Futuro Imperfecto 9. Inicio del Verano
Conocemos algo del pasado de Vicky
Capítulo 9
Inicio del Verano
La mañana ha salido luminosa y creo que va a hacer calor. Vicky se ha ido al baño, se ha lavado los dientes y se ha vuelto a acostar a mi lado. Yo hago lo mismo y me refresco la cara. Me tumbo junto a ella y noto como se recuesta en mí. Me acaricia el pecho suavemente con sus dedos. Su mirada es interrogativa e inquieta.
—Entonces… ¿te vas a ir con ella esos días de verano? —pregunta Vicky apoyada en el codo derecho, mientras me acaricia el pecho desnudo.
—Sí. Paga muy bien. Y me hace falta el dinero —digo con un tono que hasta a mí mismo me parece un poco de excusa—. No es una cliente de esas que hacen que te sientas bien o haya algo de complicidad. Es vanidosa, chula y soberbia… Pero, como te digo, paga cojonudamente. —Le acaricio la cara apartándola el pelo.
—Entiendo… —añade ella en tono bajo mientras se recuesta en mi hombro y sigue jugueteando con sus dedos en los pectorales.
—¿Te molesta? —le pregunto extrañado.
—No… no es eso. Bueno, entiéndeme, no es que te anime a irte con una cliente a encamarte… Pero me hago cargo de lo de la pasta. Yo también la necesito —dice Vicky con un mohín de disgusto.
—¿Estás celosa? —le digo atrayéndola hacia mí con una sonrisa.
—Mucho… —me contesta irónicamente.
—Ya sabes que es solo sexo…
—Joder, qué frase más recauchutada. No la habremos escuchado veces… —Y Vicky suelta una de esas carcajadas limpias y tranquilas que tanto me gustan.
Nos quedamos callados. Los dos, pensando en la conversación mantenida tres días atrás, tras regresar ambos de cumplir con nuestros clientes respectivos. Yo, totalmente decidido. Ella, en camino de hacerlo.
—La subinspectora esa… la que te dije…
Recuerdo lo que Vicky me había referido. Un encargo extraño, poco habitual. Una policía y una esposa tramando cómo pillar a un marido que se zumbaba a todas las nuevas secretarias que fichaba para su oficina. Y no solo eso, sino que, al parecer, iba a fiestas donde los excesos con cocaína y mujeres ya fueran profesionales o normales, eran lo habitual.
—Ella también me lo aconsejó. Y lo quiero hacer, Andrés, de verdad. Necesito tiempo para asegurarme un futuro porque, te lo juro, no me quiero dedicar toda la vida a esto… —me dice ella acariciándome la cara—. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, claro que lo sé —le contesto devolviéndola el cariño.
—Pero tú tienes ahorrado más de dinero que yo. Y con lo que te pagará la tía esa que me dices… pues tienes para pagar al banco e ir tirando una temporada. Y has conseguido curro… Yo, aunque lo he intentado, nada de nada.
—Sí, la verdad es que he tenido suerte. Este será el último verano… si todo sale bien, me retiro. Y esta vez, de forma definitiva. Y tú puedes hacer lo mismo, Vicky. Llegará esa golpe de suerte. Y… y ya sabes…
—Sí… me gusta la idea… Pero yo también quiero tener algo de dinero. No quiero depender de nadie. —Se detiene un instante pensativa—. Me gustaría estudiar Periodismo…
—Y lo harás.
—Para eso hace falta dinero y un trabajo… —sigue musitando.
—Podemos hacerlo juntos…
—No, cielo. Quiero hacerlo yo.
—Y puedes. Pero yo te ayudaré.
—Eso es muy fácil decirlo… —resopla ella—. ¿A qué puedo aspirar? No tengo estudios, hice trabajos de mierda que apenas me pagaban… Tú, en cambio, tienes la carrera terminada… yo, nada. Y si estudio… no sé… son cuatro años donde debo trabajar en algo para mantenerme… Mucho tiempo.
Ella se echa en la cama y mira al techo. Es un pensamiento recurrente para Vicky. Sí, quiere hacerlo, salir de la vida de la prostitución. Pero, a diferencia de mí, le falta tener ese algo que le permita aspirar a un trabajo normal y digno.
