Fútbol y Política (II)

Capítulo final de la aventura de esta cincuentona con dos políticos de mas de 60.

Futbol y Política (II)

En un rápido resumen, estuve con dos chicos amigos del futbol  de mi esposo y al culminar apareció el padre de uno de ellos y terminamos una fiesta sensacional.

Al otro día, Julio me trajo una invitación para una exposición de libros y la tanga olvidada en su departamento.

Reaccionando de la resaca la charla nocturna fue más placentera.

Hablamos de futbol de política y como debe ser, no coincidimos en nada.

Como hemos acordado con mi esposo, le conté mi aventura con Julio y él me contó que ya había debutado en Madrid con una chica libanesa. Obviamente no le conté del trío con sus amigos.

Había decidido no ir a la exposición a la cual había sido invitada. La concurrencia no era de mi gusto político y no quería sentirme incómoda.

Julio insistía en repetir la noche pasada y terminar las cosas que no habían pasado. Me negué reiteradamente y al final, cedí en acompañarlo a una cena con sus correligionarios en una estancia cercana a Punta del Este. La cita era el sábado.

Vestida como para la ocasión, de jeans, botas, campera cowboy y sombrero recibí al invitante, pronta para salir.

El viaje no llevó más de 1 hora. Tomando una hermosa ruta panorámica entre las sierras de Lavalleja disfrutamos de un viaje placentero en la noche de invierno. Julio llamaba a su camioneta el monstruo negro y tenía mucho de razón. Atravesando la noche entre curvas y cerros nos acompañaba una buena charla y una luna llena increíble.

Nos detuvimos en un mirador al costado de la ruta y sentados en la caja de su camioneta disfrutamos del entorno.

Cuando el frío nos obligó a reanudar el viaje, Julio tomándome de la cintura me ayudó a bajar. En esa posición, en brazos de un hombre tan alto y grande quedé a la merced del primer beso.

Cálido, suave, dulce.

La pasión hizo su aparición y continuamos al borde del camino con más besos, abrazos y caricias.

Mi jeans no duró mucho en su posición y manos expertas comenzaron su proceso de bajarlo.

En un rápido movimiento me giró quedando de espaldas a él y de frente a la camioneta.

Su erección se hizo notar y tomándome de la cintura, quedé expuesta a su acción. No tuvo contemplaciones, me sentía bien, lo disfrutaba porque tenía algo de violencia permitida. Nuestros cuerpos golpeaban frenéticamente, el “monstruo negro” oficiaba de mampara y fue testigo silencioso de los gritos nocturnos del final del acto. Tambaleándome me arreglé la ropa y subimos para continuar el viaje. Pero no. Otra vez en la cabina, los besos, los abrazos, las caricias y tomándome de la cabeza me invitó sutilmente a tener sexo oral.

Por primera vez pude ver su pene, era grande, grueso y tenia un aspecto que asustaba, con venas y un glande más pequeño que el diámetro del resto.

No necesité que me insistiera, lo hice lentamente, saboreando cada centímetro y aplicando toda mi experiencia demoré todo lo posible el desenlace final. Explotó entre quejidos y su contenido regó asientos y piso del vehículo.

Previa limpieza superficial, arreglo del maquillaje y ropas, seguimos hacia el encuentro.

Al llegar había unos 10 vehículos, ronda de truco, asado con cuero y regado por mucho alcohol.

Presentaciones desde una distancia prudencial y bromas sobre mis posturas políticas, opuestas a los senadores y diputados presentes.

La estancia estaba decorada de forma inteligente y acogedora, un enorme fuego y doraba una res en manos de asadores experimentados  y la música folclórica ponía el broche autóctono.

Todos enfrascados en su juego, gritaban, reían y se emborrachaban a gusto.

Alejado de ellos, cerca de la parrilla estaba alguien diferente. Mirando desde lejos, no parecía ser parte de aquella banda bulliciosa.

Noté que me observaba disimuladamente y sus canas le daban un atractivo natural que llamaba la atención.

Se acercó cuando todos abandonaron el truco, para ir a ver un partido de futbol. Era argentino, empresario y ajeno al mundillo político, se notaba de lejos.

Se presentó, Lucio era su nombre y me preguntó el vínculo con Julio. Hablamos de Uruguay y de Argentina, de sus cosas bellas y nuestras experiencias turísticas.

La noche pasó volando, sentado uno frente al otro, no podía dejar de ver su sonrisa cómplice y sus reacciones sobre las conversaciones de borrachos. Él Lucio no tomaba alcohol y argumentando que no me sentía bien, optamos por que fuera él quien me devolviera a la capital.

Era una buena compañía pero también era una medida de seguridad, no quería volver con alguien alcoholizado, por más político que fuera.

Me dejó en la puerta de casa y con un hasta pronto coronado por una sonrisa, me hizo sonrojar por primera vez.

Julio me llamó al rato, preguntándome como había llegado y sus disculpas por haber tomado tanto. No esperaba volver a verlo, así que no fui muy simpática en mis respuestas.

A pesar de ello, repitió la llamada en la tarde del domingo esta vez para contarme que Lucio  nos invitaba a un día de paseo en su yate anclado en Punta del Este.

En principio dije que no, pero considerando que había pasado tan bien con ambos, en distintas actividades, decidí darme una oportunidad más.

