Fui infiel a mi marido (y 3)
Sus manos agarradas a ambos hombros me atraían con fuerza hacía él, mientras yo me agarraba a su vez a los bordes de la mesa. Leandro comenzó a resoplar con furia y a empujar de una forma feroz y bestial...
Fui infiel a mi marido (y III)
Termino este relato de una parte de mi vida con el final poco deseado al que llegó esta singular historia por no tener coraje para hacer frente a las debilidades del cuerpo. Bueno, después de que Leandro y yo seguimos con nuestros encuentros sexuales en mi propia casa, el último mes sólo pudo visitarme los lunes, miércoles y viernes, pues según él, su empresa le tenía absorto últimamente en un negocio muy importante. De todas formas nuestros encuentros aunque habían bajado en frecuencia de cinco días a tres a la semana, no por ello bajaron de fogosidad, al contrario, diríase que Leandro guardaba todo su ímpetu varonil para cada encuentro, donde daba todo de sí, todo. Yo por el contrario sólo tenía consuelo en la parte únicamente sexual, ya que me había dado cuenta que no sentía nada por Leandro.
En los primeros días de encuentros en casa a la tercera o cuarta vez, no recuerdo bien, probé el sexo anal con él. Debido a mi temor inicial a iniciarme en esa práctica sexual, Leandro fue muy cuidadoso de ser un buen maestro, muy al contrario de cómo me tenía acostumbrada. La primera vez fue bien, con algunas interrupciones momentáneas que ensombrecieron el deleite que hubiera tenido si hubiera estado totalmente preparada, aunque debo confesar que a partir de la primera vez que lo hice con él, ya siempre me folló por el culo y cada vez disfrutaba más de esa parte de mi anatomía. Leandro fue mejorando su desenfreno sexual y ya no era como el primer día que "aquí te pillo, aquí te mato", aguantaba un poco más, aunque supongo que era porque ya no me deseaba tanto como el primer día, o porque la pasión del primer momento fue disminuyendo paulatinamente. No voy a relatar aquí los encuentros sexuales uno por uno o cómo me inicié en el sexo anal, sólo me centraré en mi último encuentro con Leandro y que llevó a mi ruptura matrimonial.
Ese día fatídico era miércoles y como de costumbre esperaba que llegara Leandro para tener sexo rápido, una hora y media a lo sumo que era el tiempo del que disponía. Sonó el timbre y me apresuré a abrir la puerta.
-¡Hola nenita! Me dijo al abrir la puerta.
-¡Hola! Le respondí mientras le cedía el paso.
Él entró, nos dimos un beso y mientras miraba por la mirilla de la puerta, como de costumbre por si algún vecino mirón estaba por los alrededores de la puerta, Leandro me dio una palmada en el culo.
-¡Oye atrevido! Le dije riéndome mientras nos dirigíamos a la sala.
Ese día iba vestida con pantalones vaqueros ceñidos, zapatos de aguja de color rojo y una blusa roja con un prominente descote. De esa forma me había dicho Leandro que le esperara ese día y así lo hice obviamente. Él había venido con traje y corbata, como la mayoría de las veces. Le pregunté como le había ido el día y tras entablar una pequeña conversación nos dirigimos a la cocina pues le ofrecí una cerveza que él aceptó. Ya en la cocina y tras entregarle la cerveza, mientras la bebía me preguntó por mi marido y por mi hijo, le dije que todo estaba en su sitio, como de costumbre.
Leandro dio un par de sorbos a la botella y me miraba con lujuria, me observaba por todo el cuerpo, estiró la mano y con un gesto me dio a entender que me fuera girando para verme alrededor. Lo hice y lentamente comencé a darme la vuelta, a girar sobre mí misma mientras Leandro me observaba. Los pantalones vaqueros ceñidos y los zapatos de aguja me daban un aspecto más juvenil, quizá de una chica veinteañera. Leandro apuró la botella y me acercó hacía él, mi cuerpo se pegó al suyo, mis pechos se apoyaban en su barriga debido a la diferencia de estatura entre ambos.
En un momento determinado me besó y una de sus manos me palpó el sexo sobre los pantalones, era mi debilidad y él lo conocía. Un estremecimiento recorrió toda mi anatomía, pendiente ya de lo que se avecinaba. Sin dejar de besarme, Leandro ahora con ambas manos desabrochaba el cinto de mis vaqueros y acto seguido desabrochó también la botonera de la bragueta, empujó para abajo los pantalones y éstos quedaron a mitad de mis muslos. Se fijó entonces en la mesa de la cocina y tras apartar un servilletero que estaba colocado en una de las esquinas de la mesa me inclinó hacia adelante para que apoyara mi cuerpo sobre la mesa, boca abajo.
Entendí lo que Leandro deseaba y así lo hice, me recosté sobre la mesa mientras él terminaba de bajarme los vaqueros hasta los tobillos, después hizo lo mismo con mis bragas. Mientras él se afanaba en bajar mi ropa yo aproveché para quitar un centro de cristal que estaba casi en el centro de la mesa y que peligraba por lo que estaba a punto de venir, así que estiré un brazo y puse el centro sobre la encimera de la cocina, acto seguido me agarré con ambas manos y con toda la fuerza que pude a los bordes la mesa de madera sobre la que estaba apoyada.
