Fuerteventura III

Una semana de sencillos descubrimientos

Aun hoy, recuerdo con claridad haber despertado al día siguiente con una extraña mezcla de sensaciones y sentimientos difícil de resumir. Excitado todavía, ansioso por volver a la playa y sobre todo intrigado por la total ausencia de remordimientos: no me importaba en absoluto. Es más quería volver a sentirlo.

Desperezándome,  me acerqué a la ventana y subí un palmo la persiana para poder encontrar mi ropa y de paso saber si también hoy nos acompañaría el sol. Desnuda sobre las sábanas, mi mujer aun dormía, con el pelo enredado en una de sus manos y las piernas abiertas. Realmente es una mujer preciosa. Su cuerpo desnudo te atrapa la mirada y eres incapaz de prestar atención a otra cosa. Permanecí unos minutos observándola hasta que mi habitual erección matutina se vio reforzada por los recuerdos de la jornada anterior y decidí que tanta excitación no debía ser sana, por lo que, a base de caricias, la obligué a despertar para que pudiéramos empezar el día.

Teníamos una muy organizada agenda para esas vacaciones y la elección de destino y hotel no fue en absoluto casual. No hacía mucho tiempo, familiares nuestros se habían alojado allí y las numerosas alabanzas que dedicaron a la isla y al resort nos decidieron a probarlo. Nos habían descrito con detalle sus instalaciones y sugerido varias actividades y lugares que debíamos conocer.

De entre ellas, la que con más fuerza nos llamaba la atención era la posibilidad  de conocer alguna de esas playas desérticas y paradisiacas de las que, con razón, todo el mundo hablaba. Dicho y hecho. Tras el desayuno fuimos a alquilar un todoterreno como nos habían recomendado, con la fortuna inesperada de que al aprovechar una campaña de promoción comercial, pudimos disfrutar el vehículo durante tres días por el precio de dos, lo que, a la postre, acabó siendo la mejor de las bendiciones, como comprobarás, querido lector, si tienes la paciencia necesaria para acabar mi relato.

Esa fue una de las partes buenas de la aventura. La peor, sin duda, el trayecto. Dudo mucho que los participantes del Paris-Dakar lo hayan pasado en alguna ocasión peor que yo esa mañana: el camino largo, sinuoso, en ocasiones rozando acantilados y por supuesto sin asfaltar en ningún tramo. Cuando ya empezaba a cuestionarme la bondad de nuestra idea, recordando a nuestros familiares y sus progenitores con palabras irreproducibles, llegamos, por fin, a la explanada que servía de aparcamiento y que, curiosamente, estaba justo al lado de un pequeño cementerio. No me pareció casual, la verdad.

Era la playa de Cofete. Y, salvo el Atlántico,  todo lo que nuestra vista podía alcanzar era la playa de Cofete. Es necesario verlo para tener una idea justa de la inmensidad y belleza de ese sitio.

Recorrimos, sin rumbo, unos cientos de metros desde el coche y extendimos las toallas cerca de la orilla. Lo hicimos en ese sitio como lo podíamos haber hecho dos metros o dos kilómetros antes o después: no había absolutamente nadie. Nosotros dos y el viento.

Julia se desnudó de inmediato. El lugar no solo invitaba a ello, parecía obligarte a gozarlo de esa manera: no creo que nadie sea capaz de resistirse a estar desnudo en un sitio así. Ese mañana amorticé sobradamente el precio de la Nikón comprada semanas antes. En el más idílico de los escenarios y con la más sugerente de las modelos tomé las mejores fotografías que jamás he hecho a mi mujer y que todavía hoy me siguen hipnotizando al verlas. De igual modo que a algún afortunado que, tras justo intercambio, ha tenido ha tenido la suerte de disfrutarlas.

Absolutamente desnuda en la arena mirando a cámara o en la orilla con las piernas abiertas esperando la llegada de cada ola, son fotos dignas de marco. También las hubo de otro tipo bastante más atrevido, incluyendo posturas y primeros planos más propios de un álbum pornográfico que de vacaciones. Mientras Julia posaba desinhibida, no podía evitar recordar la cara del guiri mirando con lascivia lo que ella ahora me enseñaba a mí y decidí que no hubiera sido justo negarle ese placer. Qué carajo!! Sólo se vive una vez, me habían recordado.

