Fuí suya cuando era sirvienta II (1)

Mis aventuras continúan. Primera parte del relato de mi relación romántica, apasionada con un señor maduro al que induje a la infidelidad.

FUI SUYA CUANDO ERA SIRVIENTA

(MIS AVENTURAS CONTINUAN)

1ª PARTE

Por Silvia

En una narración anterior describí mi decisión de dejar la casa donde trabajaba, pues, ví que el romance que tuve con el muy joven hijo de mis patrones, se tornaba peligroso, ya que él se encaprichaba cada vez mas conmigo por lo que yo temía que aquello que comenzó como una incitante aventura, terminara de manera inconveniente para mi, ya que dada nuestra diferencia de edad, podia ser acusada de perversión o algo así.

Por tanto, dejé aquella casa y abandoné la ciudad en busca de un nuevo trabajo en aquello que sabía hacer bien y mas facil era de obtener, consiguiendo muy rápidamente ocupación como empleada doméstica de la casa de una pareja adulta compuesta por una distinguida señora de aproximadamente 55 años y su elegante y aún apuesto esposo de cerca de 60 años de edad. Desde un principio ambos me trataron con cordialidad, retribuyendo yo sus atenciones con dedicación en mi trabajo y la mayor amabilidad posible, procurando presentarme ante ellos siempre sonriente y atenta a sus necesidades. Mis cuidados, junto con mis 24 años y mi cuerpo esbelto que sin pretender ser exuberante, era bien formado, creo que me hacian ver como una empleada atractiva y bien parecida.

Como era mi estilo, vestía mi sencillo uniforme de empleada, negro y blanco, sin pretender lucir mi figura, pues, pensaba que la edad de mis patrones hacia innecesaria toda coquetería, a pesar de lo cuál procuraba estar para allos lo mas pulcra y presentable que podía, maquillando ligeramente mi rostro, cuidando mis manos y mi peinado y perfumando ligeramente mi cuerpo. Vestía mi uniforme directamente sobre mi ropa interior, sin pretender exibirla a través de él, aunque reconozco que con frecuencia dejaba sueltos uno o dos botones del frente, dejando un poco al descubierto mis senos, como una forma de aliviar el calor de la época, y el trabajo de la casa.

Pasaron así 3 meses en mi nueva ocupación, habiendome acostumbrado a la rutina de la pareja con la que vivía. La señora solía salir toda la tarde de un día por semana, para atender sus compromisos sociales. El caballero en tanto, permanecia durante casi todo el dia fuera de su hogar, atendiendo el negocio contable del que era propietario. Solo llegaba a la casa a medio día para comer y descansar un momento, retornando despues a su oficina hasta cerca de la noche.

Sin embargo, al cabo de un tiempo noté que precisamente el día en que su señora estaba fuera, mi patrón, cuyo nombre era Gustavo, o permanecia en la casa mas tiempo del acostumbrado, o en cambio retornaba poco despues de haber salido, llamándome con cualquier pretexto y procurando iniciar algun tipo de conversación conmigo, sorprendiéndome, pues, en general, él era poco comunicativo, y me dirigía la palabra solo en casos necesarios.

Fiel al respeto que por él sentía, en aquellas ocasiones en que me buscaba, yo procuraba responderle con cordialidad, guardando las distancias, pero sin dejar de responder a sus preguntas y procurando sostener una conversación amable, sonriéndole con atención, pero sin coquetería. Sin embargo, poco a poco fui dándome cuenta que en realidad él tenía otro interés en mí, pues, no dejaba de ver mi busto con atención y evidente deseo en la mirada. Incluso, en los días normales en que estaba al lado de su esposa, yo notaba su mirada intensa y plena de deseo recorriendo mi cuerpo.

Aquello me sorprendió, pues, no esperaba ser el objeto del deseo de aquel distinguido caballero. Nunca me habia imaginado la posibilidad de tener como enamorado a un señor de 60 años, y menos aún con el donaire y elegancia que él tenia, pues, a pesar de su edad, era erguido y fuerte. Su cabello cano no le hacia parecer un anciano, pues, su rostro distinguido le daba un aspecto señorial que indefinía su edad. Al poco de observarlo, me empezó a gustar y atraer físicamente. Dejé volar mi imaginación, viendome en ella convertida en su amante, pues, por mi condición de sirvienta, sabía que no podia aspirar a la posibilidad de reemplazar algún día a su distinguida esposa.

