Fueron sus ojos
Aquel extraño, con su mirada de superioridad, captó mi atención y después...
Hacía mucho tiempo que no salía con mis amigas. En los últimos 4 años, prácticamente sólo estaba con Álvaro, pero hoy cabía la excepción. Charo, una de mis amigas de toda la vida, recién acabada la carrera, había recibido una oferta irrechazable para trabajar en Barcelona y tocaba despedirla como merecía. Las ganas de juerga se intuían durante la cena cargada de vino y se desbocaron después en la discoteca. Tanto, que cuando me quise dar cuenta estaba bailando sola en la pista y no era capaz de localizar a ninguna de mis compañeras. Supuse que las que aún fueran capaces de mantenerse en pie, estarían acompañadas, ya que yo era la única que tenía una pareja estable -motivo por el a Álvaro no le gustaba que saliera con ellas-.
Álvaro y yo nos conocíamos desde niños. Nuestras familias habían sido amigas desde siempre y dado que nos llevábamos un año, siempre dieron por hecho que acabaríamos juntos. Tradicional, tenaz y de costumbres bien arraigadas, Álvaro había conseguido contagiarme su obsesión por la imagen impecable. Él era el chico perfecto en todos los ámbitos; desde la universidad hasta su relación con mis padres. Yo estudiaba derecho con él y asumía mi papel de chica perfecta. Adecuadamente vestida, hablada y pensada, vivía en una felicidad cómoda mi relación con él.
Tras una canción, pare de bailar, un tanto cansada de rechazar un intento tras otro de la marea de niños bien que me rodeaban. Nunca fui la más solicitada de mis amigas, aunque mis grandes y redondos ojos color miel causaron más de un estrago en las filas enemigas. Esos ojos, junto con mi pequeña y aguda nariz, mi media melena negra y mi carita pequeña, conferían a mi rostro un aire infantil que siempre pensé que me hacía un tanto especial. Reforzaban mi aspecto aniñado unos pechos poco generosos, pero lo compensaba con unas piernas largas y delgadas coronadas por un trasero bien moldeado.
Entonces descubrí a un chico que parecía estar fuera de lugar y que no paraba de mirarme. La mayoría andábamos en los veintipocos, arreglados para la fiesta, mientras que él debería rondar o pasar la treintena y parecía estar disfrazado de malote. No estaba cuidadosamente despeinado, sino que sus greñas crecían sin orden alguno. Una barba de días campaba en su rostro allá donde se le antojaba, perfilando la extraña mueca de desprecio que se dibujaba en su boca. Llevaba unos vaqueros, que más parecían viejos que envejecidos, y una camiseta de color indefinido. Sobre su nariz, demasiado grande y puntiaguda, captando mi atención, estaban sus ojos. Eran vivos, rezumaban seguridad y superioridad, acentuando la expresión de su boca. Estos ojos llamaron poderosamente mi atención y dotaron de un cierto y extraño atractivo a un personaje que, por otra parte, carecía totalmente de él. Esos ojos estaban clavados en mí y seguramente lo habían estado todo el tiempo que había bailado en la pista de forma más o menos sensual. Esos ojos retuvieron a los míos el tiempo suficiente como para estar segura que en breve me encontraría con el enésimo intento de ligar conmigo de la noche.
Me equivoqué. Permaneció quieto y se limitó a mirarme mientras yo me iba poniendo cada vez más nerviosa. No me apetecía seguir bailando y no sabía donde estaban mis amigas. Tampoco me apetecía tomar otra copa -ya llevaba demasiadas-. Perdida como estaba y consciente de que él me estudiaba, no se me ocurrió mejor idea que ser yo la que se acercara. Entre desconcertada, enfadada -y, por algún motivo, un tanto excitada- me enfrenté a él.
- ¿Te pasa algo?¿por qué coño no dejas de mirarme?
Su mueca burlona se acentuó.
Estoy jugando a ser adivino. -Me respondió.
¿Cómo?
Según vas vestida, con tu pantalón poco ceñido y tu camiseta hasta el cuello, adivino que tienes un novio sieso, que no deja que el resto del mundo disfrute mirándote. Según te movías en la pista y según me mirabas, adivino que a ti no te importaría que te miraran más. Viendote sola, adivino que venías con amigas, pero a estas alturas, ya no sabrás ni dónde están. Adivino unas tetas pequeñas y un culo interesante bajo tu disfraz de monja y...
De pronto me sorprendí interrumpiéndole y justificándome ante este tipo (la verdad puede doler según cómo se diga):
- Voy incómoda con los pantalones ajustados y novio es un tío estupendo...