A pesar de la dificultad del acceso fue una deliciosa experiencia. De hecho, ya en el comedor del hotel y mientras planeábamos qué hacer durante esa semana, acordamos de inmediato utilizar uno de los dos días de alquiler del todoterreno de los que aun disponíamos para volver a esa parte de la isla y reservar el otro en previsión de nuevos planes.

El mismo día, después de una larga comida - y una no menos breve siesta-, decidimos bajar de nuevo a la playa más cercana a nuestro hotel. Mientras metía todo lo necesario en el inmenso bolso playero de mi mujer, intentando, en vano,  seguir sus instrucciones y no olvidar nada, Julia salió del cuarto de baño con el bikini rojo más sexi y  provocativo que jamás le haya visto. Curiosamente, se lo habían regalado al comprar un par de botes de protección solar y antes de ese día solo lo había utilizado una vez, en una alejada playa de Huelva, a kilómetros de cualquier ser humano. De fina tela roja y sin ningún tipo de refuerzo, era incapaz de sujetar lo más mínimo el bamboleo de los mas que generosos pechos de mi mujer y permitía adivinar con claridad su forma y tamaño, al tiempo que remarcaba unos               pezones que, supongo que por el morbo de la situación, parecían dispuestos a romper esa fina tela.

Siguiendo una tradición que, precisamente abandoné esas vacaciones,  empecé a protestar porque la combinación de ese bikini con el  minúsculo short vaquero que se había puesto podía provocar infartos:

-Por supuesto, te pondrás una camiseta encima, claro- recriminé sin mucha convicción.

  • De eso nada-respondió- Ayer no te importó que tuviera menos ropa.

Ya, pero todavía no estamos en la playa y no creo que quieras pasearte así por todo el hotel…-volví a insistir

¿Qué no? –dijo- y cogiendo el bolso se dirigió a la puerta, sabiendo por mi mirada que, en realidad, mis protestas eran más obligadas que sinceras y que esos días algo estaba cambiando.

Al llegar a la playa y dejar atrás más de una indiscreta mirada en el hotel me sentí más cómodo. Pero únicamente hasta que nos dimos de bruces con Carmen y Alberto completamente desnudos saliendo del agua. Durante un embarazoso segundo me quede petrificado. Con ambas manos por encima de la cabeza, Carmen alisaba hacia atrás su largo y negro pelo mojado, echando hacia delante y hacia arriba sus grandes tetas que se movían a izquierda y derecha con cada paso que daba para acabar de salir del agua. Aunque perfectamente perfilado, su pubis estaba densamente poblado del mismo negro vello que su cabeza y culminaba un par de esculturales piernas.

Suena imbécil, lo sé, pero no creo que pudiera escogerse mejor nombre para Carmen. La autentica mujer que encarna el ideal de belleza española tradicional con la que más de un extranjero ha fantaseado y que asocias a pasiones intensas, puñaladas al alba y ese tipo de folklore

Un simpático -¿Qué tal? ¡qué sorpresa!- de su marido cortó, por fortuna, mi ensimismamiento.-Os vimos esta mañana de lejos y no nos dio tiempo a deciros nada-

Si, -respondí- alquilamos un coche para visitar una playa que nos habían recomendado. Ya os contaremos: qué aventura…-

Aunque, al contrario que nosotros, estaban completamente desnudos, no parecían darle la menor importancia y continuamos hablando agradablemente de posibles planes en la isla y el hotel durante un buen rato. Durante ese tiempo, Alberto clavó en varias ocasiones su mirada en las tetas de mi mujer, supongo que deseando que se quitara el bikini y pudiera ver por completo lo que ya veía en buena parte.

Seguramente por eso propuso: -¿por qué no ponéis aquí las toallas, a nuestro lado?-

-Habíamos pensado ir un poco más adelante, a alguno de esos refugios de piedra, porque hace mucho viento- Se adelantó en la respuesta Julia.

