Fuego Latente

El marido invita a cenar en su casa a un amigo y a dos colegas de profesión,él se tiene que ausentar del domicilio, y la esposa se siente muy atraída por uno de los colegas.

FUEGO LATENTE

Eva sonrió al oír que se abría la puerta del garaje, acabó apresuradamente lo que estaba haciendo en la cocina, se quitó el delantal y acudió deprisa al salón, esperando encontrar allí a Sebastián, su marido, y a Pablo, más de diez años mayor que ella y que lo quería como a un padre. Pero al verlos se quedó parada porque venían acompañados de otros dos hombres, miró a su marido con una forzada sonrisa y éste se apresuró a disculparse por no haberla avisado que serían dos más a cenar, que eran dos jóvenes doctores que habían colaborado en el seminario de neurocirugía que había dirigido.

Le presentó a Samir, y mientras se estrechaban la mano Eva se sintió atraída por los azules ojos del otro, en aquel instante se dio cuenta de que estaba mirándole las piernas, e interiormente maldijo a su marido por no haberla avisado, pues entonces no llevaría puesto el precioso vestidito que tanto le gustaba a él, uno de los que tan sólo conseguía que vistiera en la intimidad del hogar. Vestido de tirantes, generosamente escotado, y sobre todo, algo que encantaba a Sebastián era que este transparentaba levemente.

Sebastián le decía que era un vestido normal y precioso, pero ella de por sí casi siempre sentía vergüenza de cómo la miraban e importunaban a la mínima oportunidad. Aun estando en casa, para disimular el efecto, se había puesto unas braguitas del mismo color que el vestido por la presencia de Pablo, para no tener que sentirse avergonzada. Seguidamente le presentó a "ojos azules", John, rubio y muy atractivo, y Eva también se dio perfecta cuenta de cómo le repasó el escote antes de mirarla a los ojos, Eva le aguantó la mirada un eterno instante y ahora sintió algo más que atracción, y hasta se estremeció cuando John le cogió y besó la mano, y John percibió en sus labios el estremecimiento de Eva.

Sintiéndose aún más ruborizada de lo que estaba se fue de inmediato a su habitación, y aproximándose a un armario se subió el vestido hasta la cabeza agitándose como una serpiente, quedó parada, indecisa, con los pechos desnudos y unas preciosas braguitas de color azul celeste, se dijo que haría el ridículo cambiándose ahora, lo soltó, se lo ajustó a los pechos y se estiró la falda, y se cambió las zapatillas por unos zapatos con tacón del mismo color que el vestido, y salió de la habitación con el estómago encogido y una inquietante sensación de vulnerabilidad, pensando en que mejor sería fingirse indispuesta y quitarse de en medio.

Mientras iba preparando la mesa no podía evitar mirar a John, se recriminaba por ello pero seguía haciéndolo y se daba cuenta de que John también aprovechaba cualquier circunstancia para mirarla, y Eva se asustaba por las intensas sensaciones que la asaltaban y avergonzaban.

Sonó el teléfono y resultó que el Hospital requería urgentemente al marido. Sebastián se disculpó ante todos, y mirando a su esposa les dijo que los dejaba en buenas manos, y antes de salir se disculpó con su esposa diciéndole que se vio obligado a invitarles, la besó y le prometió una buena compensación.

John la miraba con más libertad, y Eva se sentía cada vez más alterada y asustada, avergonzada por su propio comportamiento, por no cortar aquello de raíz, estaba nerviosa, le temblaban las manos y servía torpemente la mesa. Pablo y Samir fueron a la biblioteca del despacho de Sebastián y John se arrellanó en un sillón desde donde podía verla bien mientras iba y venía de la cocina, y así se complacía observándola descarada y provocadoramente. Eva estaba ultimando la mesa y se obligó a ignorarlo porque si lo miraba se sentiría en la obligación de tener que llamarle la atención o algo más.

Pasó por delante de él en dirección a la cocina, se detuvo y giró la cabeza para comprobar algo de la mesa, pero vio a John mirándole el culo, y que desvergonzadamente seguía haciéndolo, de forma ofensiva, y queriendo mostrarse indignada se giró y quedó mirándolo de frente, pero la emoción que la embargaba le impedía recriminarlo, John disfrutaba ahora mirándole las piernas y ella tampoco podía moverse, John la miró a los ojos y eso ya provocó que reaccionara: miró hacia la mesa y titubeó entre volver o seguir, desconcertada, se esforzó en recordar para qué se había girado, pero la intensidad de las sensaciones la mortificaban y sintiéndose sofocada por intensos ardores que la encendían volvió a girarse con torpeza, dudando, sin determinarse a ir o volver, alterada por aquellos ojos que la penetraban y le aceleraban el corazón.

John se espaviló para tomar asiento frente a Eva. Ellos cenaban y conversaban animadamente mientras que Eva apenas comía y se mostraba ausente. John intentaba hablar con ella, pero Eva se mostraba esquiva y le contestaba con monosílabos, parecían desprecios y John no tuvo más remedio que desistir.

John no le dirigía la palabra pero sí las miradas, y Eva cada vez se iba quedando más indefensa. El corazón de Eva galopaba y tenía la sofocante sensación de tener los senos prácticamente al desnudo cuando John se fijaba en su escote. Seguía sin apenas comer pero ya iba por la segunda copa de cava, y así se iba calmando su nerviosismo, sintiéndose mejor porque también se iba calmando su atormentada conciencia. Estaba incómoda y pensando en ir al lavabo a refrescarse y ponerse un salva slip. Dejó de pensar en sus braguitas y de forma irreflexiva y con nerviosa pronunciación entró de repente en la tertulia porque se sentía animada y ya no podía seguir resistiéndose al placer de hablar con John.

Eva no paraba de sorber el cava mientras conversaba sobre todo con John, y enseguida ambos consiguieron establecer su particular conversación. Eva se sentía cada vez más seducida y dejaba volar su imaginación, y el vientre se le endurecía por el acentuado gusto que sentía cuando se miraban a los ojos.

Habiendo acabado de cenar se levantaron de la mesa, se dirigían al salón anexo al comedor y Eva se tambaleaba por momentos, y al bajar un pequeño escalón que dividía ambas estancias perdió la verticalidad y John estuvo presto a auxiliarla sujetándola. La cogió en brazos pero aprovechando para meter la mano por dentro de la falda. Eva cerraba los ojos y se deshacía de gusto sintiendo la inquieta mano de John acariciándole la intimidad. La sentó en el sofá y retiró lentamente la mano, resistiéndose a dejar de tocarle el culo y quedándole al descubierto buena parte de los muslos, entonces ella inspiró profundamente y entreabriendo los ojos dijo que la perdonaran. John se había sentado a su lado y la rodeó con un brazo, diciéndole que no tenía importancia, que había comido poco, que descansara y no se preocupara de nada, y Eva recostó la cabeza en el brazo de John, y apoyó la mano derecha en su pecho.

Su amigo del alma, Pablo, soltero por vocación, le estiró la falda, aunque antes de hacerlo se unió al coro de admiradores, hasta obligarse a estirársela lentamente, pero aún así le quedaron al descubierto una parte de los muslos, y se fue a la cocina, turbado, para prepararle un café bien cargado. John y Samir estaban subyugados observando las piernas que Eva mantenía pudorosamente apretadas, deseando que las abriera, deseándola a ella.

