Gaby, mi hija 5

Hoy es el día de la prueba. Gaby sigue dormida, preparo el desayuno.

Gaby, mi hija 5

Hoy es el día de la prueba. Gaby sigue dormida, preparo el desayuno.

—Buenos días mamá. ¿Cómo has dormido?

—Muy bien cariño. Muy relajada. ¿Y tú?

—De maravilla. ¿Qué haremos hoy?

—Hoy tendremos el día movidito. Tú tendrás que colaborar para que todo salga bien.

—Pero, mamá ¿Qué vas a hacer?

—Veras, antes de que llegue Oscar, Nati, Carmen y yo, nos esconderemos en la habitación de los invitados. Tú te encargarás de hacer que tome alguna bebida alcohólica. Se la preparas añadiendo estos polvitos, son dos pastillas de rohypnol machacadas. Es la droga, que posiblemente, usaron contigo. Sigue charlando con él hasta que haga efecto, diez, quince minutos, o algo más. Después nos encargaremos nosotras.

—Pero ¿Qué le vais a hacer?

—No te preocupes por eso. Ya lo veras.

—De acuerdo, pero a ver si acabamos todas en la cárcel.

—No nos denunciará. Ya lo veras.

Terminamos el desayuno y arreglamos un poco el piso. Preparo la comida para las cuatro. Poco antes del mediodía llegan Nati y Carmen. Besos, abrazos. Gaby se va a su habitación.

—Bueno, Eva, con que nos vas a sorprender hoy.

—Pues verás, Nati. Necesito que me ayudéis a castigar a una mala persona. El ex-novio de Gaby.

—Pero ¿Que le ha hecho?

—Algo horrible, Nati, drogarla y entregarla para que unos traficantes se cobraran una deuda que tenía con ellos violando a Gaby.

—¡Joder! Eso es muy fuerte. ¿Y qué piensas hacer?

—Acercaos, no quiero que Gaby sepa aún lo que quiero hacer.

Les explico mi plan y se entusiasman. Nati tiene tendencias sádicas, estoy segura que se va a divertir.

Carmen también, pero por otros motivos. Fue víctima de una violación y detesta a los violadores.

Llamo a Gaby para comer. Estábamos terminando cuando llaman al timbre de la puerta. Salimos todas corriendo, nos escondemos en la habitación de invitados. Gaby abre.

—¡Silvia! ¿Qué haces aquí?

—Gaby, desde que supe que habías llamado a Oscar y que vendría a verte no he dejado de pensar en eso, puede hacerte daño si estás sola, incluso estando tu madre puede haceros algo y yo no me lo perdonaría. ¡Te quiero Gaby!

—¡Mamá! Podéis salir. ¡Es Silvia!

Al entrar en el salón veo a Gaby abrazando a Silvia. Se besan amorosamente.

—¡Uy! ¿Quién es esta chica tan mona?

—Es Silvia, Carmen. Ha venido a ayudarme con Oscar. Es un amor. ¿Verdad?

—Sí que lo es y por lo que veo, tu amor. ¿No?

—No podemos negarlo. Creo que estamos enamoradas. Es muy dulce. ¿Verdad mamá?

—Sí, ayer tuvimos un encuentro muy cálido. ¿Estás enamorada Silvia?

—No lo sé, pero no puedo pensar en otra cosa, solo en Gaby. Y se me pone un nudo en la garganta, una opresión en el pecho y siento cosas raras en el estómago. No había sentido esas cosas antes, nunca, por nadie. ¿Es eso amor?

Nos reímos mis amigas y yo. Gaby se revuelve enfadada.

—¿De qué os reís? Yo también me siento así.

—No te enfades, cariño. Estáis enamoradas. Nos reímos porque lo que estáis sintiendo también lo hemos sentido y vivido nosotras en el pasado. Comprendemos como os sentís, son risas amorosas no nos estamos burlando. La risa también es una manifestación del amor.

—Bueno, pero no os metáis con Silvia.

—No cariño, lo que ha ocurrido entre vosotras es muy bello. Lo respetamos. Os queremos………….

Suena el timbre de nuevo, casi seguro que es Oscar.

—¡Vamos, a la habitación! ¡Gaby, ya sabes que tienes que hacer! ¡Si crees que hay peligro grita y saldremos todas!

No oímos nada, debía haber previsto algún sistema para ver u oír lo que pasa en el salón.

Quince minutos, oímos murmullos pero no entendemos nada.

Veinte minutos, siguen hablando. Media hora, tres cuartos. Faltan cinco minutos para una hora. ¿Qué estará pasando?

—¡Mamá! ¡Podéis salir!

Oscar está tendido en el sofá, tiene la bragueta abierta y asoma el pene. Gaby está en pie a su lado, le escupe en la cara. Hay algo más que saliva.

—¡Vamos! ¡Ayudadme a llevarlo a la cama!

