Gabi y Tere
Gabriel vivía bajo el mismo techo con su hermana menor Teresa. Siempre la había deseado, pero nunca se atrevió a hacer nada hasta que una tarde, todo precipitó de una manera increíble para los dos, desatando pasiones ocultas desde hacía tiempo.
Gabriel miraba la televisión aburrido. No estaba siendo su mejor tarde y eso que sus padres se habían ido con unos amigos a tomar café. No regresarían hasta la noche, lo cual, para un hijo cansado de ellos, suponía una fantástica noticia para hacer lo que quisiera. Claro que, en su caso, había que reconocer que tirarse toda la mañana trabajando como un descosido lo había dejado agotado. Lo único que deseaba era descansar.
Siguió allí sentado hasta que su hermana menor Teresa entró en el salón.
—¿Algo interesante en la tele? —preguntó mientras se acercaba a su lado.
—Para nada —contestó él.
La chica se dejó caer sobre el sofá, haciéndolo temblar un poco. Gabriel la miró de reojo. Llevaba un pijama corto, pues acababa de despertar. Estuvo hasta las tantas de la noche de fiesta y regresó a las nueve de la mañana, como solía ser habitual en ella.
Se pusieron a ver la televisión, sin decirse nada más. No obstante, de vez en cuando, el muchacho miraba a su hermana de forma discreta y ya empezó a ponerse nervioso. Teresa era muy guapa y le ponía de una manera indescriptible.
—Que rollo de peli —comentó la muchacha despreocupada.
—Pues si—repuso él—, pero es que no hay otra cosa.
Volvió a mirarla. El pantalón del pijama era corto y le llegaba por encima de la rodilla, así que sus preciosas piernas estaban al descubierto, tan bonitas y tonificadas, con esa piel blanca que la hacía muy hermosa…
—Pásame el mando, que quiero ver otra cosa —le pidió la chica.
Gabriel volvió en sí y se lo pasó. Ella comenzó a pasar de canal, viendo si había algo interesante en alguno. Mientras, él continuó admirándola.
Subió hasta llegar a su busto. Llevaba una holgada camiseta, pero con todo, su par de hermosas tetas se intuían a la perfección como dos bellas redondeces. No llevaba sujetador, así que se notaban algo caídas y separadas, aunque no le restaban para nada. Simplemente, eran magnificas.
—Joder, ¡vaya mierda de TDT! —se quejó Tere— ¡Tantos canales y nada interesante en ellos!
Llegó hasta su rostro, muy bonito de perfil. Tenía los labios rosados y carnosos, además de un par de ojazos marrones. Su nariz era grande y picuda. A la chica nunca le había gustado, pero a Gabriel le parecía bonita. El pelo castaño oscuro lo llevaba envuelto en una preciosa melena corta, algo alborotada por acabar de levantarse.
—Ya veo que no hay nada bueno en la tele, porque no dejas de mirarme —dijo de forma repentina la chica.
Cuando sus ojos se encontraron, a Gabriel le dio algo.
—Pe…pe…perdona —tartamudeó nervioso.
Una malévola sonrisa se dibujó en el rostro de Teresa. No era la primera vez que pillaba a su hermano mayor observándola.
—No importa —habló ella tranquila—. Me gusta que me mires. Me hace sentir bien.
Estuvieron un rato sin hablarse. Gabriel se moría de la vergüenza. Ya no era solo estar viéndola por tanto tiempo, encima tenía la polla dura. Eso le hacía sentir fatal. Excitarse con su propia hermana era algo aberrante, pero no podía evitar hacerlo y, a ella, no parecía molestarle.
De repente, Teresa se pegó un poco más a él. Sentir su cuerpo tan cerca, esa calidez que tan loco lo volvía, era increíble. Siguieron así, hasta que la chica decidió hablar.
—Que nochecita nos pegamos —comentó divertida—. No paramos de bailar. Creo que no me había divertido tanto en mucho tiempo.
Evitó mirarla, pero estaba atento a lo que le contaba. Su voz sonaba tan delicada, con un timbre agudo muy agradable. De nuevo, notó su cercanía y eso lo puso muy malo.
—¿Y ligaste?
La chica se sorprendió ante su pregunta, pero no tardó en contestarle.