La mano de Eva se desmayó sobre la entrepierna de John, y éste miro a Samir, sorprendido, y seguidamente miraba la mano y otra vez a Samir con incertidumbre, como preguntándole qué debía hacer, pero Samir sólo prestaba atención a la actividad de la mano sobre el abultado "paquete", dudando aún de si era lo que parecía. El pecho de John oscilaba casi jadeando, y éste reaccionó acariciando la cabeza de Eva con la mano que tenía en su espalda. La bragueta se tensaba cada vez más, y por fin la mano presionó y siguió acariciando, John encogió el estómago, asustado. John miraba alternativamente la mano y a Samir con la boca abierta, Eva abrió la mano, y así plana la mantuvo indecisamente unos instantes y volvió a subirla al pecho de John.

La respuesta de Samir fue agachar la cabeza para intentar ver por dentro de la falda, y John, de forma vacilante puso la otra mano en la rodilla de Eva, sus piernas temblaron al contacto, y aunque sin separarlas dejó de mantenerlas apretadas. John miró a Samir y éste le indicó que le metiera la mano. John se decidió y fue introduciéndola lentamente entre los muslos, reptando en íntimo contacto con la parte más tierna de ambos muslos mientras que ella los abría lo justo para franquearle el paso, con interrupciones cuando John negaba con la cabeza mirando a Samir, como diciéndole que no podían seguir adelante.

La punta de un dedo por fin hizo contacto con las bragas y Eva suspiró y se abrió de piernas un poco más, y la yema del dedo fue rozándole suavemente por la parte más húmeda de las bragas. Samir, que ya se había sentado al otro lado de Eva, decididamente le arremangó completamente la falda, y ambos permanecieron quietos observando lo descubierto con admiración. Samir le tocó los muslos con glotonería, separándole un poco más las piernas. Los dedos de John volvieron a cobrar vida y lentamente se introducían en las bragas con la palma sobre el muslo, hasta llegar a cubrirle el coño con las yemas de los dedos, acariciándola él con delicadeza. Samir había desplazado una mano hacia el culo y la metió por dentro de las bragas. Eva gemía suavemente, de forma entrecortada porque se estaba reprimiendo.

John ya le rozaba y separaba los labios vaginales y ella agudizaba los gemidos, aunque seguía reprimiéndoselos, y enseguida le apretó y friccionó el coño metiéndole toda la mano en las braguitas, provocando que Eva ya gimiera de forma más fluida. John miró turbadamente a Samir, con la respiración acelerada, le acariciaba circularmente toda la vulva y Eva gemía con más agudeza, como sufriendo. La penetró y movió los dedos dentro de la vagina y Eva aún se abrió más de piernas. Le inclinó la cabeza hacia arriba para mirarla estrechamente a los ojos, los tenía cerrados, pero sintiendo Eva su aliento en los labios los abrió y John aprovechó de inmediato la invitación.

La morreaba y ella lo cogía por la nuca y movía la pelvis al compás del vaivén de la mano, y a Eva se le deshacían la lengua y todos los labios. Morreándola sin tregua sacó la mano de las bragas, y se abrió la bragueta y se sacó la polla, que bien erecta mantenía la verticalidad. Allí llevó la mano que Eva tenía en su nuca, y Eva se la cogió sin dudarlo, se la apretó con fuerza y John se exclamó como desinflándose. Eva empezó a frotársela moderadamente en toda su extensión y John recostó la espalda disfrutando de que lo masturbara sin prisas y apretujándosela rotando la mano. Samir la cogió por la nuca y la inclinó sobre la entrepierna de John, Eva tampoco lo dudo un instante, entreabrió los ojos, inclinó la polla hacia su boca y se metió dentro el glande, y chupándole bien aquella parte tan sensible John se exclamaba y echaba las manos hacia atrás.

Eva disfrutaba ciegamente: se la mamaba y exprimía con la mano. Se estaba acelerando y John tuvo que separarla de la polla, le enderezó el cuerpo y volvió a besarla con poca convicción, pero ella se separó y se echó sobre la polla, y John puso las manos sobre su propia cabeza y le dijo a Samir que esa mujer podía con él, que así no podía aguantar. Eva disfrutaba mamándosela vorazmente, profundizándola de vez en cuando, intentando metérsela dentro tanto como podía, y John jadeaba con expresión de dolor, y ahora con los brazos agarrotados y clavados en el sofá intentando librarse de la excitación, pero no tuvo más remedió que sujetarle la cabeza, refrenado sus movimientos, sintiéndose muy enojado consigo mismo, y echó la suya hacia atrás para no ver cómo se la mamaba, apoyando la nuca en el respaldo e intentando evadirse, sin dejar de sujetarle la cabeza.

Samir estaba impresionado observando la excitada mamada de Eva, se abrió la bragueta y se sacó la verga mirándolos con lujuriosa impaciencia, y aunque haciéndose una paja siguió metiéndole mano, le apretujó un muslo, y como veía que John no estaba para más alegrías aprovechó para hacerse con el coño: metió decididamente la mano dentro de las bragas y agresivamente la ensartó con dos dedazos, provocándole una fuerte y asustada inspiración por la repentina impresión. Samir siguió moviéndolos en vaivén y Eva empezó a oscilar la pelvis, la complacía penetrándola con los dedazos y de forma que le iba rozando el clítoris con el pulgar. Las exclamaciones de Eva aumentaban porque sentía la proximidad de un orgasmo. Pablo estaba agazapado en el umbral de la puerta, observando, y entonces, cuando Eva empezaba a exclamarse libremente se acercó lentamente hacia ellos, se detuvo enfrente, y miraba boquiabierto, y evidentemente empalmado. John y Samir sonrieron al verle, con la bragueta apuntalada, pero también lo miraban esperando su reacción mientras Eva volvía a mamarla sin reservas ahora que había cesado la sujeción de su cabeza, contrastando la quietud de ambos con la agitación de ella, que incluso oscilaba aún más la pelvis reclamando la estimulación de los dedazos, esperaban y temían la reacción de un hombre tan alto como Samir pero aún más corpulento.

Pablo miraba a Eva con excitación, y como un autómata se limitó a dar unos pasos para sentarse en un sillón, sin perderse detalle y desde el que podía observarlos bien. Eva movió la pelvis elevando el culo y Samir reanudó la estimulación. John le acariciaba la espalda y la cabeza, y volvía a impresionarse observando con qué voracidad se la estaba mamando. Samir sacó la mano, y resguardándose la verga le dijo algo a John, y éste elevó la cabeza de Eva y se la apretó contra el estómago, respirando con alivio. John se puso de pie y la cogió en brazos con dificultad, costándole levantarla. Samir le propuso a Pablo que se uniera a la "fiesta", pero éste ni parpadeó y permaneció sentado. Con Samir por delante encontraron la habitación de matrimonio. Al entrar y cerrar la puerta Eva abrió los ojos, se hizo soltar y se puso en pie, retrocedió de espaldas y de forma insegura, John avanzó y la sujetó de los hombros mirándola a los ojos, fue acercándole la cara hasta besarla en los labios, Eva los abrió y se enzarzaron abrazándose y morreándose. John quiso abrirle la cremallera del vestido, no cedía y se la desgarró un poco, dejó la cremallera y le desplazó los tirantes, los arrastró por los brazos, le arrastraba el vestido hacia abajo, pero antes de descubrirle los pezones se detuvo unos instantes para disfrutar plenamente del momento, y tiró lentamente hasta que brincaron los pezones y ambos pechos salieron del vestido y quedaron espléndidamente desnudos.