—Tú has sido comercial… Sabes de deporte, de cómo entrenar… Yo… yo no sé nada. Solo estoy buena y follo bien. Soy puta… —se dice a sí misma en un sordo murmullo acusativo—, y menos mal que de las caras —termina diciendo, bajando la voz hasta hacerse casi inaudible las últimas palabras.
Los ojos se le empiezan a aguar. Su vida, mísera desde sus inicios, ha ido golpeándola sin descanso hasta que decidió abandonar a su madre definitivamente, tras su enésima recaída en la droga. Un hogar que jamás estuvo construido y una falta de valores o una persona en quien fijarse, han sido, por desgracia, la tónica general de su existencia.
—Tienes algo que muy pocos poseen, Vicky —le digo con un abrazo y atrayéndola hacia mí. Ella se refugia en mi pecho, blanda y llorosa, con la ternura de una niña.
Dejo pasar unos segundos y que las tres o cuatro lágrimas que le han surgido a ella, terminen de descender por sus mejillas. Cuando la noto más tranquila, le miro a los ojos haciendo que gire la cabeza.
—Tienes fuerza… cualquier otra persona en tu situación hubiera terminado enganchada de algo o de alguien. Tirada en una esquina, muerta, aunque fuera en vida. Como tu madre… Y has salido. Has sido capaz de superar todo lo malo que la vida te ha enviado.
—Soy puta… —susurra ella de nuevo—. No te olvides de eso… —Hay una tristeza infinita y lenta en su voz. Una melancolía perenne, enganchada a sus palabras que se alarga hasta sus primeros recuerdos.
—Yo también.
—Tú por tu hijo…
—Tú, por tu historia…
—No es igual.
—No sé si es igual. Pero ambos tenemos razones que nos han empujado a esto. Posiblemente habría otros caminos y nos equivocamos al iniciarlo. Pero podemos salir. Y si quieres… si quieres… lo hacemos juntos. Ya te lo dije.
Pasan unos instantes de silencio. Densos y lentos como la humedad de un día de calor en la costa.
—Nunca he tenido nada… —murmura ella como si hablara a alguien indeterminado—. He sido pobre toda mi vida. Jamás recibí unos regalos de Reyes, decentes. Y cuando estuve en casas de acogida, por muy majos o buenos que fueran conmigo, siempre tuve la sensación de que era yo la que… la que sobraba. Me faltó una familia… No sé lo que es tener unos padres, ni hermanos, ni primos… ni amigos. Nada. Fui de colegio en colegio… A los trece años me desvirgaron, a los quince intentaron violarme, a los diecisiete casi lo consiguen… Repetí cursos y me tiré a un profesor para que me aprobara tres o cuatro asignaturas en primero de bachillerato…
—No recuerdes eso…
—…Ser pobre es como una enfermedad… —sigue ella como si no me hubiera oído, inmersa en las reflexiones que suelta en voz apagada y monótona—. Una especie de sarna, de lacra, que te impregna y de la que no puedes desprenderte. Mi madre también fue pobre toda su vida… Mi padre, que no sé ni quién es, es posible que igual. Es una enfermedad que se hereda… No sales de ella.
—Ser pobre no es malo. Hay que vivir y ser digno, Vicky —le digo con calma y acariciándola.
—Ser pobre no te permite casi nada, Andrés. —Se incorpora en la cama y limpia sus mejillas con el dorso de la mano. Arrodillada, se abraza a sus piernas—. Siempre te falta algo. Y no estoy diciendo que quiera un yate, ni un deportivo, ni un casoplón… No. Simplemente me gustaría no tener que agobiarme porque no me llegue para vivir. Lo he visto de pequeña… A los padres de los chicos de la barriada, que tenían que robar o trapichear…
—Podrían haber trabajado… No todos los pobres roban o trapichean, Vicky.
—Lo sé, encanto… —me sonríe y me toca el brazo—. Pero si estás en ese mundo donde todos lo hacen, no sabes que existen otras maneras de salir de él…
—Tú lo hiciste…
Vicky sonríe con tristeza y se queda mirando de nuevo al techo.
—Sí, lo hice… Mi primer cliente fue con diecisiete años recién cumplidos… Quince euros por una mamada. Nunca se me olvidará. Me compré una camiseta… —La sonrisa se le queda helada, deslavazada, rota, congelada en aquel recuerdo. Con una expresión de incomprensión contenida, de miseria marcada e infortunio constante—. A las tres semanas me la robaron… —esconde la cabeza entre sus rodillas—. No sirvió para nada que me tirase a aquel repartidor…
Empieza a llorar de nuevo. En silencio, sin aspavientos ni dramas. Asumiendo que su vida ha sido así y que lo más probable es que continúe de esa manera.