No había, entonces, entre nosotros la confianza suficiente para que insistieran, de modo que, tras comprometernos a vernos más tarde en el hotel, nos despedimos y seguimos andando hasta llegar a la misma zona donde habíamos estado el día anterior. En esta ocasión, no teníamos vecinos de refugio y me pareció ver cierta desilusión en Julia. Estoy convencido de que esperaba encontrar a nuestros “amigos” del día anterior y tal vez fuera ese el motivo por el que se apresuró a rechazar el ofrecimiento de Alberto.

Por otro lado, tampoco fue necesario comentarle a Julia lo atractiva que me había resultado la imagen de Carmen saliendo desnuda del agua.

¿Esta buena, eh?- me soltó a bocajarro.

-¿Quién? –intente ganar tiempo de forma pueril-

-Mi prima -ironizó.- No me digas que no has echado un buen ojo, coño!

Hombre, buena está –admití, al fin- pero tampoco tiene nada que tú no tengas.  Además -decidí contraatacar- para miradas, las de su marido a tu minibikini…

Y la estrategia dio resultado, porque sabiendo que era cierto lo que decía, Julia decidió dejar la conversación. También, posiblemente, porque no parecía tener el más mínimo interés en recriminar a nadie ninguna mirada.

Por supuesto, nos quitamos la ropa nada más dejar la toalla en la arena. Sin comentarlo, siquiera. Habíamos pasado de mojigatos provincianos a naturistas convencidos en poco más de un día, paseando por la orilla como Dios nos trajo al mundo con la naturalidad propia de quien no ha hecho otra cosa en su vida.

Y además encantado. Disfrutaba viendo desnuda a mi mujer entrando y saliendo del agua o agachándose para recoger alguna piedra que le llamaba la atención y sin importar las miradas que le dedicaba más de un paseante. Incluso empezaba a deleitarme con la  atención que provocaba. En eso pensaba cuando comenzamos a vestirnos para volver a nuestra habitación. A lo lejos, en la playa ya casi vacía, podíamos distinguir que nuestra pareja de amigos aun seguía cerca de la orilla, apurando los últimos rayos de sol y así se lo hice saber a Julia

-Mejor para ti –dijo- así vas a poder regalarte otra vez la vista con ella.

-Oye, que no soy el único! –protesté- Que Alberto se ha dejado las corneas mirándote las tetas-

-Pues como no tenga vista de rayos X, poco habrá visto,–respondió Julia- Así que no te quejes, que tú has ganado por goleada-

Y era cierto. Cuando nos detuvimos con ellos, Julia, aunque poco, estaba aún vestida y Alberto tuvo que emplear su imaginación. Aprovechando la situación eché un órdago que siempre recordaré por ser el primero:

-Pues quítate el bikini, si quieres que te vea las tetas-

-No me tientes…-se apresuró a responder deteniéndose frente a mí y poniendo los brazos en jarra.

-Tú misma- repliqué.

No necesitó más. Dejó la bolsa en el suelo y llevando las manos a la espalda comenzó a deshacer el nudo del bikini. Al liberar sus tetas y a modo de gracia movió rápidamente las caderas para que se balancearan al tiempo que se mordía el labio inferior, intentando y consiguiendo así provocarme. A mí y a un chaval que acercándose por la orilla había sido testigo del  inocente streaptease de mi mujer y del menos inocente bamboleo de sus pechos. Supuse que trabajaría en el hotel pues no debería tener más de veinte o veintidós años y estaba solo en un sitio donde nadie más parecía estarlo. Al pasar a nuestro lado y sin importarle mi presencia se quedó absorto mirando los melones de mi mujer. Julia, lejos de incomodarse se fue girando hacia mí según pasaba el mirón para darme un beso riendo y de paso, supongo, ofrecerle mejor panorámica todavía:

-Parece que yo también tengo un admirador- se alegró con cara pícara

-Miedo me das –me limité  a contestar, intentando disimular mi excitación. Sin éxito, por lo visto, pues añadió:

-Anda, no me digas que no te gustan estas vacaciones…-

Conforme caminábamos por la orilla, acercándonos a Carmen y Alberto, fui consciente de lo que en realidad estaba sucediendo. No es que Julia estuviera haciendo topless o nudismo delante de desconocidos, como el día anterior. No. En esta ocasión se había quitado el bikini para enseñarle las tetas a otro tío, y no tan desconocido. Así, como sonaba. Ni apenas había ya sol, ni tenía el bañador mojado ni existía cosa alguna que justificara el pasar delante de nuestros amigos con la tetas al aire. Quería que le vieran las tetas. Quería exhibirse delante de él y mostrarle con claridad lo que sabía que estaba deseando ver y además, hacerlo en presencia de su marido.