Volvió a detenerse para regocijarse observando la belleza de sus encantos, sus gruesos y excitados pezones, y a dos manos le acarició los pechos y le vapuleó los pezones con los pulgares. Eva había cerrado los ojos y suspiraba con excitación. John metió las manos por los costados, por dentro del vestido, y las fue bajando, desnudándola, fijándose en cada detalle, y dada su posición aprovechó para chuparle un pezón mientras sus manos pasaron por las caderas arrastrando el vestido hasta que cayó al suelo. John levantó la cabeza para verla mejor y entonces Eva quiso besarlo, pero John la sujetó para mantenerla separada y así poder verla como quería. Luego volvió a tocar aquellos pechos que tanto le habían atraído y excitado anunciándose en el escotado vestido. Disfrutaba acariciándole los pechos y a Eva le costaba reprimirse las ganas de cogerle de la polla y arrastrarlo a la cama para tirárselo. John se fijó en uno de los erectos pezones y se inclinó para besarlo y chuparlo más detenidamente, excitándose tanto que no mesuró la fuerza al mordérselo.

Eva se dolió y reaccionó cogiendo y estrujándole tanto la polla que John también se dolió y encogió el vientre, y sin separar las manos de los pechos se enderezó y la morreó. Samir estaba agachado detrás de ella y ya le había bajado las braguitas y le estaba tocando, besando y mordiendo el culo. Le sacó las braguitas de los pies, y subió una mano entre sus piernas, acariciando hasta llegar a cubrirle el coño. John la separó para desnudarse y entonces Samir se puso en pie y aprovechó para apoderarse de Eva, la giró hacia él y le acarició los pechos.

Eva miraba hacia abajo observando ensimismada la intimidante verga que la apuntaba. Samir disfrutaba magreándola a la vez que la besaba por la cara, dirigiéndose a sus labios, Eva iba a cogerle aquella verga que le parecía desmesurada en el mismo instante que sintió la lengua de Samir en su boca, y de forma instintiva lo rechazó y se giró y se abrazó a John, que ya le quedaba solamente el slip puesto. Samir se enfadó y tiró con fuerza de su cadera, separándola de John pero sin conseguir que deshiciera el abrazo, pero la forzó más y consiguió doblarle la espalda, se cogió la verga para tirársela por detrás mientras que John la sujetaba de la cabeza, como para que se la mamara. La verga de Samir contactó con la vulva pero Eva reaccionó echándose hacia el estómago de John y consiguiendo que Samir errara la fuerte embestida y que se la clavara en una nalga.

Eva se enderezó y se giró con mal genio y le dio tal empujón a Samir que habría caído de espaldas de no ir a parar con la espalda arqueada contra un armario. Volvió a girarse y miró a John jadeando con los labios abiertos, deseándolo, se abrazaron casi violentamente. Le pidió que echara a Samir de la habitación, pero John se limitó a decírselo y Samir no le hizo caso. La cogió en brazos y Eva se aferró a su cuello y lo morreó mientras la llevaba y dejaba sobre la cama, se abrió de piernas y brazos, dispuesta a recibirlo profundamente, John se moría de excitación y casi se arrancó el slip, se echó entre sus piernas y brazos y la penetró bruscamente, haciéndola gritar. La penetró varias veces más con la misma contundencia y enseguida se refrenó por miedo a correrse.

La miraba con emoción, sintiéndose afortunado por estar follándose a una mujer tan preciosa y ardiente, sintiéndose también sobreexcitado por la diferencia de edad, y su mayor deseo era poder satisfacer a una mujer tan experimentada como le estaba pareciendo, y con ese pensamiento la acariciaba y besaba y follaba tranquilamente, manteniendo el control. A Eva le había encantado el fuerte arranque de John y ahora le sabía a poco tanta mesura, estaba encendida y deseaba fuego, y abriéndose más de piernas y ofreciéndole más coño lo abrazaba por la espalda y por el culo incitándolo a penetraciones más apasionadas. John también deseaba romperla de gusto pero en absoluto quería correr el riesgo de parecer inexperto por una incontenible eyaculación, y seguía follándola pausadamente. Eva no pudo reprimirse y enseguida la "dulzura" de John fue barrida por el excitado furor de Eva, que apoyando los pies en la cama y trincándolo del culo se hacía penetrar imprimiendo fuertes movimientos de cadera. John quedó desconcertado porque se sentía incapaz de apaciguar la torrencial excitación de Eva, y no acababa de asimilar que ahora fuera Eva la que se lo estaba follando. Eva se movía con nervio y fuerza, con todo su cuerpo en tensión, agarrándolo de las caderas y moviéndoselas con suma facilidad. John se sentía dominado y frustrado, y no podía hacer más que dejarse pasivamente, y aun así temía correrse de forma prematura por la excitación que Eva le provocaba. Eva lo apretó fuertemente del culo y lo hizo rodar colocándose encima y sin deshacer la penetración, flexionó las piernas hasta arrodillarse y se desbocó cabalgándolo, golpeándole el sexo y haciendo crujir la cama con sus desplomes. John seguía desconcertado y sin capacidad de reacción ante la forma con que Eva se lo estaba tirando, imprimiendo un ritmo que para John era enloquecido, y hasta peligroso porque temía por la integridad de su masculinidad y procuraba mantenerla en la dirección adecuada para que Eva acertara en las penetraciones. Seguía llevando su pensamiento lejos de allí para poder aguantar sin eyacular, y aparte de frustrado se sentía ridículo ante Samir por la dominación a que era sometido. Samir sólo pensaba en que llegara su oportunidad y en disfrutar del espectáculo.

Eva ya presentía la proximidad de su orgasmo y eran tan intensas las sensaciones que ni se atrevía a seguir, estiró las piernas y lo sujetó para volver a rodar poniéndoselo encima, manejándolo como un muñeco, queriendo que John siguiera y la obligara a morirse de gusto. John seguía sin encontrarse a sí mismo, Eva siguió tirándoselo y no tardó en llegar a tal acumulación de placer que se agarrotaba, que desfallecía de gusto, con sensaciones tan intensas que hasta temía al orgasmo, deseando y necesitando que ahora él la obligara a reventar de gusto, necesitando que él tomara el relevo porque ella se sentía incapaz de soportar tanto gusto, tenía que ser obligada a tragarse el gusto, y abriéndose al máximo de piernas y cogiéndole la cara le susurró unas afrodisiacas palabras para espolearlo: "dame John, por dios, ahora tienes que darme mucho, dámelo todo, mátame de gusto, John." John no se arrojó cuesta abajo, pero empezó a darle con cierta alegría. Volvía a sentirse bien habiendo recuperado la iniciativa, sacando pecho, sintiéndose machistamente emocionado al darse cuenta de que la tenía a punto de correrse, de conseguir matar de gusto a semejante mujer, satisfecho de sí mismo. Eva se dejaba pasivamente y disfrutaba plenamente de los momentos más dulces, ya se sentía reventar de placer y lo apretó fuertemente con los brazos, era tan fuerte e insoportable el gusto que quería cerrarse de piernas y le costaba exclamarse, lo apretaba y retorcía con las manos, pero no podía resistirse a la necesidad de cerrase y lo abrazó con las piernas. John seguía dándole con buen ritmo, pero sin desmelenarse como ella estaba deseando para acabar cuanto antes con aquel "sufrimiento", y Eva, aunque temblándole las piernas las abrió y flexionó dejando los pies sobre el culo de John. Se abrió cuanto pudo de piernas y entonces gritó: se iniciaba su orgasmo, se desataba el nudo que agarrotaba su vientre. Eva siguió gritando al impulso de las sensaciones orgásmicas, apretándose a John, cerrándose a John con piernas y brazos y disfrutando al límite de lo soportable.

