Futuro imperfecto 4
Aparece Mamen en un restaurante.
Capítulo 5
Mamen
Nos miramos unos segundos. Vi los ojos de Mamen posados en mí. Está con un chico que no es Nico, pero no quise hacerme ninguna composición de lugar. Si es alguien con el que ella se distrae con el permiso de su novio, me parece perfecto. Y si ya no está con Nico, también.
Ella sigue hablando con su acompañante y Macarena, la mujer con la que yo voy hace lo mismo conmigo, ajena a donde yo estoy mirando.
Pasados unos minutos, y una vez que hubimos pedido, Mamen se levanta diciendo algo al chico con el que está. Ese día ella lleva un vestido ceñido, de tono crudo, y unos zapatos de salón con tacón bastante alto. Sigue estando muy guapa y atractiva. Y sus andares son, como yo los recordaba: felinos, flexibles, espaciosos y sensuales. Pero, sobre todo, naturales. En Mamen no hay nada forzado en cómo se comporta. Su atractivo es innato, ni artificial ni aprendido. Ahí radica esa fuerza tan sensual que posee.
Me mira un instante. No más de un par de segundos. No sé si diciéndome que va al baño. Quizá retándome por si yo me acerco. Me levanto y me excuso con Macarena. No tengo una necesidad de ver a Mamen, pero me pica la curiosidad. Saber de ella o comprobar que está todo bien. No es atracción ni ganas de estar con ella. Se podría calificar, más bien, como un simple y sano interés. Solo curiosidad.
Desconozco qué puedo causar hoy en ella. Pero sé interpretar miradas. La suya no es de deseo; más bien la considero como la mía, interrogativa. Si tuviera que definirla con más exactitud, diría que de extraña intriga.
Avanzo hasta el pasillo de los servicios y entro en el de caballeros. No tengo ganas ni necesidad siquiera de refrescarme, por lo que me quedo finalmente en la puerta. Tampoco deseo que alguien me vea esperando a una mujer que no ha ido conmigo al restaurante.
Pasan algo más de un par de minutos y ella sale. Me resulta extraño que tardase tan poco. Generalmente las mujeres aprovechan para retocarse o darse un vistazo en el espejo. Si lo hizo, la verdad es que fue muy rápido.
Avanza un par de pasos. Creo que sabe que yo iba a ir. Me mira con una especie de sonrisa escueta, interrogativa.
—Hola Mamen —le digo.
Ella se me acerca sin decir nada; lenta y tranquilamente. Solo tiene esa leve sonrisa en la cara.
—Hola Jorge —contesta cuando se detiene.
Nos miramos. En nuestros ojos, miles de palabras y respuestas. Nico, su ausencia, el chico con el que ella está, Macarena, la mujer con la que yo he acudido y que ella, sin duda, entiende que es una cliente. Estamos unos segundos en silencio, creo que observándonos el alma y las reflexiones. Gracias a sus altos tacones, nuestros ojos están casi a la misma altura. Ella se acerca un nuevo paso y nuestros cuerpos se rozan levemente. Yo no me retiro, pero tampoco hago nada por corresponder a su acercamiento.
Noto su extrañeza, sus preguntas en la mirada. Yo no sé si respondo a ellas. O si lo hago, si me entiende. Y entonces, con suavidad, de una forma serena y pausada, Mamen se acerca y me besa suavemente en la boca.
No dura apenas un segundo. Yo no abro los labios más de los que ya los tenía, ni correspondo a su beso. Pero no me retiro tampoco y permito que me bese con tierna brevedad.
Cuando finaliza, abro la boca para decirle algo a Mamen, pero me pone un dedo en los labios. Sonríe y sus ojos brillan. Quizá veo algún rastro de pequeña tristeza, o simplemente, intuyendo sus recuerdos, entiendo que es consciente de que el resultado final entre ella y yo no tenía otra solución que mi salida de sus vidas. Es posible que como le dije a Nico que era yo quien me había empezado a enamorar de ella, y no la verdad, que era la contraria, ella siga desconociendo que mentí en aquella tarde con Nico. Veo que me mira con cariño y simpatía. Diría que, de agradecimiento, incluso. Es curioso cómo con una mirada o un sutil brillo de las pupilas, los humanos podemos comunicar tantas cosas.