Bajé los ojos mientras contestaba y sentí los suyos clavados en mí. Me estaba poniendo muy nerviosa. Dudé si escaparme de ahí, pero no fui capaz. Finalmente volví a alzar la mirada y me encontré con la suya. Penetrante, teñida de superioridad. Así continuamos un tiempo hasta que de pronto se acercó a mí y plantó su boca en la mía.
Surgieron todo tipo de sentimientos en ese momento: miedo, excitación, culpa, pasión. Y entonces abrí la boca para franquear el paso a su lengua que, ávida, conquistó rauda el territorio que le ofrecía.
Más tarde me diría que mi actitud se debió al alcohol, que fue esa la razón por la que le permití besarme sin haber cruzado apenas dos palabras. Que fueron las copas las que le permitieron acariciar mi culo sin que me opusiera en absoluto...
Me sentí tremendamente excitada mientras sentía la mano de aquel desconocido recorrer mi trasero. En realidad, la excitación, más que por el roce, era por dejarme acariciar. En medio de la confusión en la que me hallaba se acercó a mi oido y me dijo:
- Quiero que te quites el sujetador ahora mismo.
Le miré. Contra toda razón, me dispuse a ir baño para cumplir lo que me decía. Él me sujetó el brazo.
Quítatelo aquí, quiero ver cómo lo haces.
Déjame en paz.-le respondí. Y me di la vuelta para marcharme.
Él siguió sujetando mi brazo. Me encaré con él:
- Suéltame.
El se limitó a someterme con su mirada arrolladora. Yo la sostuve mientras crecían en mi interior las ganas de obedecerle, de seguir sintiéndome bajo su influjo. Volví a bajar los ojos.
- ¡Hazlo ahora!
Reforzó la orden soltando su presa. Dejó libre mi brazo sabiendo que no iba a hacer sino lo que él me decía.
Despacio, llevé mis manos al cierre de la espalda y lo solté. Como pude, fui liberando mis extremidades y acabé sacando el sujetador por el cuello. Se lo ofrecí. Él lo cogió para, inmediatamente después, lanzarlo lejos de allí. Me cogió con fuerza, me dio la vuelta e introdujo sus manos bajo la camiseta hasta mis pechos.
Estaba a unos pasos de la pista y por un momento me preocupó que me vieran mis amigas. Pero sus dedos en mis pezones alejaron cualquier pensamiento que impidieran a mis sentidos centrarse en el regalo que le hacía a aquel extraño, y me concentré en sentirme sobada por él.
Mientras me tocaba me dijo al oído:
- Acerté. Las tienes pequeñas, casi me cuesta encontrarlas. Pero tu culo, escondido tras ese pantalón de monja...
Me llevó a un rincón, donde dispuso de mi complacencia total para alternar sus sobeteos a mis pechos y a mi trasero. Devoró mis labios, paseó su lengua por mi boca, por mi nariz, mis ojos y mi cuello alentada por mis continuos gemidos. Después me cogió de la mano y recuerdo dejarme llevar, como flotando, por toda la discoteca hasta la salida. Me condujo hasta un Seat Córdoba rojo aparcado en la calle y me hizo entrar en el asiento de atrás. Me levantó la camiseta y yo sólo acerté a mover la cabeza hacia atrás en señal de ofrecimiento.
- Así me gusta- me dijo- ahora dejarás que haga lo que quiera contigo.
Por algún motivo, esas palabras desencadenaron una especie de impulso eléctrico ardiente que nació en mi vientre y alcanzó mi descontrolada cabeza. Continuó:
- Estas hecha toda una zorrilla...
Me sacó la camiseta por el cuello y atacó rápidamente mis pezones con su boca. Al primer gemido que proferí, sentí sus dedos desabrochando mis pantalones y cuando terminó, elevé el trasero para que pudiera despojarme de ellos. Fue más brusco con las bragas y, tras reírse de lo poco sensuales que eran, las rompió y las lanzó contra el asiento de delante. Comprobó la gotera que habría provocado en mi intimidad, haciendo que me sobresaltara.
- Joder, estás más cachonda que una mona.- Me dijo.
Me tendió sobre el asiento, bajó su cremallera y un segundo después estaba bombeándome con fuerza. Desde donde estaba, no pude ver su equipo, pero sufrí sus dimensiones porque, a pesar de lo lubricada que estaba, sentí mucha presión ante su acometida y tardé un poco en empezar a disfrutar realmente de sus constantes entradas y salidas, mientras las paredes de mi interior trataban de acomodarse al tamaño de su polla. Él parecía en trance penetrándome sin parar y llevando mi interior al límite de sus posibilidades. Yo gozaba con cada envite más que con el anterior, gimiendo un poco más alto cada vez mientras continuada sumida en un sueño extraño.
