Fútbol y Política (I)

Cuando las dos pasiones se juntan quedan huellas difíciles de borrar

Futbol y Política

En enero se abren los períodos de pases en el viejo continente y los jugadores sudamericanos y los contratistas tenemos la mira puesta en que las negociaciones lleguen a buen puerto.

Mi esposo arrancó el año con buen pie, consiguiendo el pase a Europa de una joven promesa uruguaya.

La clásica vorágine de papeles, permisos y contratos me corresponden y luego de realizadas se armó el viaje para un domingo rumbo a Madrid.

Los contratiempos normales de ésta época llevaron a que la despedida de amigos de mi marido y del jugador se realizara el mismo día de la partida.

La casa, en la costa uruguaya, fue escenario de una pequeña reunión de no más de 15 personas, respetando los protocolos de salud impuestos.

La fiesta contó con todo, música, asado, algo de alcohol y muchos abrazos. Las únicas mujeres presentes éramos la novia del chico que viajaba y yo, la esposa del contratista.

La horda masculina estaba compuesta por compañeros del jugador, ex jugadores y algún familiar cercano.

En mi caso, adoro bailar, cosa que mi esposo detesta, por eso aproveché para desempolvar mis ganas y bailar salsa, cumbia y mucho vallenato. A la hora de la cena se armaron pequeños grupos de discusión y el futbol era el tema primordial. Muchos se asombraban de que una mujer pudiera tener opiniones formadas sobre distintos tópicos futboleros y pudiera discutir desde su mismo nivel.

Me desquité con Damián, un chico de 35 años que dejó el futbol por una lesión que baila de maravilla ya que vivió gran parte de su carrera en el norte de Sudamérica. Elegante, discreto y no exagerado acaparó el ritual del baile fui su compañera hasta que llegó la hora de los aprontes para el viaje.

Como soy la metódica organizadora de todo lo que concierne a la empresa, encabecé la retirada de los viajeros y los deposité en sala de embarques poco antes de la medianoche.

La familia del chico lloraba, los amigos reían y nosotros desde un rincón organizábamos las tareas del lunes en España.

Rumbo al estacionamiento del aeropuerto Damián me llamó a un lado y me propuso seguir bailando en un local de una amigo personal de él. La idea me agradaba, pero entendía que estaría mal salir cola con un chico, pero allí se agregó Dino un veinticinco añero que estaría todo bien, que conocía el lugar y que sería solo un rato, ya que al otro día practicaba muy temprano en la mañana. Aún no eran las doce de la noche y después de tanto trabajo para este viaje, pensé que seguir un rato bailando con amigos de mi esposo no estaría mal. Además a Damián hacía años que lo conocía de su etapa de jugador y el posterior retiro.

Al final asentí, sólo un rato, pero debíamos pasar por mi domicilio para cambiarme de ropa, ya que estaba de zapatillas, equipo deportivo y moño en la cabeza.

Hacia mi casa partimos en mi auto con Damián y Dino siguiéndonos de cerca. Llegamos, crucé corriendo el jardín y en media hora estaba de vestido justo de lycra, negro con brillos plateados, tacos altos y un peinado más normal. Decidimos dejar mi auto y partir los 3 en el mismo, ya que seguramente me tomara alguna copa de alcohol y no quería conducir en la noche montevideana.

El local bastante conocido era frecuentado por hombres mayores de 40 y mujeres apenas mayores de 25.

Como mi intención era de estar apenas una hora, ocupamos dos lugares en la barra. Para mi pesar, el vestido de lycra que normalmente me queda encima de las rodillas, con los bancos altos y su costumbre de deslizarse piernas arriba me incomodaba continuamente. Dino revoloteaba de chica en chica y era amigo de todas y de todos. Damián se quedó conmigo en la barra y al notar mi lucha denodada con el vestido me cubrió las piernas con su chaqueta, no sin antes rozarlas como al descuido.

Terminó el espacio de rock y empezaron a sonar las cumbias antiguas, salsa y vallenatos mas contagiosos que hubiese escuchado jamás. Sin preguntarnos siquiera, saltamos a la pista y comenzamos a bailar como si fuera lo último que hiciéramos. Luego de casi una hora, las luces se fueron apagando y comenzaron a sonar los boleros y temas románticos. Nos quedamos quietos como si eso no fuera para nosotros y mientras todos abrazaban a su pareja, nos encogimos de hombros y comenzamos a bailar esta música tan sugestiva.

