Fuerteventura

Una semana repleta de experiencias simples, pero reales, que despertaron sentimientos que nos hicieron disfrutar como nunca

FUERTEVENTURA

Querido lector he de comenzar advirtiéndote que el relato que tienes en tus manos no es precisamente el guion de ninguna película porno. No encontrarás en él grandes orgías o ninfómanas desatadas ni me atribuiré proeza o acrobacia sexual alguna. A cambio, tal vez puedas disfrutar del morbo que da su total veracidad.

A muchos no les dirá nada mi historia y se preguntarán por qué merece ser escrito algo tan simple y aburrido, pero de igual forma sé que hay muchos como yo, para los que su mujer es la principal protagonista de sus fantasías sexuales y el compartirla de una forma u otra con otros hombres, la más recurrente de esas fantasías.

Siempre me ha llamado la atención lo difícil que es explicarlo y la facilidad con la que algunos – muchos- lo entendemos. Tampoco sé a qué obedece, pues socialmente no está bien visto ni es algo que confesarías a tus amigos, a pesar de tener la certeza casi absoluta de que la mayoría de ellos tienen experiencias o, al menos, deseos y fantasías idénticas. Y esa es precisamente una de las pocas cosas que me atrevo a afirmar sobre estos temas: independientemente de la edad o la posición social,  del nivel cultural o de la ocupación laboral, cualquiera que sea el lugar donde viva o el ambiente que frecuente, la inmensa mayoría de hombres tienes fantasías generalmente no confesadas sobre sus mujeres.

Por eso digo que muchos entenderán perfectamente mi experiencia y sentirán al leerlo la misma excitación que sentí yo al vivirlo, a pesar de no encontrar las penetraciones, felaciones y demás parafernalia de otros relatos más audaces.

Ocurrió en el más sugerente de los lugares: Fuerteventura. Si cualquiera de las Islas Canarias es un verdadero paraíso que nos ha tocado en suerte a los españoles, Fuerteventura tiene además un extraño magnetismo, un ambiente especial que parece ralentizar el tiempo, haciéndote olvidar preocupaciones cotidianas y sintiéndote más libre. Y parece ser,  como veréis, más liberado.

Nada más llegar al hotel supe que las vacaciones que comenzábamos no iban a ser iguales a las de siempre. Ni era igual el sitio, ni era igual el resto de las turistas con los que compartíamos hotel: la mayoría nórdicos, de piel blanca y pelo rubio que no entendían más palabra de castellano que la necesaria para pedir la comida o, especialmente, la bebida. Pero eso sí, había cuerpos de escándalo, pulidos durante horas en gimnasio, que quitaban el hipo a cualquiera y que te obligaban a mirar, aunque estuviera a tu lado tu mujer, que también tenía por su parte, monumentos que mirar.

Y eso que, en ese aspecto, no teníamos nada que envidiar. Aunque seguramente no me ganaría la vida como modelo, modestamente creo que estoy bastante bien: moreno, un metro ochenta, ojos marrones oscuros y el cuerpo que proporciona el deporte que practico siempre que puedo. Sin embargo, es mi mujer, Julia,  la que realmente destaca. No es que sea una rubia espectacular o exuberante o una modelo de Victoria Secret. Es simplemente una mujer preciosa y tremendamente deseable: guapa, delgada y con las tetas más sugerentes que puedas imaginar. Es cuestión de gustos, claro, pero de verdad pienso que ninguna mujer tiene o ha tenido mejores tetas que la mía: grandes y pesadas, pero sin llegar a lo excesivo, de piel blanca y suave y con el pezón rosado más perfecto que jamás hayas visto. Las completan unas piernas torneadas y un pequeño culito que en verano sabe destacar con pantalones cortos ajustados y que hace volar la imaginación a cualquiera. Es la típica tía que te hace pensar la suerte que tiene el que se la está follando o como la actriz que te hace tragarte toda una película malísima por la esperanza de que salga en bolas en algún momento y puedas comprobar si está tan buena como parece.

Con tales perchas y sin conocer todavía el lugar ni las instalaciones bajamos a la playa más cercana la primera tarde y me llevó menos tiempo buscar un sitio para colocar la toalla que cerrar la boca ante el espectáculo que vimos: casi todo el mundo estaba absolutamente desnudo. Se podía ver algún bañador-pocos- pero la mayoría estaba como Dios los trajo al mundo o como mucho en topless ellas, bañándose, jugando a cualquier cosa o tomando el sol con la más absoluta naturalidad.