—No. De hecho, últimamente tengo una rachilla en la que vuelvo a casa sin pillar, aunque tampoco es que lo busque. Quiero descansar un poco de tanto ligue.
Quedó impresionado. Si había algo que decir de su hermana Teresa era la fama que tenía como ligona. De hecho, el apelativo de zorra le cayó de forma inevitable, cosa que no le gustaba. Ella solo era una chica que disfrutaba de su sexualidad con quien quería y como quería. No había razón para insinuar que fuera algo malo, aunque en esta sociedad, todavía era un estigma que las mujeres fueran activas a nivel sexual.
—¿Cómo es que no quieres liarte con más tíos?
Tere respiró algo incomoda. Parecía haber tocado un tema comprometido.
—Estoy cansada de los hombres con los que me acuesto —dijo sin más—. Son unos capullos. Hacen las mismas cuatro mierdas y se acabó. No sé, me gustaría encontrar a alguien diferente y que me hiciera disfrutar de verdad.
—Ya encontrarás a alguno.
Se miraron tras decir eso. Solo fueron unos instantes, pero notaron algo entre ellos, como un fuerte sentimiento que se hubiera insinuado entre ambos. Volvieron la vista al televisor. Entonces, Teresa se abrazó a su hermano, apoyando su cabeza en el hombro y la mano en el pecho. Gabriel se alteró un poco.
—Y tú, ¿no encuentras a alguna?
—No, la verdad.
La vida sexual de Gabriel era un desastre. Más allá de una novia con la que acabó fatal y un par de rollos de una sola noche, no encontró nada más. Ya no era solo que no le gustara salir de fiesta o que le costara un poco acercarse a otras mujeres, sino que además, estaba loco por su hermana. Sobre todo, en estos últimos años.
—Estoy bien. No te preocupes por mí. —Trataba de sonar calmado, pero estaba claro que por dentro se moría.
Entonces, tras decirle eso, Teresa le dio un suave beso en la mejilla. Sentir esos labios maravillosos y cálidos posándose sobre su piel lo volvió loco. Más le siguieron y bajaron hasta llegar a su cuello. El chaval tembló muy excitado.
Al mismo tiempo, la mano de su hermana bajo por su torso, deteniéndose en su barriga. Gabriel se preguntaba por qué hacía eso y no tardó demasiado en averiguarlo. Ella llevó su boca hasta su oreja y le dijo:
—Te cuento un secretito —quedó en silencio un momento—. La primera paja de mi vida me la hice pensando en ti.
Se giró impactado para mirarla. Contempló su hermoso, incrédulo ante lo que acaba de escuchar. Entonces, su hermana lo besó.
Los labios de la chica chocaron contra los suyos y fue la mejor sensación de su vida. Si, se estaba besando con alguien muy cercano de su familia, pero también la deseaba como a nadie más. Se pegaron, morreándose con mayor intensidad, y la cosa se intensificó cuando ella le introdujo la lengua en su boca. No tardó en encontrar la suya y envolverse en un húmedo abrazo. Para esas alturas, la cosa había alcanzado un nivel inimaginable.
Siguieron así hasta separarse y Gabriel se sintió un poco incómodo.
—Oye, ¿no crees que nos estamos pasando? —preguntó nervioso.
—Para nada, ¿acaso tú no me deseas?
Era obvio que sí, pues estaba empalmado, pero con eso, las dudas lo mataban.
—Ya, pero somos hermanos —habló inquieto.
Teresa lo miró comprensiva tras oírlo. Tenía unos ojos grandes y bonitos que transmitían una dulzura increíble. Se sentía tan bien a su lado.
—Venga, Gabi, siempre hemos querido esto —repuso calmada—. No me digas que te quieres echar ahora atrás.
Le acarició el rostro con sus manos. Era tan dulce y bonita. Como la quería.
—¿Seguro que no nos arrepentiremos después? —inquirió lleno de preocupación.
—Lo que pase después no importa, sino lo que hagamos ahora —fue la única respuesta de la chica.
Se volvieron a besar. Gabriel seguía un poco reticente, pero tener entre sus brazos a la mujer que tanto había deseado le hizo dejar esa preocupación a un lado. Se abrazaron y sintieron el calor del cuerpo del otro. Los pechos de Tere se aplastaron contra su torso y eso le encantó. Se besaron un poco más hasta que la chica se apartó, no sin antes morderle el labio inferior de forma sensual.
