Fuí infiel a mi marido
Desistió del intento y optó por lo más fácil, teniendo en cuenta su altura y la mía, me levantó en volandas y me apoyó sobre el capó de su coche, me alzó las piernas mientras él se apoyaba sobre mi sexo...
Esta historia nace apenas dos años atrás, en aquellas fechas yo me encontraba un poco aturdida porque mi matrimonio no iba viento en popa precisamente. Me llamo Bárbara, tengo 31 años y vivo en Madrid. Ahora estoy sola con mi hijo de cuatro años ya que llevo separada dos años. Mi marido trabajaba, mejor dicho trabaja aun en una sucursal bancaria y como hacen muchos maridos hoy en día, le dedican más tiempo a sus trabajos que a sus matrimonios.
Notaba que poco a poco se me iba yendo la vida aunque era muy joven todavía, pero a pesar de eso necesitaba un apoyo que nunca encontré en mi pareja. Comencé a frecuentar Internet, de lo que confieso soy una novata y casi sin darme cuenta me encontré al poco tiempo contándoles mi vida a todos los amigos y amigas que encontré en los chats. El paso siguiente fue hacerme con una lista de amigos y amigas en el Messenger y así fue como trabé especial amistad con un chateador de esos que saben decir las cosas con delicadeza y saben escuchar, también es verdad que habían otros que sólo buscaban sexo y hablaban de forma soez.
Este amigo en particular se llamaba Leandro y después de tres meses chateando a diario con él comenzamos a intimar. Yo le confesaba mis problemas, después mis gustos y por último mis deseos. Pasado un tiempo Leandro y yo concertamos una cita y quedamos en vernos en una cafetería de un pueblo distante unos veinte kilómetros de Madrid. El sitio fue rebuscado para evitar sorpresas innecesarias de alguien que pudiera vernos. A Leandro sólo le había visto por fotos que nos enviábamos a través del chat, aunque yo había puesto más de una vez la cam para él, nunca fue recíproco, alegando problemas técnicos y cosas así. De manera que yo sólo le conocía por fotos y él me conocía por cam. Debo decir que las últimas conversaciones con él eran más propias de un amante que de un amigo pues las connotaciones sexuales copaban la mayor parte de la conversación.
Decidimos vernos en aquella cafetería para nuestro primer encuentro y así lo hice. Cuando yo llegué observé a mí alrededor y me senté junto a una mesita discretamente situada al fondo, lejos de la puerta. Él estaba allí aunque no lo reconocí entre los clientes que se encontraban en ese momento dentro, pero pasados unos minutos un señor canoso de unos cincuenta y pico de años, bien vestido con traje y corbata y muy apuesto se presentó ante mí.
-¿Bárbara? Me preguntó-
-¿Leandro? Le pregunté también yo. Me llevé una sorpresa pues siempre había creído que Leandro era un chico de treinta y pico de años, ahora entendía por qué no ponía la cam, fui una ingenua y este era el resultado de mi estúpida ingenuidad.
Se sentó a mi lado y pedimos dos cafés, estaba muy nerviosa y aturdida por la desilusión que me había llevado. Él comenzó a decirme que lo sentía pero que era consciente de que si mostraba su rostro por la cam yo le rechazaría y que prefería darse a conocer en persona y mostrar todo su encanto como persona y como amigo. Estuvimos hablando cerca de una hora donde poco a poco aquel hombre de mediana edad que casi doblaba la mía mostro una faceta que no conocía de él, era extremadamente culto, hablador, simpático, caballeroso, galán. Era además empresario según me confesó y quería tener una relación conmigo. Nos separaba a ambos el que los dos estábamos casados. Por desgracia Leandro conocía todo lo relacionado con mi matrimonio, y cuando digo todo era todo, pues en las conversaciones por internet había explicado hasta lo más íntimo de mi matrimonio, mis gustos, mis fantasías, como lo hacía con mi marido, etc. etc. De él no conocía casi nada sólo algún boceto de su vida narrada por él mismo, no tenía forma de saber el grado de sinceridad de sus confesiones. Sabía por él que su matrimonio era un hastío de dos personas que se soportaban por puro protocolo, al menos es lo que me había dicho.
A la hora de despedirnos mi desencanto del principio pasó a ser justo lo contrario, me sentí agradablemente con él, me reía de sus ocurrencias y me gustaban sus halagos y atenciones. Leandro me propuso dar una vuelta en su coche que nadie conocía por allí y traerme de vuelta antes de una hora. Yo por mi parte disponía de tres horas antes de que pudiera terminar mi excusa y levantar sospechas, supuestamente había ido de compras a un centro comercial cercano. Acepté el ofrecimiento de Leandro y me subí con él a su coche, debo decir que algo nerviosa aunque no temerosa, ya que me sentía protegida por él. Leandro arrancó su coche y salimos de allí rumbo a un pueblo que hay a doce kilómetros de donde nos encontrábamos. Al poco tiempo Leandro que no paraba de hablar y hablar se desvió por una carretera secundaria y circulamos durante un cuarto de hora más o menos, no dije nada aunque me sentí incomoda por eso. Llegamos un descampado donde había unos caballos pastando y a lo lejos un pequeño rio que serpenteaba con árboles en ambas orillas. Aparcó su flamante coche cerca de un discreto montículo que lo dejaba casi oculto de cualquier mirada indiscreta, salvo los propios caballos que distaban unos quinientos metros de allí, y se giró hacia mí.