—Cuando me la quitaron unos chicos de un barrio cercano, me tocaron y me llamaron, por primera vez, puta… —dice sorbiendo por la nariz y volviéndose a limpiar los ojos con los dedos de sus manos—. Puta… —repite para sí con un gesto de sarcasmo abatido—. Y hasta hoy…
Hay en su mirada perdida un silencio triste, con lágrimas del pasado, recuerdos rotos y una niña que nunca pudo ser infantil.
—Tuve algunos novios… Samuel… —Se detiene en algún poso de ese pasado extraño, turbulento y miserable—-. Creo que nos queríamos de verdad. Nos íbamos a ir los dos de aquel barrio de mierda… Escaparnos. Él, de un padre alcohólico y una madre que le pegaba por frustración. Yo, de todas las mierdas que me rodeaban. Al final, y cuando estaba todo preparado, surgieron los problemas… Dinero, trabajo, que cómo lo íbamos a lograr solos, lejos y sin nada… Lo fuimos posponiendo y todo terminó… Él se fue a trabajar a una obra y yo me quedé esperando. Ya no volvió más, y dejó de contactar conmigo.
—Yo te ayudaré, Vicky. Te lo juro. Tenemos que intentarlo…
—Luego… cuando ya estaba trabajando en esto… —se retira la melena y respira profundamente. Está un poco más tranquila, pero sigue enganchada a esas experiencias que la marcaron—… un cliente me propuso sacarme de… en fin, que me fuera con él. —Acaricia la sábana con los dedos y su mirada permanece huida, enganchada en su pasado—. Me dijo que me ayudaría, que con él todo sería diferente… Y le creí, vi la luz, la posibilidad de salir… Nunca pasó de ser unos planes absurdos. —En su cara se dibuja una sonrisa triste, escueta y torcida—. Ni siquiera pensé si era posible o factible todo aquello. Solo quería huir. Al final, como siempre, nada de nada… hubo un día que llamé a su móvil y era el de una pizzería, y por supuesto no lo conocían. Me engañó…
—Conmigo será diferente. Yo sí te ayudaré, Vicky… —susurro atrayéndola hacia mí. Le beso en la mejilla, que tiene restos salados de sus lágrimas. Ella me sonríe y me acaricia la cara.
—Sí, cielo. Lo sé. —Se gira hacia mí con los ojos brillantes y el pelo en la cara. Guapa, salvaje y alicaída—. Podemos intentarlo y seguro que eres el hombre con quien lo conseguiría. Pero no quiero pasar más penalidades, más miserias, más hambre… No puedo volver a fallarme a mí misma. Si no lo consigo y vuelvo de nuevo a esto… me derrumbaría. —Se detiene un instante, cierra los ojos, se pasa la mano por la frente y respira antes de continuar—. Necesito un tiempo, ahorrar para poder estudiar. Un… lo que sea, que me permita optar a un trabajo radicalmente distinto al de… al de puta —se atraganta con la palabra y le cuesta decirla en toda su rotundidad—, por muy cara que sea. No puedo fallar de nuevo, y quizá tú… aunque eres bueno, amable y… y sincero —me mira de nuevo—, quizá un día te canses de mí.
—No sabes si eso sucederá… Pero, aun así, podemos intentarlo —le digo realmente emocionado por su confesión.
Ella sonríe y mira al techo durante unos instantes.
—Eres un sol… —Niega despacio ya con los ojos cerrados—. Me fío de ti, de verdad. Eres adorable, pero me pasará como a todas las mujeres. Mi físico se arruinará un día cercano. Sé por experiencia que los hombres quieren sentirse jóvenes y atrevidos… Por eso, muchos nos buscan a las… a las putas. No sois como nosotras al que una carrocería como la tuya es suficiente para alegrarse.
—Yo te ayudaré, Vicky… Déjame que lo intente.
—Sé que lo harás, porque eres un cielo… —Me coge la cara con sus dos manos y posa una mirada de niña lejana y triste—. Pero quiero… necesito tener mi propia oportunidad, por si las cosas no salen bien. Hacer como tú, poder ahorrar algo de dinero, tener una cierta tranquilidad en el banco para encarar mi futuro, estudiar y centrarme en abandonar esta vida… pero para eso me falta… Me falta un tiempo, Andrés… necesito… —resopla—, necesito estar segura de mí misma, de mis posibilidades…
—No te preocupes, te entiendo. —Le abrazo con cariño.