—Vamos a mi cuarto —le dijo ella mientras lo cogía del brazo.
Se dejó llevar hacia el dormitorio de Teresa entre escalofríos. Fueron muchas veces las que fantaseó con su hermana menor, las que envidió a cada tío con el que se había liado, las que tuvo que soportar a tantos amigos hablando de ella. La deseaba como nunca hizo con otra y, no solo eso, también la amaba.
Llegaron al cuarto y se miraron incomodos por un momento. Estaba claro que iban a dar un paso importante en sus vidas, uno que lo cambiaría todo para siempre. Se sentían algo reticentes, pero no tardaron en dejar a un lado esas dudas y se acercaron para besarse de nuevo.
Gabriel abrazó a su hermana como si no quisiera dejarla escapar. Se inclinó un poco para poder besarla bien, ya que ella era algo más baja. Sus lenguas no tardaron en volver a chocar y enrollarse dentro de sus bocas. El calor invadió sus cuerpos y respiraron desesperados.
Las manos del chico bajaron por la espalda de su hermana hasta dar con su culito, el cual aferró con ganas. Tere tenía un trasero magnifico. Apretó ambas nalgas con avidez. Al mismo tiempo, ella metió sus manos por debajo de la camiseta del muchacho. Un escalofrío recorrió su espalda al notar como acariciaba su piel.
—Quítatela —le pidió ella.
No lo dudó. Se deshizo de la prenda y así, la chica pudo admirar su torso y tocárselo. Sus manos recorrieron cada centímetro de su pecho. Gabriel no estaba mazado como un tío de gimnasio, pero entre el duro trabajo y las veces que solía salir a correr por la mañana, se mantenía en forma. Tembló nervioso cuando sintió como su hermana le dio pequeños besos sobre su piel y comenzó a lamerla con la lengua.
—Deja…deja que te quite tu camiseta —dijo ahora él.
Tere accedió encantada. Alzó sus brazos y el chaval le cogió la prenda para tirar de ella hacia arriba y quitársela. Se sentía eufórico. Cuando al fin se la quitó, se quedó sin habla. Delante, tenía las preciosas tetas de su hermana.
—¿Te gustan? —preguntó coqueta mientras se acariciaba.
—Ya lo creo —respondió su hermano.
Eran increíbles. Pese a estar un poco caídos, eran unos pechos bonitos y grandes. Una enorme areola envolvía el pequeño pezón rosado que coronaba cada uno. Llevó sus manos hacia ellos y los acarició sin dudarlo. Casi se derretía al sentirlos. Eran suaves y duros. Teresa gimió al sentir el contacto.
—Um, Gabi… —suspiró excitada.
Se inclinó y comenzó a besarlos y lamerlos. Iba de uno a otro, dándole pequeños besos y pasando su lengua, dejando tras de sí estelas de saliva brillante. Se centró en cada pezón, poniéndolo más duro. Los gemidos de la chica le dejaban claro lo mucho que le gustaba lo que hacía. Siguió centrado en ellos, cuando notó como la mano de su hermana se metía por debajo de su pantalón.
—Oye, ¿qué haces? —preguntó nervioso.
No tardó en recibir la respuesta al sentir como esa mano aferraba su duro miembro. Sintió como lo recorría de arriba a abajo y eso lo volvió loco. Uno de sus dedos acarició la punta, empapándose de líquido preseminal.
—¿Te gusta lo que te hago? —dijo ella en un leve susurro.
Mientras Gabriel seguía devorando sus tetas, Teresa inició una suave y lenta paja. Al inicio, le encantó al chico, pero muy pronto, deseó que parase.
—Tere, detente, por favor —le pidió con voz ronca—. Si sigues así, me voy a correr.
—Eso es lo que quiero, Gabi —contestó la chica sonriente.
Se besaron de nuevo y, entonces, la joven se arrodilló ante su hermano mayor. Él se quedó de piedra al verla así, con esa brillante mirada y esos pechos tan expuestos. Sin dudarlo, tiró de su pantalón y dejó expuesta su dura polla.