Al poco me di cuenta de la situación. Por la ventana, se adivinaba una calle parcialmente iluminada, y por la otra acera pasaba un grupo de jóvenes que podían vernos con solo acercarse un poco. Esto no parecía importarle al chico que, tumbado sobre mí, me penetraba sin parar. Tampoco parecía importarle si yo disfrutaba o no. Esta situación me desbordó y, lejos de sentirme cohibida o avergonzada, me excitó exageradamente y, sintiéndome a merced de este individuo y ante el imparable vaivén que me estaba dando, me corrí profusamente y ruidosamente a pesar de estar en la vía pública. Éste fue el acicate que él precisaba para explotar y sentí su semen ardiente en mi interior. Terminó su corrida con tres embestidas bruscas mientras aún coleaban en mí las secuelas del orgasmo que acababa de alcanzar.
Con un par de suspiros, dio por acabado su trabajo y se fue relajando poco a poco hasta que, finalmente, salió de mí. Cogió mi camiseta y, ante mi sorpresa, taponó con ella mi sexo.
- ¿No querrás joderme la tapicería, no? - soltó.
Continué quieta sin saber qué hacer, mientras mi camiseta se oscurecía allá donde su semen recién exprimido se impregnaba. También evitó ser él quien la manchara, limpiando su polla en mi ingle. En vez de protestar, traté de admirar el aparato que me había hecho vibrar de ese modo y me decepcionó descubrir que ya había comenzado el camino del declive hasta su posición de reposo.
Cuando estimo que estaba suficientemente limpia, se abrochó los pantalones, sacó su móvil y me dijo:
- Vaya zorrita que estás hecha... ha estado bien. Venga dame tu número por si apetece repetir.
Como una autómata, sin pensar qué estaba haciendo se lo di. Lo apuntó en su teléfono. Y me quedé allí tendida, con mi camiseta pegada a mí y sin saber qué hacer. Él me dijo:
- Qué pasa, te piensas quedar ahí todo el día o qué. Venga, haz el petate y lárgate que me quiero ir a casa.
Esta frase me despertó del ensueño.
Pero ¿cómo quieres que salga así, según está mi ropa? Llévame a casa, es lo menos que puedes hacer...
¿Lo menos que puedo hacer? - me respondió- ¿estás gilipollas o qué? A ti te hacía falta un polvo de verdad y yo te lo he echado. Cuando me apetezca echarte otro, te llamaré y vendrás, hasta entonces, déjame en paz y no me vengas con gilipolleces. Por lo de la ropa, qué quieres que te diga, haberte traído un repuesto, qué coño me cuentas. Venga date prisa que me quiero ir.
Su actitud me llenó de rabia, pero a la vez sentí cómo mi sexo comenzaba a prepararse de nuevo.
Sin ropa interior, comencé a colocarme los pantalones. Después estiré la camiseta para descubrir que la mancha era abundante y nacía en la axila derecha extendiéndose hasta el pecho. Con asco, metí la cabeza procurando no mancharme el pelo, porque el líquido había calado hasta el interior. Una vez puesta, sentí la humedad en el hombro y en mi pecho. Inmediatamente mi pezón derecho creció al contacto de su flujo.
Él me estuvo mirando durante todo el proceso, aumentando a cada momento la mueca de despreció y superioridad que siempre estaba en su boca. Su mano se dirigió al pecho mojado y lo apretó haciendo que su semen impregnara la totalidad del mismo.
Aparté su mano:
- Déjame en paz, gilipollas. Y no te molestes en llamarme.
El sonrió aun más. Abrí la puerta del coche y empecé a salir. Su despedida fue un cachete en el culo mientras decía:
- Volveremos a vernos, zorrita, ya lo verás.
Ni siquiera me di la vuelta. Cerré de un portazo y crucé la calle mientras pensaba qué iba a hacer. No quería que me viera nadie y mucho menos mis amigas. Me alejé en la dirección contraria al coche del que acababa de salir y que, además ,me alejaba de la discoteca. Llegué a una calle más grande y esperé encontrar pronto un taxi. Cuando al fin encontré uno, noté que no le pasó inadvertida al taxista la mancha que adornaba mi ropa y esbozó una sonrisa al imaginar la naturaleza de la misma.
Durante el trayecto, fui recapacitando en todo lo que había ocurrido, pero fui incapaz de poner en orden mis sentimientos. Aunque apenas pude dormir esa noche dando vueltas a lo sucedido. No fue hasta el día siguiente que fui capaz de darme cuenta de lo que había pasado. Estaba terriblemente avergonzada de haber sido una presa tan fácil para ese chico (cuyo nombre ni siquiera conocía) y de haber engañado a Álvaro. Pero me avergonzó aún más reconocer que me había excitado terriblemente su actitud conmigo y que me había encantado haberme puesto en sus manos. Sabía que deseaba volverme a sentir así y que podría ocurrir en breve, cuando me llamara, pero me convencí rechazarle firmemente cuando esto ocurriera.