Ya habían pasado los más deliciosos momentos del orgasmo y le seguía costando soportar las sensaciones, lo sujetó del culo para que la follara suavemente y él la complació. John ya sentía la proximidad de su eyaculación y aumentó el ritmo, pero Eva ya no fue capaz de soportar más y se cerró de piernas deshaciendo la penetración. John cayó a un lado y angustiado por la sensación de que iba a correrse, al límite de sentirse ridiculizado. Consiguió recuperar el control, se tranquilizó pero le invadió una deprimente sensación.

Samir estaba haciéndose una paja junto a la cabecera de la cama, Eva vio en primer plano la enorme verga de Samir y se sobresaltó, se giró hacia John y le dijo que tenían que irse enseguida porque su marido podía regresar, John le contestó que no había peligro porque la operación era de las largas y complicadas, y ella le replicó que eso era imposible de saber, que entre otras desgraciadas circunstancias no sería la primera vez que fallecía su paciente, y que además quería acabar cuanto antes con la mayor barbaridad que había cometido en toda su vida por culpa del alcohol, que le rogaba su silencio y que si quería desahogarse se sentía obligada a masturbarlo, porque ella ya no estaba dispuesta a nada más. John la abrazó y empezó a besarla por el cuello. Eva se mantenía rígida y se mostraba reacia a las caricias pero no se lo quitaba de encima. John la besó en la boca, le tocó el coño y Eva ya lo abrazó. Le acariciaba la vulva y Eva le fue acariciando hasta acabar tomándole la polla. Eva volvía encenderse y le dijo junto a la oreja: "está bien, hazlo, pero te ruego que seas rápido", y a John se le iluminaron los ojos, porque le tomó la palabra poniéndola "a cuatro patas", y arrodillándose por detrás y cogiéndola de la cintura la penetró agresivamente, queriendo esta vez darle con más fuerza de la que ella pudiera aguantar. Estando al límite John había conseguido truncar la eyaculación y ahora se sentía capaz de aguantar más.

Eva gritaba al ritmo de los chasquidos en sus nalgas, pero lejos de intentar reprimirle la agresividad le dejaba el culo bien expuesto, cuanto más fuerte le daba más se exclamaba de gusto. Pablo se levantó del sillón al oírla, y ya se decidió a hacer lo que estaba deseando. John disfrutaba tirándosela como hubiera deseado desde el principio, seguía golpeándole las nalgas, miró orgullosamente a Samir, y éste saltó sobre la cama y se arrodilló ante Eva, la cogió de los cabellos para levantarle la cara y con la otra mano se cogió la verga para dirigirla a su boca, y lo hizo con dureza, queriendo demostrarle que estaba dispuesto a forzarla, pero no era necesario porque Eva abrió la boca dejando que el glande tensara y traspasara sus labios. Samir cogía la cabeza de Eva con ambas manos asegurando mantener la verga dentro de su boca, pero enseguida se dio cuenta de que Eva se la mamaba con ganas y dejó de sujetarle la cabeza. Samir miraba cómo se la mamaba, con qué ganas se la cogía y se la comía cuanto podía, y arrugaba la cara por el gusto que le daba y por el morbo que sentía al verla además en aquella posición, con su amigo golpeándole duramente el culo y rebotándola hacia él, y aprovechó para tocarle los pechos, deseando correrse cuanto antes para no correr el riesgo de quedarse con las ganas. Pablo entró y cerró la puerta con cuidado. Samir lo seguía con la mirada y se tranquilizó al darse cuenta de que Pablo seguía ejerciendo de voyeur.

Eva empezó a reforzar ambas acometidas y a exclamarse como podía porque ya estaba volviendo a inflamarse de gusto. John se estaba aguantando porque se daba cuenta de que Eva parecía poder volver a correrse, y lo deseaba. Eva dejó de mamarla para gritar agudamente, de una forma escandalosamente femenina presa de un nuevo y aún más intenso orgasmo, impresionándolos, y John por fin la tenía en el momento deseado para abandonarse a lo que le pedía el cuerpo, y tirando de los huesos de las caderas aumentó la contundencia de las embestidas, follándola a romper, provocando más gritos, las nalgas enrojecidas chascaban, la excitación ya fue irrefrenable para John y empezó a eyacular en contra de su voluntad, porque hubiera deseado "castigarla" más, deseaba que se hubiera quejado por la fuerza de los golpes. Eva se sentía desfallecer de gusto con cada embestida, disfrutando de un orgasmo tan intenso que tenía la sensación de estar perdiendo la conciencia. John se vació y ya no pudo mantener aquella agresividad, y Samir la agarró de los cabellos dispuesto a obligarla a que siguiera mamándosela, pero de nuevo se dio cuenta de que no era necesario obligarla porque ella reanudó la mamada con renovada energía, embebida de placer y deseando lo mismo que Samir. John seguía tirándosela pero en progresivo declive.

Pablo estaba cerca de ellos, sin perderse detalle, y John también se había dado cuenta de que sólo pretendía disfrutar viéndolos follarse a su amiga. Eva puso una mano en el muslo de John, indicándole que la penetrara lentamente, y se decidió a emplearse a fondo con la verga. Tan sólo habían transcurrido unos segundos de enérgica mamada y Samir sintió que iba a correrse y apoyó las manos en los hombros de Eva, como avisándola, y viendo como seguía mamándosela ya valoraba la posibilidad de empezar a eyacular en aquella deliciosa boca con morbosa excitación, ya estaba a punto y le apretó los hombros casi apartándola, pero Eva reaccionó gimiendo de gusto y reafirmando aún con más ganas la mamada, él ya dejó de querer apartarla y se dispuso a morirse de gusto, sin hacer nada más que dejarse y observar cómo se la mamaba, y de repente, sin más signos por parte de Samir, el cuerpo de Eva se sacudió porque había recibido la primera andanada de semen en la boca y se detuvo un instante por la impresión, pero de inmediato reanudó la mamada, haciéndole bramar de gusto, y ella hasta sentía reavivarse las sensaciones de su propio orgasmo mientras seguía recibiendo más expulsiones de semen, Samir se vaciaba de gusto y la miraba para no perderse detalle, observando cómo el semen resbalaba por el pene y también cómo caía sobre la cama desde su mentón, sin que dejara de mamársela. Samir se entrelazó las manos en la nuca, estirando la espalda y sintiendo admiración por aquella experta mujer.

Bajó las manos y le cogió la cabeza mientras que ella ya se la mamaba lentamente, y luego siguió acariciándole los cabellos y la cara. Eva jadeaba recuperándose por el esfuerzo realizado. Seguían disfrutándose plácidamente, exprimiendo hasta la última gota de placer. Samir le acariciaba la cabeza y la cara, con ternura, con agradecimiento, y John lo hacía desde los pechos a los muslos. Eva ya respiraba mejor e iba tranquilamente chupando una verga que apenas decrecía, y es que ella seguía disfrutando notablemente de las sensaciones del orgasmo y se notaba en cómo seguía chupando y lamiendo, disfrutando de aquel pollón.

