Fuego Cruzado

Esta es la historia de una parte de mi vida, aquella que resulta de la proyección de la vida de una persona especial sobre la mía. Son las partes recompuestas por mi consciencia de un vómito de mi inconsciente del que apenas consigo extraer una parte de su jugoso aunque tal vez repugnante contenido.

Esta es la historia de una parte de mi vida, aquella que resulta de la proyección de la vida de una persona especial sobre la mía. Son las partes recompuestas por mi consciencia de un vómito de mi inconsciente del que apenas consigo extraer una parte de su jugoso aunque tal vez repugnante contenido.

Soy un tío de treinta y un años con muchas caras distintas. No es que sea un actor, que cada vez pueda interpretar un papel según la situación. No me refiero a eso. Me refiero a la capacidad de adaptarme a distintas situaciones y a desenvolverme bien en ellas, y a la multitud de intereses diferentes que tengo: la música sería el principal, pero también la cultura en general, el deporte y la tecnología. Para el lugar en el que vivo, no demasiado dado a intelectualidades, esta afición por la música y por la cultura es muy llamativa, especialmente por el tipo de música. Aunque empecé apreciando sólo la música clásica, desde los diez años, poco a poco, especialmente en el instituto y la universidad, llegué a apreciar cada vez más géneros distintos, especialmente el rock, el jazz, y en general toda la música americana y de raíz negra, pero también la música de raíz de otras regiones del mundo, como Latinoamérica o África. En general, mi paladar musical iba poco a poco haciéndose capaz de apreciar y disfrutar lo bueno de cada música. Pero lo más destacable es que no es una simple afición, es una auténtica droga que necesito administrarme por las sensaciones que la mayoría de ocasiones me proporciona. Escuchar determinados tipos de música es una droga directa a mi cerebro que me estimula y me da un placer como no consigo con ninguna otra cosa en el mundo.

Pues esta es una de mis caras, quizás la más definitoria. Pero también tengo que decir que había más cosas en mi vida. Una carrera difícil pero que acabé sin problemas, tecnológica. Y una afición por la lectura y el conocimiento en general, aunque en particular no se me dan mal los números.

Estas aficiones tan raras hicieron que no haya sido nunca una persona normal, muy relacionada con la gente de su barrio. Todos buscamos amigos y gente que comparta nuestras inclinaciones y aficiones, y eso en mi caso era harto complicado. Tal vez por eso, los únicos con los que compartía mejor estas aficiones, era mi familia, mi padre y mi madre, principalmente mi madre. También tengo una hermana pero no coincidíamos tanto en esto. Pero con mi madre sí, una especie de complejo de Edipo que se traducía en una gran conexión mental en nuestra pasión por la música y en una inteligencia y formas de pensar muy parecidas. Por eso vivía un poco aislado de la gente de mi edad en general, y más apegado y pendiente de mi familia, con quienes iba a conciertos de música clásica donde sólo van abuelas con el pelo cardado de la peluquería. Pero para mí esa música es mi droga: Bach, Beethoven, Wagner, Mozart, Brahms, etc. Y en esto, al principio, sólo tenía a mi familia. Ni siquiera mis amigos del conservatorio entendían esto del todo.

Físicamente, había mejorado con los años. Con mi afición al deporte, que pasó por distintas etapas, y por mi genética, tengo unos buen pectorales y un buen tipo. Espalda muy ancha, cintura estrecha, estatura mediana, culo respingón, tal vez demasiado, hombros anchos y masculinos, cara de bondad y siempre sonriendo, angelical casi, barba cerrada y vello corporal y aspecto viril. A pesar de todo, soy muy descuidado con mi aspecto físico, simplemente practico deporte porque me gusta, pero paso de cremas, ropas especiales y demás cuidados de la gente que se preocupa por su imagen. Eso no va conmigo. Me gusta ser natural y que el deporte me moldee el cuerpo pero nada más. Mi carácter por otro lado es tal cual es mi cara: peco de bondad y de estar siempre contento y alegre, adaptarme a cualquier circunstancia de la vida y alegrar a los demás contagiándoles mi entusiasmo y mis chistes malos.

Mi afición al deporte se intensificó más tarde. Casi al final de mi etapa universitaria me metí en un equipo universitario de deporte que competía a nivel regional y posteriormente en un campeonato nacional anual. Lo que me atraía en un primer momento era la curiosidad por ver cómo era este mundo del deporte, además de que podría tener un buen cuerpo, gastar energía y de paso, estar cerca de chicos atractivos y con características tal vez un poco diferentes a las mías. Entré por un amigo que lo practicaba no hace mucho, y desde entonces, y han pasado siete años enteros, sigo practicándolo y compitiendo, llegando a ser una pieza principal dentro de mi equipo y conociendo a gran parte del mundillo que se movía en este deporte, algo minoritario y apartado de lo que solía salir en los medios de comunicación.

Eso es lo que había en mi vida: música, inquietud cultural, deporte, trabajo intelectual (doctorado), y mucha, mucha familia.