No éramos totalmente nuevos en ese campo. Alguna vez, en playas de Andalucía,  y después de vencer mi resistencia, mi mujer había prescindido de la parte de arriba del bikini, pero siempre por muy poco tiempo y a mucha distancia del bañista más cercano. Realmente, no me hacía mucha gracia que le vieran las tetas a mi mujer y entendía que era mi obligación como hombre impedirlo. ¡¡Que gilipollas!!

Como nos ha pasado a muchos, tarde o temprano cambiamos y abandonando esa gilipollez, empezamos a disfrutar sin miedo de los placeres inofensivos que se han puesto a nuestro alcance. Yo empecé a cambiar esa tarde y de eso va esta historia.

Si conocéis las magníficas playas de Fuerteventura, sabréis que en ocasiones sopla un fuerte viento que incomoda un poco y obliga a buscar refugio. Por eso los bañistas han ido construyendo aquí y allá, a lo largo de la playa, pequeños refugios a base de amontonar piedras hasta formar unos parapetos  generalmente semicirculares que protegen del viento y que, además, te dan intimidad, pues solo pueden verte los que ocupan los refugios que están por encima o al lado del tuyo.

Como esa tarde en cuestión hacía un poco de viento y vimos a una pareja abandonar uno de esos refugios, lo ocupamos rapidamente nosotros cuando todavía no habíamos siquiera sacado las toallas del bolso. Desde el interior de nuestra pequeña construcción, donde apenas se notaba el viento, solo podíamos ver el muro del refugio que estaba por encima y el que estaba a nuestro lado. Este último completamente, porque estaba a escasos cinco o seis metros y porque ninguno de los dos tenía un muro lateral que lo impidiera. En él no había nadie cuando llegamos, pero era evidente que estaba ocupado, porque en su interior había ropa y un par de bolsos y alguien habían colocado una toalla sobre el muro frontal para advertir a todos que no estaba libre.

Después de extender las toallas y antes de darnos un poco de crema, Julia me soltó de repente:

-¿Supongo que hoy me dejarás hacer topless?

Creo que más que pedirme permiso, me estaba informando de su decisión porque apenas había terminado la frase ya estaba desatando su bikini.

La verdad es que por ningún momento pensé en negarme. Por un lado, en la playa costaba ver a alguien con ropa y por otro, la intimidad que proporcionaba nuestro refugio suponía que solo yo podía disfrutar de los fabulosos pechos de Julia, mientras no llegaran los ocupantes del refugio vecino. Pero llegaron. Y disfrutaron. Y mucho.

Mientras mi mujer tomaba el sol y yo alternaba la visión de sus tetas con la de la gente que paseaba por la playa, me fije en una atractiva pareja de nórdicos que se acercaban paseando por la orilla.

Eran muy rubios, sobre todo ella y tendrían aproximadamente nuestra edad. Al llegar a nuestra altura giraron y se encaminaron directamente al refugio vecino, lo que, no os voy a engañar, al principio me encantó, porque la guiri estaba completamente desnuda y parecía tener un culo precioso. Sin embargo, pronto caí en la cuenta de que ellos podían vernos de igual forma que nosotros a ellos y que si yo podía comtemplar ese hermoso culo, también el guiri podía disfrutar de las tetas de mi mujer. Y en efecto así fue.

No había advertido a Julia de la llegada de nuestros vecinos, pero debió oírlos y se incorporó para verlos mejor. Al ponerse de pie, el guiri no se cortó lo más mínimo y se quedó mirando a mi mujer y a sus tetas descaradamente, hasta el punto de que Julia, ligeramente ruborizada, se sintió obligada a balbucear un tímido “hola” correspondido por ellos con algún saludo -supongo- ininteligible para nosotros.

Cuando se echaron en sus toallas se lo hice ver a Julia, -Joder, un poco más y se le salen los ojos mirándote las tetas…

Ella se rio: -A ver si va a ser culpa mía-

-Pues si no las tuvieras al aire…- dije, pero solo para continuar la broma

-Que provinciano eres! Me espetó riéndose. Y según decía esto, la guiri se incorporó para buscar algo en su bolsa poniéndose a cuatro patas y ofreciéndonos la visión de su culo en todo su esplendor. Era una postura espectacular y así se quedó un buen rato, rebuscando en la bolsa mientras hablaba con su compañero. Después de presenciar el sugerente espectáculo, Julia y yo nos miramos sonriendo y nos tumbamos de nuevo en las toallas. Y ese preciso momento marcó el comienzo de las más excitantes vacaciones de mi vida cuando me dijo:

-Ves? Ni a ella ni a mi nos importa que vosotros nos miréis o nos dejéis de mirar. Parece que se lo pasan bien y no les vas a volver a ver en la vida, así que haz tú lo mismo. Disfruta del culo de la guiri y deja al guiri que disfrute de mis tetas, que solo se vive una vez

Así lo soltó. Sin anestesia, de golpe. Durante un momento me quedé en blanco, hasta que dándome la vuelta le recriminé con poca convicción:

-Coño, que liberal nos hemos vuelto….

