Furtivos

Tras una mañana en la que nos hinchamos de cervezas, nuestro amigo Manolo se emborrachó. Le acompañamos a su casa y nos follamos a su novia...pero mi vida cambió desde aquel instante.

FURTIVOS

Aparcamos el Ford Mondeo en la puerta de su casa. A duras penas nos libramos del bordillazo. La maniobra no fue muy correcta, pero… se trataba de evitar el reventón de la rueda. La tasa de alcoholemia superaría con creces lo permitido. Eran las tres de la tarde. Las tres de la tarde de una nueva vida.

Manolo apenas pudo salir del coche. Tuvimos que ayudarle para que no subiera a gatas los cinco peldaños de la escalera del portal de su casa. Habíamos estado tomando cervezas como si fuéramos unos recién llegados del desierto. Todo desmesurado, todo con alegría, todo en camaradería. Como era costumbre.

Hasta aquí, todo bien, pero el problema surgió cuando a Manolo le dio por mezclar cerveza y tequila. A cada nueva cerveza, chupito de tequila. El resultado del levantamiento prolongado de brazo nos causó estragos, a unos más y a otros menos, pero el más perjudicado fue Manolo. De haber dilatado más nuestra estancia en aquél bar, el camino de regreso a su casa hubiéramos tenido que hacerlo pasando por el hospital  con el fín de recuperarle del lamentable estado ebrio que portaba. El coma etílico estaba a punto de hacer aparición en su desmadejado cuerpo. Entre Alberto y José le subieron a su casa. Yo cerré el coche y caminaba tras ellos mientras canturreaba la canción de “La banda está borracha”. Perfecta sintonía para nuestro estado.

Nos abrió la puerta Marilú. La dulce rubia no daba crédito a lo que se encontró sobre el felpudo de la puerta. Manolo, sujetado por José y Alberto,  pugnaba por no bajarse del felpudo, y yo, tras ellos, agitando las llaves del Ford Mondeo al ritmo de mi canción preferida aquel mediodía. Un buen cuadro.

Marilú era y es la novia de Manolo. Aún no se han casado, y después de lo que sucedió aquella tarde, no tengo claro que al final pasen por la iglesia. No, aún no vivían juntos, pero ella se encontraba en la casa que entre ambos habían comprado cuando comenzaron a proyectar su boda. La limpieza del piso, la colocación de lámparas, y los típicos retoques a la decoración, hacían que los fines de semana se enfrascaran en tareas que más tarde o más temprano no servirían para nada, ya que la “rubia” es muy dada a los cambios.

Marilú es una chica alegre, divertida, pizpireta, dinámica y muy echada para adelante. Tal vez los 24 años aún  no han tomado posesión de su mente. Había estado saliendo con Alberto hacía cinco años. Desavenencias propias de la edad la llevaron a los brazos de Manolo. No hubo problemas entre ellos, Manolo y Alberto siguieron siendo amigos y ella siguió disfrutando de la compañía de ambos, uno como novio, y el ex, como amigo. Es una chica muy agradable, y cuando estámos juntos, la consideramos uno más. Se hace querer. No nos extrañó la bronca con la que nos recibió en el quicio de la puerta. La asistía la razón, sin excusas.

-¡Pero bueno!, ¿Se puede saber que os ha pasado?-Dijo abriendo sus brazos-, no me hace falta que me digáis de dónde venís, pero….¿Habéis dejado alcohol en el bar?.

-Un “boco”, ha “quedao” un “boco”. Contestó Manolo dejándo escapar por la comisura de su boca algo de saliva.

-Nos hemos tomado demasiadas cervezas, pero Manolo…….Comenzó a decir Alberto.

-¿Sólo Manolo?-Preguntó ella a la vez que atravesábamos la puerta-, ¡Sois una panda de golfos borrachuzos!.

-Si, si, si…..pero el problema es que Manolo ha mezclado cerveza y tequila-Dije mientras entraba hacia el pasillo sin parar de agitar las llaves del coche en un movimiento estúpido que a punto estuvo de provocarme un golpe en el ojo-, y éste está mal, Marilú. No creo ni que pueda vomitar. Lo mejor será que se acueste de inmediato.

-Si, pasarle a la habitación. ¡Parece un fardo!. Dijo ella a la vez que abría la puerta de la habitación, donde, sobre una cama que portaba tan sólo un colchón, quedó abandonado Manolo y su parte del alcohol que habíamos consumido.

Marilú le quitó los zapatos, la camisa y los pantalones. Nosotros nos derrumbamos en el sillón más grande del salón, y la rubia, después de abandonar a Manolo junto a Morfeo, nos obsequió con su estimada, venerada y deseada presencia. Era nuestra anfitriona.

-¿No pensaréis que os voy a dar de beber más, eh?, que os conozco. Os habéis acoplado en el sillón como buenos chicos. Y si Manolo está en la cama, vosotros en la calle ya me hacéis falta.

-¡Joder, Marilú!, ¿Al menos nos darás la última, no?. Casi imploré mientras que con mi mano derecha hacía la pinza para ver si era rellenada con un bote del estimado y apreciado líquido.