Bueno, ya conté antes que tengo una gran imaginación, y muy facilmente me dejo llevar por los sueños e ilusiones. Esta vez no solo eran tales, sino que estaban plenos de una mezcla de curiosidad y deseo. Curiosidad pues, quería saber hasta dónde llegaban los sentimientos y la pasíon de mi patrón por mí, imaginando lo cuál me excitaba, pensando que era lo suficientemente atractiva como para atraer hacia mi cuerpo su mirada despertandole un fuerte deseo de poseerme. Eso me decidió a ser mas atrevida con él, correspondiendo a sus miradas con una sonrisa insinuante, procurando aproximarme a su persona con cualquier pretexto, y hasta tratando de ser quién inicie una conversación.

A partir de entonces esperaba con impaciencia el día de salida de su esposa, pues, sabía que él procuraría estar toda la tarde en casa buscando cualquier pretexto para tener mi compañía. Lo esperaba vistiendome y arreglándome especialmente para él, pues, me decidí a conquistarlo, aún cuando no sabía hasta donde podria llegar nuestra relación. Con la mayor coquetería que podia, aguardaba su llegada y acudía donde él, en cuanto me llamaba. A veces me invitaba a sentarme para conversar un poco, y yo lo hacia frente a él, cruzando mis piernas de modo que pueda mostrarselas. Le miraba directamente a los ojos, pues, para entonces ya habia perdido parte de mi recatado comportamiento de antes. Como noté que sentía especial debilidad por mis senos, procuraba insinuárselos cada vez mas, ya sea recurriendo al viejo artificio de dejar sueltos los botones superiores de mi uniforme, o haciendo que éste sea lo suficientemente ceñido para dibujar mis pechos y mis pezones con toda notoriedad. Hasta llegué a presentarme ante él vistiendo mi traje de empleada, sin ropa interior debajo de ella, para insinuarle así mas notoriamente mis pechos, mis piernas y mi femineidad entera, colocándome delante de la ventana de su despacho para que vea mi cuerpo a traslúz. Así estuvieron las cosas por un tiempo, encontrándome yo intranquila, ya que no sabía cómo apresurar el desenlace de nuestra singular relación.

Un día, mi patrón me sorprendió después de hablarme tiernamente de cosas triviales, como solia hacerlo, para decirme que deseaba ayudarme en mis gastos, pues, comprendía que mi sueldo de empleada no era suficiente para atender mis necesidades. Dicho eso, me entregó algún dinero que en principio me negué a aceptar, insistiendo él hasta lograr que lo tome y guarde en uno de los bolsillos de mi uniforme. Hecho esto, él se acercó a mí y tomandome por los hombros, simplemente se acercó para darme un beso en la mejilla, el primero que me dio, pues, similar cosa volvió a hacer las semanas siguientes, entregándome algo de dinero y dándome el consabido beso, con el cuál pareciera estar él mas que satisfecho, en tanto que yo quedaba excitada, pues, presentía que ese era el inicio de la gran pasión que deseaba despertar en él. ¡Casi me estaba convirtiendo en una prostituta!, pues recibía dinero de él y además pretendía entregarle mi cuerpo que sabía que él deseaba poseer.

Pocos días después, aún cuando estaba muy cerca su esposa, sabiendo mi patrón que yo tenia algunos parientes y amigos en la ciudad con quienes yo deseaba conversar sin utilizar el teléfono de la casa, le comuniqué en voz baja y con tono cómplice que habia comprado un celular. El me pidió de inmediato mi número telefónico, anotándolo en el primer papel que encontró a mano, inciándose desde ese momento una serie de hechos pequeños, pero significativos que me dieron a entender que se estaba enamorando de mí, de la sirvienta de la casa. En efecto, algunos días me enviaba a mi celular cortos pero románticos mensajes de amor, y en alguna ocasión me llamaba desde su oficina, en horas en que sabía que estaba yo en la casa, en el ambiente reservado al personal de servicio, es decir fuera del alcance de los oídos de su esposa. En dichas ocasiones yo le contestaba con tono atento pero alegre, procurando con mi discreta risa infundirle ánimo a acercarse más a mí. Por entonces no se me declaró abiertamente, pero no dejaba de insinuarme su atracción hacia mi, llenándome de piropos.

