Fútbol

Juego al fútbol desde hace un montón de años, estoy metido en el mundillo futbolístico casi desde que comencé a andar, y creo que más por los buenos cuerpos que veo que por el placer de marcar goles.

Fútbol

Hola. Me llamo Juan José, tengo 23 años y juego en un equipo de fútbol regional que no voy a nombrar por las causas que ustedes comprenderán y que supongo que no tendré que explicar.

Juego al fútbol desde hace un montón de años, estoy metido en el mundillo futbolístico casi desde que comencé a andar, y creo que más por los buenos cuerpos que veo que por el placer de marcar goles. Comencé a eso de los doce o trece años cuando un joven entrenador de un equipo de chavales me dijo que por qué no iba a entrenar, que yo tenía pinta de futbolista. En aquel momento no sabía qué era lo que le gustaba al entrenador, hoy se que no es precisamente como juego.

Las primeras veces que fui a entrenar y a jugar en el equipo no observé nada extraño, o puede que fuese muy niño, además en aquel tiempo el campo donde jugábamos no tenía duchas y cada uno se aseaba en su casa. Pero un día, tendría yo unos dieciséis años, tuve un encontronazo en un entrenamiento y me fastidié el muslo, teniendo que retirarme fuera del campo por el dolor.

El entrenador, Rafa, se acercó a donde yo estaba con una botella de agua y me echó un buen chorro y masajeó mi muslo por la parte de delante. Luego secó la pierna y me echó uno de esos esprais para el dolor, comenzando a friccionar.

  • Date la vuelta, dijo.

Yo me di la vuelta y comenzó a masajear mi pierna, metiendo la mano por el muslo. Yo noté algo raro, con los toqueteos en las piernas mi rabo se estaba poniendo tieso, a pesar del dolor. Intenté que no se notara, con lo que me alegré de estar boca abajo, pero de pronto sentí cómo la mano de Rafa en su magreo tocó mis huevos y al siguiente frotamiento llegó de forma disimulada hasta mi estaca tiesa. Estaba totalmente nervioso, no pensaba que lo había hecho queriendo, aunque la segunda vez que lo hizo descubrí lo que hacía.

  • Joder, cómo te has puesto. – me dijo bajito.

  • Estate quieto que nos pueden ver.

  • No te preocupes no volveré a tocar.

Rafa se separó de mí. A esas alturas ya se me había pasado el dolor completamente, aunque esperé un rato en la misma postura hasta que se me bajó el rabo.

Aquella tarde fue como un despertar de algo en mí. A partir de ese momento me fijaba en cosas que antes nunca había observado. Miraba lo que nunca me había llamado la atención. Los cuerpos de mis compañeros se convirtieron en objeto de mi atención, sobre todo ciertas partes de sus cuerpos y ya deseaba que fuésemos a un campo con duchas para verlos y recrearme en sus figuras, pero siempre de forma disimulada y sin hacer o decir nada que pudiese delatar mis gustos.

Rafa no volvió a tocarme, pero un día, habría pasado un año, en un partido cuando uno de mis compañeros marcó un gol y todos nos fuimos hacia él para felicitarlo y hacer todas esas muestras de alegría que se suelen hacer cuando es un gol importante llegó la segunda muestra que me hizo despertar del todo.

Esa tarde fue Marcos el que hizo el gol y todos nos fuimos hacia él tirándonos encima en muestra de alegría y fuimos cayendo por el peso sobre el césped. En medio de la confusión noté cómo una mano se posaba de forma descarada sobre mi polla y la agarraba plenamente, aunque sólo por un instante. No conseguía saber quién era el que habia posado su mano, por lo que me pasé el resto del partido intentando descubrir quién había sido.

  • Pedro, Luis, Juan, Garci...