Si antes, con el bikini y el pequeño short, estaba impresionante, lo de ahora no tenía calificativo. Al salvar con pequeños saltos las rocas volcánicas que dificultaban el camino, sus tetas se movían lujuriosamente para regocijo de los pocos bañistas que aun quedaban en la playa. Parecían, incluso, más grandes y sus areolas más pequeñas, sin duda por la excitación que, seguro, también ella sentía.

Afortunadamente, cuando llegamos a la altura de nuestros amigos, mi toalla, puesta a modo de bandolera sobre el hombro, llegaba hasta mi muslo ocultando el bulto que revelaba lo que sentía. La polla de Alberto, sin embargo, no podía esconderse y podría asegurar que la vi crecer de tamaño mirando los pechos de Julia. Se recreó en ellos como yo me había recreado en el cuerpo de su mujer un rato antes. Y ello, con la conformidad de mi esposa, que ignorando sus evidentes miradas no parecía dispuesta a terminar la conversación.

Estábamos los cuatro juntos en poco más de un metro cuadrado, y mientras acordábamos cenar esa noche en uno de los restaurantes temáticos del resort, yo también miraba embelesado las curvas de Carmen. Que pedazo de mujer, pensé, imaginando lo difícil y, al mismo tiempo, placentero que debe ser satisfacer a una mujer así en la cama. Poco más pequeños que los de Julia, Carmen presumía también de generosos pechos, ligeramente caídos y con pezones marrones tremendamente apetecibles. Los acercaba de tal forma a mi cuerpo cuando me hablaba, que en más de una ocasión roce con el brazo sus pezones, distrayéndome por completo de lo que decía.

Nada mas despedirnos de ellos y mientras caminábamos de vuelta al hotel, me soltó Julia a bocajarro:

-Sí, me ha mirado las tetas un montón –admitió-. Lo mismo que tu a ella, así que a callar…

Tras dedicarle en broma alguna ordinariez, le pase el brazo por la cintura y me reí, porque no podía tener más razón.

Si no nos hubiera comprometido de esa forma con ellos, fijando, incluso hora y sitio, habría hecho lo posible por eludir la cita. Tenía ganas de sexo, no de conversación y contemplar a Julia con un diminuto tanga de hilo moverse  por toda la habitación tras ducharse no hacía sino reforzar ese deseo. Se puso los vaqueros más ajustados que tenía y una camiseta blanca de tirantes que a pesar de no enseñar nada, revelaba el tamaño de todo. Con las tetas bien marcadas en la camiseta y con el contraste de esta con una piel que empezaba a broncearse me pareció arrebatadora y así se lo hice saber con alguna otra grosería.

No se quedo atrás, sin embargo, Carmen. Deslumbraba con un largo y escotadísimo vestido de flores que mostraba mucho más que el principio de sus senos y que se abría hasta mostrar buena parte de sus muslos. Sin duda, esa noche se llevaron ambas  comentarios y miradas, incluidas las de algún camarero que siempre dejaba lo que estuviera haciendo para atenderlas en cuanto se acercaban a la barra.

Fue una noche muy agradable. Nos hablaron de la zona naturista del hotel que habían visitado esa mañana y que nosotros ya conocíamos por referencia de quien nos recomendó el hotel. Como pronosticaban mal tiempo para el día siguiente, Alberto la propuso como alternativa a la playa y Julia aceptó de inmediato, tras dedicarme una sonrisa maliciosa.