Entre todas lo llevamos a rastras hasta la cama, lo desnudamos, Carmen, Nati y yo también. Gaby y Silvia se mantienen expectantes. Oscar está tendido boca arriba, Carmen se sube y se sienta sobre su cara, se mueve adelante y atrás. La enorme barriga se mueve sensualmente.

—¡Cuidado! Carmen, lo vas a asfixiar y no queremos liquidarlo. Es solo un escarmiento.

—No te preocupes Eva, sé lo que hago.

Se levanta. Oscar respira como si se fuera a acabar el aire. Los ojos abiertos, nos mira. Intenta avanzar los brazos pero los movimientos son torpes. Los deja caer. Voy por los artilugios que he comprado para la fiesta. Cuatro arneses con dildos de silicona, uno para cada una. No contaba con Silvia. Los reparto y ayudo a las demás a colocárselos. Gaby se ríe, coge el consolador con ambas manos y amenaza a Silvia con él en broma.

Silvia no se ríe. Está muy seria, mira el aparato de Gaby, dirige la mirada a sus ojos. Aparta las manos de su amiga y lo coge ella. Besa a Gaby y le habla al oído.

—Mamá, Silvia quiere que la penetre. Dice que quiere perder su virginidad conmigo. Que sea yo quien se lo haga.

Se abrazan las dos, se miran a los ojos, se besan. Nos quedamos mirándolas. Forman una pareja preciosa.

—Silvia ¿Estás segura? Piensa que si lo haces ya no tendrá vuelta atrás. Lo perderás para siempre. ¿Y tu madre? ¿Cómo reaccionará si se entera?

—Eva, quiero a tu hija con locura. Desde hace mucho tiempo, pero lo de ayer me ha convencido de que quiero vivir con ella, solo para ella. Mi madre, mi familia, todo lo demás no me importa. Quiero que me folle ella. ¡Ahora! ¡Por favor, Gaby!

Gaby se había colocado el arnés sobre la ropa, no se había quitado el pantalón. Se lo quita para desnudarse. Se coloca de nuevo el dildo. Desnuda a su amada y se tienden las dos junto a Oscar que las mira con cara de demente. Carmen, ata las manos del chico y le da la vuelta, se coloca sobre su espalda, la verga de goma entre las nalgas del muchacho. Se acaricia el clítoris. Está muy excitada. Nati ayuda en la operación.

Silvia las contempla, también se excita. Gaby entre sus piernas le lame el sexo, ella se aprieta las tetas, pellizca sus pezones, abre las rodillas, su respiración se agita, boquea, le falta el aire, se va a correr. Grita.

—¡¡AHORA, GABY!! ¡¡AHORA!!

Gaby obedece, se coloca en posición y apunta entre los labios vaginales de Silvia con el pene de plástico.

Nati ha cogido las piernas de Oscar y ha tirado de ellas hasta el filo de la cama. Las deja caer y queda con el culo a disposición de las dos. Yo mientras, grabo la escena. Escojo el ángulo adecuado, para que no aparezcan las caras de mis amigas. Solo la cara y el culo de Oscar que va a ser taladrado por Carmen, de un solo golpe, en seco, sin lubricación. Empuja con fuerza y penetra el ano del chico.

Al mismo tiempo Gaby empuja con cuidado dentro de Silvia que, sin pensárselo, levanta sus caderas y el dildo se clava en sus entrañas. Grita.

—¡¡¡AAAGGGG!!!

Gaby, sorprendida, intenta sacarlo, pero Silvia cruza sus piernas tras las nalgas de mi hija impidiendo que se separe de ella. Dos lágrimas surcan sus mejillas. Abraza con fuerza a Gaby.

Oscar también grita, intenta levantarse, pero entre las dos se lo impiden y siguen follándole el culo sin detenerse. La cara de satisfacción de Carmen es todo un poema. Nati restriega su coño por la cabeza del muchacho, al tiempo que pellizca las tetas a Carmen, que le devuelve la caricia.

Gaby acaricia a su amiga, besa las mejillas, bebe sus lágrimas. Silvia coge con sus manos la cara de mi hija, la besa en labios.

—Te quiero Gaby. Amor mío. Ahora muévete despacio.

Gaby se movía con suavidad, con delicadeza. Se besaban amorosamente.

Carmen salía de Oscar para dejar a Nati follarlo con violentos empujones de cadera. La pantalla de la cámara mostraba el ano sangrante de Oscar.

Miré el sexo de Silvia, bajo el cuerpo de mi hija. También sangraba.

Nati y Carmen estuvieron jugando con Oscar hasta quedar rendidas. Sus escandalosos orgasmos escandalizaron a Silvia que, recuperada de su nueva experiencia, se levantó, cogió a Gaby de la mano y la llevo al dormitorio de mi hija.