No lograba descubrirlo, a pesar que el apretón fue a conciencia y nada de un sobón sin darme cuenta. Había agarrado toda la polla con intención. Terminó el partido y nos fuimos a las duchas pero todo sucedió con normalidad y nadie parecía hacer ningún gesto anormal, por lo que pensé que nunca lo descubriría. Me vestí y ya me iba para mi casa cuando escuché una voz que me decía:

  • Juanjo, Juanjo. ¿Te importa llevarme en la moto?. Vengo andando y no me apetece caminar.

Era Eduardo, un muchacho de unos diecinueve años tímido y retraído, que casi nunca hablaba nada y no participaba en las bromas que solíamos gastarnos todos.

Yo le dije que sí, que no me importaba llevarlo. Así que los dos nos montamos en

el ciclomotor que yo llevaba y comenzamos el camino hasta su casa, que estaba a unos tres o cuatro kilómetros. Eduardo no hablaba nada durante el camino, pero cuando llevábamos unos minutos de camino noté cómo una mano se introducía por debajo del chaleco gordo que llevaba para el frío y se posaba en mi entrepierna.

Yo me quedé pasmado.

  • No esta nada mal, aunque me gusta más en pantalón de deportes.

  • ¡La madre que lo parió!. Era Eduardo.

Era el que menos hubiese imaginado. Eduardito, tan tímido, que no rompía un plato. Eduardo.

  • Quita la mano que nos pueden ver.

  • No te preocupes que nos tapa el abrigo.

No volví a contestar. Él continuaba con su mano derecha sobre mi paquete acariciándolo por encima del pantalón de forma suave.

  • Estate quieto o nos caeremos de la moto.

  • Sólo te dejaré si vienes a mi casa. Estoy solo.

Seguía sobando mi entrepierna y no parecía dispuesto a separar su mano y a mí la verdad es que me gustaba la sensación, por lo que apreté las piernas atrapando su mano.

  • Cabrón, cómo te gusta. Lo sabía. Vamos a mi casa, no hay nadie.

No contesté pero en mi interior deseaba llegar lo antes posible a casa de Eduardo.

Nunca había estado con ningún chico, era mi primera vez y eso me ponía un tanto nervioso. Además no era Eduardo el chico en que más me había fijado del equipo, quizás por su timidez y porque no llamaba la atención.

  • Estate quieto que no quiero que se vea el bulto cuando me baje.

  • Ya lo noto.

Llegamos a su casa y pronto estuvimos en su habitación. Aquí la timidez de Eduardo desapareció por completo y nada más entrar pegó su mano a mi polla agarrándola por encima del chandal, al tiempo que la otra mano acariciaba mi cabeza, tirando de ella hasta su cara y atrapando mis labios entre los suyos. Era el primer beso que me daba un hombre, pero me gustó y aunque al principio no participé, pronto mis labios apretaron también los de Eduardo. Su mano continuaba en mi entrepierna y ya hurgaba dentro del chandal y del calzoncillo. Tenía mi polla, que ya estaba completamente tiesa, atrapada y la acariciaba con suavidad. No hablaba apenas, como era su costumbre, pero dejó mis labios y se agachó, tiró del chandal y del calzoncillo dejando aparecer mi polla completamente tiesa que se presuró a engullir. La mamaba con sabia experiencia por lo que supuse que no era su primera vez. Labios, lengua, dientes, todos hicieron un trabajo maravilloso con mi estilete, al tiempo que acariciaba y manoseaba mis huevos. Era mi primera mamada y yo sólo atinaba a decir:

  • Sigue, sigue, sigue!

Hasta que a los pocos minutos yo no pude aguantar más y me corrí abundantemente en su boca al tiempo que mis piernas perdían fuerza y fui a caer desplomado en el suelo de la habitación, donde Eduardo se encargó de limpiar completamente mi rabo.

  • ¿Te ha gustado?

  • Sí, mucho.

  • Pues ve preparándote porque me parece que tendremos que repetir más a menudo. Ah, por cierto mañana no me gustaría que te duchases después del entrenamiento.

Y al decirlo posó un tierno beso en mi ingle.

adansoy@mixmail.com