Gabriel Perroni, seminarista ¿de clóset?

Gabriel, el seminarista que sabía que era gay pero que no se atrevía a aceptarlo, apuesto, alto, tez blanca, cuerpo atlético, ojos color miel y dueño de una boca carnosa que invitaba a probarla como manzana roja, con tan solo 18 años quería ser sacerdote y para ello debía sacrificar muchas cosas.

Gabriel, el seminarista que sabía que era gay pero que no se atrevía a aceptarlo.

A inicios del otoño del año 2000, Gabriel Perroni, un joven apuesto, alto, tez blanca, cuerpo atlético, ojos color miel y dueño de una boca carnosa que invitaba a probarla como manzana roja llegada a su punto y con tan solo 18 años creía haber tomado la carrera correcta para él, quería ser sacerdote y para ello debía sacrificar muchas cosas en su vida, entre ellas el amor que sentía por Carmelita, su amor secreto porque nunca había tenido el valor de decirle nada. A pesar que compartían tiempo juntos en tareas de escuela, jugar el básquet, o simplemente tomar el helado en la plaza del pueblo, sin embargo ahora empezaba una nueva vida que cargaba con todos sus secretos, incluso la amistad que compartía con su amigo de toda la vida, Ernesto, que siempre estaba el resto del tiempo con él, pero eso es otra historia que se sabrá más adelante.

En ese momento tomaba el autobús rumbo a la capital aunque nuestro protagonista no sabía si en realidad estaba huyendo de su homosexualidad escondida, o de una bisexualidad o simplemente quería volar por nuevos aires para sentirse libre de las envidias que se vivían en su pequeño pueblo. Con una mirada hacia atrás sobre sus hombros parecía decirle adiós a su pasado.

Subió al autobús, tomó su asiento y le dijo adiós a sus amigos Carmelita y Ernesto que lo despedían, ellos quedaban juntos en la acera mientras el se dormía camino a su destino.

Unas horas más tarde llegó a su destino y tomó un taxi para llegar a su destino final pues antes solo había estado en una visita previa para entrevistarse con el reverendo padre Juan Ochoa, un extremista y escrupuloso que era severo con los seminaristas y se mostraba inflexible ante todos. Siempre vestía su sotana y traía consigo un libro para rezar o leer.

Al principio era amable y secamente cortés con los recién llegados, pero con Gabriel no fue así desde el primer día, había algo en ese joven que no le parecía correcto y que le incomodaba. Siempre estaba pendiente de sus actos para reprocharle alguna cosa si se presentaba la oportunidad.

Poco a poco los jóvenes ilusionados con algún día celebrar la misa, trataban de cumplir con todo lo que les indicaban, sin embargo algunos de ellos decidieron retirarse y de aquéllos 50 jóvenes después de cinco meses solo quedaban 20 y Gabriel era uno de ellos.

Un día les avisaron que pronto irían de misiones a los pueblos de la sierra negra de Hidalgo y que antes tendrían un campamento de preparación en temas de misionología y juegos para que aplicaran con los niños en los pueblos.

Con esta noticia todos se emocionaron y empezaron a planear las cosas. Una tarde en vísperas de ir de campamento para su preparación, el padre Ochoa se acercó a Gabriel con una cara de enojo y le mandó a la oficina del señor rector. Gabriel acudió de inmediato, ya lo esperaban en la oficia el señor rector, el vicerrector y otros dos curas, entró con la seguridad q lo caracterizaba y saludó y esperó que le dijeran el motivo de la llamada. Entonces el señor rector le comunicó que los padres presentes creían que era un buen candidato y que formaría parte del equipo organizador y que debería estar en algunas reuniones de planeación. El señor prefecto era el otro coordinador del campamento, que no era otra persona más que el padre Ochoa. En los primeros días el padre Ochoa se portaba muy hostil pero nuestro apuesto joven, lo observaba con paciencia con esos ojos redondos color miel y su cabello rizado color café. En una ocasión, sin ningún motivo el padre Ochoa estalló en cólera y le dijo que era un inútil que así no llegaría muy lejos, que si se creía que lo sabía todo y lo corrió de la pequeña sala de juntas y le dijo que se verían hasta el día siguiente.