Yo no me quedé con las ganas de follar al violador de mi niña, lo hice con rabia, con mucha violencia. Nati grababa, me miraba asombrada por la furia con la que atravesaba el esfínter de aquel miserable. Carmen me besaba, yo le acariciaba el coño y su barriga. Me sentía muy excitada, mi sexo, mis muslos, chorreaban. Nati me besaba la nuca, produciéndome escalofríos, magreaba mis tetas y me moría de gusto, el orgasmo llego de pronto, bestial. Abrace a Carmen con el brazo derecho al tiempo que con los dedos de la mano izquierda penetraba su coño. Nos besamos las tres, derrotadas sobre la cama. Oscar se quejaba débilmente.

Ya más tranquilas nos fuimos a duchar. Nos lavamos cariñosamente, acariciándonos unas a otras. Entre besos y achuchones, nos lavamos las tres. Descansamos un poco y nos vestimos. Mientras se arreglaban Gaby y Silvia.

Preparé un DVD con la grabación que le hice. Vestimos a Oscar y llamé a mi hija, para que nos guiara, al apartamento del que fue su novio.

Lo llevamos entre todas. En el bolsillo tenía las llaves de su coche y del apartamento. Nos metimos Gaby, Silvia y yo en su coche y lo conduje hasta su casa. Carmen con Nati, que llevo su coche para volver. Lo subimos entre todas.

Un vecino nos vio, le dijimos que estaba borracho, no le extrañó. Lo dejamos en su catre.

A Nati se le ocurrió, al ver un viejo candelabro, bajarle los pantalones hasta los tobillos colocarlo boca abajo y clavarle una vela en el culo. Así se quedó.

Mientras Gaby y Silvia buscaban entre los libros, papeles y trastos que allí había, hasta que encontraron una cámara de video en una caja con varios chips de memoria. En uno de ellos había escrito, con tinta indeleble, Gaby. Conectamos la cámara y vimos que, efectivamente, era la grabación original que había hecho a mi hija. Cogí la cámara y los chips y los metí en mi bolso.

Gaby puso en marcha el ordenador portátil que Oscar utilizaba. Conocía la clave de acceso. Buscó hasta encontrar las copias de los videos. Escribió una nota y la paso a la impresora que tenia conectada. Después, con un destornillador, abrió la parte baja del ordenador y extrajo el disco duro. También nos lo llevamos.

Le dejamos la copia del DVD, que habíamos grabado y la nota explicativa, escrita por Gaby. Dejamos las llaves sobre la mesa y nos marchamos de allí.

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Tenía previsto marcharme a Barcelona en un par de días. Hable con Carlos y acordamos que nos alojaríamos en un apartotel hasta que se arreglara el alquiler del piso. De esa forma, Gaby, podría solucionar su traslado de matrícula en la Universidad.

—Pero, esta noche la pasamos juntas. Nos vamos a tu casa, Eva. Cualquiera sabe cuándo podremos volver a vernos, si te vas a Barcelona.

—De acuerdo Carmen. Esta noche estaremos juntas. Me fastidia mucho tener que irme, pero sobre todo porque ahora estábamos juntas de nuevo, después de tantos años.

—Yo también me quedo.

—¿Estás segura, Silvia? ¿Qué le dirás a tu madre?

—Le diré….Que me quedo en casa de Gaby. Y ya está. Si no le gusta que se fastidie. Ya he cumplido los dieciocho, hace un mes. ¿Puedo quedarme en tu casa, Gaby?

—Quiero que te quedes para siempre conmigo. Ven, abrázame.

Llegamos a casa y subimos todas. Preparamos la cena entre risas, caricias y besos. Tras la cena, nos sentamos en el salón a tomar chupitos de vodka caramelo.

Hubo un momento en que Gaby y su amante me miraron suplicantes.

—Mami, ¿Nos dejas dormir en tu cama las dos solas? Os podéis quedar en mi habitación, porfiii.

No pude negarme. Silvia ocupaba ahora un lugar importante en el corazón de Gaby. Asentí con la cabeza. Recordé a Lara y mis ojos se llenaron de lágrimas. Gaby me miró apenada.

—Mamá, podemos estar todas juntas si quieres, no llores. Te quiero.

—No mi vida, no lloro por eso. Son mis recuerdos los que me hacen sentir así. Id las dos, disfrutad de lo que tenéis ahora que es muy hermoso. Yo lo perdí hace mucho.

Se levantaron para darme un beso cada una, acaricie sus cabellos. Me emocione y las abrace a las dos. Después las empujé hacia mi habitación.

Me quedé con mis amigas. Abrimos el sofá cama, Quité el colchón y lo coloque en el suelo, luego traje el de la cama de Gaby y los juntamos. Medio salón lo convertimos en cama.

Nos desnudamos las tres. Acostadas con Carmen en medio, acariciábamos su panza. Era agradable y muy sensual, la niña trazaba curvas y bultos en la barriga, se movía, como si esperara los orgasmos que sentiría la madre. Sus tetas presentaban unos pezones duros por la excitación.