-¿No has tenido bastante, Carlos?. Preguntó ella.

-¡Mujer, la última!. Imploré secundado por José y Alberto.

-¡Una y os vais a tomar por saco!. Exclamó ella a la vez que se levantaba y se encaminaba hacia la cocina.

A su regreso, sus manos venían adornadas con cuatro botes de Mahou. Entre los botes y nosotros tres hubo un intercambio de miradas cómplices. El encuentro era del agrado de todos.

Tomó asiento en un sillón y nos lanzó un bote a cada uno. El cuarto bote se abrió. Era para ella. Ni aperitivos ni leches. Primaba la cerveza. Rubia con rubia.

-Bien, contarme donde habéis estado y cómo es que Manolo viene así. A vosotros no os veo tan mal. Dijo después de empinarse el bote hasta aquellos hermosos labios y dar un leve trago de cerveza.

-En realidad no hemos bebido mucho, lo que ocurre es que Manolo ha mezclado cerveza y tequila. Eso le ha matado. Una tontería de las suyas. Ya le conoces, Marilú. Dije mientras me encendía un cigarrillo y era secundado por los demás. Hasta yo mísmo me creí mi mentira, pues si algo estaba claro, era la cantidad que habíamos bebido.

-Hemos estado en la Alameda, Marilú. Apuntó José como si el dato fuera un atenuante para nuestro estado.

-¿Acaso en la Alameda os han servido cerveza sin alcohol?. Preguntó irónicamente ella.

-No, mujer. Pero no hemos estado de bares. Quiero decir que no hemos ido de ronda. Explicó José.

-Bueno, acabaros la cerveza y largaros a vuestra casa, que Manolo ya no se despierta hasta mañana.

-¿Nos estás echando, Marilú?. Preguntó Alberto desde dentro del bote que empinaba.

-¡Yo creo que sí!, ¿No he sido clarita?

-¡De aquí no nos vámos sin Manolo!. Sentenció José en tono de broma.

-A Manolo no lo sacáis de aquí en dos días-Dije yo-, después de la cocida vendrá el resacón y….

-¿Tanto ha bebido? Me preguntó Marilú.

-La verdad es que si. Se ha tomado al menos diez o doce chupitos de tequila. Creo que el “pedal” es considerable. Pensé, después de que se cayera, que habría que llevarle al hospital. Dije.

-¿Se ha caído?. Preguntó Marilú.

-Si. Estaba sentado en un taburete y se fue para atrás. Fue cuando decidimos que había que traerle a casa. Contestó Alberto.

-¡No tenéis control, coño!. Protestó ella.

-Ya sabes, nos juntamos, nos liamos a hablar de cosas… y una que va y o otra que viene. Apuntó José.

-Nunca me enfado, porque ya sabéis que yo me voy con vosotros muchas veces, pero me voy a tener que poner seria. La próxima vez que salgáis por ahí de cervezas, me voy con vosotros. Y os controlaré. Parecéis niños. Vosotros toda la mañana chupando cerveza y tequila y yo aquí, limpiando la casa. Y ahora, sóla. Porque Manolo está liquidado el resto del día. Dijo Marilú pensativa.

La escena resultaba patética. Los tres alcoholizados estábamos sentados en el sillón más grande y Marilú nos miraba desde el que estaba situado a nuestra derecha. Los botes de cerveza estaban semivacíos. Por un momento la vi sonreír. En verdad que nuestra imágen debía resultar patética. Hice un esfuerzo mental y traté de salirme de mi cuerpo y ver el cuadro. Si, los tres sentados allí, con cara de idos, y ella, ella mirándonos entre divertida y preocupada.

-No nos eches, Marilú. Hace mucho calor en la calle. Se buena y danos una cerveza más. Son las 4 de la tarde y está claro que ya no vamos a comer. ¡Si nos echas, nos iremos a otro bar y continuaremos con nuestra ronda!. Amenazó José.

-¡Por mí como si os vais al mísmo lugar del que venís y dais fin de la existencias de malta que tengan allí!. Sólo hay una cama, y si os sigo abasteciendo de cerveza, os pasará lo mísmo que a Manolo. Y con uno, ya tengo bastante. Os estáis largando…! Pero yaaaaa!

-La última, Marilú. Pidió Alberto.

-Vale, pero os vais después. Ve tú mísmo a la nevera. Te sirves y me traes otra a mí….y a estos también, tráelos otra o se llevarán la nevera. Me he dado una mañana de aupa. Limpia que te limpia, y ahora, que estaba esperando que viniera Manolo para que me ayudara a mover este mueble-Dijo señalando a un mueble que estaba en el comedor, y cuyo destino final era otra habitación-, me lo traéis inservible, pero no hay problema, vosotros lo llevaréis a esa habitación. ¡Vais a pagar la consumición!.

Sus órdenes fueron eso, órdenes. El mueble pesaba lo suyo. Pese a estar vacío, al menos eso supuse, nos costó arrastrarlo hasta la puerta del salón. Tal vez nuestro estado nos privaba de las fuerzas necesarias, para que entre tres tíos, hubiéramos sacado el mueble y lo dejáramos en la habitación que Marilú nos indicaba. Decidimos dejarlo allí, en la puerta del salón. Había que tomar fuerzas con otro trago de cerveza. Caímos derrotados en el sillón que ya se había convertido en nuestra cuna. Marilú protestó, pero fue muy superficialmente. Estaba segura que al final el mueble sería llevado al lugar que ella deseaba. ¡Éramos tres, coño!

