientras pellizca el otro. Debe ser Silvia quien me ataca por la retaguardia. Su mano en mi coño provoca sensaciones deliciosas.
Lara no lo soporta más y se corre de gusto, libero mi cabeza de la deliciosa prisión que la retenía. Me tiendo a su lado, Ainoa es quien ahora se acerca y se acurruca junto a mí. Me besa. Acaricia mi pelo. Gaby y Silvia no se detienen, siguen liadas conmigo y me acarician por todos lados, me comen, no puedo más.
No sé quién de las dos me está martirizando el garbancito. Prefiero no saberlo, pero sí, lo sé. Es mi hija. Un dulce orgasmo me hace vibrar, temblar de gozo.
Tengo a mi lado, sobre mí, estoy rodeada de las personas a quien más quiero. Y además me dan un placer inmenso. ¿Qué más puedo pedir?
Gaby me mira apenada, suplicante. Me incorporo para atraerla hacia mí. Me abraza con fuerza, nos besamos, las demás nos miran se acercan y nos abrazan a ambas.
Se renuevan las caricias, me dedico a mi niña. Silvia intenta apartarse, pero se lo impido. Quiero compartir con ella este momento. Se tiende junto a su amada, se besan. Lara abre sus piernas y se dedica a Silvia, yo a mi hija.
Ainoa, maravillada por lo que está presenciando ayuda con caricias. Un amasijo de cuerpos sudorosos, el olor a sexo invade la habitación, una sinfonía de gemidos culmina con una sucesión de orgasmos.
Descansamos. Soy yo quien primero se levanta para preparar algo de comer.
Se disputan las duchas, me suenan a gloria las risas de las chicas jugando como niñas, sobresalen las cristalinas carcajadas de Silvia. Me siento muy feliz.
—¡Niñas, a la mesa!
Bajan en tropel y se sientan a desayunar. Ainoa esta retraída. Me acerco, paso un brazo por su espalda y la atraigo.
—No te sientas mal por lo que ha sucedido, cariño. Tienes mucha suerte de haberlo disfrutado…
—Sí, pero me siento mal, he engañado a Carlos, él no sabe lo que he hecho.
—¿Y se lo vas a decir? Si quieres hacerlo, sincerarte con él, puedo ayudarte. Dile que fui yo la culpable. Que tú no querías.
—Pero eso no sería verdad. Yo lo deseaba. Y me gustó, mucho. ¿Cambiará esto mi relación con él? ¿Qué pasará ahora entre nosotros?
—No creo que pase nada chiquilla. Hablaremos las dos con él y lo entenderá. No quiero que te ocurra lo mismo que a mí. Dejar que pasaran veinte años para contarle mi locura. Ahora come algo, estarás agotada, por qué esta mañana, antes de irse te…
—Sí… ¿Cómo lo sabes? No hicimos ruido.