Por culpa del alcohol la conversación subió de tono mucho más de lo normal entre personas que apenas se conocían y entre risas les hablamos de la excursión de esa mañana, con detalles de la playa y de la sesión fotográfica, enterándonos de que en ese aspecto no éramos nada originales y que también ellos tenían un álbum fotográfico bastante atrevido –y por cuya visión hubiera dado yo en ese momento mi brazo derecho-

Poco antes de terminar la noche, al volver de pedir la enésima copa, me fije en una pareja sentada a al otro lado de la terraza del bar y aunque tarde un segundo en reconocerlos no tuve duda de quienes eran: los guiris del primer día. Igual de  rubios y de sonrojados, pero con ropa. Se lo hice saber a Julia que tras mirarles, me confesó:

-¡Qué guapos!-

Y en verdad eran muy atractivos. Vestida de ella con un vestido negro muy corto y ceñido parecía aun más rubia y contrastaba con la camisa blanca de su compañero.  Al despedirnos de nuestros amigos pasamos a su lado. Al vernos, nos sonrieron amablemente al tiempo que susurraban  entre ellos

Una vez en la habitación, Julia volvió a sus paseos en tanga lo que fue ya demasiado para mí. Mientras se alisaba el pelo de frente al enorme espejo de cuerpo entero que ocupaba la puerta central del armario, me acerque desnudo a ella por detrás. Le agarre las tetas y comencé a frotar la polla entre sus glúteos. La viciosa cara que debí poner no le paso desapercibida:

-¿Estás bien cachondo, verdad?- preguntó en tono juguetón.

-Tú verás- respondí- Estas tetas siempre me ponen cachondo

-No solo a ti, por lo visto- me corrigió con malicia. -Si no, pregúntaselo a Alberto…-

Quería calentarme y sabía qué decir para hacerlo. No había olvidado que la idea de quitarse el bikini fue mía. Sabía que me había encantado y quería explotarlo.

¿-Te ha gustado enseñarle las tetas, verdad, guarra?, le susurré al oído, mientras le despojaba del tanga con poca dulzura

-Me ha encantado- confesó echando hacia atrás el culo para sentir aun con más fuerza mi polla cerca de su ano- Y a tu amigo más todavía. Se ha puesto las botas mirando.

-Igual que el jovencito que pasaba por la orilla cuando te lo quitaste- le seguí el juego completamente excitado

-Es verdad- respondió- Se quedó alucinado. Y estaba bien bueno…-

Mirando fijamente el reflejo de mi cara en el cristal, empezó a frotarse los erectos pezones con las palmas de ambas manos y con la más viciosa de las voces dijo: - No me importaría que las catase un buen rato…-

-Pues seguro que ahora le está dedicando una buena paja a estas tetas de zorra- traté de provocarla igual que ella a mí, mientras seguía empujándola con la polla más dura que nunca

-No me importaría para nada. A ti tampoco, ¿verdad?-preguntó sabiendo la respuesta.

Y la verdad es que en ese momento, me enloquecía la idea de ver al chaval masturbándose delante de mi mujer completamente desnuda. E incluso, por qué no,  que ella le ayudara en la paja.

Al pasar la mano por su entrepierna, note un sexo tremendamente mojado  que pedía a gritos ser follado. Sin embargo, yo estaba disfrutando con la situación y decidí alargarla un poco. Metí dos dedos de golpe en su receptivo coño, mientras con la otra mano le agarre aun  más fuerte una de esas tetas que tanto éxito habían tenido:

-Pues si te vieran así, no solo se harían una paja tus admiradores- volví a provocar

Si me vieran así- respondió jadeando- yo les hacía la paja con la boca y luego te follaba a ti…

Me hubiera gustado seguir, pero no pude. La lleve a la cama, hice que sentara a horcajadas sobre mi e intente meterla  lo más dentro que pude. Mientras gemía, llena de placer, aceleré el ritmo para ver botar sus tetas. Imaginando a mí amigo mirando la escena y a su mujer en la misma postura me corrí mientras agarraba con fuerza su culo para acercarla a mí.

Más tarde, mientras intentaba dormir, sentí quebrarse barreras que hasta entonces pensaba infranqueables. Y me gustó.

Continuará…

P.D. Querido lector no dudes en comentar y valorar mi relato por el medio que prefieras. Es muy gratificante leerte y siempre refuerza la motivación para continuar la historia. Gracias

Sergioburgos1000@yahoo.com