-¡Flojos!, eso es lo que sois. Unos flojos borrachos. Con dos mujeres como yo, el mueble ya estaría en la habitación. Y encima lo hemos dejado en la misma puerta. Pero todo tiene sus ventajas, ya no podréis beber más cerveza hasta que el mueble no se retire de la puerta. De manera que daros prisa en recuperar fuerzas y vámos a darle otro “arreón”. Ahí no se puede quedar. Es obvio. Os tenéis que marchar. Lo llevamos a la habitación, os doy otro bote y os lo bebéis en la calle. Yo tengo trabajo aquí.

Si. Era seguro que el mueble había que retirarlo de la puerta. Lo habíamos dejado de tal manera que no había quien saliera del salón……ni quien entrara. Me resultaba cómica la situación. Claro, que todo era producto de la cerveza. Derrotados sobre el sillón, aún no sé por que los tres nos sentamos en el mismo sillón, me fijé en Marilú. Llevaba una camiseta ajustada de color naranja. Sus pezones se marcaban a través de la fina tela. Me había fijado muchas veces en sus pezones. Pero eran los pezones de una amiga, los pezones de una de los nuestros. Nunca los había mirado lascivamente. Pero ese día….ese día si los miraba con deseo. Estaba claro que mis pensamientos eran pasajeros. Era mi amiga. Y así lo interpretaba, pues la cerveza aún me dejaba distinguir la realidad de lo imposible. Seguí observando su cuerpo. Sus piernas cruzadas sólo estaban cubiertas por una falda muy corta de color negro. Su muslo derecho se exponía con descaro hasta mostrar el comienzo de sus glúteos. Las puntas de su pelo rubio descansaban sobre sus hombros. Analizando meticulosamente su cuerpo, descubrí a otra Marilú que no había tenido en cuenta antes. Una joven preciosa. Pensé en Manolo. Pensé en las veces que se la habría follado. De todos era sabido que ellos, sobre todo los fines de semana, se lo pasaban en grande en aquella cama que en aquél instante ocupaba su futuro marido. A raíz de un susto con la menstruación, Marilú comenzó a tomar pastillas. Ya no habría mas rotura de preservativos. Manolo contaba todo.

Me estaba perdiendo en divagaciones, deseos, encuestas mentales y gilipolleces a mil, cuando la voz de Alberto me sentó nuevamente en el sillón y abandoné la nube en la que estaba flotando.

-¡Vaya, vaya con “la Marilú”!, ¡Qué guapetona está!. Afirmó Alberto, que ya había dejado de mirarla como amiga y la veía como mujer. Todo producto de la “rubia” que habíamos consumido. Todo por el envalentonamiento del alcohol. Todo por…

-¡Claro, chaval!, ¡Estoy buenísima!. Contestó ella sonriendo y dando un nuevo trago de su bote de cerveza.

-¡No sabe Manolo la suerte que ha tenido!. Insistió Alberto.

-Pues si, la tiene-Contestó mientras se atusaba el pelo y con sus manos trataba de recogerlo tras su nuca-, tú ya tuviste tu oportunidad. Pero éramos muy frágiles hace cinco años.

Observando la cara de Alberto, la forma de decirlo y su mirada, mis conclusiones estaban meridianamente claras.

-Y bien que me arrepiento de aquello-Contestó Alberto-, aunque me consuelo sabiendo que un buen  amigo ha recaudado a la rubia que me dejó hace tiempo. Dijo él.

-¡Yo no te dejé!-Protestó ella-, éramos muy bobos. Tampoco estábamos saliendo en plan serio.

-Yo si. Yo me lo tomaba en serio. Pero….te fijaste en Manolo, y lo comprendo.

-¡Buah!, ya encontrarás tu media naranja, Alberto. Todos tenemos un destino. Dijo Marilú.

-Ya, pero desde entonces, no encuentro quien me guste. Dijo él.

-¡Coño, si no salís de los bares!, ¡Cómo no te enrolles con las camareras, lo vas a tener un poco difícil!. ¿Cuántas veces vámos a bailar?, pocas. Allí es dónde se conoce a las chicas. Pero claro, os gusta mucho estar con el codo levantado….

-Ja,ja,ja,ja…..-Sonreí de buena gana al ver el énfasis que puso Marilú en sus últimas palabras-, lo que pasa es que Alberto te está tirando los tejos…Ja,ja,ja,ja.

-Ya me los tiró hace años. Y no lo hizo mal. La pena es que sólo estuvimos juntos unos meses, pero éramos unos críos. Dijo ella.

-¡Y encima no hubo sexo!. Apuntó Alberto.

-Ja,ja,ja,ja……Volví a reírme, pero está vez con más ganas, lo cual molestó a Alberto.

-Eras un “cortao”, Alberto. No hubieras tenido problemas, pero….ya te digo, éramos muy jóvenes. Dijo Marilú.