Recostada sobre la mesa, con la cara ladeada, mis pantalones y bragas a la altura de los tobillos y mi culo pendiente de Leandro era una situación que se repetía otra vez más con la única salvedad que el escenario de la cocina era la primera vez. Leandro se desabrochó el cinto y se bajó los pantalones, sus bóxer corrieron la misma suerte. Una de sus manos agarraron mi se sexo con fuerza y me hizo arquear la espalda, sus dedos comenzaron entonces un juego de manipulación del clítoris extraño en la forma de actuar de Leandro, se diría que no era él. Me sentía totalmente entregada a él. Al no poder abrir las piernas totalmente, lo cual era mi deseo, por la imposibilidad de los vaqueros intenté abrir las rodillas. Leandro sacó del bolsillo de su chaqueta un sobrecito mono dosis de lubricante, lo solía llevar siempre. Untó toda mi zona anal con el viscoso líquido y se preparó como de costumbre, sin preámbulos, sin caricias.
Se agarró fuertemente a mis hombros y colocó su miembro en la entrada de mi culo, hizo una ligera presión para intentar abrir los esfínteres y al ver mi reacción adversa al principio se relajó aunque sin quitarla de ahí.
-¡A ver niña! ¿No sabes como tienes que actuar? Me dijo en un tono seco y desafiante- ¡Intenta como si empujaras para afuera, no te dolerá, ya estás acostumbrada, mujer!
-¡No sé qué me pasa hoy! ¡Estoy aun poco nerviosa, ve con cuidado, por favor! Le supliqué en baja voz.
Leandro volvió a hacer presión, yo diría que con más fuerza y empuje que antes y yo cerré los ojos pues la presión me incomodaba ciertamente. Hice lo que me dijo intenté empujar y ¡hala! de un santiamén se metió por completo en mis entrañas. Me relajé y pude sentir el calor de su miembro dentro de mí. Leandro comenzó al principio despacio y después fue aumentando la cadencia de las embestidas hasta el punto de que tuve que agarrarme con mucha fuerza debido a la fuerza con que me atravesaba. Los golpes de su pelvis al chocar contra mi culo se oían bastante alto, mis jadeos ya eran bastante audibles también, casi gritaba de placer mientras mi culo se abría por completo a la masa de carne de Leandro. Sus manos agarradas a ambos hombros me atraían con fuerza hacía él, mientras yo me agarraba a su vez a los bordes de la mesa. Leandro comenzó a resoplar con furia y a empujar de una forma feroz y bestial, la mesa se rodaba cada vez que embestía con furia, mi culo soportaba la presión de las embestidas porque la mesa hacia de freno puesto que mis piernas no eran capaces de aguantar tanto trajín. Me corrí, me corrí como una poseída ensartada por Leandro.
Para ver mejor su faena, Leandro sacaba su miembro totalmente de mi culo y observaba que el agujero era reacio a cerrarse, volvía a meter su polla por completo dentro de él y a dar embestidas que me hacían gritar de placer. A esas alturas ya no parecía importarme el que los vecinos del edificio me pudieran oír, no era dueña de mis actos. Hacía como media hora que estábamos en esa batalla, nunca Leandro aguantó tanto tiempo, mis corridas eran innumerables, no conseguía ni siquiera cerrar la boca, cuando oí tras de mí.
-¡Puta asquerosa!
Mi marido estaba de pie en la entrada de la puerta de la cocina, quise dar un salto mientras Leandro se desacopló rápidamente de mí. Intenté apoyarme sobre la mesa para ponerme en pie y vestirme, fue inútil, mi marido se abalanzó sobre mí y me agarró fuertemente por el pelo mientras me zarandeaba.
-¡Mírate puta, mírate! Me gritaba mientras yo intentaba zafarme de él para subirme las bragas y los vaqueros.
Leandro ya se había subido los pantalones y con unas prisas de cobarde salió hacia la puerta del apartamento como alma que lleva el diablo. Mi marido me dio un empujón preso de la ira y caí al suelo enredada en los propios vaqueros. Me incorporé como pude y medio intenté subirme los vaqueros. Era una situación espantosa, había ocurrido lo que tenía que ocurrir. En fin lo que vino a continuación forma parte de una crisis matrimonial y como tal debería quedar.
Leandro desapareció de mi vida como un cobarde y truhán que fue. No obstante aquel día fue el fin del matrimonio y pocos días después en las conversaciones para la separación y cosas de esas, mi ex marido, ya más calmado aunque con un profundo rencor hacía mí que todavía perdura en el tiempo, me dijo que le había dolido mucho cuando yo me puse en la mesa y le había dicho al tipo (Leandro) que fuera despacio en la penetración anal. Aunque no contesté, todavía hoy tengo una duda que no consigo quitar de la cabeza. ¿Desde cuándo estuvo mi marido observando mientras Leandro me follaba por el culo?
Espero sepan valorar esta historia.