Futuro imperfecto 3.1 (Primera parte)

Vicky y Andrés/Jorge son dos profesionales del sexo que buscan una oportunidad

Capítulo 3

Un presente incierto

y unas vidas complicadas

Hace un buen día en Madrid. El verano se acerca en todo su esplendor.

Perfecto para salir a correr, aunque sea con una rodillera que me mantenga mis maltrechos y recompuestos ligamentos a salvo. Desde siempre he hecho ejercicio. Y si no hubiera sido por la lesión en mi rodilla, no sé si hubiera llegado a deportista profesional, pero al menos lo hubiera intentado.

El ritmo de la respiración con las zancadas hace que me concentre. Siempre he usado esa técnica para mantenerme con la mente enfocada en el objetivo de llegar a la meta marcada. Generalmente, ya solo se trata de consumir minutos. Antes, años atrás, mi objetivo era la distancia. Pero uno, en la medida que tiene mucho respeto por no caer en una nueva lesión, ya se conforma con estar un tiempo marcado haciendo ejercicio y se olvida de llagar o no a un determinado lugar.

Y luego está el gimnasio. Al menos, una hora diaria, y eso, si no viajo. Si por alguna razón no puedo ir un día, lo recupero. Solo descanso los fines de semana. Y bueno, descansar en un decir. Porque para quienes trabajamos en el sexo, son días igual de laborables que otro cualquiera. De hecho, más ajetreados, incluso.

Me giro. Detrás de mí, a unos veinte pasos y con evidentes muestras de cansancio, viene Vicky. Me detengo y dejo que me alcance.

—Joder, tío… no puedo más —me dice con la voz entrecortada por la respiración fatigada—. Me matas, cacho perro —añade inclinando el cuerpo y apoyando ambas manos en su rodilla—. Joder… —murmura.

Vicky es delgada y tiene un cuerpazo, la verdad. Tetas operadas, pero no excesivas, culo redondo, duro, y cintura estrecha. Es morena de pelo largo y ondulado. Le llega por la mitad de la espalda. A veces es muy mal hablada y tiene un sentido del humor cambiante. Pero me gusta mucho. Y es escort , como yo.

Nos hicimos amigos de casualidad. Coincidimos en una fiesta y nos reconocimos por vivir cerca uno de otro. Poco a poco, congeniamos. Ha tenido una vida dura, sin buenos o válidos referentes. Por su vida han pasado novios, parejas tóxicas y proxenetas que se aprovecharon de ella. Por ejemplo, ese tal Marcelo, que manejaba a las chicas de aquel pub. Le convenció para operarse el pecho, pagando él los gastos, pero luego la extorsionó al máximo para que le devolviera el doble.

Lo ha tenido muy difícil y aprecio mucho en ella su tesón y fortaleza. Tiene también esa ternura primeriza de quien no ha disfrutado de las bondades de la gente. De quien quiere ser decente y honesto, pero no sabe cómo ni si será comprendida cuando sea capaz. Su mundo y el mío son obscenos y sucios. Pero algo surgió entre nosotros. Nos caímos bien, pero no solo eso, porque no bastaría para ser cercanos. Alguna charla, bromas y que en esos momentos yo me derrumbaba con facilidad por lo de mi hijo, empujaron a que me abriera a ella. Y, en contrapartida, Vicky a mí con sus penurias. En resumen, nos hicimos amigos o compañeros de confidencias. Luego, una vez que sucedió la muerte de mi hijo, y el acostarnos, fuimos admitiendo, que estábamos mejor juntos. Hace de eso unos seis meses, quizá poco tiempo, pero estamos contentos.

Siempre me acuerdo de mi hijo. No hay un minuto de mi vida que no esté presente. Un hijo con una enfermedad rara que vivió con mis padres en Alicante, concretamente, en Denia. No es que mi familia sea de esa provincia, pero cuando se jubilaron, compraron una casita pequeña y se fueron a vivir allí. No tengo hermanos ni hermanas, por lo que me crie en un entorno muy controlado y con muchas atenciones por parte de mis padres, dentro de sus posibilidades. Que eran, y siguen siendo, los de una familia media.