El día elegido fue el martes siguiente, muy temprano pasaron por mí y partimos rumbo al este.

El yate era en realidad un velero, hermoso y enorme y tenía nombre de planeta.

Rápidamente levamos ancla partimos sin rumbo hacia el calmo océano. El sol se hacía sentir en un benévolo invierno y mi malla de baño estaba a la altura.

Julio atacaba la primera botella de whiskie  y Lucio disfrutaba de su calidad de anfitrión,

ofreciéndome el comando del timón.

Me pareció maravilloso, como me guiaba y como hacía que pareciera accidental el rozarme con la mano o acercarse peligrosamente a mi retaguardia ante cada movimiento brusco.

De los pequeños roces, pasó a tomarme de la cintura para darme las indicaciones y susurrar algún elogio en mi oído.

Julio, ensimismado en su celular y botella, se ofreció para preparar el almuerzo dejándonos solos en cubierta.

El próximo avance del argentino fue susurrarme algo y terminar con un beso minúsculo en mi cuello.

La sorpresa me hizo erizar y él lo notó inmediatamente. Regodeándose de lo que me causó me pidió repetir y asentí sin decir palabras.

El segundo beso, fue mas largo, cercano a mi oreja y seguido de un acercamiento mas fuerte sobre mi cola.

Nos reímos y mantuvimos la cordura cuando Julio parecía con una bandeja de víveres para el almuerzo.

Detuvimos el velero, echamos ancla y brindamos con cervezas esta nueva amistad. Lúcio no dejaba de coquetear conmigo y mi amigo lo notó en seguida.

Reaccionó racionalmente y dándole vía libre a Lucio le indicó que era libre de intentar seducirme.

Soltamos la carcajada por lo serio de su ofrecimiento. Ya estamos en eso, repliqué y volvimos a reír.

Terminado el almuerzo, me recosté sobre cubierta a aprovecha la tibieza del sol y disfrutar del entorno. Pocos minutos duró esa paz. ambos se recostaron a cada lado y jugando con sus manos, empezaron a explorar mi paciencia con cosquillas, pellizcos y palmaditas.

Al notar mi incomodidad pasaron a las caricias y ahí todo cambió.

Lucio me puso boca abajo y empezó a hacerme unos masajes maravillosos, ese sesenton sabía cómo calentar a una mujer, Julio era más vehemente, más directo, más sexual.

Los masajes pusieron el climax perfecto para que pudieran apreciar mi cola, elemento favorito de sus caricias.

Vamos al camarote, ordenó alguno de ellos y sin esperar mi respuesta me tomaron de la mano y me ayudaron a bajar.

El capitán fue el primero que probó mis besos, mientras mi malla cedía ante los torpes intentos de Julio por quitarla.

Quedé de pie, desnuda ante sus ojos y haciéndome girar alababan mis cualidades. De senos pequeños, pero redondos, mi cuerpo aún mantenía algún recuerdo de mi pasado de gym.

Julio, el político, hizo méritos poniendo se de rodillas y hundiendo su cabeza en mi pelvis y entrepierna. Lucio el capitán, mientras tanto giraba alrededor, besando mis senos, mi espalda, mi nuca, una y otra vez.

Me sentaron en el borde de la cama, mientras Julio seguía enfrascado con su lengua en mi entrepierna Luico se encaramaba en la cama y ponía a mi disposición su herramienta para que la pudiera disfrutar.

Julio, encontró mi punto G y mis quejidos lo hicieron intensificar su tarea. Mientras tanto me ocupaba de lo que tenía en mi boca, un arte que me apasiona.

Le dí mi primer orgasmo a Julio, un experto en esa materia de complacer a una mujer con su lengua. Me recostaron en la cama y subiéndose encima de la lengua pasó a su lanza. Como siempre, no fue suave, ni armonioso. Fue apresurado y cuasi violento. Su herramienta me ocupaba toda, generaba calor, me quemaba, me agradaba.

Por otro lado, mi boca continuaba con su tarea y podría seguir así por la eternidad.

Me cambiaron de posición después de unos minutos, me pusieron boca abajo y cambiando ubicación, Lucio empezó a jugar con su lengua, pero no en el mismo lugar que Julio, estaba más atrás.

Mi cola recibía los suaves masajes de Lucio mientras yo atendía a Julio con mi boca.

Me pusieron de rodillas en la cama, con la cabeza hundida en las entrañas de Julio y Lucio ubicado detrás mío.

Sentí como era penetrada vaginalmente otra vez y me sentía completa. Esta vez suavemente, acompañando el suave movimiento de las olas y el mecerse del velero completaban una cadenciosa danza.

Julio le regaló a mi boca su contenido lácteo mientras mi cuerpo seguía recibiendo a Lucio.

Explotamos juntos, descargó en mi su contenido y yo le di el mío.

Caímos rendidos en la cama, los tres.

Cuando desperté, ya mis amantes estaba charlando en cubierta, el sol aún estaba en su esplendor y recibir sus rayos desnuda, me hicieron recobrar mis fuerzas.

Bromeábamos sobre lo ocurrido y la habilidad propia de cada uno y mis sensaciones eran el centro de la charla.

Al promediar la tarde, decidimos volver. El sol ya no calentaba tanto y quedamos en seguirlo algún día en tierra firme.

Pero esa, es otra historia.