Por otro lado, había una parte oscura, bastante oscura en mi vida. Y esta es mi vida sexual. Siempre he llevado lo que se denomina una doble vida. Para todos, era el chico sanote, alegre, inteligente y buenazo, atractivo y con un punto de locura. Pero por debajo de ello, oculto mi atracción hacia los tíos. Para todo el mundo, yo llevo una vida más o menos asexual. Pero a partir de un momento, digamos los veinticuatro, comencé a utilizar estas páginas de Internet donde uno puede introducirse en el mundo gay sin tener que exponerse demasiado. Fueron mis años de descubrimiento: el primer polvo, totalmente sin amor, con un completo desconocido en un descampado. Una auténtica basura, de la que no guardo ningún tipo de recuerdo emotivo, ni negativo ni positivo. Las salidas por el ambiente, conocer a otros gays, el ligoteo y el folleteo, etc. Pero todo eso era ajeno a mi vida normal, a mis amigos normales y a mi familia. Lo que me llevó a este mundo en realidad fue mi primer amor, a los veinte años, cuando estaba hasta las trancas por un amigo de mi grupo. Fueron cuatro años de pesadilla, de depresión, de impotencia, de dolor, de confesiones inútiles. Se lo dije al cabo del tiempo. Pero para él yo era solo un buen amigo. Posteriormente, resultó que sí era gay, y cuando él lo aceptó, nos enrollamos un par de veces. Pero habían pasado ya cuatro años y mi amor se había transmutado en curiosidad por el mundo gay, y una vez descubierto este submundo tan particular, el amor pasó a segundo plano. Además, físicamente él se deterioró bastante, a pesar de que sigue teniendo una mente y una capacidad artística privilegiadas. Pero ya no me atraía.

Nos acercamos al punto interesante del relato. Pero todavía no estamos allí. Antes me gustaría dar algunas pinceladas del mundo gay que conocí en aquellos días. Yo era bastante inocente, y acabé no siéndolo tanto. Hay todo tipo de personajes en este mundo, aunque predominan los estereotipos que todos conocemos. Pero al ser una ciudad de provincias, los estereotipos parecían cubrirlo todo. Había mucho sexo, mucha promiscuidad, mucha búsqueda infructuosa en perfiles, mucha fiesta nocturna, mucha música electrónica, algunas decepciones amorosas, en las que alguien se enamoraba de alguien que estaba enamorado de otro que estaba enamorado de otro, que al final todo era un simple juego. Poco amor y mucho sexo. Superficialidad y atracción física por los tíos buenos. En eso no me quejaba, yo tenía tirón. Pero todo acaba cansando. Y noté el cansancio. Pero no fue sólo cansancio, sino las circunstancias extremadamente adversas que comenzaron a aparecer en mi vida.

Se cebaron con aquello que más aprecia uno en la vida: la familia. Y más en mi caso. Mi madre enfermó de cáncer. Aunque era fuerte como una columna inquebrantable, y aguantó muchísimos años. Los suficientes, más de diez, para ser testigo de la siguiente desgracia que nos sacudió: mi padre tuvo un ataque cerebral por una subida de tensión fortísima. Estuvo un mes en coma y nadie daba un duro por él. Pero despertó. De repente, la persona que llevaba casi toda la logística de la familia, estaba reducido a un miserable vegetal, en una situación totalmente Kafkiana, en la que mi padre había pasado de ser motor principal, a prácticamente una cucaracha como en La Metamorfosis, que no se movía, hinchada por los líquidos de estar en la cama y en coma, y que ahora sólo requería cuidados por nuestra parte. Poco a poco, fue recuperando primero la cabeza. Muy poco a poco, también el habla, la movilidad de la parte derecha, pero no la de la izquierda. Mi madre, también enferma y con continuas sesiones de quimioterapia, no podía hacerse cargo, y mi hermana presentó sus credenciales para santa: se dedicó en cuerpo y alma a sacar adelante a mi padre, en hospitales perdidos en las entrañas de España, alejados de la civilización, sacrificando trabajo y relaciones sociales, y también el amor. Su novio la dejó por otra, hundiéndole en la oscuridad más absoluta. Pero ella salió adelante con mi padre, mientras yo me ocupada de mi madre, atenderla y llevarla a las sesiones de quimioterapia y tratar de recomponer los pedazos de nuestras vidas. Con veintiséis años, era yo el único en mi familia que podía conducir y arreglar papeles. Poco a poco, se fue deteriorando mi afición por esa vida gay que llevaba antes paralela. Seguía existiendo, pero más esporádica, sin salidas por ambiente y follando cada vez menos. Aunque había temporadas de calentura, como tiene cualquiera. Gracias a mi fortaleza en años de práctica de un deporte extremadamente duro, lográbamos salir delante de manera digna y penosa a la vez. Con la dignidad de los damnificados resignados, con la miseria de los que se apartan del camino dichoso en el que parece que la sociedad te obliga a andar para ser socialmente apto.

