Fuí suya cuando era sirvienta II (2)

Mis aventuras continuan. Final del relato de mi relacion romántica y apasionada con el señor de la casa a quien hice ser infiel a su esposa.

FUI SUYA CUANDO ERA SIRVIENTA

(MIS AVENTURAS CONTINUAN)

2ª PARTE

Por Silvia

A partir de aquel incidente, traté a mi patrón con mucha frialdad, saludándolo en forma seca solo cuando no podia evitarlo, procurando eludir su presencia para no darle oportunidad a hablarme. También él se mostró en principio distante y dejó de buscar mi compañía. Sin embargo, al cabo de una semana volvió a enviarme mensajes a mi celular y hasta me llamó como antes solía hacerlo, rehusando yo a contestarle, ignorando sus llamadas. Fue así que en la siguiente semana, en la tarde en que su esposa salía como era su costumbre, él me buscó en la habitación de la casa en la que realizaba mi trabajo, sin que esta vez se anime a llamarme a su despacho como antes. Cuando estuvo junto a mi, con voz nerviosa dijo que precisaba hablarme, respondiéndole yo con dureza:

Nada hay que debamos decirnos, Don Gustavo.

El no me hizo caso e inició una confusa declaración de amor en la que decia amarme, reconociendo que el tener 30 años mas que yo, y ser casado, deberia obligarle a no pensar en mi, pero que a pesar de eso, no podia dejar de amarme y desearme, lo cuál le tenia desesperado.

No debe hablar así, Don Gustavo – terminé por decirle despues de consentir en escucharle – pues, sabe que también yo lo quiero, aunque debe admitir que no podemos tener ninguna relación, pues, no solo es Ud. casado, sino que yo apenas soy su sirvienta.

Entonces él, sin decirme nada más, se acercó a mí, me abrazó con ternura y me besó delicadamente en la mejilla, musitando entrecortadamente palabras de amor.

Le escuché confusa, pero luego comprendí que estaba verdaderamente enamorado de mí, y entonces decidí seducirlo, convertirlo en mi amante, entregándome a él no solo para satisfacer mi curiosidad y deseo de disfrutar de su sexo, sino sobre todo con el fin de obtener de él cuanto pueda en mi beneficio, pues, al oirlo estuve segura de poder hacer de ese hombre mayor cuanto quisiera, ya que sin proponérmelo lo habia conquistado y ví que no solo me amaba, sino que me deseaba intensamente con toda la pasión que su condición y edad le permitían.

Decidida a todo volví mi mirada hacia él, y luego le ofrecí mis labios, los que besó con pasión, y despues, ya sin escrúpulo alguno, re-iniciando aquello que fue interrupido la vez anterior, me despojó de mi vestido para dejarme casi desnuda y acariciar mi cuerpo, palpando y estrujando mis senos, recorriendo mis piernas en busca del centro de mi femineidad. En ese instante, en un arranque de maldad, fingí tener que interrumpir sus arranques, diciéndole:

No siga, Don Gustavo. No podemos seguir. Piense qué diría su esposa si nos viera o si se entera de lo que estamos haciendo.

En respuesta, él sin detener sus caricias, me dijo que no debia preocuparme y que ya hallariamos la manera de seguir juntos sin molestar ni ofender a nadie. No le contesté nada y permití que siguiera pues, para entonces ya estaba decidida a entregarme a él, a ser suya y convertirme en su amante. Sin embargo, en un rapto de pudor le dije:

Podemos ir a otro lugar?. Aquí pueden vernos si llega alguien. Quiere ir a mi habitación? – concluí.

Para mi sorpresa, el fino y quisquilloso señor de la casa, dijo que sí, por lo que tomándole de la mano, después de recoger mi ropa desparramada en el piso, dejando el cuarto de planchado de ropa donde nos hallábamos, lo conduje hacia mi recámara, sencilla pero limpia y arreglada con pulcritud. Me senté en un borde de mi cama invitándole a hacer lo mismo, a mi lado. Luego apoyé mi cabeza en su hombro pidiéndole que me abrace. Lo hizo, volviendo a besarme una y otra vez mientras continuó acariciando mi cuerpo, terminando por sacarme la poca ropa interior que aún llevaba puesta. Tomó mis senos en sus manos y después los besó buscando mis pezones, ya entonces erectos por la excitación que sentía. Al rato, mientras él se abria campo entre mis piernas, buscando mi intimidad, me atreví a llevar mis manos hacia su notoriamente erecto miembro, el cuál después de luchar con su pantalón, logré sacar al descubierto notando que en su bella cabeza aparecían las primeras gotas que mostraban su grado de excitación. Hice que termine por desvestirse, viendo que su cuerpo era ligeramente flácido debido a sus 60 años, pero lucia fuerte y limpio, por lo que continuando con mis caricias decidia a ser poseída por el señor de la casa, me recosté abriendo mis piernas para ofrecerme a él, y lo atraje hacia mí, diciendole con voz roca que no era fingida y tuteándolo por primera vez:

Hazme tuya.

Entonces, él, sonriendo de deseo y felicidad, se colocó encima mío y me penetró, introduciendo lentamente su miembro en mi húmeda vagina e iniciando el movimiento con el cuál pretendía culminar su acto de posesión. Lo interrumpí, diciéndole:

No te muevas, déjame hacerlo a mí.