Eva empezó a temblar porque brazos y piernas le flaqueaban al sentirse por momentos al borde del desfallecimiento, y a modo de despedida le dio una chupadita al glande, los huesos de las caderas resbalaron de las manos de John y no pudo mantener la penetración porque Eva cayó abatida de lado y hecha un cuatro sobre la cama. Samir se inclinó sobre ella y con un pañuelo le limpió desde los labios al cuello, luego le sujetó la cara para girársela y mirarla a los ojos, le dio las gracias y le dijo que nunca le habían hecho sentir tanto, ella lo miraba fríamente, algo molesta por las palabras, y por último Samir le dijo que necesitaba besarla, ella sólo le miraba, seria, y él fue descendiendo la cabeza, ella entreabrió los labios y él los juntó al instante. Fue un breve morreo porque ella se apartó y volvió a ponerse de lado, entonces vio a Pablo y se cubrió la cara con las manos, abochornada y deseando que se la tragara la tierra, pero ni se dio cuenta de cómo estaba su bragueta. Samir le besó en el hombro y le dijo que era una auténtica mujer, una maravilla de mujer, y ella se limitó a pedirles que se fueran de su casa enseguida y que hicieran el favor de no decir nada más, sin mirarles ni mover la cabeza.

Pablo cerró la puerta y regresó salón. Estaba muy excitado e inquieto y deambulaba por el salón. John y Samir se vistieron, y cuando se disponían a salir, Eva se incorporó un poco para decirles:

—Os lo ruego, que no se entere nadie de esto.

John le respondió con voz firme:

—Tranquila señora, tiene mi palabra de que esto no lo sabrá nadie, y… que son cosas que pasan…, porque yo también me siento muy mal por… Y que después de todo… es lo menos que podemos hacer, nadie lo sabrá, palabra de honor.

—Gracias.

—No, gracias a usted, se lo aseguro –él lo decía muy serio pero a Eva se le escapó la sonrisa y se echó en la cama para ocultarse.

Se apretaba los muslos y se movía estirada boca abajo y seguía sintiendo gusto, pero se decía que tenía que espabilar, arreglar la habitación y que cuando llegara Sebastián la encontrara bien dormida, pero se arrugaba pensando en cómo enfrentarse a Pablo, porque no se sentía con fuerzas ni para mirarle a la cara, pensaba que era horrible lo que había visto, y más horrible tener que enfrentarse a él porque no había excusa posible a lo que había hecho, pensaba, y rogaba para que se fuera de casa sin despedirse.

Pablo los vio pasar por el salón. Comprobó que se habían ido y regresó al salón, y allí de pie sudaba intentando decidirse. Se sentó en el sofá, en el mismo sitio que estuvo John, acarició la parte en donde estuvo sentada Eva y enseguida se levantó y se dirigió hacia la habitación.

Eva estaba como dormida boca abajo y era consciente de que Pablo había entrado silenciosamente, y rogaba para saliera de igual forma después de verla desnuda. Pablo permanecía quieto a los pies de la cama y con la expresión desencajada, le costaba respirar observando un cuerpo que siempre había adorado y que era la fuente de sus más inconfesables fantasías. Con sigilo se acercó a un lado de la cama, e inclinándose y alargando el brazo pasó la mano por toda una nalga sin llegar a tocarla, sintiéndose envilecido, disfrutando de aquella acción, y finalmente la reposó delicadamente sobre la nalga, Eva se sintió tan sorprendida sintiendo su mano en el culo que no reaccionó, siguió como dormida, pero cuando la mano le acarició el culo, aunque quiso entenderlo como un acto de ternura, se dio media vuelta a la vez que tiraba de la colcha y se cubría, apartándole la mano.

—Pablo, qué haces –le dijo tímidamente.

Pablo le miraba las rodillas y como si no la hubiera oído.

—Dios mío, Pablo, qué he hecho, cómo he podido… He perdido la cabeza, estaba bebida, no sabía lo que hacía... —Esperó su respuesta, pero él sólo observaba la desnudez de sus piernas y hombros y lo que cubría la colcha—. Pablo, sabes que quiero a Sebastián con toda mi alma, que lo amo como a nadie en este mundo y que nunca le he sido infiel... Tú sabes que no habido más hombre que él en toda mi vida… Pablo… dime que lo comprendes, que me perdonas, dime que borrarás esto de tu memoria, que no le dirás nada, te lo suplico.

Pablo se sentó y tiró de la colcha descubriéndole los pechos y ella de nuevo quedó sorprendida en un primer momento, como si no entendiera qué pretendía. Pero al ver cómo le miraba los pechos tiró de la colcha y se los cubrió rápidamente, lo miraba asustada a la cara pero él la miraba fijamente a los pechos, y le dijo en un tono de amable recriminación:

—Pablo, qué estás haciendo… ¿Pablo?... ¡Pablo!, ya vale, por qué me miras así... Tú no, Pablo, por dios

Pablo evitó sus ojos, y explicitando sus intenciones empezó a tocarle los pechos por encima de la colcha, Eva se los protegía y lo miraba con expresión asustada, y le suplicó a punto de llorar:

—No me hagas esto, tú no, Pablo, aunque yo... tenga la culpa...

Pablo seguía tocándola, y ella cambió radicalmente el tono:

—¡Basta, espera un momento!...

Pablo retiró las manos, esperando lo que tuviera que decirle, sin mirarla a la cara.

—...Dime, qué pretendes... —Pablo permanecía impasible—... ¡Eh!

Él seguía ignorándola y mirando fijamente el relieve de sus pechos en la colcha, y Eva ya le dijo con acritud:

—Dios mío, Pablo, tú, cómo me haces esto, tú, con lo que yo te quiero, y tú a mí.... Pablo, háblame, dime algo, recapacita… ¡Pablo, mírame, soy yo!... Está bien, quiero pensar que no me estás cobrando tu silencio, ¿no?... Supongo... eso, que yo tengo la culpa... Bueno, como quieras… Dime, va, dime lo qué quieres, pero júrame que sellaré tu boca… —Pablo ni parpadeaba—. Nunca, nunca te hubiera creído capaz de hacerme esto, tú…, qué eres como… —le asaltaban ganas de romper a llorar—. Tú no puedes hacerme esto, no… ¿Y no te importa Sebastián? Hacerle esto... y Puede llegar, nos puede pillar… Contesta... ¡Y mírame a la cara!... ¡Pablo!

Pablo ni se inmutaba, y Eva le dijo ya con resignación:

—Dios mío, Pablo, recapacita, que soy yo... Mírame, te lo ruego... —Pablo alargó una mano y volvió a tocarla para mayor indignación de Eva—. Muy bien, adelante, hombre, aprovéchate, tócame lo que te dé la gana, destroza nuestra maravillosa amistad, pero te suplico date prisa.

Pablo cogió la colcha y Eva dejó de sujetarla y reposó los brazos en la cama, la descubrió lentamente, como si le costara desplazar la colcha. Se eternizó observándola mientras ella se esforzaba por no llorar. Puso las manos delicadamente sobre los pechos y Eva apretó los labios y los ojos. A Pablo empezaron a temblarle las manos y de repente le apretó y comprimió los pechos nerviosamente, Eva se dolió, le apartó las manos y se los protegió con las suyas. Eva quería decirle algo, pero cerró los puños y volvió a reposar los brazos en la cama. Pablo parecía a punto de sufrir un colapso, estaba muy tenso y sofocado, sudaba y temblaba, su envilecida conciencia lo atormentaba pero su voluntad era insignificante ante la incontinencia de su deseo. Pablo respiró profundamente varias veces, dejó de temblar, y empezó a tocarle los pechos con serenidad.