-Y Manolo ocupó tu lugar. ¡Resígnate chaval!. Apunté.

-No, si estoy resignado, ¿No lo ves?, pero las cosas hay que reconocerlas. Marilú está buenísima. Contestó él.

-Bueno, vale ya, o me voy a creer que quieres tirar los tejos a nuestra amiga. Dije.

-De buena gana se los tiraba. Dijo Alberto.

Y si bien es cierto que Alberto estaba desinhibido, no es menos cierto que Marilú era una provocadora. Vivía en su ambiente cuando se trataba de provocar.

-Eso, eso….Tírame los tejos, Alberto. A ver como lo haces. Igual hasta has mejorado tu técnica…. Ja,ja,ja,ja.

Alberto llevaba el camino de Manolo. Aquellas dos últimas cervezas le dieron el punto definitivo. De haber exprimido alguno de los botes que reposaban en la mesa del salón, hubiera caído como nuestro amigo.

-¡Estás “pa” follarte!. Dijo en un alarde de sinceridad.

-¡Olé, olé y olé!-Exclamó Marilú-, verás como se lo diga a Manolo cuando despierte del sueño mexicano.

-No te preocupes, Marilú-Intervino José-, ya se ha encargado él de decírselo a Manolo en infinidad de ocasiones. Lo que ocurre es que Manolo es un buenazo y no se lo toma a mal, pero si hubiera dado conmigo, ya le habría dado dos hostias.

-¡Hombre, la verdad es que estoy…apetecible!. Se que me miráis como una más dentro del grupo, pero aunque me tratáis como a un tío, soy una mujer. Nunca me he tomado a mal vuestras cosas, os tengo mucho cariño. Nos conocemos desde siempre, desde que éramos críos. Manolo tuvo la fortuna que no tuvo Alberto. Pero gozo de la compañía de ambos. De la de todos.

Marilú se silenció. Observé a José. Sostenía el bote de cerveza con su mano. Parecía una estatua. Sus párpados ligeramente caídos presagiaban que tal vez la próxima vez que lo mirara, ya estaría acunado con Morfeo. Alberto fue el siguiente escrutado. Sus ojos vidriosos delataban la lascivia que sentía. Su gesto era el de un salido. No paraba de fumar. Uno tras otro. Acababa un cigarrillo y encendía otro. Deduje que hacía tiempo que ya no quedaba cerveza en su bote, pues siempre lo empinaba hasta el final. Era el síntoma claro de quien desea más. Pero no había más. Y tampoco podíamos salir del salón hasta mover el mueble. Cuestión difícil, si íbamos cayendo uno tras otro. Fue cuando Marilú, aún sigo sin saber por qué, se dirigió a mí con aquella frase.

-¿A ti que te parece, Carlos?, ¿Estoy buena?

-Es evidente que sí. Dije y me silencié.

-¡Cómo mola!, sabía que os gustaba como mujer, pero deseaba escucharlo. Siempre me tratáis como un marimacho. Nunca me habéis dicho que estoy guapa, que qué bien vestida voy, que os gusto….nunca habéis tenido un gesto cortés hacia mí.

Y fue mi boca. Mi viperina lengua la que soltó aquella frase. Tal vez de no haber mediado tanta cerveza yo me hubiera callado. Ni siquiera hubiera estado en esa situación, pero tanta cerveza nos llevó hasta el piso de nuestros amigos. La palabra “gesto” estaba bien empleada por Marilú. Es verdad que nunca la habíamos dicho que estaba guapa, que era simpática, que nunca habíamos alabado sus virtudes, pero no es menos cierto que un gesto no nos hubiera supuesto esfuerzo alguno.

-Yo si que tendría un gesto para con tu cuerpo. Dije y me quedé analizando mis palabras. No era yo quien las había soltado. Era mi mente. Eran mis deseos. Era mi polla. Era el puto bote de Mahou.

-¿Qué quieres decir, Carlos? Me preguntó Marilú sonriendo.

Es de justicia decir que no me amedrentó. También es cierto que yo, abusando de nuestra amistad, hablé con sinceridad. Pero nunca pensé que aquella frase dicha por mí pudiera acarrear las consecuencias que arrastró. Mis palabras salieron de mi boca sin complejos. Sin pedir permiso a mi mente…¿O tal vez sí?. Salieron y eso es lo que vale, salieron y eso es lo que cuenta, salieron y por eso escribo esta confesión.

-Nada mujer, que estás muy buena. Muy apetecible. Y que si no fuera porque te vas a casar con Manolo…

-¡Me follarías!.....¿No?.

Aquella afirmación y su posterior pregunta hizo que los tres nos incorporáramos sobre el sillón que ocupábamos. Tanto José como Alberto, este último más incisivo, forzaron sus ojos hacia aquél cuerpo que insinuaba, como siempre, nuestros deseos.

-Yo no sé que haría Carlos, Marilú, pero yo si que te echaba un buen polvazo. Alberto fue el autor de la enredada frase. Eso sí, explícita frase que manifestaba los deseos de los tres.