—Oye, no tienes que chupármela —le dijo el chico algo indispuesto. No deseaba que ella hiciera algo como eso.
Sin embargo, en los ojos de Teresa lo que vio fue una clara determinación por llevarlo a cabo.
—Tu relájate y disfruta —habló, con la polla a escasos centímetros de su rostro—. Yo me ocupo de todo.
Así, colocó sus labios sobre la punta amoratada de su pene y lo chupó con ganas. Gabriel emitió un fuerte gemido al sentir la húmeda lengua lamiendo su glande. Tere agarró el miembro por la mitad y tiró hacia abajo para revelar más de este y fue succionando con decisión.
—Dios, ¡Tere!
La chica se esmeró. Recorrió con su lengua toda la polla, de la punta hasta los huevos, deslizándose por el tronco. Se la pasó por el rostro. La punta chocó con su nariz, con sus mejillas y con los labios. La dejó llena de líquido preseminal, cuyo fuerte olor sentía y le encantaba. Su hermano no hizo más que gozar
—¿Te gusta lo que te hago? —preguntó ella mientras clavaba su mirada en él.
Todo su cuerpo se estremeció al ver esos ojazos. Respiró abotargado y asintió.
—Voy a venirme en nada —dijo desesperado—. No puedo aguantar más.
—Tranquilo, córrete en mi boca.
Tras decir eso, se tragó la polla. No llegó a metérsela entera, pero la tenía bien encajada en su interior. Gabriel casi se corrió al penetrar en un lugar tan cálido y húmedo. Notó como los dientes rozaban la piel de su miembro y como la lengua se enrollaba alrededor como una serpiente. Acto seguido, comenzó a moverse.
Moviendo su cabeza de delante hacia atrás, la chica le regaló una gran mamada a su hermano. Él solo podía gozar sintiendo como fluía en tan maravillosa boca. Llevó sus manos hasta el pelo de la muchacha con intención de acariciárselo, no para forzarla. No solo no le gustaba hacerle eso a una mujer, sino que además, ella solita se bastaba muy bien. Respiró de forma intensa cuando su polla se metió más adentro, así rozando la garganta de la joven.
—Dios, Tere, ¡que me corro! —habló al borde del colapso.
Lo único que pudo hacer fue mirarla a sus hermosos ojos. Quedó prendado de ellos, mientras que su hermana siguió chupándosela hasta que, al fin, se corrió.
—¡Agh, joder! —gritó de forma desgarradora.
Todo su cuerpo convulsionó como si le estuviera dando un infarto. Jamás en su vida había tenido un orgasmo como aquel. Su polla expulsó chorros de semen con fuerza al mismo tiempo que sufría fuertes espasmos que recibió como intensos latigazos de placer. Teresa se lo tragó todo sin dudar, como si lo esperara con ganas. Emitió un fuerte gemido mientras se tambaleaba.
Al fin, se relajó. Todo su cuerpo estaba en tensión. Incluso, sus dedos se habían engarfiado en el cabello de la muchacha. Casi parecía a punto de arrancárselo. Dejando escapar fuertes bocanadas de aire, se fue calmando. Abajo, Teresa se sacó la polla de la boca. Un poco de semen le colgaba de la comisura de los labios y con su lengua, lo recogió para tragárselo. Gabriel lo vio todo y le pareció lo más caliente que había contemplado en su vida.
—Que rico —comentó satisfecha la chica.
—¿Te gusta?
—Ya lo creo. Tu semen es delicioso.
Cogió su polla y la lamió para dejarla limpia. Cuando ya estaba reluciente, la hizo levantarse y se besaron de nuevo.
El sabor de su propio semen le llegó hasta la boca. Pese a que le resultaba extraño, no lo rechazó y lo compartió con su arma. Le resultaba muy excitante degustarlo al lamer la lengua de la chica. Siguieron jugueteando con ellas y dándose chupetazos hasta que se separaron. Un hilillo de saliva colgaba de entre sus labios.
—¿Te ha gustado la mamada? —preguntó Tere.
—Muchísimo —admitió él con rotundidad—. De hecho, nunca me la habían chupado.
Al escucharlo, su hermana pequeña se quedó asombrada. El gesto de sorpresa que se le dibujó en el rostro le resultó hasta cómico.
