Furtiva en el gimnasio

No sólo se sufre en el gimnasio

Subo las escaleras y echo un vistazo alrededor. Algunas cintas ocupadas y otras tantas bicis. Y es cuando nuestros ojos se cruzan. Me sonríes, te sonrío y sigo mi camino.

Mientras hago mis ejercicios noto tu mirada clavada en mí, acechándome como lobo a cordero. No me importa en absoluto pero tampoco le doy más vueltas.

Te acercas, vuelves a irte, me miras desde la distancia. Pero no hay más contacto.

Cuando termino mis ejercicios, recojo mis cosas y me voy para el vestuario. Nuestras miradas vuelven a cruzarse y volvemos a sonreirnos. Pero esta vez tu sonrisa fue un poco más allá.

Entro al vestuario y dejo cerrar la puerta, pero cuando tenía que haberse cerrado y no lo hace, miro hacia atrás y veo que entras. No me lo creía. era un acto tan descarado que hasta pasaba desapercibido, nadie se daría cuenta.

Me coges de la mano y me llevas directamente hasta un aseo, pequeño y estrecho. Sin mediar palabra, cierras la puerta, te sientas en la tapa del inodoro y me bajas los pantalones y los calzoncillos. La situación previa hizo que empezara a encenderme, dejándome una media erección.

Sin pensarlo, te la metes en la boca entera, casi con ansia. Yo, instantáneamente, termino de tener la erección, creciendo en tu boca y obligándote a sacarla.

No fue algo romántico, fue puramente sexual. Tú querías beber semen y yo quería dar semen. Empezaste a mamar rapidamente, agarrándome de los glúteos y apretandome contra tí, tocando con la nariz en mí.

Notaba ya la erupción proveniento desde lo más hondo de mi. Entre susurros, te advierto del inminente orgasmo y te agarro la cabeza para metértela todo lo profundo que pudiera. Tú, por tu parte, me aprietas aún más los cachetes y me clavas los dedos, mientras un disparo inunda tu garganta.

No te la sacas hasta que aflojo mi mano, comunicando sin palabras el fin de mi orgasmo. Quitas tus manos, te sacas mi pene de la boca y me lo terminas de limpiar con dos o tres lametones más.

Sin mediar palabra, sales del aseo, sin siquiera mirar si había alguien en el vestuario o no, y mientras me subo la ropa, escucho cerrarse la puerta. Así, diez dedos marcados en mi culo eran la única prueba que había de aquella mamada furtiva en el gimnasio.