El día que yo, por voluntad de Nico, aparecí en sus vidas, sin pretenderlo, provoqué un terremoto. Finalmente, y tras ver y comprobar la evolución de Mamen hacia mí, tuve que irme y salir de sus vidas. Aquella tarde, lejos de promover la complicidad, la libertad sexual y el afloramiento de las nuevas experiencias que Nico pretendía, sé que su relación empezó a resquebrajarse.
En esos dos segundos que nos quedamos mirándonos con su dedo índice de la mano derecha ligeramente apoyado en mis labios, pasan por mi cabeza todos los instantes que estuve con ella. Lo guapa y atractiva que es, su sensualidad y el recién descubierto atrevimiento sexual. Su manera de evolucionar y el peligro que ella misma significa para su propia existencia, si alguien —Nico— permitía o alentaba ciertos comportamientos liberales. Mamen es una mujer explosiva, de instinto rápido y acción. De un sexo natural, candente y vívido. Alguien que se entrega y no es capaz de ponerse límites. O desconoce cómo hacerlo. En definitiva, una mujer que no puede jugar a ser liberal, a tener una pareja abierta ni a que la permitan los cuernos consentidos. Ella es de otra pasta. De querer y ser querida, de vivir las relaciones de forma plena e intensa. Alegre, desenfadada, natural e impulsiva. Para ser aquello que intentaron, le falta —a Nico también— la madurez y tranquilidad necesaria para consentir y vivir experiencias liberales.
Tuvimos un sexo muy compenetrado y fantástico, con mucha complicidad. Pero se colgó de mí y se asomó al abismo. No sé con exactitud cuánto, pero tengo la impresión de que lo suficiente como para que yo llegara a ser importante de verdad en su vida.
Nos seguimos observando en silencio. En ese momento, pasan fugaces todos esos recuerdos. Nos veo de nuevo en aquella terraza, la noche que yo ya estaba prácticamente seguro de que tenía que romper aquella relación con ella y con Nico. Recuerdo que, con la vista perdida en la oscuridad lejana de Madrid, terminaba por decidirme.
Vuelven otros recuerdos a mi mente. Más dolorosos, pero inevitablemente conectados. Pienso por un momento en mi hijo fallecido y me concentro en que no me vea sensible por aquello. Podría, incluso, confundirse. No me puedo permitir eso. Ella no me gusta, ni me gustó nunca, y aunque hubiera sucedido así, habría sido algo completamente imposible. Ajeno a la lógica, a mi vida y a la suya.
Pienso entonces en Vicky. En nosotros, besándonos y sintiendo nuestra propia y mutua necesidad de tenernos uno a otro. También en aquella extraña tarde que me ha contado. Me la imagino con ese cliente que le ha pedido hacerse pasar por una candidata a una entrevista. A veces son tan extrañas las peticiones que nos hacen…
—Mamen… —empiezo a hablar con ánimo de preguntarle por su vida, en cuanto la presión de su dedo en mis labios se hace un poco menor. Quiero desearle que sea feliz y que me alegra verla. Nada más.
—No digas nada… —susurra ella con una sonrisa algo triste, mientras continúa mirándome a los ojos—. No digas nada… —repite suavemente. A continuación, se queda otra vez en silencio un par de segundos—. Gracias… —dice al fin.
Quita el dedo, pero yo ya no vuelvo a intentar hablar. Solo miro a Mamen con cierta expresión de extrañeza y cariño. Ella pasa sus dedos por mi mejilla izquierda y me posa con sus labios en los míos, un segundo beso muy ligero y tierno.
—Gracias por todo, Jorge. Nunca te olvidaré.
Me acaricia de nuevo la cara pasando los dedos por mi barba de tres días. Pone una mano en mi pecho, y compone una nueva sonrisa que mezcla un toque triste y —entonces entiendo por fin su expresión—, otro de despedida y salvación. Tras aquello, se va por el pasillo de nuevo al comedor del restaurante. Antes de llegar, se gira y me lanza un beso con la mano. Nos miramos un instante más y ambos regresamos a nuestras respectivas mesas.