Pablo quería disfrutar detenida y minuciosamente de aquel exuberante cuerpo con el que tanto había soñado, cuidando de no mirarla más arriba de los pechos. La tocaba de una forma exasperantemente lenta para Eva, que ansiaba acabar cuanto antes. Pablo evitaba el coño después de haberse impregnado de semen.

Se eternizaba acariciándola, tanto que Eva ya quería creer que no podía seguir adelante, que con los fuertes vínculos que los unían ya estaría arrepintiéndose. Pero se exasperaba cada vez más porque Pablo no parecía tener intención de acabar, y era lentísimo metiéndole mano. Sus nervios se iban tensando por la tragedia que se cernía tras aquella puerta, porque si su marido apareciese por allí desearía estar muerta, y le imploró agriamente:

—Por lo que más quieras acaba de una puñetera vez... ¿Es que a ti no te importa que Sebastián nos pueda sorprender así? —Pabló la ignoró soberanamente, y ella giró la cara para no verle, indignada.

La reacción de Pabló fue volver a los pechos, no paraba de acariciárselos, parecía que no se atreviera a más y estuviera encallado en la indecisión. Eva volvió a mirarlo para decirle:

—Mira, Pablo, se acabó, déjame en paz, vete a casa y date una ducha fría.

Intentó levantarse pero Pablo le retorció un brazo para mantenerla acostada, y Eva se dolió y se espantó viendo su irascible actitud.

—Pablo… –se exclamó sorprendida—. ¡Me estás haciendo daño!... Me oyes... —seguía comprimiéndole el brazo—. Por dios, Pablo, no pierdas el juicio, va, hombre, piensa en Sebastián... No abuses también de la suerte... Acabemos de una maldita vez. Dime qué quieres y acabemos ya… Va… Pablo… —ni respondía ni la miraba a la cara—. ¿Quieres que... te haga algo?...Va. ¿Quieres? Entiendo que te has puesto… Pero tienes que prometerme que lo olvidarás todo… Jurarme que Sebastián nunca sabrá nada.

La réplica de Pablo fue cogerla de un brazo queriendo ponerla boca abajo, Eva se indignó y rechazó el intento, mirándolo con odio, reprimiéndose las ganas de darle una bofetada. Pablo volvió a cogerla del brazo y ella misma se puso boca abajo con mal genio, soltándose el brazo de un tirón.

—Pablo, piensa lo que vas hacer… ¿No serás capaz de violarme? Te lo suplico, no lo hagas, piensa en nuestra amistad, porque esto no podría perdonártelo, recapacita, contrólate, por dios, puedo… —con la palma abierta la aplastó en la cama, y ella empezaba a llorar.

La observó, la abrió de piernas y ella hundió la cara en la almohada para evadirse de aquello tan sumamente bochornoso, se subió a la cama y se arrodilló entre las piernas, se bajó pantalones y calzoncillos hasta las rodillas y se quedó quieto observándola. Puso las manos en sus corvas y las fue subiendo acariciándole las piernas, siguió acariciándola hasta llegar al culo, y otra vez empezaba a recrearse acariciando y amasándole las nalgas, y Eva explotó:

—¡Acaba de una puñetera vez!... ¡Jódeme a mí, a ti, pero no a mi matrimonio!

Pablo le separó las nalgas para verle bien el ano, ella se daba perfecta cuenta de lo que le estaba observando y se sentía incomodísima y con el culo apretadísimo. Pablo se le fue echando encima y allí apuntaló el pene y Eva se sobresaltó, levantó la espalda, giró cuanto pudo la cabeza, e inocentemente le dijo que se equivocaba, que no era por allí. Pablo puso una mano en su espalda y la abatió de nuevo, volvió a ponerle el glande en el ano y Eva le rogó: "no, Pablo, no, eso no, te lo suplico, no me hagas eso…" Pablo presionó y Eva se lamentó expresando mucho dolor. Pabló siguió apretando y ella hundió la cara en la almohada. El glande se aplastaba contra el apretado ano, estaba muy tensa y así oponía mucha resistencia a la dilatación del esfínter, se dolía y agarraba la almohada con ambas manos a los lados de su cara, nunca la habían sodomizado y ella misma se dijo que tenía que relajarse si no quería sufrir mucho dado el dolor que ya sentía. Pablo siguió aumentando la presión, abriéndola a base de fuerza porque a Eva le resultaba imposible relajarse bajo aquel sufrimiento desgarrador. Eva apretaba dientes y puños y gemía continuamente por el agudo dolor que sentía. Sollozaba de dolor y a Pablo parecía no afectarle sus lamentos y siguió apretando, dispuesto a seguir aumentando la presión cuanto fuese necesario, y por fin el glande abatió la resistencia y penetró de golpe, introduciéndole toda la polla y haciéndola gritar, y así ensartada arqueaba la espalda y levantaba la cabeza, tensa y agarrotada, y Pablo, por fin daba signos de humanidad porque la cogió de los hombros, acariciándoselos, y sin mover la polla hizo que reposara de nuevo en la cama, acariciándole seguidamente la cabeza y la espalda mientras ella lloraba rota por el dolor y por la vejación.

Pablo la acariciaba pero seguía sodomizándola sin compasión, porque hasta parecía disfrutar haciéndola gemir y llorar sacándola del todo para volver a doblegarle la resistencia. Después de unas cuantas penetraciones la resistencia fue aflojando, Eva se fue relajando y el dolor fue disminuyendo. Sin solución de continuidad los gemidos pasaron del dolor al placer, a pesar de que Eva no quería exteriorizarlo y se reprimía. Cuando ya no pudo seguir conteniéndose, abriéndose de piernas y elevando el culo de repente empezó a exclamarse libremente.

Pablo siguió sodomizándola de igual forma, inmune a las sensaciones de Eva, tanto de dolor como de placer, porque ella movía y le exponía más el culo pero él no alteraba ni el ritmo ni la fuerza de las penetraciones.

Eva sentía la inminencia del orgasmo y volvía a gritar de gusto, revolviéndose con oscilaciones del culo a las penetraciones, al límite de sus fuerzas y de nuevo sintiéndose desfallecer de gusto, destilando el placer por cada poro de su piel, sudoración que aún suavizaba más la tersura de su cuerpo para mayor deleite de Pablo al acariciarla. Eva aceleró las oscilaciones del culo agarrándose a la cama a la altura de sus caderas, haciendo gozar a Pablo de una más intensa sensación de presión en la polla y de los movimientos del culo. Eva le pidió que le diera más, Pablo la complació y enseguida la sintió la sintió estremecerse, porque Eva ya estaba sumergiéndose en otro clímax de abrasivo placer exhalando una larga, aguda y sentida exclamación. Acometiéndose mutuamente Eva siguió exclamándose y haciendo interminable su orgasmo y la felicidad de Pablo.