Nati en una y yo en otra mamábamos de las ubres como bebes hambrientos. Besé su boca y correspondió con avidez. La mano de Nati se perdía entre los muslos de la preñada, que boqueaba, acariciaba nuestras vaginas, una en cada mano. Sus dedos penetraban mi coño provocando latigazos de placer en el pubis, la palma de su mano frotaba mi clítoris. Jugamos, nos acariciamos, nos besamos. Nati se coloco de forma que sus coños se restregaran, con los muslos cruzados. Yo metía la mano entre los dos chochos y los frotaba, al tiempo que sus manos excitaban todo mi cuerpo. Carmen gritó, lloró, pataleó…Se corrió. Poco después llegaba Nati y yo tras ella. Quedamos agotadas.

Aún pude escuchar, antes de dormirme, los gemidos. ¡Ah! ¡Ah! ¡Mmmm! ¡Ah! De las dos jovencitas. ¡Qué bello era el amor!

Me desperté temprano. Mis dos amigas dormían, Carmen sobre su lado derecho y Nati tras ella cogiendo sus tetas. Fui a ver a las dos tortolitas, dormían abrazadas.

Me dispuse a preparar el desayuno para todas.

Cuando estuvo listo las llamé y nos sentamos a la mesa. Las bromas y las risas no se hicieron esperar. Silvia se reía de forma contagiosa, con unas carcajadas sonoras, inconfundibles, que nos hacían reír a todas. Recogemos los colchones del salón.

—Gaby, estoy pensando en escribir una especie de diario para que en el futuro recordemos, con la mayor fidelidad posible, las cosas que nos han pasado, que hemos vivido, en estas últimas semanas, ahora, lo que ocurra después, no sé. Tengo la imperiosa necesidad de dejar constancia de mis experiencias.

—¡Sí, mamá! Me gusta la idea, yo te ayudaré. Y llamamos a Pablo, el que escribía en todorelatos y se los damos para que los publique.

—No Gaby, eso es muy fuerte, yo quería que fuera solo para nosotras.

—Y qué más da. Se cambian los nombres, se quitan los datos que puedan identificarnos y mucha gente se podrá ver reflejada y podrá darse cuenta de que no está sola. Que el amor puede manifestarse de muy distintas formas.

—Tienes razón, me has convencido.

Suena el timbre del portero, Gaby se acerca a ver quién es. Por el telefonillo habla con alguien de forma airada.

—¡¡Es la madre de Silvia!!

—Bueno, ábrele y vamos a ver que quiere.

Esperamos, todas en el salón. Gaby abre la puerta y entra una mujer baja, con algún kilito de más, muy sofocada y alterada.

—¡Vamos a ver! ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es eso de que no vas a volver a casa?

Silvia, sin azararse, se planta ante su madre.

—No pasa nada, solo que ya no tengo porqué seguir aguantándote. Me voy a Barcelona con Gaby y su madre. Buscaré trabajo y me quedaré allí. Si no estás de acuerdo, lo siento, pero me voy. Estoy harta de tus normas, tus reglas y tus prohibiciones.

Me acerco a la mujer en tono conciliador. Estaba desconcertada al vernos a todas. Muy nerviosa se echó a llorar. Le cogí los hombros y la invite a sentarse.

—Tranquilícese Charo. Su hija no pretende hacerle daño, solo quiere razonar con usted. ¿Verdad Silvia? Hablando nos entenderemos y espero que pueda comprender lo que ocurre.

Entre sollozos, sin poder hablar.

—Pero entonces ¿Es verdad? ¿Quieres irte? ¿Dejar tu casa y tu familia? ¿Por qué? ¿Estás liada con algún hombre? ¿Te han dejado embarazada?

Nuevo llanto. Ya sonaba un tanto teatral.

—Pues ya ves, quiero irme, dejar mi familia que no me permite vivir como yo quiero; no estoy embarazada y no estoy liada con ningún hombre, pero sí con una mujer de la que estoy muy enamorada.

Dicho esto se acerca a Gaby, la abraza y le besa la boca. La mujer grita, se tira de los pelos, se desgarra el vestido por el pecho, se cae de lado y entre convulsiones y palabras inconexas se tira al suelo.

Silvia no se asusta. Se coloca sobre ella y comienza a abofetearla, mientras su madre, sigue con sus movimientos como una loca. De pronto coge las manos de su hija.

—¡Silvia, hija! ¡Que me vas a matar! ¡No me pegues más!

Silvia se levanta, ayuda a su madre a incorporarse y se sientan las dos en el sofá. Como si no hubiera ocurrido nada. Yo estaba perpleja. Miré a las demás y me devolvieron la mirada, no entendían nada. Silvia, calmada, nos miraba mostrando una sonrisa angelical.