Contrariamente a lo que yo esperaba, algún atisbo de escándalo, alguna broca, Marilú sonrió y habló con la claridad que siempre hacía.

-Yo también os hubiera follado a los tres en alguna ocasión. Es decir, me hubiera gustado…..no sé, ¿Os acordáis cuando nos fuimos a la Pedriza y nos bañamos desnudos?, recuerdo mucho aquella mañana. Me sentí como un chico entre vosotros, pero no dejé de pensar que era una mujer, y si bien es cierto que ya salía con Manolo, de haber estado libre, alguno de vosotros hubiera tenido que usar un preservativo. Aunque los odio.

-¿Nos hubieras follado?. Preguntó desde su alucine particular, José.

-Tal vez. Pero no a todos, sólo a uno. Respondió ella.

-¿Y quien hubiera sido?. Insistió José mientras su entusiasmo se hacía patente pensando que tal fuera el elegido.

-Ja, ja, ja, ja,…..hubiera sido-Hizo una pausa que nos sobrecogió esperando que nuestro nombre fuera la próxima palabra que pronunciara aquella boca-,……Manolo. El fue quien pudo con mis deseos ja, ja, ja, ja.

-¡Lástima, de haberlo sabido nos hubiéramos postrado a tus pies!. Exclamé para ser cortés.

-¿Y no hubierais sentido repelús unos de otros?. Preguntó ella.

Es evidente que yo sí hubiera sentido ese repelús al que hacía mención Marilú. Eso de meter mi polla en el lugar que otro había estado antes, no me convencía. Soy muy sibarita. Correrse un tío dentro de ella y luego acudir yo presto a saciar mis deseos….mezclándome con el semen del visitador, no, no era mi idea. Pero Marilú nos conocía bien. Nos había estudiado a todos en las reiteradas ocasiones que habíamos pasado juntos en compañía de Manolo. Nunca habíamos hurtado una conversación en su presencia. Conocía más de nosotros que nosotros de ella. Pese a eso, José fue más allá.

-Con tal de tenerte entre mis brazos, no me hubiera importado esperar mi turno. Dijo con solemnidad tal vez esperando un premio añadido.

-Ja, ja, ja, ja . Rió ella.

-¿De qué te ríes?. Preguntó Alberto.

-De nada. No os imagino a los tres desnudos esperando vuestro turno ja, ja, ja, ja.

Creo analizar, ahora, tiempo después, que Marilú jugaba con fuego al mantener avivada aquella conversación. Mi pene estaba anestesiado, pero al ver el movimiento de Marilú, dio síntomas de desperezarse. Sus piernas se descruzaron y sus muslos, separados, intuían que si hubiera estado sentado frente a ella, sus bragas hubieran empalagado mi vista. El vértigo acudió a mi mente cuando ella izó parte de su camiseta naranja y enrolló su borde hasta dejar descubierto su ombligo. Ese vientre terso, esa piel clara y joven, esa imágen…..acabó por poner en evidencia mis deseos más primitivos sin pudor ni concesiones a la amistad. Pero era imposible. Caer en la disolución y la bajeza no podía ser admitido.

-Bueno, todo está muy bien, pero vámos, es hora de mover el mueble y largarnos-Dije a la vez que me ponía en pie y me encaminaba hacia dónde estaba el obstáculo que impedía que saliera de aquella casa echando leches-, ¡Vámos!, ¿A qué esperáis?.

No sin cierta desgana, José y Alberto se pusieron en pie y se acercaron al lugar que yo ocupaba al lado del mueble. Si antes no habíamos tenido fuerzas ni destreza para haberlo sacado por la puerta, ahora no estábamos sobrados de ellas. Marilú colaboró. Mientras José empujaba de un lateral, yo del otro,  y Alberto se afanaba por empujar con los brazos, aún no sé muy bien hacia donde, Marilú se colocó entre los brazos de Alberto y el mueble. Sus cuerpos quedaron pegados. Vi como Alberto se arrimaba más al cuerpo de Marilú. Vi como ella exponía su culo para enfrentarlo con los genitales de su ex novio.

Mal podíamos mover el mueble entre José y yo sólos. Cuando miré hacia donde se encontraban Marilú y Alberto, comprendí el porqué de nuestro fracaso. Alberto empujaba con una mano el mueble, Marilú apoyaba sus dos manos en la madera, pero la mano de Alberto, la que debía ser solidaria con nuestros intereses, se perdía bajo la falda negra de Marilú.

Ella me miró. Yo la mantuve la mirada en un juego en el que yo era el perdedor. Alberto me hizo un gesto que no supe interpretar. José empujaba el solito el mueble sin resultado alguno. Marilú se giró dando la cara a Alberto. Aquello debió ser interpretado como un pase, una invitación, un pasaporte a traspasar lo ético y lo prohibido. Su boca se acercó a la de la rubia y la besó. El beso fue prolongado, entusiasta, ardiente, pero una vez acomodado, Marilú repelió el gesto de su ex. Alberto no se amilanó y empujó el cuerpo de Marilú contra la madera del mueble y volvió con más interés al beso. Me mantuve a la expectativa, pues esperaba la sonora hostia en la cara de Alberto. La falda de la rubia se levantó y una de las manos de Alberto se perdió entre la braga y su piel. Me quedé paralizado. No sabía si actuar. No sabía qué hacer. Cuando las manos de Marilú aferraron la nuca de Alberto, comprendí que aquello no la disgustaba. Habían sido novios…pero me daba que no era la primera vez que algo así ocurría. ¿A espaldas de Manolo?. Estaba claro que sí, pues si él fuera conocedor de algo así, me lo habría dicho.