Permanecieron quietos un buen rato, Pablo seguía empalmado y cuando la fue sacando ella volvía a gemir como quejándose de un dolorcito. Pablo se echó a un lado y Eva giró la cabeza hacia el otro lado, tan avergonzada como complacida. Pablo la puso boca arriba, pero ella giró la cabeza para no verle debido a la inmensa vergüenza que sentía por haberse corrido incluso dándole por el culo, y es que sexualmente era una desconocida para ella misma.

Pablo salió de la cama, y de pie se estaba desnudando. Eva giró la cabeza por la incertidumbre, y al verlo desnudo miró directamente a su entrepierna, ya se estaba quitando los calzoncillos y ella le miraba fijamente la polla, y con la excitación desmadrada sintió una perentoria necesidad de hacerle una felación, y habiendo ya disfrutado tanto se recriminaba aún más por lo que entendía como un desmesurado apetito sexual. Era una polla casi como la de Samir y ahora se explicaba el porqué le había dolido tanto la sodomía.

Pablo se le echaba encima y ella se moría de ganas y se resistía, cada vez se sentía más desconocida porque ser forzada por Pablo ya le resultaba de lo más excitante. Pablo se metió a la fuerza entre sus piernas, clavándole las rodillas en los muslos para abrírselas, le sujetó las muñecas por encima de la cabeza y ella no podía evitar gemir de gusto a la vez que se resistía, y con una leve sonrisa en los labios de Pablo, la penetró a fondo, queriendo metérsela más y más, y Eva ya tuvo que dejar de resistirse y Pablo que soltarle las muñecas para que lo abrazara, y empezó a follarla con el mismo ritmo constante y mecánico de antes. Eva le miraba a los ojos, casi avergonzándolo por la crudeza de la mirada, por la excitación que expresaba, por su entrega. Eva levantó la cabeza para alcanzarle los labios, casi intimidándolo, y lo morreó y lo abrazó por el culo y por la cabeza. Pablo empezó a follarla como había visto que le gustaba y tuvo que finalizar el interminable morreo porque ella necesita gritar, porque volvía a correrse. Pablo era un hombre alto y robusto, y la machacó a penetraciones haciéndola llorar esta vez por el fuerte castigo de placer.

Eva quedó como dormida. Estaba baldada por todo lo sentido y por lo dolorido que tenía el cuerpo, sobre todo el bajo vientre. Pablo estaba echado a su lado y ella de nuevo había girado la cabeza hacia el otro lado, de nuevo avergonzada por su sexualidad. Pablo la acarició por todo el cuerpo, y luego le giró la cara hacia él, y por primera vez el estaba mirándola fijamente a los ojos, ella no pudo resistirse y se giro hacia él, ambos se miraban y sus caras iban acercándose, hasta que se unieron sus labios y volvieron a morrearse largamente, dulcemente, acariciándose, revolcándose de un lado al otro de la cama. Pablo la detuvo boca arriba, y estando a su lado se inlino sobre ella, mirándola a los ojos, mirándose ambos intensamente, y Pablo le dijo:

—Te quiero, te adoro.

Eva lo abrazó, juntando las caras.

—Por dios, Pablo, eso no puede ser.

—Siempre te querré, no puedo evitarlo.

—Pero esto no es posible, Pablo, esto no puede volver a pasar.

Pablo se separo para mirarla y decirle:

—No, por supuesto que no, esto nunca más, te lo juro, hemos perdido la cabeza y no le demos más vueltas.

—Bien, me habías asustado… —Eva creía que se había corrido y al sentir el pene en su costado se extrañó, lo miró, miró y lo vio en su plenitud y le entraron ganas de reír—…Pero bueno, es que no te has ido –y él, muy serió, negó, ella se reía, y la recriminó.

—Eva, te aseguro que todo esto no tiene ninguna gracia. No es justo lo que hemos hecho a Sebastián.

—Tampoco es justo lo que me está pasando a mí.

—Tú te lo has buscado.

—Que no, que no es eso.

—Qué quieres decir.

—Que no es justo lo qué he sentido esta noche… Lo que nunca he sentido con él… No lo entiendo, te lo juro que no.

—Eva, qué pasa, ahora vas a desbarrar por la boca. Es tu marido y lleváis muchos años casados, no salgas con tonterías de criatura, que ya se te ha pasado la edad.

—Es que no has entendido lo que he dicho.

—Por favor, que no quiero saberlo… Que ya me siento suficientemente mal, y tú también deberías… Eva, piensa en Sebastián…, y no en… eso, ¡por favor!

Pablo dejó de acariciarle el culo pero siguió por el exterior del muslo hasta la cadera.

—Ha sido una locura, una barbaridad, pero es que tendrías que comprender lo que sentía para

—¡Que no, Eva, que no quiero saberlo!... Ya me lo imagino lo que… No te sientes ya bastante sucia como para preocuparte del sexo.

—¡No!, seguro que no entiendes que yo nunca

—¡Que no! Por favor que no quiero saberlo… Piensa en él, por dios… Cómo hemos podido caer tan bajo… Lo siento, lo siento, te juro que yo también he perdido la cabeza. Siempre te he deseado tanto que… —se arrepentía de la última frase.

—Pues yo ni idea, nunca he notado el más mínimo indicio.

—No quiero perderte Eva, podrás olvidar esto, podrás perdonarme.

—¿Y tú a mí?

—Claro que sí, tu amistad está por encima de todo.

Pablo metía la mano por el interior del muslo, y acariciaba hacía la entrepierna mientras ella iba separando los muslos.

—Sí, desde luego que hemos perdido la cabeza, y bien perdida, los dos, y si no quieres que sigamos perdiéndola será mejor que dejes de meterme mano.

—¡Ah!, perdona –como si no fuera consciente de que la estaba tocando.

—Cómo has podido, Pablo, a mí… Tú… Aún no lo entiendo, es como si no te conociera.

—Es que no era yo, entiende que lo que ha pasado… Yo… Tú también sabes lo que es perder la cabeza.

—Muy bien hombre, si la mejor defensa es un buen ataque, pero yo diría que ha sido un golpe bajo.

—Perdona, perdona… Es que no me entiendes, lo digo… Venga, olvidemos esto, como si no hubiera pasado.

Pabló la miraba sobre todo a los pechos.

—Sí, tenemos que olvidarlo, hacer como si no hubiera pasado, y ahora, por favor vete, que me moriría si Sebastián

—Aún tendrá para rato, pero en el peor de los casos, oiríamos entrar el coche y

—Qué me quieres decir, que aún no hemos acabado –ella se fijó en que seguía empalmado, y le preguntó con vergüenza—: ¿Tú aún no estás… en paz, verdad?

—No –le respondió con la misma vergüenza.

—Pero bueno, qué pasa contigo, por qué no te has ido… —le sonreía.

—Por favor, Eva –la recriminaba—, no bromees con esto, que es muy muy feo.

—Vale, pues ya puedes irte.

Pablo se quedó pensativo, y finalmente le preguntó:

—Qué pasa, es que estarías dispuesta a… —ahora miraba por encima de su cabeza, y ella tardó en responderle.

—Por favor, porque me preguntas eso… No preguntes hombre.

—Es que aún tienes ganas.

—No, claro que no, ya sólo siento arrepentimiento, sólo me siento sucia y despreciable, por favor, como voy a tener ganas.

—¿Entonces?

—¡Vete hacer puñetas!

Pabló empezó a frotarse el pene, y mirándole los senos le dijo:

—Te importa que me lo haga… mirándote.

Y empezó a masturbarse mientras ella lo miraba fríamente, y dijo:

—Desde luego, o te pasas o te quedas corto… Tonto.