—No os preocupéis, no pasa nada. Estos ataques le dan de cuando en cuando. Cuando no se sale con la suya. Es como una niña. Quiero esto, si no me lo das, rabieta al canto, me tiro al suelo, chillo, monto un numerito y, casi siempre, se hace mi santa voluntad. Pero ya estoy harta mamá. No te aguanto ni una rabieta más. Quiero a Gaby y si ella me quiere me iré a vivir con ella te guste o no.

—¡Ah! Y otra cosa más. Hemos hecho el amor. Me han hecho sentir un placer que tú me habías prohibido. Y me gusta. He disfrutado en dos días más que en toda mi vida anterior. Y quiero seguir disfrutándolo. Y creo que tú deberías probarlo, mamá. Para que se te quitara la cara avinagrada que tienes. Tienes la desgracia de no haber sentido jamás un orgasmo, tu vida está vacía, mi padre no te ha follado como debiera, ni tú a él. Si lo hubierais hecho no estarías amargada y no amargarías a los que te rodean. Aún eres joven, mamá, si nos dejas podemos darte a conocer lo que te estás negando toda tu vida sin saber qué es. Déjanos mostrarte el camino.

La mujer estaba perpleja, anonadada, nos miraba de una en una, con la boca entreabierta.

—Y ¿Qué me vais a hacer?

—No te asustes, mamá. Nada que tú no quieras, aquí en esta casa he encontrado más amor que en ninguna otra parte. No digamos en tu casa. Allí todos vivimos amargados, sin ilusión, sin esperanza, sin amor. Allí no quiero vivir. Ven, acompáñame.

Se levanta, coge un brazo de su madre, me guiña un ojo y se la lleva al dormitorio. Nos quedamos sin saber qué hacer, sin palabras.

Voy tras ellas, me siguen las demás. Al entrar veo a Silvia desnudando a su madre, se desnuda a su vez. Empuja a su progenitora hasta recostarla en la cama, boca arriba, nos hace señas para que entremos y la ayudemos.

Gaby, se decide, se tiende al lado de su suegra y le acaricia los pechos, grandes, redondos, con pezones oscuros y areolas como galletas. La mujer tiene los ojos cerrados.

Entreabre las piernas, su coño muy poblado de vello negro, apenas deja entrever la raja. La mano de su hija se aventura por el matorral y abre unos labios de un rojo vivo, intenso y brillante por los jugos que está segregando. Está excitada.

Abre más aún las piernas encogiendo las rodillas, ofreciéndonos la vista de una vulva preciosa, que yo me apresuro a abrir con mis dedos para acariciar el clítoris de gran tamaño que sobresale de entre los labios. Cierra las piernas al sentir el contacto, para abrirlas más a continuación.

Me arrodillo entre sus muslos, anchos, rollizos. Mi boca llega hasta la cavidad, la recorro con la lengua penetrando sus agujeros, lamiendo los pliegues. Mientras las demás se dedican a acariciar, lamer, chupar, rasguñar, todo el cuerpo de la mujer que, de pronto, grita desaforada, cierra las piernas y me atrapa, abre y me empuja hacia atrás la cabeza, cierra de nuevo las piernas para retorcerse convulsa y quedar hacha un ovillo sobre la cama. Su hija besa su mejilla, acaricia el cabello, el hombro, la cadera. Se estremece, estira las piernas y se vuelve boca arriba. Gaby y Silvia acercan sus bocas sobre ella, se besan. Abre los ojos, coge las caras de las dos chicas y las acerca hasta besarlas.

—¡Que gusto, leches! Hacía muchos años que no sentía tanto placer. Gracias…

Se incorpora, nos levantamos todas. Coge las manos de su hija y de la mía, las besa.

—¿Os queréis?

—Sí mamá. Quiero a Gaby con locura. Estoy dispuesta a lo que sea con tal de estar a su lado. ¿Me comprendes?

—Sí, mi vida. Sé lo que sientes. Yo lo viví hace muchos años. También me enamoré de una compañera de colegio. Nos escapábamos, hacíamos novillos para hacer el amor como locas. Hasta que nos pillaron. El colegio envió aviso de que faltábamos a clase, mi padre nos siguió y nos sorprendió en un cobertizo que estaba deshabitado, donde nos amábamos. Nos llevó ante el director, que llamó a los padres de la otra chica, nos castigaron, nos pegaron, nos humillaron. Todo el mundo se enteró de que éramos lesbianas y eso era muy grave en aquella época. Nos separaron. Decían que era una enfermedad. Me llevaron a psiquiatras y me atontaron a pastillas.

No podía hablar, el llanto no se lo permitía. Cuando se calmó pudo seguir.