Es que quería ser yo quién lo condujera a su placer proporcionándole un orgasmo que deseaba que sea intenso e inolvidable para él. Momentáneamente olvide mi propio gozo, aún cuando mi clítoris ansiaba ser acariciado hasta lograr el máximo placer. Por eso empecé a mover circular y ondulantemente mis caderas y mis nalgas, buscando ser penetrada lo mas profundamente que podia, pretendiendo que mis labios vaginales y toda mi intimidad acaricien su miembro, mientras que le ofrecia mi boca en señal de entrega besándolo con pasión, hasta que sentí que, poniéndose rígido y jadeando con fuerza, alcanzó su orgasmo eyaculando largamente dentro mio, inundandome con un fuerte chorro de su caliente semen. Me sentí orgullosa de mí, pues, habia logrado conducirlo al maximo placer posible. ¡Ya era suya, y él estaba convertido en mi amante!. Después de terminar y cuando él se retiró de mí, tomé su miembro en mis manos y para sorpresa y deleite suyo, lo limpié sensualmente con mi boca. Recién entonces le dejé descansar un momento acurrucándome junto a él y tomando sus manos para conducirlas a mis senos pretendiendo que continúe amándome, pero él estaba agotado, por lo que dándome cuenta que no podría continuar, para satisfacerme, me dí por vencida, dejandolo reposar un momento para luego levantarme y vestirme. El me dejó hacer y luego hizo lo mismo para salir de mi habitación dándome un nuevo beso, despidiéndose a tiempo que me decía:

Gracias, amor mio. Me hiciste el hombre mas feliz del mundo

Yo me quedé en mi habitación, pensativa y sin saber qué hacer, hasta que sentí que él dejó la casa saliendo probablemente hacia su oficina antes que retorne su esposa para así aparentar que durante su ausencia, no estuvo en la casa y menos aún conmigo. Pensando eso sonreí maquinando en mi mente los siguientes pasos que debía dar y la forma que de ahí en adelante debería comportarme con mi patron durante nuestras relaciones cotidianas, reviviendo en mi mente lo acontecido, lo que terminó por excitarme nuevamente, ya que no habia sido satisfecha. Mi sexo aún estaba impregnado de sus flujos,. Lo toqué exitandome mas hasta que sin poder contenerme me acaricie largamente, frotando mi clítoris, masturbándome hasta gozar intensamente alcanzando dos o mas orgasmos que recién me dejaron rendida y satisfecha.

A partir de aquel día tuvimos varios encuentros más, haciendo el amor siempre en las consabidas tardes en las que su esposa no estaba en casa. En esas ocasiones él empezaba fogosamente y me resultaba fácil excitarlo, aúnque después de eyacular, su miembro se volvía flácido, siendo incapaz de satisfacerme, por lo que debia recurrir a mis propios dedos para alcanzar mi gozo y satisfacer mi deseo. Desde la segunda vez lo hice delante de él, sorprendiéndolo pues, no podía creer que me masturbe en su presencia, casi obligándole a ver como alcanzaba, loca de placer, uno, dos o mas orgasmos contínuos, los que le decia que lograba pensando en él, cosa que satisfacía su vanidad masculina y según me dijo le hacia verme como una amante excepcional, como una verdadera hembra que le satisfacia y hacia gozar de diversas formas. Fue así que logré que mi patron se convierta en mis manos en un simple muñeco que pude manejar a mi entero gusto, lo cuál solo hice de manera discreta, pues, no quise abusar de mi poder sobre él, por lo que me limité a pedirle que incremente la ayuda económica que solia darme, lo cuál reconozco que hizo con generosidad que no esperaba, confirmandome eso que, sin saberlo, el respetable caballero de la casa me había convertido en una prostituta.

Durante la semana, yo procuraba comportarme con naturalidad, tratándolo con el mismo respeto de antes, y dirigiéndome a él como Don Gustavo, ya que solo lo tuteaba en la intimidad de mi alcoba, sin embargo no podía dejar de sonreirle con pícara complicidad cada vez que notaba que él me observaba. Pienso que un descuido en esto fue lo que motivó que su esposa sospeche algo, puesto que empezó a tratarme de una manera diferente. De pronto comenzó a regañarme con brusquedad con cualquier pretexto, dejando de ser la dama atenta y amable que siempre habia sido conmigo.

Un poco por este motivo, y otro poco por vanidad, empecé a usar inclusive dentro de la casa, la bella pulsera de oro que mi amante me habia regalado el día en que me habia declarado su amor. También utilicé el dinero que mi patrón me daba a hurtadillas, para comprar ropa bonita y sensual que utilizaba dentro de la casa, despues de concluidas mis tareas domésticas, procurando que la señora de la casa me vea luciendo una figura diferente a la de simple sirvienta. Creo que eso fue lo que definitivamente la volvió loca de celos, ya que como era de suponer, adivinaba que mi nueva fuente de ingresos era la cartera de su marido. Se volvió agresiva conmigo y eso terminó de cansarme, por lo que decidiendo poner fin a tal situación, determiné dejar la casa, y así se lo anuncie a mi patrón en la proxima ocasión en la que estuvimos solos. Lo hice despues de haberle hecho el amor como siempre, en mi habitación, mientras reposaba despues de un largo orgasmo con el que le quise dejarle exhausto, poniendo en el acto todo mi empeño y experiencia pretendiendo dejarle un recuerdo inolvidable de mi forma de entregarle mi cuerpo.

Me escuchó alarmado y me dijo que no podía dejarme ir, prometiéndome y ofreciéndome muchas cosas que yo sabía que no podría cumplir, pues su esposa jamás permitiría que la deje por mí, además tampoco yo deseaba atarme a él de manera permanente, por lo que sin discutir mas el asunto, determiné en silencio dejar la casa y alejarme de aquel apuesto pero casi anciano amante al que procuré darle por un poco de dinero todo el placer que pude mientras estuve con él, lo mismo que hace una puta.