—¿En serio? Ni siquiera tu novia…
Negó con la cabeza.
—Ella…era muy cerrada para esas cosas —se lamentó—. Y mira que yo me esforzaba al máximo, pero ni por esas cedía.
—Eso no me parece bien —habló bien clara la chica—. Si tú la haces gozar mucho, lo mínimo es que ella te complazca y sin pedirlo siquiera.
—No funcionó la cosa, eso es todo.
—Pero nosotros dos si —dijo Tere y volvió a besarlo.
Le agarró las tetas de nuevo y se las acarició. Y otra vez, bajó su boca hasta ellas y se las comió. Teresa gemía encelada. Estaba claro que la chica andaba bien caliente y, para comprobarlo mejor, Gabriel decidió meter la mano en su pantaloncito del pijama.
—Um, sin braguitas —comentó mientras sus dedos se deslizaban por su rasposo monte de Venus, libre de pelos.
—Así duermo más cómoda —respondió Tere divertida.
La chica no tardó en gemir con fuerza al notar los dedos de su hermano acariciando su sexo.
—¡Oh, Gabi! —aulló con fuerza.
El muchacho abrió los labios mayores de la vulva y se adentró en la mojada vagina. Se perdió entre aquellos húmedos e hinchados pliegues. Adivinó las formas de los labios menores y la entrada al interior del conducto vaginal. También encontró su clítoris, palpitando como si tuviera vida propia. Lo atrapó entre su dedo índice y corazón, provocando que la chica emitiera un fuerte grito.
—Gabi…Gabi… —murmuraba extasiada.
Agarró una de sus tetas con la otra mano y le pellizcó el pezón. Al mismo tiempo, mordisqueó su oreja y descendió por el cuello hasta hacer que se corriera.
—Gabi… ¡aaaahhh! —dejó escapar Tere, totalmente descontrolada.
Notó su cuerpo tenso y miró su rostro. Sus facciones estaban muy duras y tenía los ojos cerrados. La boca la abrió para dejar escapar todo el aire y podía ver la fila de dientes blancos de la mandíbula superior. Era una preciosidad. Sin dudarlo, la sostuvo entre sus brazos y la besó.
A diferencia de los otros, esta vez se besaron de forma más tranquila. Dejó que se relajara, que descansase tras el orgasmo. Sus dedos estaban todavía acariciando su sexo, así que los retiró de allí. Al sacarlos, notó el fuerte olor que emanaban. Se los acercó y pudo respirar el intenso olor a coño. Su hermana lo miró divertida y comenzó a besárselos. Embelesado, vio cómo pasó su lengua por ellas e, incluso, se metió un par. Dejó que los chupara y luego, ella le dio para que probara uno.
—¿Sabe bien? —preguntó ella mientras lo chupaba.
—Sí, pero quiero ir a la fuente directa —comentó divertido.
De repente, llevó a su hermana a la cama y la hizo acostarse bocarriba. Gabriel se despojó de sus pantalones, quedando desnudo por completo. Luego, se puso de rodillas sobre la cama y le quitó el pantalón del pijama a Teresa. Ella estiró las piernas para que pudiera deslizar la prenda con mayor facilidad. Cuando la vio desnuda por completo, se quedó sin palabras.
—¿Qué te parece lo que ves? —preguntó con esa coqueta actitud que tanto le encantaba.
Miró su rostro de niña buena envuelta por la corta melena castaña oscura. Sus ojos marrones brillaban con intensidad y los carnosos labios enmarcaban una mueca de excitación clara. Luego bajó hasta sus pechos, algo caído y preciosos. Siguió por su vientre plano y acabó en sus largas y suntuosas piernas, que parecían ocultar el preciado tesoro que había entre ellas. Sin ninguna duda, Teresa era la mujer más bella de este mundo.
—Me encanta —contestó sin duda alguna—. Y ahora, ábrete de piernas, que me voy a comer tu coño.
Sonriente, le hizo caso. Abrió sus piernas y pudo contemplar el rosado coñito de su hermana, tan húmedo y brillante, además de bien afeitado. Sin dudarlo, descendió y empezó a lamerlo.
—Aggh, Gabi —suspiró al sentir lo que le hacía.