Ya no me vuelve a dirigir la mirada y yo a ella, apenas tampoco. En una etapa que entiendo que se cierra y ella acaba de despedirse de mí y de aquella vida. Tengo la intuición de que, de Nico, también. La forma en que mira a aquel chico es diferente, incluso a cómo lo había hecho en aquellos días, conmigo. Detecto que no es un simple ligue o una persona que entra en sus juegos de infidelidad consentida. Aquella manera de mirar, de sonreír y de cogerle la mano, se acerca a la idea de pareja. Y Nico ya no está allí.
—¿Conoces a esa chica? —Me pregunta Macarena, que se ha percatado de un par de miradas mías a Mamen.
—Sí. Es… la novia de un amigo. O era…
—Muy joven para ser una cliente tuya… —me dice con ese punto de altivez que Macarena suele demostrar casi siempre.
—No es una cliente. Como te he dicho, la novia de un amigo. Porque por lo que veo, ya no lo es. Está con otro chico.
Macarena la mira durante unos segundos estudiándola o quizá queriendo saber si yo le digo la verdad.
—Es guapa.
—Hacían una buena pareja… Siento que hayan roto.
—¿Por qué lo sabes? Los hombres dais por hecho muchas cosas y no siempre acertáis.
Sonrío. Entonces pienso que puede tener razón. Que es también muy posible que no fuera nada más que un amigo. Y entonces miro a Mamen por última vez. Está en ese momento sonriéndole y le dice algo que hace que él reaccione con otra expresión de complicidad. Luego, le coge la mano. Ella a él.
Y es ahí, en ese momento, cuando sé que yo estoy en lo cierto. Que Nico ha pasado a la historia y que, el chico con el que está no es un amigo. Quizás alguien con quien ella se plantea un futuro.
—¿Entonces te vienes de viaje? —me pregunta Macarena, ajena ya a Mamen y mis reflexiones, mientras bebe un sorbo de su copa de vino.
Me giro y detengo mi vista en ella. Cuarenta años muy bien llevados. Gimnasio, cuidados, cirugía y arreglos puntuales hacen que sea una mujer muy atractiva. Algo dura de mirada, un carácter condescendiente y personalidad altiva. Incluso chula y, en ocasiones, despreciativa. Pero paga muy bien y es una fiera en la cama. Me esfuerzo en recordar mis planes de retirada. La necesidad de ese dinero para poder empezar de nuevo.
—No lo sé… Convénceme —le digo sonriendo.
Ella me mira calibrando sus posibilidades. También sonríe, aunque de medio lado, con algo de suficiencia.
—Qué romántico eres… —dice finalmente mientras eleva las cejas, marcando la ironía de sus palabras. A la vez, roza su pie en mi pierna.
—Tengo facturas que pagar… —objeto con una sonrisa amplia y estudiada.
—Eres un cabronazo… pero me tienes ganada. Estás buenísimo, follas de maravilla y tienes una polla magnífica… —de inmediato, niega levemente con la cabeza sonriendo—. Y también sabes que me encantas. —Se detiene—. La semana entera. Ocho mil euros. Sabes que no me importa el dinero.
—¿Toda la semana? No sé si puedo…
—Diez mil. Y dime que sí, que me tienes ya mojadísima, cabrón —susurra con mirada de sexo urgente.
—De verdad que no sé si puedo toda la semana…
—Tú vente. Lo vamos viendo sobre la marcha. Ya sabes que por el dinero no vas a tener problema. Solo quiero follar a todas horas esa semana contigo… Sabes que soy generosa.
Sí, Macarena lo es. Por eso estoy con ella. Desde hace dos meses es mi mejor cliente. La que más paga, la más atrevida y dispuesta a tener sexo a cualquier momento y sin importarle nada. Ni su marido, ni que la vean conmigo.
—De acuerdo. Diez mil y…
—Así me gusta, nene —Sonríe—. Sabes que por suerte el dinero no es un obstáculo para mí.
En efecto, no lo es. Varios libros publicados bajo seudónimo con ventas altas y constantes, le siguen dando unas rentas muy interesantes. Además de eso, una productora de televisión y un par de pisos alquilados, le completan unos ingresos más que amplios.
—Y hoy me echas un polvazo de los buenos, que estoy salidísima… —añade con un mohín que hace que me empalme—. No sabes lo que me gustas, cabrón… —me dice con esa expresión seria que a veces solo deja entrever cierta humanidad.
Asiento con una amplia sonrisa, y en ese momento, pienso en Vicky…
En nosotros.