-¿Nerviosa Bárbara? preguntó.
-¡No! respondí.
La proximidad de Leandro y el lugar me pusieron muy nerviosa, él hablaba y hablaba y yo sólo tenía en mente que estaba en un descampado, con un casi extraño a escondidas de mi marido. El estomago era un hormiguero de los nervios que estaba pasando, oía la voz de Leandro en la lejanía de mi mente, a pesar de que estaba a escasos 30 centímetros de mi cara. De repente un beso en mi boca me hizo despertar de aquel mal sueño. Leandro se había acercado a mí y me había besado de forma espontanea, me sorprendí pero no lo rechacé, él debió entender que era correspondido y alargó su mano para agarrar mi cuello y atraerme hacia él con fuerza y de nuevo su boca se colocó en la mía y comenzó a besarme con frenesí mientras su lengua buscaba precipitadamente la mía. No solamente no hice nada sino que esta vez le correspondí y me lancé hacía él para besarlo ávida de deseo. Nos besamos como dos adolescentes y pasado un rato Leandro hurgaba con su mano bajo mi blusa en busca de mis pechos. Me desabrochó la blusa blanca que llevaba y su mano se agarró a mis pechos con violencia, yo por el contrario busqué su miembro entre la cremallera del pantalón y sobé despacio su dilatado miembro, metí la mano dentro de su bragueta y después se la saqué fuera de sus interiores, estaba dilatadísima, parecía que quería explotar. Decidimos salir fuera para tener más espacio y así lo hicimos. Una vez fuera Leandro volvió a besarme violentamente y tras empujarme hacia el capó del coche sacó mis pechos del sujetador y comenzó a besarlos con furia. Estaba fuera de mí, no me reconocía. Al poco mi impaciente amigo comenzó a desabrocharme el pantalón vaquero y una vez conseguido me los bajó de un tirón hasta las rodillas, acto seguido bajó mis tanguitas, todo ello sin dejar de besarme lujuriosamente en la boca.
Leandro metió su mano entre mis piernas y comenzó a sobar mi sexo de forma violenta, no obstante después se relajó y trabajó de forma más deliciosa mi henchido y lubricado sexo. Empecé a soltarle el cinto de su pantalón sin dejar de separar nuestras bocas, sus pantalones cayeron a los tobillos y después hice lo mismo con sus interiores, se los bajé hasta las rodillas primero y hasta los tobillos después, como tuve que soltarme de su boca para hacer esta operación pude observar que su miembro si bien no era excesivamente largo tenía una forma casi graciosa, pues se curvaba hacia la derecha de una manera muy pronunciada, lo cual le daba el aspecto de una lanzadera. Mi cara casi rozó su polla al inclinarme para bajar sus interiores, así que aproveché y le lamí su miembro con deleite, después me lo metí en la boca y lo apreté con fuerza, mientras tanto me tragaba mi propia saliva mezclada con sus jugos seminales. Él me estrujó por el pelo atrayéndome hacia su miembro y yo le regalé la mejor mamada que he hecho en mi vida, ni siquiera con mi marido he sido tan consumada felatriz.
Después de unos minutos jugando con su polla a placer, me levantó y terminó de bajar mis vaqueros ajustados hasta los tobillos, lo mismo que las braguitas, se apretó hacia mí y su miembro rozó mi sexo, sentí un espasmo de ganas que tenía de ser penetrada. Torpemente Leandro insistió en penetrarme de pie, pero no lo conseguía pues a sus ganas y prisas se unió el que el pantalón ajustado a los tobillos impedía que pudiera abrir las piernas como es debido. Leandro intentó entonces sacar los pantalones por completo pero eran tan ajustados que no pudo sacarlos, ni siquiera fue capaz de sacarme los zapatos de tacones que se habían enredado entre los pantalones. Desistió del intento y optó por lo más fácil, teniendo en cuenta su altura y la mía, me levantó en volandas y me apoyó sobre el capó de su coche, me alzó las piernas mientras él se apoyaba sobre mi sexo y tras buscar el orificio largamente deseado se acopló sin dificultad. El resto sólo fue embestir y embestir mientras resoplaba sobre mí, su cara aparecía en el espacio que dejaba ver mis pantalones a la altura de los tobillos. Leandro me follaba con violencia y yo le deseaba como nunca, bombeaba, bombeaba sin parar mientras mis jadeos se oían en la lejanía. Mis piernas levantadas por encima de su cabeza dejaban mis nalgas a merced de él.
Noté que se iba a correr y comencé a decirle que no entrecortadamente debido al orgasmo que estaba teniendo al mismo tiempo.
-¡No!,¡No!, ¡No! le gritaba para que no se corriera dentro.
-¡Toma, toma! me decía él sin obedecer a mis ruegos.
Pasado unos minutos noté que aflojó sus embestidas y por mi orificio anal noté el líquido que resbalaba hacía el capó del coche, prueba inequívoca de lo que había ocurrido momentos antes. Leandro se había corrido dentro de mí.
(Continuará)