Mi trabajo nunca me ha permitido estar de forma continuada con mi hijo. Lo veía cuando podía y siempre menos de lo que me hubiera gustado, claro está. Y eso, por mucho tiempo que pase, lo sentiré en el alma. Pero de otra forma, me hubiera sido imposible mantenerlo. Su enfermedad era de esas que llaman raras, además de tener un complicado diagnóstico y peor tratamiento. Una vez que fracasaron los métodos convencionales, ya solo me quedó recurrir a los procesos experimentales que podrían dar con la solución a la enfermedad de mi hijo. Pero no estaban cubiertos. Solo la atención y los cuidados. Con lo que no me quedaba otra que acudir al tratamiento privado para encontrar alguna solución desesperada. Y apenas llegaba con lo que ganaba, aunque un buen amigo médico me ayudaba en lo que podía.

Mis padres, por supuesto, nunca han conocido mi verdadera profesión. Siempre han creído que soy comercial de productos o jefe de equipo de ventas. Lo malo, o no sé si es así como definirlo, es que, en realidad, lo he intentado. He querido buscarme la vida de esa forma, pero no lo he conseguido. Y cuando he tenido cierta estabilidad, los ingresos no me daban para los cuidados de mi hijo. Así que, siempre, de una forma u otra, regresaba al oficio del sexo mercenario.

Llevo en esto algunos años, no muchos, pero sí los suficientes como para entender y conocer mi profesión. Vicky, algo menos. Quizá por eso nos llevamos bien y entendemos la vida de uno y de otro. Lo he querido dejar varias veces, la verdad. Suelo fantasmear conmigo mismo, con dedicarme a algo que sea normal y no tener que satisfacer las necesidades sexuales de personas que, en el fondo, me importan poco. Ahora es cuando estoy cerca de conseguirlo. Estudié Ciencias del Deporte y me lesioné de gravedad. Eso hizo que no me pudiera dedicar a lo que de verdad quería: el deporte profesional. Tenía, y tengo aún, el carné de entrenador de fútbol, de baloncesto, y estaba enfocado en el momento de romperme el cruzado anterior de mi rodilla izquierda, en estudiar Marketing Deportivo. Me gustaba esa vida. El tiempo de convalecencia me hizo perder muchas ilusiones. Sí, terminé el curso, pero no me vi con la fuerza para empezar de cero. Me hundí, la verdad.

En esa época, y de forma ocasional, pero que me servía para financiarme, hacía de modelo. No de alta costura, sino de catálogos y poco más. Y, casualidades de la vida, a través de una sesión de fotos, me surgió la primera cliente. Una ejecutiva francesa que se encaprichó de mí. Buen aspecto, cuidada, de unos cuarenta y cinco años. Tras estar con ella un par de meses, le pasó mi contacto a Françine, una amiga suya, con la que aún me sigo viendo. Aquella primera cliente se divorció, volvió a casarse y nunca más supe de ella. Pero me dejó tres contactos.

El hecho es que surgió cobrar por sexo. Y, sin pretender que fuera otra cosa que unos ingresos que me ayudaran, mientras encontraba el ansiado trabajo de mi vida, se fue convirtiendo en un oficio.

Hoy estoy cansado. Ayer estuve hasta las dos de la mañana en un hotel con una ejecutiva catalana que siempre que viene a Madrid me llama. Está casada y con familia estable, pero eso no le impide acostarse conmigo desde hace casi tres años. Y me exige cumplir y satisfacerla a conciencia. Delante de mí no toma nada, pero sospecho que algo se mete porque hay veces que se comporta de forma muy lasciva y atrevida. Ayer, por ejemplo, tuve que hacerle un anal después de haber follado en dos ocasiones. Se le ocurrió cuando ya me estaba vistiendo para irme y después de haberse limpiado en el baño. Tengo la sensación de que allí, se le ocurrió aquello tras meterse al cuerpo algo de química.

Me lo corroboraron sus pupilas dilatadas y ese intenso énfasis en que la enculara. Suelo ser cuidadoso y hacerlo despacio. Nunca se puede saber si algo de rudeza puede provocar un desgarro anal y complicar todo. Pero ayer Nuria estaba desatada. Me ofreció su grupa, rotunda y firme de cuidados, cremas y gimnasio. Me pidió —casi exigió— que le penetrara por ahí.

—Por donde nunca lo hace mi marido… —me dijo en una frase que me pareció fuera de lugar y chabacana—. Métemela, Jorgito. —A veces me llama así, pretendiendo ser cariñosa y sensual. Pero, al contrario de lo que pretende, no lo consigue. Aunque el oficio obliga y Nuria paga muy bien.

No me gusta humillar a nadie. Menos, a los que no conocen las andanzas de sus parejas. Porque, realmente, más de la mitad de las mujeres con las que me acuesto de forma regular, están casadas o emparejadas. Incluso hay tres que, siendo divorciadas y vueltas al matrimonio, quejándose de que sus exmaridos les pusieron los cuernos, ellas se entregan en cuerpo, alma, coño y boca, a mí. Sin importarles ser ellas ahora quiénes los ponen inmisericordemente.