A Gabriel le encantaba comer coños. Se lo hizo a su novia y a sus ligues, pero hacérselo a su hermana menor era como si hubiera alcanzado su destino, el culmen de un largo camino. Su lengua se deslizó por cada pliegue. Repasó los labios mayores y luego, los menores para, acto seguido, centrarse en el clítoris, el cual atacó con ganas.
—Um, hermanito —murmuró la joven.
Su cuerpo se puso más tenso cuando Gabriel golpeteó con su lengua el abultado penacho. De hecho, comenzó a gemir con mucha intensidad conforme se iba acercando al orgasmo.
—Si…sigue…me corro…
Todo su cuerpo se tensó justo antes del estallido. Gabriel notó como el coño sufría varias contracciones mientras expulsaba líquido de su interior. No fue un gran torrente pero si salió bastante. A la vez, Teresa abrió la boca, dejando salir un sonoro grito y arqueó su espalda, elevando su torso ante el potente orgasmo que sufría. Fue una imagen espectacular, algo que nunca creyó visionar.
Cuando por fin la chica se relajó, Gabriel se dedicó a limpiar su sexo de restos de fluido vaginal. El sabor amargo le encantaba. Sin embargo, no dejó de lamer. Continuó devorando aquel delicioso manjar hasta que volvió a excitar a su hermana.
—Gabi, joder, ¡eres insaciable!
Se esmeró muy bien en chupar y lamer el sexo de la chica. Esta vez no se limitó al clítoris, sino que introdujo su lengua dentro del conducto vaginal. Lo notó apretado, algo que le sorprendió. Con tantos hombres con los que había estado, esperaba que estuviera un poco más abierto, aunque no tenía por qué ser así. No dejó de sacar y de meter su lengua, describiendo suaves círculos. Con sus dedos, le frotó el clítoris, cosa que la hizo gritar más. Al fin, Teresa se terminó corriendo como una posesa.
Tras verla llegar al éxtasis por segunda vez, dejó que descansara y limpió su sexo de nuevo de su flujo recién expulsado. Luego, se incorporó, tumbándose a su lado y la besó.
—Vaya, nunca me habían comido el coño tan bien —expresó muy grata mientras se besaban.
—¿De verdad? ¿Nunca te lo han hecho?
—Un par de chicos, pero no se esmeraron mucho. —Esto último lo dijo algo molesta— Tú has sido el que mejor me lo ha hecho.
—Me alegro.
Se dieron un profundo beso, relamiendo con sus lenguas la boca del otro y enrollándolas en una húmeda unión. Degustaron el sabor de ambos sexos en sus paladares. La mezcla era deliciosa y única. Entonces, Teresa lo notó. Rozando contra su muslo derecho, podía sentir la dura polla de su hermano. Llevó una mano hasta ella y la agarró con ganas, frotándola con suavidad.
—Parece que tu soldadito vuelve a estar en pie —habló sonriente.
—Es que tú se la levantarías hasta a un muerto —afirmó el chaval con rotundidad.
Pegaron sus cuerpos, abrazándose y comiéndose la boca con desesperación. Se frotaron el uno al otro, sintiendo sus pieles, el calor que emanaba de ellos. Los pezones de Teresa arañaban la piel del torso de su hermano y la polla de él se restregaba contra la barriga de ella. Estaban muy excitados y querían más.
—Tere, quiero follarte.
La chica quedó en silencio al oírlo. Sabía que estaban a punto de cruzar un límite que nunca se plantarían atravesar. Claro que, tal como estaban ahora, parecían más que dispuestos.
—¿Tienes condones? —preguntó.
—Mierda —maldijo su hermano mayor—. Me temo que no.
Se sentía lleno de rabia. Estaba tan cerca y no podría por fin conseguir lo que tanto ansiaba.
—Bueno, no pasa nada —comentó despreocupada su hermana—. Mientras te salgas antes de correrte.
Gabriel la miró con sorpresa.
—Ya veremos —dijo no muy conforme.
Sin dudarlo, se acostó sobre la chica y acercó su pene hasta la entrada de su coño. Se volvieron a mirar. La punta se pegó contra la húmeda y caliente entrada. Ambos gimieron agitados mientras no dejaban de mirarse.
—¿Estás lista? —preguntó él.
—Si —respondió ella.