Eva se sentó y empezó a tocarle los testículos, y le fue desplazando la mano y haciéndose con el pene. Eva quería acabar rápidamente y enseguida empezó a imprimir un rapidísimo vaivén a su mano, y enseguida surtió efecto porque él le sujetó la muñeca para refrenarle notablemente el movimiento, ella lo miró buscando una explicación, y la muda respuesta fue cogerla de la nuca para inclinarla hacia el pene, ella se resistió a medio bajar y él no la forzaba pero mantenía la sujeción.

—Será posible, pues anda que te cortas… Está bien, pero será el punto final, para siempre, eh –el asintió,

Se arrodilló a su lado y empezó a mamársela, y ahora sí que empezó lentamente, y fue acelerando la estimulación dispuesta a seguir aumentando hasta que se corriera.

Pablo se abandonó a la estimulación de Eva, que a la vez le practicaba la paja y la mamada con todas sus fuerzas, y que utilizó la otra mano para tocarle los testículos y estimularlo aún más. Pabló desplazó la mano para tocarle el culo y empezó a agitarse y a botar sobre la cama, y ella aún se tenía que esforzar más para seguir mamándosela bien, y a los pocos segundos Pablo empezó a exclamarse y renovó los ánimos de Eva, la aviso de que se iba a correr, pero tal y como deseaba y esperaba, Eva siguió mamándosela con las mismas ganas. Con la primera expulsión Pablo dio un golpe de cadera y le metió el pene y el semen en la garganta, Eva se atragantó pero siguió chupándosela sin perder ni un instante mientras él seguía corriéndose y exclamándose roncamente. Eva siguió chupando y dejando caer el semen polla abajo. El pene decrecía rápidamente y Pablo la separó, y luego le levantó la espalda porque ella volvía a chupársela. Eva se echó en la cama, boca arriba, ambos yacían igual. Pablo se inclinó sobre ella, la miro a los ojos, le pasó la mano por los labios, y la besó en la boca. Se besaron intensamente, acariciándose, hasta que Pablo levantó la cabeza, y volvieron a mirarse, ella con los labios entreabiertos, invitándole a que siguiera besándola, pero Pablo volvió a echarse de espaldas, y quedaron cogidos de la mano.

—Gracias –le dijo Pablo, tímidamente, y ella se arrancó a reír.

Pablo permanecía serio, apesadumbrado, y ahora ella se apoyo en un brazo para incorporarse un poco y mirarlo a la cara, y aún riéndose le dijo:

—¿Gracias? Que amables y agradecidos sois todos... Diría de nada, pero creo que

—Ya vale, Eva, cómo puedes tener sentido del humor en estas circunstancias.

—¿No crees que es lo mejor que podemos hacer?

—Ya podemos empezar a arrepentirnos, y de verdad que no puedo entender tu humor.

—¡Y qué quieres que haga! Que llore… No te preocupes que ya tendré tiempo para llorar… Esto me hará mucho daño ¿O es que me crees tan… ligera?

—No, claro que no, Eva. Es que me siento tan mal.

—Pues me perece que te lo has pasado muy bien.

—¡Ya basta, Eva!

—Sí, hombre, sí, qué quieres que lloremos a coro, pues venga hombre, empecemos a fustigarnos si esto te hace sentir mejor… Va vete, por favor, que tengo el alma en vilo y no estaré tranquila hasta que

—Solo unas palabras, no debería pero tengo que decírtelo… Nunca había sentido tanto… Nunca más sucederá algo así entre nosotros, pero para mí no ha sido nada sucio, siempre lo recordaré como el momento más maravilloso de mi vida… Me faltan palabras para… Lo que me has hecho, bueno, lo que haces

—Eso ha sido otro golpe bajo, no te parece.

—Perdona, esa no era mi intención, me refería que Sebastián es muy afortunado por tener a una mujer como tú, porque nunca hubiera dicho que fueras así en la cama, eres tan tímida, tan sencilla y frugal.

—Es que nunca he sido así.

—Es igual, sólo por lo que haces con la boca…. Ya me entiendes,

¿Te refieres a cómo la mamo? –sonreía entre dientes.

—¡Dios, Eva! Desde luego que no pareces tú, haz el favor, vuelve.

—No sé si podré.

—¡Qué!

—Nada, nada, qué me decías.

—Decía que hables bien, como tú.

—Ah, te refieres... a como felo.

—¡Demonios, Eva!

—Pues cómo hay que decirlo.

—Me refiero a todo, pero sí, sobre todo a eso, eres una maravilla haciéndolo, y olvídalo.

—Pues eso es algo que nunca le he hecho a Sebastián –le dijo con abatimiento, con un hilito de voz

—¿No?... –ella no respondía y miraba hacia el techo, y ahora fue él quien se apoyó en un codo para levantarse un poco y mirarla a la cara—. Por todos los santos, Eva, ¿porque no se lo haces a él?

—Porque nunca me la ha metido en la boca –dijo con abatimiento.

—Demonios, será porque tú no… —ella ni le respondía ni le miraba—. Tienes que hablar con él, por favor, a estas alturas y…, habla sinceramente con él, si él te adora, te daría lo que fuera para hacerte feliz.

—Va, Pablo, te lo ruego, vete, date prisa.

—Pero tienes que

—No quiero seguir hablando de esto, y vete de una vez, te lo ruego.

—Sí, sí.

—Va, por favor, date prisa, que quiero arreglar la cama y ventilar la habitación.

—Puedo darte el último beso.

—¡Pablo, hombre!

—Sí, tienes razón… Es que eres tan maravillosa.

—Vete por favor –le dijo con cariño.

Pablo le cogió una mano y se la besó a modo de despedida.

Eva se había vuelto boca abajo. Pablo se había sentado de lado con una pierna flexionada sobre la cama y el otro pie en el suelo, volviendo a deleitarse con la desnudez de Eva, aprovechando los últimos instantes de aquel privilegio, y ella le estaba viendo y se dejaba observar, no sentía ningún pudor y tampoco quería privarle de ese último placer. Con miedo le acarició muy levemente la cabeza mientras que ella le miraba con buena cara, siguió acariciándola por la espalda, y al llegar al culo ella ya no pudo más y se cubrió con la colcha, más que nada porque tenía que irse de una vez. Pablo se vistió y se quedó mirándola también con cariño, queriendo decirle algo pero sin atreverse o sin encontrar las palabras adecuadas. Se giró y quedó quieto, de espaldas a Eva, y anduvo cabizbajo dispuesto a salir de la habitación, se detuvo junto a la puerta, se giró y la volvió a observar, y le dijo:

—Eva, lo siento… Qué más puedo decirte… Que no tienes nada que temer, que nunca haré nada que te perjudique, que siempre puedes contar conmigo. Que te quiero, y lo seguiré haciendo… como es debido.

Pabló volvió sobre sus pasos y se sentó en la cama, Eva lo miró con ternura e infinita paciencia. Pabló le tendió las manos, y ellas se las cogió, la incorporó y se abrazaron estrechamente, sin la colcha de por medio. Eva lo fue separando, lo besó en los labios y con los ojos le suplicó que se fuera, Pablo observó su cuerpo, le acarició los senos, la miró a los ojos, le devolvió el beso en los labios acariciándole una mejilla, y se fue a duras penas, sin dejar de mirarla hasta que acabó de cerrar la puerta.

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