Llegó un día en que estando los dos solos en la casa, me llamó a su despacho para entregarme, según yo creí el acostumbrado dinero, dándome en cambio un precioso estuche que me instó a abrir en su presencia, lo que hice encontrándome con la sorpresa de encontrar en su interior una bella pulsera de oro. Con los ojos muy abiertos, pues, no espera algo así, le pregunté si realmente eso era para mí, respondiéndome él con una sonrisa que sí, por lo que sin meditarlo me lancé hacia él para abrazarle en un acto de espontáneo agradecimiento, lo que él, para mayor sorpresa mía, aprovechó para corresponder a mi abrazo y besarme en los labios con algo de timidez. Repuesta de la sorpresa, lo miré intensamente, sin decirle nada, y luego cerré los ojos ofreciéndole mi boca, la cuál acarició con la suya, con delicadeza primero, besándola luego con verdadera pasión, pues, su lengua se abrió camino buscando la mia.

Al poco rato de estar así, noté que una de sus manos bajó desde mis hombros hacia mis senos, deteniéndose en uno para palparlo con ansiedad encima de mi uniforme. En ese momento, en un dejo de delicadeza o tal vez de temor, pretendí alejar su mano de mi busto, procurando separarme de él. Sin embargo, mi patrón no me lo permitió, sino que, como me tenía fuertemente sujeta por la cintura con la otra mano, me atrajo hacia él, volviéndome a besar, lo cuál también rehusé esta vez pidiéndome que me deje y recordándole que era casado, que su esposa podria enterarse de nuestra relación, y finalmente que yo era solo la sirvienta de la casa. El reaccionó primero con sorpresa ante mis palabras, pero luego, haciendo caso omiso a ellas, volvió hacia mí, diciéndome que olvide todo eso y que si yo era buena con él, continuaría ayudándome económicamente y haciendome bonitos regalos. No me gustaron sus palabras y se lo reproché, por lo que él se disculpó, pidiendome perdón. En ese momento lo ví tan confundido que deseando consolarlo, lo besé suavemente, con lo cuál él volvió a iniciar sus cariciias recorriendo con sus manos ávidas todo mi cuerpo. Ciertamente la situación me exitó mucho, despertando mi sensualidad pues, la delicadeza con que palpaba mis senos, descendiendo despues desde mi cintura hacia mis piernas, siempre encima de mi vestimenta de sirvienta, hicieron que poco a poco me rinda, ofreciéndome a él sin decirlo, toda entera, dispuesta a ser poseida y entregarle mi cuerpo del que deseaba que goce intensamente para alcanzar después mi propio placer.

El trataba de soltar los botones de mi uniforme y yo le facilité la tarea hasta que despojándome de él, me tuvo en sus brazos solo vestida con el sujetador y ligero bikini que solia usar. Noté como jadeando de deseo bajó la cabeza hacia mis senos buscando con su ávida boca mis pezones después de bajarme un tirante de mi sostén para descubrir mis senos. Su otra mano acariciaba mi sexo, ya húmedo de la excitación que habia logrado despertar en mí. Alternando sus caricias me besaba con pasión en la boca, respondiéndole yo de igual manera hasta que sin poderme contener mas, con mis manos busqué su miembro, encontrándolo rígido y dispuesto, por lo que procuré sacarlo de su reducto hasta tenerlo a mi completo alcance, acariciándolo con delicadeza con mis dedos, aúnque para ello debi contener mi impulso de tomarlo con fuerza y dirigirlo hacia mi sexo. No deseaba asustarlo y tampoco apresurar nuestro acto sexual. Menos aún deseaba que piense de mí como una mujer fácil o experimentada. Quise jugar el papel de la inocente y joven empleada que es seducida por el caballero de la casa. Estaba ya decidida a ser mas atrevida y descender mi cabeza hasta su miembro para acariciarlo con mi boca, cuando él me sorprendió, haciendo que suelte mi mano de su virilidad y luego alejándome de él con suavidad pero con firmeza, pidiéndome que me vista y me vaya.

Quedé helada de la sorpresa por su reacción. Con verdadera aflicción le pregunté qué habia hecho mal y por qué me rechazaba. Con voz suave me dijo que no me preocupe, que todo estaba bien, que él me deseaba pero no se sentía capaz de faltarme, que yo era demasiado joven para él y no deseaba hacerme daño. Tardé unos instantes en comprender que en realidad tenía miedo de seguir adelante y convertirme en su amante. Tal vez pensaba que si continuaba, yo podría significarle despues un verdadero problema conyugal con su esposa, o tal vez se comportaba conmigo con esa delicadeza ...... porque estaba verdaderamente enamorado de mí, de su sirvienta. Lo cierto es que en esa ocasión, debí tomar mi ropa, vestirme como pude y salir de la pieza con verdadera vergüenza y rabia, pues, me sentí mal, no solo insatisfecha sino ofendida al haber sido rechazada.

(Continuará)