Se separa de mí y me besa en los labios apenas posando los suyos en los míos. Luego me rodea el cuello con sus brazos, se apoya en mi pecho y continúa hablando en voz baja, confesándose.
—Cuando trabajaba en aquel pub… Les decía a mis clientes que era enfermera. —Noto que Vicky siente lástima de sí misma con una pesarosa sonrisa ladeada—. Fíjate qué estupidez… A la mayoría no los volvía a ver, pero con todo y con eso, no quería que supieran que habían estado con una simple puta… una chorrada, ¿no te parece? —me mira con esa vergüenza aún posada en su mirada y en su gesto.
No contesto. Pero no me lo parece. Cada uno nos construimos murallas propias para no permanecer demasiado tiempo en esta realidad que no nos gusta ni apetece. La de ella, sentirse una cualquiera, aunque ahora, por su cuerpo y cara, haya ascendido en cotización y cobre más dinero. A sus propios ojos, no es más que una puta. Alguien en el escalafón ínfimo de la sociedad. Yo, la verdad, soy exactamente lo mismo.
—Recuerdo a un hombre… Un tipo que no era cliente habitual. Estaba algo borracho y me llamó… bueno, un barman que me ayudaba y yo le daba una propina si me conseguía… ya te imaginas… clientes. El caso es que aquel hombre era un buen tipo, porque no sabía ni cómo actuar conmigo. Bebió bastante y nos fuimos a su casa… Cuando estábamos allí… en plena faena…No sé por qué, pero llamó a una mujer, ufano, estúpidamente creído, diciéndole que había perdido su oportunidad, que me iba a echar dos polvazos inolvidables y que ella se los perdía… Luego, cuando colgó, se quedó serio. Yo creo que no pensaba en realidad lo que decía. Le pregunté si le pasaba algo, y me contó… bueno, me dijo, así como muy rápido y sin apenas detenerse, que su mujer le engañaba, que lo había visto esa misma tarde… Y cuando dijo aquello, intentó ponerse como muy hombre, muy macho alfa… No le pegaba nada, pero hubo un momento en que me preocupé, por si no era capaz de empalmarse y lo pagaba conmigo. Bueno… al final —se encogió de hombros— lo hicimos decentemente. Dormí allí y me fui por la mañana. Le dije que me iba a trabajar… de enfermera… cuando se despertó. Y entonces noté que me miraba como a una chica normal… Bueno, normal, no, pero casi… Luego llegó una amiga de él, o de su mujer… Una policía, que es, fíjate las vueltas que da la vida… esta inspectora que me llamó para… bueno, ese trabajo de candidata a una empresa.
Se detiene un momento y sus palabras se quedan colgadas, como su mirada, anclada en ese pasado incierto y poco amable del que quiere salir.
—Cuando me desperté… —sigue recordando aquella noche—, él seguía dormido. No sé, me pareció un buen hombre. No era un putero ni alguien que se vaya habitualmente de juerga. Le pude quitar todo. La cartera, el dinero… Algunas de mis compañeras lo hacen. Pero yo no, ya no. —Se queda pensativa un momento, recordando—. En el pasado hice cosas de las que me arrepiento. Cosas que no quiero volver a hacer… que en su momento no… bueno, no pensaba demasiado, pero que ahora me avergüenzan. —Cierra los ojos y se pasa la mano por la frente—. Hui de todo aquello y ya no podría regresar… Si fracaso… —niega lentamente—, no quiero pensar en esa posibilidad. Por eso necesito tiempo.
—Saliste de ese pasado, Vicky —le dije con una nueva caricia—. A mí me es suficiente con eso. Fuiste decente y honesta con ese hombre…
—Sí… —susurró—. Y, además, me dio mucha pena por la historia que me había contado. Yo no podía ser tan cabrona. El caso es que me duché y me fui. Mientras regresaba a mi apartamento solo recordaba su mirada cuando me vestía. Creo que fue porque le dije lo de que era enfermera. Por primera vez él no me había mirado como una puta… Y entonces… supe que era parecido a sentirme una chica normal. Me gustó cómo me trató, la verdad… Ahí decidí que tenía que dejar todo esto atrás. Ser una chica… una chica, normal. —Veo que sus ojos se aguan otra vez y que contiene el llanto—. Pero siempre me faltó decisión… Y dinero para empezar. Solo quiero eso… ser una chica normal, Andrés… —musita muy bajito, haciendo que la abrace con fuerza.