Los dos cuerpos enganchados por sus bocas se separaron del mueble y cayeron en el sillón que habíamos ocupado los tres amigos hasta hacía unos minutos. José me miraba asombrado. Yo le miraba extrañado. Alberto y Marilú se besaban apasionadamente tumbados en el sillón. El, bajo ella, ella, encima de él mostrando sus glúteos desnudos y su braga bajada hasta la altura de medio muslo. Tenía que interrumpir aquello. Era necesario. Pero no me atrevía. José parecía una estatua de mármol. Ni decía ni hacía nada. Miraba. La camiseta de Marilú se levantaba hacia sus hombros. Su espalda visible invitaba a colaborar con la falda para ser despojada de aquél cuerpo que febrilmente pedía más. Ella llevaba la iniciativa del beso. Suyo era el dominio. ¿Qué estaba pasando?. Mi lengua se paralizó mientras mis amigos dejaban visible su traición.

Aún no sé cómo pasó. Me acerqué hasta ellos y mis manos descendieron su braga hasta sacarla por sus pies. La abandoné en algún lugar del amplio sillón. Marilú seguía con su prolongado beso en la boca de Alberto. El culo de la rubia, expuesto,  era una tentación. Su minúscula falda levantada hasta la cintura invitaba a violar su cuerpo. Miré a José que seguía en el mísmo lugar en el que había quedado petrificado. Le ví resoplar ante una situación que le desbordaba. Mi mano se acercó a ese cuerpo y acarició sus nalgas con temor. Marilú separó sus piernas y pude ver perfectamente su sexo. ¿Me invitaba?. Estimé que sí. Estimé que me requería. Estimé que era un gilipollas si no hacía lo que deseaba hacer. Tocar su sexo.

Mi mano acarició su entrepierna. Mis dedos se perdieron hasta bañarse en los jugos que ella soltaba. Abrió más sus piernas mientras seguía con el beso infinito. Palpé más exhaustivamente y mis dedos tropezaron con la dureza que emergía del cuerpo de Alberto. Ella se incorporó y se sentó sobre las piernas de Alberto. Con destreza se deshizo de su camiseta y sus pechos ocuparon el salón. Permanecí a su lado mientras, uno a uno, desabotonaba la camisa de Alberto. Una vez abierta de par en par, se dejó caer con sus pechos al frente sobre el pecho de nuestro amigo. El beso se reinició, pero esta vez con más deseo y más ternura. Vi como la mano derecha de Marilú trataba de bajar la cremallera lateral de su falda. La torpeza, la rugosidad o la postura, impedían el desarrollo de la acción. La estatua solidaria abandonó su rigidez y tras dos pasos bajó la cremallera que impedía que la falda saliera del cuerpo de nuestra amiga. Entre ella y José, ayudaron a la prenda a recorrer el mísmo camino que antes había recorrido su braga. Marilú se arrodilló de nuevo encima del sillón dejando las piernas de Alberto entre las suyas. La separación de sus muslos dejaba su vulva más expuesta. José se mantenía a mi lado y su mano acariciaba la espalda de nuestra amiga. Los ojos de Alberto estaban descompuestos. Se diría que no veía nada. Sus manos aferradas a los pechos de Marilú parecían soldadas. Ella ya había liberado el cinturón y el botón del pantalón vaquero y su inminente paso era bajar la cremallera del descubrimiento. A duras penas consiguió dejar descubierto el pene de su ex novio.

Un pene flácido, un pene adormilado, un pene que necesitaba con urgencia ser reanimado, era la exhibición propia de lo que habíamos bebido. Marilú se levantó del sillón y se arrodilló en el suelo. Dejó caer su cabeza y su cabellera rubia impidió que yo viera como el miembro de Alberto era introducido en la boca de mi amiga.

Alberto cerró los ojos. Su brazo derecho reposaba sobre el sillón y su mano izquierda parecía que medía la temperatura de su frente. Con los ojos cerrados y la boca abierta, se entregó a la lengua de Marilú. Yo estaba alucinado.

Giré mi cabeza hacia la derecha en busca de José. La imagen que recordaba no era la real. Ya no estaba allí. Instintivamente hice un giro con mi cuello hacia la izquierda. Allí lo encontré, con el pantalón bajado hasta las rodillas y tratándo de que su pene alcanzara la dureza que se exigía para sentir la corrida. Se estaba haciendo una paja. Me dejé caer en el sillón que antes había ocupado Marilú. Necesitaba beber, fumar, follar, gritar…..miré el mueble que me retenía en aquél salón. Las cervezas me quedaban a mil leguas. Miré los botes vacíos que reposaban sobre la mesa. Ocho botes de la marca Mahou. Era urgente que mojara mi lengua con algo. Necesitaba alejar la sequedad de mi boca. ¿Saben lo difícil que resulta hablar con la boca seca?. Aunque hubiera querido ejercer derecho de palabra no hubiera podido. El humo del cigarrillo que a duras penas encendí, contribuyó a secar más mi lengua.