La polla de Gabriel se adentró en el interior del coño de Teresa. Mientras la penetraba, con ella se desmoronaban las últimas barreras que los separaban del miedo y las reticencias impuestas por el tabú que estaban cometiendo. Ya daba igual. Solo quedaba el sexo.
Cuando por fin entró por completo, el muchacho empujó con sus caderas y empezaron a hacerlo.
—Oh, Gabi —suspiró Tere al sentir la estocada inicial.
Se movió con suavidad. No quería comenzar de forma brusca. Pese a que su hermana debía estar más que acostumbrada, no quería hacerle daño, así que se fue meciendo poco a poco, acelerando el ritmo sin ser demasiado abrupto. Con cada nuevo empuje, los gemidos aumentaban.
—¿Te gusta? —le preguntó.
—Ah, sí. No te detengas —contestó entre suspiros la chica.
Aceleró un poco el ritmo, haciendo que su polla saliera hasta la mitad para luego meterla con un poco más de fuerza. Cada estocada hacía que la chica temblase. Sus tetas se bamboleaban hacia los lados. Gabriel se acercó y la besó en la boca, tras lo cual descendió para chuparle los pezones.
—Sigue, sigue —le animaba su hermana, alzando sus piernas y meneando un poco las caderas.
El placer para los dos era maravilloso. Él, bien atrapado en ese cálido sexo y ella, disfrutando del duro miembro que la perforaba por dentro. Se besaron de nuevo y siguieron moviéndose hasta que Tere comenzó a sentir la llegada de su orgasmo.
—Agh, me corro —dijo al inicio con floja voz, pero no tardó en hacerse más fuerte— ¡Me corro! ¡¡¡Me corro!!!
Fue espectacular volver a verla correrse. No solo su expresión de gozo tensado, sus ojitos cerrados, la boca abierta para proferir sonoros gritos o el pecho alzándose, sino sentir también las fuertes contracciones de su coño. Gabriel quedó maravillado. Muy pronto, la chica terminó y quedó derrengada sobre la cama. La dejó descansar. Siguió besándola y acariciándola para que se recuperase.
—¿Qué tal ha estado? —preguntó ansioso.
Teresa sonrió alegre. Verla así lo entusiasmó mucho. Estaba claro que había disfrutado.
—Muy bien, la verdad, aunque te he visto demasiado prudente —puntualizó con bastante acierto—. Debes desatarte un poquito más.
Esa pequeña crítica lo desanimó un poco, pero tomó nota. Quizás, había sido demasiado suave.
—¿Ahora me dejas a mi encima? —le propuso su hermana.
—Claro —contestó dispuesto.
Gabriel se recostó bocarriba sobre la cama y Teresa se colocó encima. De cuclillas, agarró la dura polla y se la metió dentro de su coño. Sentirse de nuevo atrapado en esa maravillosa calidez húmeda lo volvió loco y más lo hizo cuando vio entrecerrar los ojos a su hermana al verse penetrada de nuevo.
—Agh, ¡cómo me gusta clavarme tu polla! —expresó muy gustosa.
Ya de rodillas, la chica comenzó a moverse de arriba a abajo, meneando sus caderas mientras la polla de su hermano la barrenaba por dentro, entrando hasta el último rincón de su sexo. Él admiró su rotundo físico en todo su esplendor. Sus pechos se bamboleaban otra vez en una danza hipnótica y veía de nuevo las expresiones de placer dibujadas en su cara.
La cogió y guio sus movimientos. Sentía su polla deslizarse por ese mojado conducto y el placer que degustaba era indescriptible. Teresa era la mejor mujer con la que había gozado nunca. Alzó sus caderas para clavársela más dentro si podía y eso hizo que se inclinara sobre él.
—Sí, Tere, fóllame, no pares —le dijo incitante.
Animada por esas palabras, la chica meneó sus caderas con mayor ritmo. Al mismo tiempo, se dejó caer sobre su hermano y se besaron con gula. Mientras, él llevó sus manos hasta sus magníficas tetas y las amasó. Acto seguido, se las llevó a la boca y las degustó como hizo antes. Eso solo hizo más que arrancara mayores gemidos a la joven.
—¡Aaaah, Gabi! —gimió desesperada.