Damián susurraba la letra en mi oído y a cada paso so mejilla se deslizaba milímetro a milímetro acercando su boca a la mía. La lucha era demasiada, con mi falda, que lentamente se negaba a permanecer en su lugar y frenar el avance de su boca. Sus manos se deslizaban por mi espalda, llegando al comienzo de mi cola y eso hacía que el vestido apenas cubriera unos cm de mis nalgas. Cuando lograba separarme unos cm de su cara, volvía a cantar bajito en mi oreja y eso era peor que todo los demás. Me hablaba de lo bien que encajaban nuestros cuerpos bailando, de mis curvas, de mis suspiros. Mis fuerzas me abandonaban cuando se sumó Dino al baile. Apareció de la anda y apoyándose en mi espalda me hacía sentir toda su virilidad en mi cola. Habían tomado mis oídos como su objetivo en cada unos descargaban promesas, suspiros, jadeos, lindas groserías.

Allí, bailando, a oscuras y con mucho sigilo, les di mi primer orgasmo.

Vámonos, dijo Damián y sonó como una orden.

Vamos a mi departamento dijo Dino y tomados de la mano enfilamos hacia la puerta.

Dino se adelantó a buscar su auto, mientras Damián, que venía detrás de mío, me giró y nos besamos ardientemente. Sus manos hurgaban en mis senos, en mi cola y nuestras lenguas jugaban una lucha encarnizada por imponerse.  Otra vez, la sensación del orgasmo próximo fue interrumpido por el claxon del auto que nos reclamaba desde afuera.

Abrimos la puerta trasera del auto y caímos en una batalla cuerpo a cuerpo que a esa altura, deseaba perder.

El auto arrancó velozmente avanzábamos hacia la zona de la costa cuando en una avenida desierta, Dino clavó bruscamente los frenos, haciéndonos perder estabilidad. Que pasó, que pasó, fue el grito unánime. “Es que para mí, no hay nada…? preguntó. Me incorporé y lo besé vehementemente prometiéndole un premio mucho mayor.

Entrelazados e irracionalmente voraces fuimos el espectáculo para el portero nocturno y las cámaras de vigilancia mientras subíamos por el ascensor.

La puerta se abrió de improviso y caídos como alud sobre la alfombra. Mi tanga negra desapareció en segundos. Mi vestido cumplió su deseo de enrollarse en mi cintura, dejando a la vista mis intimidades.

Los chicos se pararon y en segundos sus jeans hacía el camino inverso a mi vestido, se bajaban hasta llegar a sus pies. Yo, aún de rodillas, hurgué entre sus bóxeres negros para descubrir el tesoro que guardaban para mí. Los extraje y sin detenerme me aventuré en un sexo oral a dos que nunca olvidaré. El más joven explotó rápidamente, bañando mis senos y mi pelo de su contenido, Damián en cambio, me tomó de la nuca y obligándome a mirarlo decía lo que debía hacer con su contenido. Me hubiera gustado negarme o decirle que no, que era la primera vez, pero no, no pude. Explotó en mi boca como un latigazo. Cumplí su pedido hasta la última gota y caí rendida a sus pies.

Demoré varios minutos en reponerme, este tipo de acciones tan potentes no eran ya parte del repertorio de mi marido y yo. Los 51 pesaban demasiado.

Ven acá, todavía no cogimos, dijo Damián y ayudándome a levantar me hizo poner de rodillas en el sillón. Me temblaban las piernas pero el que se ubicó primero fue el joven futbolista que asiéndome de las caderas me penetró sin dudarlo.

Esta vez exploté con el chico y se lo hice saber con mis gritos y quejidos como premio a su labor. Estaba muy bien dotado y se merecía un premio.

Ahora le tocaba a Damián, como yo sabía que no podía darles 4 orgasmos en la noche, me acomodé para hacerlos disfrutar al último de mis amantes. Con o sin, me preguntó mientras paseaba su pene en mis labio vaginales. Me incorporé lentamente para no ser oída y le dije, Sin, quiero sentirte y que me sientas.

Nos paseamos por los insultos, por los gemidos, por las exigencias, por las nalgadas hasta que descargó su contenido dentro de mí.