Yo no opino como ella. La gente a la que llamamos normal, recurre a nosotros y es cuando descubrimos sus flaquezas, sus inmoralidades, mentiras y miserias. Todos tienen algo de lo que avergonzarse. Nadie está a salvo de su propia conciencia. Pero Vicky es muy dura consigo misma. La vida le ha enseñado continuamente los dientes, gruñéndola y siento muy despiadada y cruel con ella.
Unas lágrimas salen lentas y silenciosas de sus ojos. Recorren sus mejillas mientras yo redoblo la fuerza de mi abrazo, imprimiendo comprensión y cariño en ese gesto. Sé que la vida le ha castigado mucho y entiendo que ella quiera lo mismo que yo. Asegurarse de que saldrá para siempre, sin mirar atrás ni dudas.
—¿Cuánto tiempo calculas? —pregunto finalmente en medio de un nuevo abrazo.
—Ni idea… —me contesta ella acurrucada en mí y acariciándome el pecho—. Me gustaría que fuera poco y que… —Se queda callada, cavilando o calculando un tiempo que le pueda parecer apropiado para sus planes—. Unos meses… Un año… no lo sé. Dependerá de los clientes.
Me quedo reflexionando. Un año puede ser mucho tiempo o pasar en un suspiro. Yo, sin duda, lo dejaré antes. Puedo hacerlo porque ya tengo algo de dinero y estoy harto. Tengo la decisión tomada y me queda muy poco tiempo en esta profesión.
Entonces me surgen dudas. Dudas que se concentran en que, si ese año será suficiente para que podamos empezar de cero, o si yo seré capaz de aguantar en mi nueva vida mientras ella va a abandonando esta. Dudas sobre mí, sobre si seré capaz de soportar el hecho de que nuestros tiempos no vayan paralelos…
Recuerdo en ese momento a Nuria, la ejecutiva catalana que cuando se excita me llama Jorgito. Al menos un par de veces me ha preguntado si conozco a alguna amiga fiable, guapa y discreta para alguien, divorciado y de bastante dinero, que suele recurrir a chicas de alquiler para pasar alguna temporada de verano y vacaciones. Tiene una curiosa teoría acerca de que, una vez divorciado, las profesionales son más baratas y mucho más sinceras que las parejas con las que lo ha intentado. El dinero, me comentaba Nuria, era el culpable de esas reflexiones.
—La última novia —recuerdo como Nuria arrastraba las sílabas con toda la intención— con la que estuvo, a pesar de lo generoso que suele ser, le robó el reloj, un Patek Phillippe de diecinueve mil euros. Eso sí que es ser una puta con todas las letras… Por eso prefiere las profesionales. Contrato, límites, reglas… Ellas cobran, él se divierte y vuelta a la vida normal.
Es en ese preciso momento cuando veo una posibilidad de que nuestros tiempos se acompasen, o al menos, los de Vicky se acorten. De esta forma, será más sencillo todo, me digo. Vislumbro y me hago a la idea de que, de la misma manera que yo lo voy a hacer con Macarena, puede ser una buena ocasión para que Vicky gane más dinero y acelere esa salida hacia un mundo normal y convencional.
No le digo nada a ella, porque puede salir mal y es una tontería dar falsas esperanzas. Solo yo, desde aquella primera noche en que nos acostamos, he sido capaz de adentrarme un poco en su coraza. Y no quiero romper esa sensación.
—Tengo hambre. ¿Hago el desayuno? —le propongo levantándose de la cama por mi lado.
—Sí, vale. Te ayudo —se ofrece ella haciendo el amago de incorporarse.
—No, de verdad. Quédate en la cama. Te lo traigo. —Beso a Vicky en la boca y me pongo una camiseta—. ¿Quieres un zumo de naranja?
—Y tostadas… —ríe ella—. ¿Sabes una cosa? —añade cuando estoy saliendo por la puerta del dormitorio.
—No, dime.
—Nunca me han traído el desayuno a la cama… —musita ella con una sonrisa y una chispa de alegría en sus ojos.