Fuí su presa en la cacería (2: Su mujercita)

Ese hombre me había desvirgado y hecho mujercita hacía unas horas. Y todo lo que pueden imaginarse que una adolescente ilusionada podía sentir ante un hombre que desprendía esa fuerza erótica lo sentí yo al verlo nuevamente. Me acerqué yo como una perrita contenta con el regreso de su amo.

Fui su presa en la cacería II. Su mujercita

Por: Noelia

Si leyeron mi primer relato, recordarán que cuando volvió Roberto del bosque que rodea la pequeña casita de cazadores, no salía de su asombro al verme vestida de niña, con mi pelo negro liso recogido con un moño y mis hombros descubiertos por la blusa blanca que había escogido para esperarlo. Recuerdo intensamente su reacción cuando me vio vestida así, mis piernas enfundadas en medias hasta medio muslo, negras rematadas en encaje que dejaban ver unos centímetros de piel entre ellas y lo que podía cubrir mi micro-mini pantaloncito de lycra también negro. No era ropita para esas horas de la mañana, lo sé. Pero tampoco era hora aún para que el volviera de cazar. Se que Roberto regresó antes de lo que se proponía. Sus records de piezas cobradas en cada salida eran famosas en la Sociedad Cinegética de la que era el socio más ponderado. Tres animales en su mano no eran nada. Para mi era una estampa para derretirme. Ese hombre me había desvirgado y hecho mujercita hacía unas horas. Y todo lo que pueden imaginarse que una adolescente ilusionada podía sentir ante un hombre que desprendía esa fuerza erótica lo sentí yo al verlo nuevamente. Me acerqué yo como una perrita contenta con el regreso de su amo. Avancé moviéndome como lo hacían mis compañeras de clase, ese movimiento de caderas y ese desordenado entrecruzar de piernas. Nuestra diferencia de alturas era evidente. Tuve que brincar para colgarme de su cuello, inconsciente, atrevida, ansiosa, agradecida y estamparle un beso en medio de sus labios que olían a vino tinto. Me sostuvo con sus manos en mis muslos, en esa parte desnuda, blanquísima y suave que quedaba descubierta. Me estremecí y seguí besándolo a la vez que aspiraba sus olores de hombre, su sudor, el de los animales, el del monte, todo eso mezclado. Fuerte, fuertísimo. Hacía apenas unas horas que había descubierto mi ser y me comportaba como si fuera de toda la vida así. Le dije con picardía en el oído "Hola papito, soy Noelia". Por primera vez usaba mi nuevo nombre. "Gracias por haberme hecho así". Y le quité la camisa. Me dejó en el suelo y dijo con brusquedad: "Tengo mucha hambre, nena, es hora de que muevas ese culito y me pongas algo de comer". Miles de cosas pasaron por mi mente. Era el mismo pero más dominante, más macho. Su trato no era cariñoso pero me gustaba. Me trataba como su mujercita servicial. Me molestaba pero me hacia sentir más atracción, la misma que sentí desde muy pequeña sin que yo supiera por qué un hombre me causaba tanta inquietud. Le puse algo de comer imitando a mi madre y esperé que repusiera fuerzas. Bebió lo suficiente como para que le brillaran los ojos y antes de que me diera cuenta estaba agarrándome del pelo y poniéndome de rodillas frente a su prominente falo húmedo y pegajoso que asomaba por su pantalón abierto. Aún así, a pesar de verlo perder esa estampa de hombre impecable que había visto todos estos años, mis ansiedades no decaían. Ahora que sabía que no sólo era un señor atractivo, seductor y hermoso ejemplar de masculinidad, si no que también era un macho lleno de lujuria y vulgaridad, que sudando y con los restos de orines, saliva y semen de la noche en su pene, me obligaba a metérmelo en la boca y volver a ser su putita. Aun así me volví otra vez loquísima lamiendo, mamando, chupando, manoseándoselo. En se momento en el que me estaba metiendo su otra mano en el escote de la blusa y me retorcía mis pezoncitos con fuerza y alevosía, lo deseaba tanto, me ponía tan caliente, que volví a tener un orgasmo así sin tocarme ni mi ojetito, sólo con el morbo de darle tanto placer, oírlo bufar de gusto y llamarme "Zorra, puta, ramera" y de sentir, con mis labios, mi lengua, mi paladar y mi mano suavecita, la textura, el sabor y el olor tan fuerte, de esa cosa enorme. Aun con esa erupción de placer seguí mamando y acariciando sus huevos esperando que explotara otra vez en mi boca pero no lo hizo.

Me agarró con un solo brazo por la cintura, me dejó caer boca abajo en el suelo ahora frío y polvoriento, junto a la chimenea apagada, me desgarró el pantaloncito, tan mono, escupió en mi rajita y se echó con todo su pesado cuerpo sobre mi, clavándomela con fuerza, metiéndomela hasta que sus huevos toparon con mis nalgas. Empezó un mete y saca sin salirse del todo, salvaje, desoyendo o disfrutando de mis primeros gemidos de dolor, mientras rasgaba mi camisa y me dejaba casi desnudita manoseada…el dolor se tornó en la delicia más rica que nunca había sentido. Aquello era increíble. Levantaba yo mi culito, me retorcía como una serpiente, perra en celo. Buscaba su penetración más profunda y pedía a gritos, que siguiera, que me llenara de semen, que quería ser su puta, mujer, esposa…sentía como se abría más y más mi hoyito, como rompía mis entrañas y esperaba el chorro dentro, quería volver a levitar, sentirme en el cielo y Roberto lo lograría. Se derramaría de tal forma, soltaría su leche con tanta cantidad y fuerza que lo hiciera yo, al mismo tiempo. Me levantó con esa misma facilidad con la que manipulaba mi cuerpo condescendiente, me apretó contra la pared. volvió a clavármela y soltó dentro de mi ese líquido espeso que mis entrañas esperaban.

Era ya medio día. Aunque estaba exhausta y en parte hasta mareada de placer me propuse ser su mujercita, al menos mientras durara aquel curso acelerado de caza de monte que me estaba dando. Busque otra ropita más de caserita y me arriesgué a cocinar algo para el almuerzo, llevarlo a la ducha, ducharlo no sin aprovechar para solazarme con su rabo mágico, maliciosa y traviesa. Comimos y nos acostamos, pareja de amantes abrazados y melosos, a dormir una siesta de la que desperté con sus besos en la nuca y sus manos manoseándome cariñosamente las piernas y las nalgas. Me volvió a coger ahora con menos salvajada pero igual de rico, ya que ahora era su princesita y mi culito su "hoyito dulce" donde su lengua jugueteaba. Iban a ser unos días inolvidables para mí que me marcarían hasta ahora. Aquel fue el primero de la vida de Noelia, acabó a la luz de la lumbre, yo acariciando su cañón duro con dulzura y el disfrutando como un señor las caricias de su esclavita. Al día siguiente iríamos al pueblo a comprar. Yo iría vestida como Noelia y me presentaría en la tienda y la taberna como su sobrina por precaución pero que yo supiera que era "su noviecita querida". Lo que pasó lo contaré en mi próxima entrega. Esa noche volvimos a disfrutar del sexo hasta agotarnos…"ayyyyy Roberto"... Si quieren comentarme lo que sea ya saben que soy Noelia y estoy en travijovencita@hotmail.es .