Pero lo cierto es que me estaba girando para disimular una repentina erección. Tengo un pene bastante grande y el bañador, que no me quedaba muy holgado, dejaba ver perfectamente la forma y tamaño de mi polla. En otra situación le habría hecho cualquier broma a propósito de ello, pero en ese momento estaba avergonzado y excitado por igual. De sus palabras se deducía que no le importaba que otro hombre le viese bien vistas las tetas, sino que incluso lo disfrutaba, aunque yo estuviera presente o mejor incluso, quizá, si yo estaba presente.

Con esos pensamientos nos quedamos mi erección y yo un buen rato, hasta que Julia se levantó para beber un poco de agua. Al hacerlo se quedó de espaldas a mí y de frente a nuestro vecino que inmediatamente se percató de ello y clavo su mirada en ella, observando con detalle y sin disimulo todo su cuerpo. Algo le dijo a la guiri, que dejo de leer el libro que tenía en las manos y tras mirar las tetas de Julia señaló por un momento las suyas y le hizo algún comentario que provocó su risa. Estaba clarísimo que había hecho algún tipo de comparación, posiblemente sobre el tamaño, pues, aunque la rubia tenía unas tetas también apetecibles no eran comparables a las de mi mujer. Cuando esta se dio la vuelta hacia mi seguía sonriendo. Estaba claro que la situación, lejos de molestarla, le encantaba y siguió un buen rato de pie mirando al mar y siendo mirada por el guiri. Sin embargo, esta vez no me molestó en absoluto. Al contrario, empecé a disfrutar de la atención que nuestro vecino dedicaba a Julia al tiempo que, sin ningún tipo de disimulo, yo observaba el cuerpo completamente desnudo de su mujer, con especial atención a su total depilado monte de venus que ahora mostraba al estar boca arriba.

No sé si describirlo como un desafió hacia el guiri por mirar a mi mujer o como una especie de trato entre los dos, pero el caso es que estuvimos cada uno mirando a la mujer del otro todo durante todo el tiempo que quisimos y sin apenas intentar disimularlo.

Realmente me gustaba la rubia: su culo, sus pequeñas tetas y los labios sonrosados de su coño que alcanzaba a ver durante los breves instantes en que separaba las piernas. Pero para ser sincero, más me excitaban las miradas de lujuria que el guiri dirigía al cuerpo de mi mujer y sobre todo a sus tetas.

En esos pensamientos andaba cuando me sobresaltó Julia:

-¡¡Vamos un poco al agua, que me estoy asando!! Al tiempo que tiraba de mi mano para que me levantara.

Como no lo consiguió, me soltó y empezó a bajar la pequeña pendiente hacia la orilla. Al contrario de lo que sucedió en las contadas ocasiones anteriores en que había hecho topless, esta vez no estaba dispuesta a ponerse la parte de arriba del bikini para entrar en el agua. Aunque sin decir nada, se había dado perfecta cuenta del juego de miradas que habíamos tenido con nuestros vecinos e intuía que hoy era un día especial y que yo no me opondría.

Era una visión fantástica verla acercarse al agua y disfrutar del erótico bamboleo de sus tetas que producían los pequeños saltos que daba para evitar las piedras que dificultaban el acceso al mar. Esa imagen hizo que cuando la alcancé ya en el agua, mi polla hubiera aumentado considerablemente de tamaño y al acercarme para darle un beso, ella la notó de inmediato y con la mas sensual de las voces que la recuerdo me halagó:

-Que desperdicio… Tienes mucha mejor polla que el guiri, pero a ti no te gusta exhibirla.

¿Que pasa?, le conteste,  no me digas que has hecho comparaciones…

Yo he mirado menos que tú a ella -protestó mientras me la agarraba debajo del agua- pero, por supuesto, he mirado: no veo pollas todos los días

-Eso espero- le dije mientras disfrutaba de ese corto magreo sin tratar de ocultarle la gran erección que tenía.

Después de tontear un poco más, nos sentamos en la orilla viendo pasar gente y tratando en vano de impedir que nos entrara arena en el bañador con cada ola que llegaba. Al poco volvimos a nuestro refugio y nos tumbamos a disfrutar del sol como estaban haciendo nuestros vecinos, que parecían haberse quedado dormidos.