Nuria es de esas. Divorciada de un primer marido que la pasa una buena pensión. Los hijos no han cumplido los dieciocho y una jueza le dio la custodia a la madre. Según me contó la misma Nuria, el padre tampoco peleó mucho la compartida. Al parecer, a su nueva mujer de veintipocos años no le gustan los niños.

El hecho es que Nuria cuando viene a Madrid, me llama. Suelen ser un par de días cada dos o tres meses, en donde ella se desinhibe, rompe con todo y se toma la libertad que no tiene en Barcelona. No entro a juzgarla. Me parece mal engañar, pero yo, en buena parte, vivo de esas infidelidades.

Cuando follo así, casi sin descanso, mi cuerpo, generalmente, se resiente al día siguiente. Por eso no cojo más de una o dos citas por semana, sobre todo si se trata de esta cliente o de otra francesa que viene, a España, literalmente a desfogarse. Se inventa viajes culturales y me paga el trayecto a Granada, Toledo, Valencia o, la última vez, a Cáceres. Y me tiro todo el día follándola, porque el único monumento que ve, se mete, chupa y saborea, es mi polla.  Pero en este caso, a diferencia de Nuria, es —o así creo— divorciada y soltera. Nunca me ha hablado de otras parejas ni de que quisiera tenerla.

Vicky, en contraposición a mí, vive de las infidelidades de los hombres a sus mujeres. En realidad, no hay demasiada diferencia, porque ambos, hombres y mujeres, se dejan llevar por instintos primarios y básicos. Que no es otra cosa que el sexo de un determinado tipo que, sus maridos o esposas no les dan, o no quieren decirles lo que en realidad les gusta. Quizás, y por marcar alguna diferencia, ellos tiran más del ramo profesional, y ellas del amateur. No lo sé en realidad, pero lo que sí puedo asegurar es que tanto ellas como ellos, se dejan llevar por instintos sexuales de lo más variopinto.

Yo llevo más tiempo que ella. Y cuento con una clientela bastante fija. Ella, en cambio, se la está formando. O estaba, porque ambos queremos dejarlo y comenzar una vida juntos. Pero hay que pagar facturas, deudas con el banco, y vivir. Necesitamos, al menos así lo hemos pensado, un tiempo para conseguir un colchón monetario, y entonces sí, será el momento de dejarlo.

Mis clientes son señoras de unos treinta y algo de años hasta cuarenta y ocho la más mayor, que es una asturiana que me llama de vez en cuando. Es de las que mejor me paga, seguramente porque sabe que su cuerpo está en la cercanía a perder sus últimas firmezas. No tengo clientes de más edad. Más que nada, porque tendría que ir de pastilla azul y prefiero no tocar la química. Vamos a ver, no voy a negar que en alguna ocasión y si el dinero merece la pena, lo he hecho. Pero procuro evitarlo. Al menos, mientras pueda. No suelo ni siquiera beber, así que el resto de sustancias estimulantes, las tengo desechadas. Vicky, también. Se cuida bastante y es, en lo referente al trabajo, muy discreta. Yo, lo mismo. A fin de cuentas, vivimos del secreto y de que un buen número de clientes se escondan de sus parejas.

Si contara lo que me han pedido hacer, tendría para una serie de Netflix de ocho temporadas. He estado con mujeres casadas, separadas, delante del marido, a escondidas. Las he azotado, follado duro, suave, en su casa, en el coche, en un barco, en el baño de una discoteca… Hasta en un avión privado o en una limusina de alquiler antes de acudir a una fiesta. Y, en una ocasión, en un viaje en globo.

He visto bajezas, mentiras, verdades demasiado duras, complejos, ambiciones, adicciones, miserias, y he practicado fantasías simples o complejas. Me han pedido dejarme sodomizar o incluso tener relaciones con hombres, pero a eso me he negado. Por suerte, y lo digo bien, he tenido la oportunidad de ganarme la vida con mi orientación sexual intacta. Es decir, heterosexual estricto.

Desde hace un tiempo, y gracias a mi posición, ya solo me dedico a relaciones mucho más normales y, en la medida de lo posible, con clientes conocidas, recomendadas y casi fijas. Me llaman, follamos, y adiós. Con gente nueva, procuro no hacerlo, salvo en ocasiones en donde la recomendación es clara y el dinero interesante.