José seguía con su masturbación lenta tratando de imponer dureza en su miembro. Marilú con su rostro cubierto por su rubio pelo engullía el pene de Alberto. Era notorio que la tarea era ardua. Conseguir que ambos penes adquirieran la dureza necesaria no iba a ser fácil. Pese a todo, José había prosperado más y su pene ya presentaba un tamaño y una dureza más que aceptable. Le observé desde el sillón que acogía mi cuerpo, cómo se sacó zapatos y pantalones mientras no dejaba de agitar su pene por temor a que perdiera lo que tanto le estaba costando recuperar, la dureza. Le vi encaminarse hasta el sillón  que ocupaban Marilú y Alberto. Polla en mano. Sin dejar de sacudirla. La imagen me resultó grotesca. Su cuerpo desnudo, tan sólo vestido por sus calcetines negros, me hizo ver y comprender la extraordinaria premura con la que se estaba llevando a cabo aquella historia. Era una locura. No podía ser real.

Con su pie izquierdo subido en el sillón, izó el cuerpo de ella. Marilú abandonó el pene de Alberto un instante y ofreció su culo. José arrimó su miembro al sexo de nuestra amiga. El culo expuesto de ella se acopló a su visitante y permitió que José, con trabajo, entrara en el cuerpo de Marilú. Tras unos movimientos lentos, la satisfacción se reflejó en su rostro. Presumiblemente, envuelto por el calor y la textura de la vagina de ella, su pene se endureció.

Alberto yacía con su pene algo más tenso, pero insuficiente para una penetración voluntariosa. Ella recibía las embestidas de José con satisfacción y su cabeza se vencía hacía atrás en busca de la boca de su rejoneador. Alberto trató de no perder comba tras la felación de Marilú y comenzó a agitar su pene en busca de la dureza olvidada en el bar donde nos habíamos hinchado a cervezas.

Apagué mi cigarro. Más que apagarlo, lo lancé al cenicero. Marilú se dejaba follar con descaro. El pene de José exhibía un color rojo, producto del roce,  y una dureza tensa cuando se lo sacó para buscar una postura más cómoda. Ella me miró con descaro. No nos dijimos nada. Su cuerpo perfecto me hizo sentir un escalofrío. La vi apoyarse en el brazo del sillón. Mirándome. José se situó tras ella y cuando abrió sus piernas, el miembro se alojó de nuevo en su vagina. No era mi amiga, era una zorra que quería ser follada.

Verla allí, siendo follada por José, con su cara clavada en la mía, imprimía unos deseos desconocidos por mí hasta entonces.  Alberto seguía a lo suyo, que no era otra cosa que tratar de que su pene representara al menos por unos minutos, la estirpe y la raza necesaria para expulsar la vida. Ella me miró desafiante. Sus gestos gozosos me retaban. Sus pechos se balanceaban con rapidez. Vi como echó sus manos hacia atrás para acercarse más el culo de José. Para que la penetrara más. Para que la inundara hasta el tope. Para fundir su pene con su propio útero.

No me pregunten por qué. Ni yo mísmo me lo pregunto. Ya no. Ya lo acepto. La carga que hoy soporto es dura de llevar. Pero me gusta. ¿Buscar culpables en el alcohol y no asumir la verdad?, no, no es mi estilo. Pero algo hay, eso es seguro. Mis comportamientos anteriores nunca hubieran atisbado ni por asomo mi actitud aquella tarde. Pero pasó. Y todos lo aceptamos con naturalidad. Hoy, hoy no puedo convivir con ello. Pero tampoco sin ello.

Me levanté del sillón y Marilú me sonrió. Pensaría que me acercaba a ella. A tocar sus pechos, a besarla, a acariciarla. Arrodillado junto al sillón, mi mano tomó el pene de mi amigo Alberto y lo guió hasta mi boca. El incorporó su cabeza y abrió los ojos. Se quedó tenso unos instantes, pero pronto se venció hacia atrás y apoyó su espalda en el asiento nuevamente. Parecía un experto come pollas. Puse mi mano izquierda sobre el pecho desnudo de Alberto y busqué sus pezones a la vez que imprimía un ritmo regular con mi boca. La dureza hizo su aparición pronto, como reivindicando su derecho. Los jadeos y los movimientos de los otros dos se dejaban sentir sobre el sillón. Retiré mi boca del pene de mi amigo y Marilú pudo comprobar la excelencia de mi trabajo. Se apartó de José justo cuando su pene se hinchaba y comenzaba a expulsar el líquido blanquecino que manchó algo más que el sillón. Pasó a mi lado y se encaramó sobre Alberto. Le besó en la boca y yo mísmo, con esta mano derecha que me sirve para dar al espacio de mi teclado, anegué ese pene duro, ahora sí, dentro de Marilú. Se lo enterré dentro del coño con una satisfacción desconocida por mí.