Durante el buen rato que permanecimos en silencio yo no podía evitar pensar en los comentarios de mi mujer, las miradas del guiri y la tremenda paja que me haría en cuanto tuviera ocasión, después eso sí, de meterle a Julia esa polla mía que tanto apreciaba. Junto a cierta sensación de culpa, tenía un  extraño sentimiento de liberación: otro tío había disfrutado (solo con la mirada, claro) las tetas de mi mujer y… me había encantado. El mundo no se había desmoronado, ella seguía a mi lado y yo me sentía más vivo y seguro de mi mismo que nunca.

Solo abandoné tales pensamientos cuando Julia me interrumpió protestando:

-Tengo arena hasta en el alma y no hay forma de quitármela-

Se refería a la arena que había entrado en nuestros bañadores cuando estuvimos sentados en la orilla y que seguía con nosotros porque no nos habíamos vuelto a bañar.

-Vámonos otra vez al agua- Le sugerí.

Espera un rato- contestó- acabamos de salir.

Fue entonces cuando se me ocurrió. Mientras dudaba si proponérselo me dio  tiempo a pensar mil cosas, pero sobre todo volvía a mi cabeza el “solo se vive una vez” que antes me había dedicado con la más sexi de las sonrisas. Así que, qué carajo…

-¿Por qué no te quitas el bañador y te limpias la arena con la toalla?- le propuse con una voz en la que no era difícil adivinar cierto nerviosismo

No sé si lo entendió como un desafío pero mirándome fijamente a los ojos con una extraña sonrisa respondió –es verdad, tienes razón-

Sin darme el más mínimo tiempo para arrepentirme se levantó y en un instante tenía en sus manos la braguita de su bikini. De pronto estaba de pie y totalmente desnuda delante de mí y de unos extraños, completamente expuesta y, aparentemente,  sin darle importancia alguna. Sé que para muchos no pasaría de ser una inocente tontería, pero para mí tal novedad fue una experiencia increíble. Sentado en la toalla no podía parar de mirar su cuerpo como si no lo hubiera visto nunca. A diferencia de la rubia, totalmente depilada, el vello púbico de Julia tenía la forma de un pequeño rectángulo de pelo castaño perfectamente definido que la hacía más deseable que nunca y al ver como ella lo cepillaba tímidamente con la camiseta para librarse de los  pequeños granos de arena enredados sin importarle la presencia de nadie tuve una de las erecciones más intensas y prolongadas que recuerdo. Desnuda estaba preciosa, ella lo sabía y a mí –por lo visto- no me importaba que la vieran así

Me fije, sin embargo, que mientras limpiaba, ahora con la toalla, la arena que todavía tenía pegada a su cuerpo desnudo dirigía continuas miradas de reojo a nuestros vecinos que todavía estaban echados boca abajo. Una vez limpiada la arena, nada justificaba su desnudez pero yo no estaba por protestar y ella siguió desnuda mirando al mar, bebiendo o haciendo cualquier cosa que justificara estar de pie y por tanto claramente expuesta. De ese modo la encontró el guiri al darse la vuelta y disimulando de mala manera se incorporó para no perder detalle y tener mejor vista del espectáculo que proporcionaba mi mujer.

Julia se dio cuenta de la maniobra del guiri y yo de que los pezones de mi mujer estaban erectos: comprendí enseguida que el nórdico y yo no éramos los únicos que estábamos disfrutando. De repente, Julia había liberado una secreta vocación exhibicionista, durante mucho tiempo oculta -seguramente por mi culpa- y parecía dispuesta a disfrutarlo.

Después de estar un excitante rato de frente al guiri mostrándole el coño, se giró para ver el otro lado de la playa en un gesto en el que yo vi (y sé que acierto) la intención de ofrecerle también la visión de su perfecto culo. Ya que me exhibo, pensó seguramente, exhibo todo y bien.

Mientras sucedía todo esto la rubia seguía echada en la toalla mientras que su compañero, sentado en la suya, tapaba despreocupadamente su sexo con una camiseta que impedía ver si el espectáculo de mi mujer estaba teniendo algún efecto en él.

Yo no tenía duda alguna y tampoco tardamos mucho en comprobarlo.

Sin embargo, mejor que aburrir a nadie con relatos interminables entiendo que es más acertado dividir la historia de nuestras vacaciones en varias partes y solo continuar con las siguientes si hay alguien interesado…

Sergioburgos1000@yahoo.com