La cogió del culo y se lo movió a conciencia. Así, sacaba casi toda la polla y la volvía a meter. Ambos aumentaron la intensidad. Gabriel se la clavaba con ganas y ella se dejaba caer con mayor impulso. Estaban descontrolados por completo, aunque el muchacho supo que debían echar el freno.
—Tere, vamos a parar, que yo me corro en nada —le avisó.
Sin embargo, la chica no estaba para esas cosas.
—No, aguanta un poco —dijo suplicante—. No me queda mucho.
No podía más. Sin embargo, privar a su hermana de otro buen orgasmo sería imperdonable, así que decidió abandonarse al destino. Resistiría lo que pudiera y si ya no daba más de sí, que fuera lo que tuviera que ser.
Teresa emitió varios fuertes gemidos mientras meneaba su culito al tiempo que se clavaba la polla bien dentro y tuvo un fuerte orgasmo. Entonces, Gabriel trató de salirse, pero él también se corrió. Ambos se abrazaron con fuerza mientras gozaban del inmenso placer que recibían.
Cuando todo terminó, aún seguían uno encima del otro, bien abrazados. Estaban agotados. Sentían sus cuerpos agarrotados y sudorosos. Gabriel tenía su polla bien metida dentro de su hermana y Teresa podía notar el calor dejado por el semen de su hermano dentro de ella.
—Mierda, me he corrido —se lamentó el chico.
—No pasa nada —dijo ella sin demasiada preocupación.
Siguieron así hasta que el miembro de Gabi se empezó a hacer más pequeño. Entonces, Tere se la sacó, dejando caer algo de semen. Acto seguido, se acostó a su lado. Pegó su cuerpo al de él y el joven la envolvió con uno de sus brazos por la cintura.
Permanecieron así por un pequeño rato hasta que la muchacha decidió romper el silencio.
—Le pediré a mi amiga una píldora anticonceptiva mañana. Trabaja como becaria en una farmacia, así que me la puede conseguir.
—Vale.
Siguieron igual. Gabriel no entendía la situación tan rara en la que se encontraban. Acababan de follar y no sabían que decir ahora. ¿Se sentían avergonzados? Él un poco, aunque no se arrepentía de nada. Era más, estaba dispuesto a repetir encantado.
—Sabes, eres el primer tío que se corre dentro de mi coño —comentó de forma repentina su hermana.
Gabriel se volvió para mirarla incrédulo.
—¿En serio?
—Si. Hasta ahora, solía hacerlo con condón, pero contigo es que no sé, me ha dado por dejar que descargaras en mi interior.
Se quedó en blanco al escucharla. No se lo creía.
—Pues….gracias, supongo.
—De nada.
Los dos se echaron a reír. Sin embargo, toda esa diversión a él le sabía agridulce. ¿Que venía ahora? ¿Seguirían con sus vidas tan tranquilas o ya nada sería igual? Su cabeza era un mar de dudas. La miró y se preguntó si aquello tenía alguna posibilidad de continuar. Era preciosa y no dudaba de que la quería un montón, pero no sabía si ella sentiría lo mismo.
—Gracias, Gabi —dijo con gratitud—. Me ha encantado lo que hemos hecho.
Acto seguido, lo besó. No dijo nada, tan solo dejó que sus labios actuaran. Tras eso, se separaron.
—¿Vienes conmigo a la ducha? —le preguntó a continuación—. Tenemos que limpiarnos.
La vio levantarse e ir hacia la entrada. Se fijó en su culito, bamboleándose de forma sensual. Fue suficiente para que se incorporara a gran velocidad y la abrazara por detrás. Sus manos atraparon sus grandes tetas y su polla, otra vez bien dura, comenzó a restregarse contra tan sublime trasero.
—Te deseo mucho —le susurró al oído—. Te quiero para mi tan solo.
Ella lo miró. Esos ojazos lo volvieron a deslumbrar. Se besaron como si sintieran que ese fuera el último segundo que seguirían juntos.
—Yo también —respondió la chica.
Sin dudarlo, fueron al baño y se metieron en la ducha, donde no tardaron en disfrutar de otro buen rato de sexo. Ambos desconocían si aquello duraría para siempre, pero lo que tenían bien claro, era que, el tiempo que durase, lo iban a gozar como nunca.