¿Fue un sueño?

La furia pudo contigo, la lascivia te obligó... pero era solo un sueño, ¿verdad?

Lo notas, ¿verdad? Esa ira que es tan picante y tan ardiente como la excitación, esa erección que no se debe a una velada nocturna repleta de besos y caricias sino a fantasías perturbadoras y horribles que surgen del resentimiento y de la más pura ira. Te acuestas, con la cabeza humeante y los pensamientos macabros, pensando en lo esperanzador que se presentaba el día cuando comenzó.

Cuando comenzó de verdad, claro, después de que llegaras de trabajar, cuando encendiste tu móvil y abriste una de esas aplicaciones de citas que reducen la compleja experiencia de cortejo humana a un algoritmo que favorece ante todo la cuenta de resultados de sus dueños. Como siempre, resoplando como una bestia, deslizaste tu pulgar sobre esos intimidantes perfiles, con una mano metida en la entrepierna y sin apenas fijarte en la cantidad abrumadora de nombres y descripciones que se desplegaban delante de ti.

Pero, a diferencia de lo que sucedió otros días, se produjo un match bastante rápido, algo que hizo que tu boca se humedeciera, que te provocó unas falsas esperanzas que deberían haber sido reprimidas para evitar la desilusión que le siguió. Qué decepción, ¿verdad? Qué enorme decepción sentiste entonces... pero no adelantemos acontecimientos.

La chica era atractiva... no, atractiva no. Preciosa. Esa piel morena estaba cubierta únicamente por un bikini adorable de color blanco que revelaba los contornos voluptuosos de esos pechos capaces de contener una botella de vino entera entre ellos. Sus ojos verdosos te contemplaban desde esa fotografía perfecta, ¿verdad? Y no niegues que imaginaste entrar en esa imagen y retirar ese tanguita pálido que llevaba entre las piernas, pasear tus dientes por esa piel bronceada... en cuanto viste que se había producido un encuentro digital, estuviste a punto de saltar de alegría.

Miraste las otras fotos y gozaste de esos escotes, de ese culo impresionante embutido en unos leggins que casi parecían ser su segunda piel. Te sienta mal la falta de sexo. Cuando no has experimentado el tacto de una mujer en mucho tiempo, te vuelves irascible e impulsivo, te conviertes en un engendro guiado únicamente por unas pulsiones que no sabes interpretar. Ver parejas por la calle hace que te desesperes, y pensar en que otros están follando provoca que tus erecciones se vuelvan amargas y que cada paja termine en llanto.

Y volvió a suceder, como tantas otras veces. La decepción. Ver que no te llamaba, que no respondía. Que, a pesar de tu insistencia y de que había decidido conectar contigo, no se dignaba a mandarte un simple mensaje diciendo que no estaba interesada. Y, finalmente, la certeza de encontrarte con que el chat había desaparecido, con que toda posibilidad de encontrarte con ella se había esfumado y ya ni siquiera podrías pajearte con sus fotos.

Tendrías que haber hecho captura, pero ya era demasiado tarde. Pasaste la noche dando vueltas entre las sábanas, golpeando la almohada, preguntándote si alguna vez podrías gozar de un cuerpo femenino en tímida ebullición, si acaso eras demasiado horrendo o perverso como para ser amado. Tardaste cuatro horas en hundirte en los brazos de Morfeo y, cuando lo hiciste...

... llegó la pesadilla.

La viste, tan bella como en las fotos, pero todavía mejor. Tumbada en su cama con esas braguitas rojas y esa camiseta de tirantes que mostraba a la perfección esas ubres carnosas y libres de cualquier sostén. La habitación veraniega olía a sudor, a velas aromáticas, a sexo inminente. Avanzaste hacia ella, disfrutando de la falta de consecuencias de esa exploración onírica. Pasaste la mano por las venas hinchadas de su cuello, besaste las pestañas que contenían unos ojos verdosos y húmedos, metiste la mano a través de su camiseta y pellizcaste sus pezones. Y pudiste ver que se estremecía cuando lo hacías.

-Por favor...-gimió, tragando saliva, agachando la cabeza con las tetas hacia adelante-. Por favor, no me hagas daño...

Tu risa sonó distinta. Más grave, más animal, más cruel. ¿Por favor? ¿Después de todo el daño que te había hecho a ti? ¡Qué falta de vergüenza! Por eso, lamiste sin pudor cada micra de su cuerpo descubierta por esa ropa, regodeándote en tu crueldad. Primero, entre los dedos de sus pies, luego sus rodillas, sus caderas, su ombligo... y notar cómo temblaba esa superficie carnosa de piel no solo no te provocó compasión alguna, sino que te hizo sonreír más abiertamente.

Le arrancaste la camiseta con un gesto veloz y fuerte, en un milisegundo. La zorra traicionera reprimió un chillido al ver esos pechos botar, al observar cómo sus pezones se endurecían ante el peligro. Abriste sus piernas con esos brazos peludos y titánicos, pudiste escuchar cómo uno de sus huesos se rompía. Gritó, dolorida, entre mil súplicas. Te dio igual.

La penetraste con una energía nacida del odio, con un pene tan grueso que provocó desgarros constantes en sus paredes vaginales. La embestiste una y otra vez, sin necesitar descansar, con un aguante sobrehumano, mientras las sábanas ensangrentadas parecían felicitarte por tu victoria. Le agarraste las tetas, le golpeaste en las nalgas y en la cara, le provocaste terribles moratones. Y nada te importaba, porque nada era real. Tu cuerpo musculoso, hipertrofiado, cubierto de sangre y jugos vaginales, todo lo podía.

La seguiste embistiendo cuando dejó de chillar, cuando dejó de resistirse. A pesar de que seguía respirando, su cara parecía muerta, sus ojos inertes solo podían expulsar una leve y elegante lágrima. Ella no entendía qué sucedía, claro: no sabía qué había hecho para ganarse ese destino, qué había pasado en el cosmos para que su apacible vida se truncara con esa rapidez. Se limitaba a soltar un gemido de dolor de vez en cuando, a rogar:

-Por favor... ¿qué he hecho...

La agarraste del cuello, apretando mientras su dañado coño se volvía cada vez más prieto para deleite de tu badajo, mientras la falta de aire hacía que su rostro de furcia calientapollas se tiñera de un sugerente rojo. Que qué he hecho, decía... ¡darte falsas esperanzas, provocarte, acercarse al fuego pensando que no se iba a quemar!

Observaste, tan erecto como al principio, cómo la vida se le iba escapando, cómo esas tetas bovinas se agitaban junto a un acelerado corazón, cómo sus manos te golpeaban sin que sintieras el más mínimo dolor, cómo esas piernas lanzaban puntapiés fútiles hacia ti. Y cómo una última gota de baba caía de su inerte boca.

Te relamiste al apreciar sus amplias caderas y esas piernas y ese cuello y esa cara bonita de mosquita muerta, y pensaste que sería un desperdicio dejarla tal cual. Después de todo, empezabas a tener hambre...

Despertaste entre sudores, pero más enérgico que nunca, con una erección de caballo. Te masturbaste en el baño pensando en la ensoñación que acababas de vivir, maldiciendo tu mala suerte. Miraste el móvil, como sueles hacer, y saltó una notificación de tu periódico local:

"Joven aparece hecha pedazos en su vivienda. No hay signos de entrada forzosa".

¿Fue un sueño?