Poco a poco mi padre parecía salir adelante. Empezó a andar, y nadie nos lo creíamos. Pero muy poco a poco, y requiriendo grandes atenciones y sacrificios que nos hacían a mí y a mi hermana alejarnos del hedonismo general que inunda casi todas las esferas de la sociedad española y en general occidental. Las esperanzas de una vejez medio tranquila y feliz para mi madre con la ayuda de mi padre se habían esfumado. Pero al menos conseguíamos seguir adelante. Hasta que una mala quimioterapia y una mala medicación para bajar la tensión, que era su efecto secundario, combinaron sus efectos para asestarnos el golpe más terrible que he padecido y que jamás tendré que soportar: mi madre falleció por complicaciones de la quimioterapia y del cáncer.

Quedamos devastados. Aniquilados. Pero, como se suele decir en estos casos, la vida sigue. Para mi, ya no era mi vida, era una película en la que por casualidad yo participaba como actor y como espectador, pero irreal y ajena a mí.

Mi madre era casi el sustento económico principal, pues aunque ambos eran funcionarios, mi padre era un ludópata que había dilapidado gran parte de los ahorros de la vida de ambos en negocios ruinosos en los que siempre perdía dinero. Este golpe fue por tanto devastador en todos los niveles.

Para acabar la cadena de desgracias, al año y medio de la muerte de mi madre, mi padre es diagnosticado con cáncer, en un estado muy avanzado. Tras la experiencia con mi madre, nos ponemos en guardia inmediatamente y mi hermana y yo comenzamos a aplicar, en paralelo a la medicación oficial, toda una suerte de terapias alternativas basadas en plantas. Con prometedores resultados. Un atisbo de felicidad en medio de la desgracia.

En este contexto de vida, en una de esas páginas de folleteo de Internet, conocí a una persona especial, cuando aún vivía mi madre. Él era un chico muy viajado, menor que yo tres o cuatro años. No era como los demás que uno suele encontrar en estos sitios. Muy atractivo y con una personalidad altamente atrayente. Entenderlo es y era todo un reto. Físicamente atractivo, no perfecto, pero con una cara viril, aire chulesco, media barba y bigote, moreno, con un cuerpo atlético pero no de gimnasio, tirando a delgado. Y con una cabeza que enamoraba. Se consideraba bisexual, como yo me considero, aunque él tenía más experiencias con chicas mientras que yo prácticamente no. Tenía cultura, y afición por la buena música, no clásica, pero sí electrónica, trip-hop y algo de rock también. Era un emprendedor y arquitecto paisajista. Vivía a unos 70 km de mi casa, en una ciudad costera turística. Aunque había vivido mucho tiempo fuera de España. Quedamos una tarde antes de mi entrenamiento diario en el equipo. Me atraía el morbo hetero que rodeaba su figura, aunque posteriormente me atrajo más su personalidad. Me llevó a su casa, en mitad de montañas cercanas a la costa, rodeada de terreno, en proceso de arreglo por él mismo, pintar, etc. Hablamos y conectamos. Su padre había muerto por el cáncer. En eso nos entendíamos. Sabía de música, de vino, de distintos países, y tenía buena conversación. Me contó parte de su vida sexual, aunque todo lo que no decía le hacía más interesante y misterioso. Al final, subimos a su cuarto. No tenía mucha experiencia con tíos, pero se desenvolvía bien. Activo y poco dado a chupar pollas, me tocó a mí poner de mi parte, es decir, chupar su polla, de estas que tienen el capullo más delgado que el cuerpo, y por tanto adecuadas para una buena dilatación anal jaja. Pero el cuerpo era más bien grueso y curvado. Aquél polvo fue bastante memorable. Comenzamos en su cama y acabamos en la ducha. Dos cuerpos jóvenes y atractivos, atléticos y moldeados, sudorosos y enlazados entre las sábanas que habían caído descuidadamente en cualquier lugar. Mi culo, especialmente duro con el deporte, hacía estragos sobre su polla, haciéndole alucinar y jalearse a sí mismo alabando mi trasero, lo duro que estaba y lo que le gustaba. En la ducha me penetró por detrás, con el agua deslizándose por nuestros cuerpos y enervando las sensaciones que nos agitaban sin parar, como cuando tienes fiebre por la gripe y notas cada uno de los músculos y los huesos de tu cuerpo. Sólo que no era dolor, eran descargas de placer. No recuerdo bien si se corrió en el condón o si fui yo el que dio rienda suelta a sus bajos instintos comiéndosela para recibir su jugo en mi boca. Ambos quedamos exhaustos.

Pero, esa tarde tenía entrenamiento, y a pesar de que me invitó a descorchar una botella de vino y a cenar en su casa y seguir hasta arrancarnos la piel y quitarnos uno a otro las ganas de follar, cuando miré el reloj decidí que mi entrenamiento era más importante, ya que si falla uno en el equipo, el resto se ve perjudicado, y yo soy bastante noble para estas cosas. Así que, me despedí para su decepción, y con mi coche salí de aquellas montañas que hoy recuerdo de manera mítica, cuando me dijo ayer que yo fui el único que consintió en llevar a aquel lugar excepcional en el que vivió un tiempo con su madre y que tuvieron que vender posteriormente. Pero, como llegaréis a saber si esta historia os ha interesado y seguís leyendo sobre los encuentros sucesivos, es un misterio para mí saber lo que eso significa para él. Aún hoy no lo sé.