—Se llamaba Alma. Un día se la encontraron muerta, en su habitación. Se había envenenado. Yo no supe nada hasta varios meses después y también intenté matarme. Sin Alma, la vida carecía de sentido para mí. Pero no lo logré, me encerraron en una clínica para enfermos mentales, me drogaron. Estuve varios meses así. El dolor fue apagándose hasta que me dejaron salir. Conocí a tu padre y nos casamos, naciste tú y fuiste mi razón de vivir. No puedo haceros lo que nos hicieron a Alma y a mí.

Sollozó de nuevo. Llorábamos todas. Nos abrazamos. El relato nos afectó.

—Si te controlaba, te vigilaba, era por qué no quería que se repitiera la historia. Pero ya ves Silvia, mi amor. Parece que el destino tiene sus propios planes. Ahora me veo reflejada en ti. Sé muy bien lo que sientes. Yo lo he vivido y es algo muy hermoso, pero existen peligros, la incomprensión, la intolerancia, el fanatismo de unos pocos, que no comprenden que para el amor no hay barreras, ni el sexo, ni el color de la piel. Que las personas tenemos derecho a elegir la inclinación sexual.

Acariciaba el cabello de su hija y de la mía.

—Me habéis hecho revivir momentos muy felices de mi pasado, pero también los tristes. A pesar de todo, Alma vive en mi recuerdo, sigo amándola más allá del tiempo y la fatalidad que nos separó. Tenéis mi bendición, Gaby, Silvia. Ahora no existen tantos impedimentos para que podáis ser felices. Me pelearé con tu padre, él es muy intolerante. No aceptará esto que vais a hacer y tratará de impedirlo, pero no te preocupes. Lo convenceré a costa de lo que sea y lo más probable sea que nos separemos. La verdad, estoy harta de fingir, de disimular. Soy lesbiana, siempre lo he sido y mi vida ha sido una farsa por culpa de la sociedad. Y ahora, decidme. ¿Qué planes tenéis?

Tras la larga charla de Charo nos quedamos pensativas. Carmen y Nati se despiden, deseándonos buen viaje y suerte en nuestra nueva aventura. Se marchan.

Las chicas siguen hablando con Charo, de modo distendido. Cariñoso. Yo voy al dormitorio para ir preparando las maletas con lo necesario para el viaje.

Me llaman, Charo se marcha, nos damos un abrazo sincero. Vamos a ser consuegras. Se va. Nos quedamos las tres.

Con la mañana tan movidita teníamos hambre, preparo algo para comer. Las chicas están eufóricas, no dejan de acariciarse y besarse. Yo no tanto. Temo la reacción del padre de Silvia, es muy agresivo y no sabemos cómo se lo tomará.

Silvia ayuda a Gaby a recoger sus cosas para el viaje. Tendremos que ir a su casa, para preparar las suyas y temo lo que pueda pasar. Trataremos de ir cuando no esté su padre.

Estoy cansada, me echo en el sofá y me quedo dormida.

Me despierta el teléfono. Contesto. Es Charo, muy alterada.

—¡¡Eva!!............ ¡No por favor, no me pegues!

Oigo ruidos y gritos, se corta.

—¡¡Silvia!! ¡Ven, tu madre ha llamado y estaban gritando, al parecer se peleaba con tu padre! Vamos a tu casa a ver qué ha pasado.

—¡Dios mío! Voy a llamar mientras, pero vamos. Mi padre es muy bruto y le habrá hecho daño.

Llama pero no contestan, ni el teléfono fijo, ni en el móvil. Salimos precipitadamente.

Al acercarnos a su casa, desde el coche vemos gente en el portal del bloque. Aparco y vamos corriendo a ver que ha ocurrido. Hay policías locales, casualmente uno de ellos es hijo de un amigo mío. Le pregunto.

—Adolfo, ¿Qué ha pasado?

—¡Hola, Eva! Pues algo, por desgracia muy habitual. El marido ha propinado una paliza a la mujer.

—¡Pero ¿Cómo está ella?!

—No lo sé, acaban de llevársela en una ambulancia. Al marido nos lo llevamos nosotros. En vista de los hechos, puede pasarse una temporada a la sombra.

—¿Ella se llama Charo? Dímelo por favor.

—Espera, ¿La conoces?

—Si es ella sí. Es la madre de esta chica.

Silvia llora desconsolada. Gaby intenta consolarla. En ese momento salen dos guardias custodiando al padre de Silvia, esposado. Mira a su hija, con odio.

—¡¡Puta!! ¡Tortillera! ¡Vas a ser mi ruina! ¡Os acordaréis de mi, tú y la guarra de tu madre!

Adolfo, sorprendido, acude en ayuda de sus compañeros, tratando de reducir al energúmeno, que se resiste a entrar en el coche patrulla. Se llevan al detenido. Se acerca a nosotras.

—Adolfo, ¿dónde han llevado a la mujer?

—Al Macarena. Yo voy para allá, seguidme.