Ella comenzó a cabalgar frenéticamente sobre Alberto. Saltaba con entusiasmo sobre su pene procurando que se clavara cada vez más. Cerciorándose que traspasaba las barreras del placer y llamaba a las puertas del dolor. Me puse en pie y traté de escabullirme a mi sillón. En un momento de lucidez, traté de analizar lo que acababa de hacer. Le había chupado la polla a mi amigo. Yo no era homosexual. Pero lo había hecho con deseo. Confundido traté de retirarme. La mano de Marilú me retuvo. Flojeando en su balanceo me bajó los pantalones. Mi miembro, desconocido por mí, me pareció extrañamente extraño. Lo vi distínto. Era un  pene maricón. Ya no era mío, ya no estaba orgulloso de el. Me había traicionado y se había rebelado sacando de mí mis instintos más bajos y retorcidos. Estaba casi duro. Ella lo sopesó y agachó su cabeza para engullirlo. Tal vez en un último alarde de heterosexualidad se dejó convencer y se hinchó adquiriendo una dureza impropia. Tal vez fue eso. Tal vez…..muchos tal vez.

Alberto estaba trabajoso. Ni por asomo parecía sentir placer. Aunque la dureza no había descendido de su miembro, le faltaba el punto que indicaba el inicio del camino hacia la eyaculación.

-¡Fóllame Carlos!. Frase explicativa de sus deseos. Frase contundente que no admitía ambigüedades. Marilú la soltó con contundencia.

-Claro. Mi respuesta fue corta, pero sincera. Quería follarla, pero…..algo había cambiado en mí.

Ella se levantó de sillón y se situó nuevamente en el brazo del mísmo. Compuso la mísma postura que antes había acomodado para recibir el miembro de José. Despojado de mi ropa, me hundí entre sus labios con sigilo. Ella se dejó caer doblando su cuerpo, y si bien aquella postura no me gustaba mucho porque no permitía una penetración profunda, era la correcta para que mi ano recibiera el pene de Alberto. Con rudeza, con violencia, mi amigo me estaba dando por el culo. ¿Qué me dolió?, pues sí. ¿Qué me gustaba?, estaba claro. ¿Qué no era yo el que admitía la escena?..era mentira. Yo lo deseaba. Mi amigo follándome.

Con la doble daga penetrando el cuerpo de Marilú, miré a José. Derrotado sobre el sillón aún mantenía su mano abrazando su pene. Su glande pringoso exhibía los últimos vestigios de su semen. Marilú le llamó y se acercó al grupo. Sentado en el sillón, Marilú entretuvo su boca en aquella verga mientras era perforada por las dos dagas, la de mi cuerpo y la que me perforaba a mí.

El trabajo de Marilú, la escena recreada, el deseo de más y la capacidad de José, hicieron que su miembro se erectara nuevamente. Sentí las manos de Alberto apretando mis hombros en una señal inequívoca, clavé mis dedos en los pechos de Marilú, ella arremetió con más fiereza sobre el pene de José y el grito desgarrador nos sorprendió tras el primer estertor violento de nuestros cuerpos.

El mueble se llevó, empujado por los cuatro, a la habitación que Marilú había escogido. Tomamos una última cerveza en la cocina, apoyados sobre la encimera. Si mediar palabra de lo ocurrido, nos besamos con ella. Un último vistazo a nuestro querido Manolo, confirmó que respiraba y nos marchamos más tranquilos. Mi ano me recordaba a cada paso lo que había sucedido.

Al bajar los cinco peldaños de la escalera del portal, me fijé en el Ford Mondeo de Manolo. Sólo el había sido testigo del tiempo que habíamos estado en su casa entretenidos con su futura mujer. Entré en aquella casa siendo heterosexual y salí de allí follado por otro hombre mientras el novio de mi amiga habitaba otro mundo.

Aún no se han casado. Viven juntos. José se ha alejado de nuestras vidas. Poco a poco se fue distanciando con excusas estúpidas. En el fondo sé lo que le pasa. Piensa que Alberto y yo sómos dos maricones y Marilú una puta. Ninguno de los tres lamentamos que se haya alejado de nosotros. Manolo sigue alternando con nosotros…y hablando mucho de José. No acaba de entender que se haya alejado del grupo. Está preocupado y últimamente no para de decir que tiene que hablar con él. Pero yo sé que José nunca dirá nada. ¿Cómo le va a decir a su amigo que aprovechando su borrachera se folló a su novia?. No, no lo hará…nunca ha tenido huevos. Y si lo hace, Alberto, Marilú y yo, lo negaremos todo y le explicaremos a Manolo que ese es el motivo por el que se ha alejado del grupo. Porque es un mentiroso.

Todos los miércoles por la tarde, en el hotel Alameda Madrid Barajas,  de 5 a 9, trato de afianzar mis nuevos gustos sexuales entre los brazos de Marilú y Alberto. Los tres nos compenetramos extraordinariamente. A las 9 de la noche, todos los miércoles,  un triple abrazo acompañado de unas miradas sinceras, sirve de despedida para tres personas que se aman furtivamente en silencio ante los ojos de la gente.

Coronelwinston