Exhausta, llegué al baño con mis últimas fuerzas y me metí debajo de la ducha helada, tratando de recomponer mi adolorido cuerpo.

Lentamente fui volviendo a sentir mis piernas y controlar el tembladeral que era toda yo.

Una cálida toalla blanca enorme. Secaba mis senos cuando se abre la puerta y aparece él. Un hombre de unos 60 años, canoso, elegantísimo, de impecable camisa blanca y corbata.

Quedé petrificada. Tranquila, me dijo, soy el padre de Dino y ya estaba haciéndolo con mi chica mientras estaba en el sillón.

Mi mente intentaba trabajar repasando lo que habíamos hecho, pero sobre todo lo que había dicho yo mientas hacía el amor.

Se acercó a un par de pasos y su perfume inundaba el baño. Que rico perfume, susurré, aún desnuda y con la toalla en la cabeza.

Se acercó hasta mí, me tomó de la cintura con sus dos manos. Dulcemente, como si quisiera recomponer mis fuerzas.

Ya les diste lo que ellos querían, ahora vas a disfrutar tú, me dijo despacito al oído. Intenté quejarme, decirle que no podía más. Pero como respuesta obtuve un shhh y una clara señal de que lo dejara a él.

Recostó mi cola sobre el lavabo y mientras se desvestía con una mano, con la otra rozaba en forma casi imperceptible mis labios, mis pezones, mi abdomen, provocándome un placer intenso.

Se arrodilló delante de mí y con total delicadeza me hizo sexo oral. Encontró mi punto G en segundos y cuando estaba a punto de darle mi último orgasmo de la noche, me giró sin previo aviso y continuó sus besos en el entorno de mi cola. No pude resistirlo y en un mar de contracciones exprimí mis entrañas para su y mi felicidad.

Ahora me toca a mí, dije con lo único que quedaba de mis fuerzas. Me dijo que no, que lo esperaba la otra chica, que yo estaba cansada y que lo que había hecho era un tributo a mi cuerpo.

Lo abracé y nos besamos.

Me preguntó si me habían tratado bien, asentí. Si habían avanzado sobre mi cola, le dije que no, me dijo mejor, será mía entonces.

No, exclamé, no puedo más.

Ya sé me respondió, habrá otros días.

Horrorizada vi que el cielo empezaba a clarear, el día comenzaba y yo lejos de mi casa.

Vístete que te llevo, me dijo como una orden.

Recogí mi vestido, mis zapatos, pero mi tanga no apareció. Corrí por el pasillo hasta el ascensor y allí, una empleada de limpieza le dijo, Buenos días Doctor.

Ahí me cayó la ficha, claro que lo conocía, era un político de los que aparecen en el noticiero de las 20:00hs.

Así que tú sos………

Sí, respondió y tú la esposa de……..

Reímos por nuestro silencio y subimos al auto.

Con pánico descubrí que vivíamos a pocos cientos de metros de diferencia y volví a cruzar corriendo el jardín.

Otra vez ducha, la empleada doméstica que llegaba apenas después que yo y la siesta obligada a la mañana.

Al mediodía, me despertó la llamada de mi esposo, que había llegado a Madrid y que estaba todo bien. apenas le contesté con monosílabos y me volví a dormir.

Cerca de las 15:00 hs volvió a sonar el celular y enojada lo atendí gruñendo.

*Hola, escuché del otro lado del aparato, soy Julio (nombre ficticio) quien te llevó a tu casa hoy de mañana.

¬si, lo sé, reconocí tu voz, perdón por el tono.

*Estoy en tu puerta, tengo un remedio para la resaca y un regalo para ti.

Me envolví en una bata nada sexy y bajé a la puerta. Mi empleada al reconocerlo, le había dejado pasar y estaba al pie de la escalera.

¬Que alegría verte le dije sin mucho entusiasmo.

*Te imaginé con resaca y te traje una bebida energética y otras dos cosas.

Al abrirlo encontré una invitación a una exposición de libros y en el siguiente envoltorio mi tanga negra.

¬gracias por lo segundo, descarto lo primero.

Ok, dijo, esta noche te llamo y giró sobre sus talones perdiéndose en el jardín.

Esa noche volvió a llamar.

Pero esa es otra historia