Seguimos al coche policial hasta el hospital. Entramos por urgencias. Pregunto en recepción y me dicen que le están haciendo pruebas, no saben nada aún. Toman nota y le dan un pase a Silvia para que entre a ver a su madre.

Adolfo habla con el celador para que nos deje pasar a las tres y entra con nosotras. Nos informa que a Charo la han llevado a radiología para unas radiografías, está consciente y no se sabe la gravedad de las lesiones, pero tiene un brazo roto y algunas costillas. No se sabrá nada hasta tener el resultado de las pruebas. Esperamos, Adolfo se despide de nosotras y se marcha.

De una de las puertas vemos salir una camilla, empujada por un celador. Trae a Charo. Nos mira e intenta sonreír. Silvia, llorando, se acerca. No se atreve a tocarla, coge una mano de su madre. La besa.

—No llores hija, esto tenía que ocurrir tarde o temprano. No es la primera vez que me pega tu padre, lo ha hecho muchas veces, pero yo aguantaba por ti, lleva haciéndolo desde que, unos meses después de casarnos, estando embarazada de ti, mi padre se emborrachó y le contó lo que me había pasado con Alma. Le dijo que yo era lesbiana. Pero ya no tengo por qué fingir ni ocultar nada. Gracias a ti me he liberado. Y por esta paliza no te preocupes, un poco de dolor y ya está. Deja de llorar, yo me alegro de lo que ha ocurrido. Ahora me siento libre.

Gaby besa la frente de Charo. Vienen a por ella y se la llevan a enyesarle el brazo.

Esperamos. Silvia mira a Gaby, coge sus manos.

—Gaby, lo siento amor, no puedo ir ahora contigo. Tengo que cuidar a mi madre al menos hasta que pueda valerse por sí misma.

—Lo entiendo, mi vida. Estoy confusa. Mamá ¿Me quedo con ellas, hasta que podamos irnos las dos a Barcelona? Entre las dos podemos cuidar mejor a Charo y tú mientras buscas piso.

—Podemos probar, luego ya veremos. Comprendo que no queráis separaros. Me iré sola, no os preocupéis. Pero vais a vivir en mi casa, no en la de Silvia. Allí puede volver su padre y liarla.

—Tienes razón mamá. Eres muy comprensiva, cada vez descubro más cualidades en ti. Te quiero mami.

—Bien os dejo, lleváis móviles. Cualquier cosa que pase me llamáis, a cualquier hora. Y estoy pensando que, en cuanto Charo este bien para viajar, os venís todas conmigo.

Tras hacer la propuesta, me doy cuenta que en mi casa no están fuera de peligro. Oscar, no sé cómo puede reaccionar y van a estar solas. Prefiero no pensarlo. Me asaltan las dudas. Rectifico.

—Lo he pensado mejor. Me quedo con vosotras. Cuidaremos a Charo y en cuanto esté mejor nos vamos todas. No quiero dejaros solas.

Vuelven a sacar a Charo de la consulta, nos dicen que pasa a la sala de observación, allí pasará la noche y si no hay complicaciones, mañana podemos llevarla a casa. Pero en esta sala no dejan estar a nadie. Solo media hora de visita por la mañana. Nos despedimos de ella y nos vamos a casa de Silvia a recoger lo que necesita para ella y su madre. De vuelta en casa, preparo algo para cenar. Es tarde. Las chicas se apoderan de mi cama y me voy a la de mi hija. Pongo el despertador a las seis y media para ver a Charo.

Suena el despertador, me levanto y me ducho con agua fría, me espabilo. Las chicas me han oído y se levantan, vienen conmigo.

En el hospital Virgen Macarena, los típicos problemas para entrar. El pase solo sirve para dos personas. Entramos Silvia y yo. Charo esta medio dormida, los sedantes que le han dado son fuertes. Se alegra al verme. Con su mano libre coge la mía asiéndola con fuerza.

—Eva, si me pasara algo cuida de Silvia no la dejéis sola, es tan frágil.

—No digas tonterías, Charo, no te va a pasar nada, tu hija te necesita, te quiere, y nosotras también. No se te ocurra hacer una tontería. No te lo perdonaríamos. Te vas a poner bien y vendrás con nosotras a Barcelona. Tenemos toda una vida por delante y hay cosas que tú aún no sabes de mí, de nosotras. Ya te irás enterando. Lo que pasó ayer lo repetiremos muchas veces. Te vamos a hacer recuperar el tiempo perdido, ya lo verás. Ahora, a tratar de reponerte cuanto antes.

Me acerco a su oído.

—Tienes muchos orgasmos pendientes y a mí me encanta el sabor de tu coño. Con eso te lo digo todo. Además, nuestras hijas están planeando casarse, consuegra. Estaremos por aquí cerca, para cuando te den el alta llevarte a casa. Dame un beso.