Tembloroso el padre vio como el seminarista Gabriel se puso en pie y debajo de la sotana se dibujaban unas hermosas nalgas que se movían seductoras, todo esto pasaba sin que Gabriel sospechara lo que en él veía el padre Ochoa. En ese momento el padre Ochoa se retiró a su recámara y se castigó por tener esos pensamientos y no dejó de golpearse hasta sangrarse la espalda y humillarse por sus sucios y bajos deseos.

Al mismo tiempo, Gabriel, con tristeza fue en busca del padre rector y le contó lo sucedido y lo confundido que se sentía, el señor rector le dio ánimos y le dijo que comprendiera más al padre que solo quería lo mejor para él y que obedeciera en lo que él le pidiera. Al día siguiente la planeación y los últimos detalles ocurrieron sin mayor problema. Y el día del campamento llegó.

Todo estaba en orden y bien planeado, finalmente partieron a una casa de retiros que quedaba a las faldas de la Malinche, finalmente llegaron. Como los dos eran los organizadores de todo el campamento les tocó compartir la cabaña de coordinadores y los demás seminaristas se quedaron en los pabellones. Este es el motivo por el cual compartían ducha, aunque había dos duchas, pero no tenían compartimentos ni cortinas. Durante el primer día el trabajo fue arduo y al final el padre Ochoa vio que Gabriel estaba arreglando algunas cosas para luego dormir y pensó que un baño le ayudaría a dormir profundamente y tomó sus toalla y demás bjetos, se dirigió a las duchas y empezó a desnudarse y se dio cuenta que estaba excitándose en ese momento que rozaba su piel y recordó los sueños repetidos que había tenido, en los cuales siempre aparecía Gabriel y le hacía el amor deliciosamente, por un momento se perdió en su fantasía y se acariciaba repitiendo el nombre de Gabriel muy quedamente, por eso no se percató del momento en que entró Gabriel, sin embargo por el ruido del agua no se escuchaban los murmullos del adre Ochoa.

El joven seminarista empezó a desvestirse sin saber lo que pasaba en la mente del padre Ochoa, a escasos tres metros de él. De pronto el padre Ochoa abrió los ojos y creyó tener una visión frente a él, se deleitó y pensó que tenía unos de sus sueños y le habló (a lo que el padre creía era su sueño) y le pidió perdón por tratarlo mal pero no podía ser de otra forma con él porque estaba enamorado de su juventud, de su cuerpo esbelto, su rostro hermoso y de su simpatía y se le escurrieron unas lágrimas.

En ese momento se acercó un poco y decía, eres tan real que parece que no es un sueño y se acercó más y se atrevió y tocó los genitales, en ese momento Gabriel vivía su propio tormento porque el padre Ochoa era de carácter agrio pero atractivo a sus casi 50 años, no era esbelto pero no era gordo tampoco y había algo en el padre Ochoa que le recordaba a su amor oculto por su amigo Ernesto. Gabriel se quedó inmóvil y el padre Ochoa se atrevió a probar aquél pedazo de carne de 17 cm. algo curva, que empezaba a lubricar, y sin pensarlo dos veces empezó a mamar y de pronto sintió la mano de Gabriel en su cabeza marcándole el ritmo de la succión y entre confusión y excitación empezó a reaccionar y se dio cuenta que no era un sueño, se quiso levantar pero la fuerza de Gabriel lo mantuvo de rodillas y de pronto sin avisar y con un grito profundo y agudo descargó en el padre Ochoa todos sus deseos reprimidos por mucho tiempo y empezó a temblar y fueron cinco chorros de semen caliente que el padre Ochoa tuvo que tragar mientras Gabriel temblaba por tanto placer, el padre Ochoa se percató de ese momento y alcanzó a tomar sus cosas y salió corriendo a la cabaña, se vistió rápidamente y se metió a su cama. Un momento más tarde llegó Gabriel y se sentía confundido pero se quedó en la puerta de la cabaña, inmóvil sin decir nada y