Sonríe, se han disipado las nubes que enturbiaban su rostro. Tiene una cara graciosa, ojos no muy grandes pero bonitos. La naricilla pequeña y ligeramente respingona y una barbilla que, no sé por qué, me dan ganas de morder. Y la muerdo suavemente, ella atrapa mi nuca y me estampa un beso en la boca. Acaricio la mejilla con la yema de los dedos. Me voy. Pregunto al sanitario si sabe cuando darán el alta y me dice que seguramente por el mediodía.

Ya más tranquilas las tres, vamos a desayunar a un bar, enfrente de la entrada principal, cruzando la avenida. Las tostadas con aceite, jamón y el café con leche nos reconfortan.

Les propongo ir de tiendas. Andando, pasamos bajo el arco de la Macarena para ir a la calle Feria, hoy es jueves y ponen un mercadillo de cosas viejas, muy curioso y antiguo.

En un bar de la Plaza de la Encarnación, tomamos unas cervezas y tapas, típicas de Sevilla. Pedimos pavía de bacalao. Cerca de las doce nos volvemos al hospital para llevarnos a Charo, si le dan el alta.

Efectivamente, nos la sacan con una silla de ruedas, acerco el coche a la entrada y nos vamos a casa. Me mira suplicante.

—¿Puedo ducharme?

—Charo, estás en tu casa. Puedes hacer lo que quieras sin pedir permiso. ¡Chicas! ¡Ayudadme! Vamos a llevar a Charo a la ducha, la pobre lo necesita. ¡Vamos!.

Entre las tres ayudamos a desnudarse. Al verla nos quedamos heladas. Los moratones en las tetas, en el costado izquierdo, en el pecho, son enormes. Llenamos la bañera y ayudamos a entrar en ella, está qué da pena. El agua tibia calma el dolor, le lavo su peludo coño, meto un dedo dentro y me sonríe.

—Pillina, te estás pasando, pero sigue, sigue pasándote que me gusta.

Las chicas, a mi espalda, se ríen.

—Anda, salirse y dejadnos solas, guasonas.

Se van riendo por el pasillo. Me quedo a solas con Charo. Derramo un poco de champú en su cabello, y froto con mis manos, acaricio su nuca, rasco, suavemente el cráneo, enredando mis dedos en el pelo. Cierra los ojos, entreabre los labios, acerco los míos y los beso. Mi mano se aventura de nuevo en las profundidades de sus muslos, la piel suave, tersa. Mi otra mano, casi involuntariamente, se apodera de mi coño que arde, siento el calor a través de la tela de la braguita, la aparto y acaricio el botoncito, lo mismo le hago a ella, se estremece, pageo nuestros coños a la vez, aspiro su aliento. Mi boca sobre su boca. Con su mano libre acaricia mi nuca, provocando deliciosos escalofríos que me llevan a un silencioso, suave, delicioso orgasmo. Charo inhala una bocanada de aire y exhala soltándolo, quedando desmadejada.

Su otro brazo sigue cubierto con una bolsa de plástico para no mojar la escayola. Deberá llevarlo, al menos un mes. Termino de enjabonarla y se levanta. Con la ducha de mano la enjuago y llamo a las niñas para que me ayuden a secarla y vestirla. Entran riéndose.

—¿Qué os traéis entre manos?

—Os hemos espiado. Lo habéis pasado bien ¿No? Jajaja. ¡Vaya corrida! A nosotras nos habéis puesto a cien. ¡Sois muy calientes! ¡Vaya con las moms!

Gaby se reía, nos hizo reír a todas. Silvia soltó su típica carcajada contagiosa.

—¡Por favor! No me hagáis reír. Me duele todo. Jajaja.

La pobre Charo se resentía. Comimos y nos echamos la siesta, Charo conmigo en mi cama, las niñas en su habitación.

Pasaron tres semanas en las que, como mínimo, follábamos una o dos veces al día. Ni en los tiempos de mi incursión en el porno, había disfrutado tanto. Charo era un volcán, todo fuego y pasión.

En cualquier momento se le ponía un gesto característico, la mirada suplicante, los labios rojos entreabiertos, me acercaba, metía mi mano en sus bragas y las sacaba mojadas. Me la llevaba a la cama y acabábamos derrengadas de follar, de corrernos, de amarnos. Porqué nos amábamos. Me sentía muy a gusto con ella. Las chicas no se quedaban atrás. Oíamos como gritaban de placer y nos encendían más aún.

Pero todo se acaba. Mi marido, Carlos, tenía vivienda en Barcelona. Una casa en Sarriá, con cinco dormitorios y una piscina en el jardín trasero.

Le dije que iríamos cuatro, nosotras, con Charo y Silvia y no se sorprendió. Me extrañó. Se lo comenté y me dijo que él estaría muy ocupado y así no me quedaría sola en casa.

Y viajamos las cuatro a Barcelona. Pero esa es otra historia.