Fué en un cafe
Un hombre maduro conoce a un jovencito en un café y el jovencito resulta más experto que él.
LO CONOCÍ EN UN CAFÉ
Todos los días, al salir del trabajo, acostumbraba ir a tomar un café o una cerveza a una cafetería ubicada a pocas cuadras de la oficina donde yo laboraba. Era un lugar acogedor, propiedad de una señora ya mayor, que la administraba con dedicación y buscando dar el mejor servicio posible. Tenía un par de empleadas y a partir de cierto momento, empezó a llegar también un muchacho de unos 15 ó 16 años, que era su nieto.
El chico era simpático y guapetón y, desde el primer instante en que se cruzaron nuestras miradas, noté que me dedicaba gran parte de su atención y no me quitaba la vista de encima por grandes períodos. Para entonces, yo estaba recien divorciado, después de 23 años de matrimonio y evitaba cualquier clase de relación con las mujeres, ya que seguía traumado por aquella ruptura que había sido muy penosa.
Yo siempre me había considerado heterosexual y en mis 50 años nunca había tendo más interés que las mujeres, por lo que las miradas del chico me desconcertaban y me hacían sentir incómodo. Sin embargo, debo confesar que, ciertamente, mi interés en él iba aumentando día con día, al grado que una noche, sólo en casa, me había masturbado pensando en el muchacho.
Una tarde, platicando brevemente con la dueña del café, pude saber que su nieto se llamaba David y estaba a su cargo, ya que su hija, la madre del chico, se había ido a trabajar a los EE. UU. Cuando me retiraba, escuché que el nieto le preguntaba a su abuela por mí. Era evidente que el interés era mutuo.
A la tarde siguiente, estaba en mi mesa de costumbre y las miradas del chico eran excepcionalmente cargadas de lujuria La situación se iba poniendo al rojo vivo, especialmente cuando se pasaba la lengua por el labio superior y no me retiraba la vista de encima. Yo no podía ignorarlo y una potente erección se fue formando dentro de mis pantalones. De pronto, él se puso en pie y se dirigió al baño, sin dejar de mirarme, como invitándome a acompañarlo.
Me quedé desconcertado, sin saber que hacer. La razón me aconsejaba ignorar la situación y permanecer en mi puesto o, mejor aún, pagar mi consumo y alejarme del lugar mientras el adolescente permanecía en el interior del baño. Sin embargo, el institnto me urgía a levantarme e ir tras él. Tras varios instantes más de vacilación, me puse en pie y me dirigí hacia el baño. Al entrar, me topé de manos a boca con David, que iba ya de salida, quizás cansado de esperar. Me excusé con él y me dirigí hasta los mingitorios. Él me siguió dentro del baño, al tiempo que yo bajaba el cierre de mis pantalones, sacaba mi verga y comenzaba a orinar.
David, en silencio, se quedó mirando mi miembro. Cuando terminé y sacudí mi príapo, se acercó y, sin pedir permiso, me puso la mano en el órgano, comenzando a acariciarlo, a la vez que me decía lo mucho que yo le gustaba y lo mucho que me deseaba y me había deseado desde el primer día en que me vio. En aquel momento, una corriente puramente sexual y animal se entabló entre él y yo. David se abrió la bragueta y sacó su propio miembro, que ya presentaba una apreciable erección. Esto me hizo sentir un latigazo de lujuria en mis carnes.
Acercándose más a mí, redobló las caricias. Yo no me opuse, al contrario, lo dejé hacer con todo gusto. Por eso es que había venido al baño. Al notar que el pene de David era un órgano sonrosado, duro y medía unos 15 cm, no tuve ojos sino para aquel excelente ejemplar. Su pene se alzaba arrogante y no pude evitar extender mi mano para tocarlo y poco a poco comencé a masturbarlo, mientras él hacía lo propio conmigo.
Me besó en los labios y me fui abandonando a sus caricias. Continuamos besándonos y David, con una mano en mi pene y la otra en el suyo, comenzó a frotar una verga contra la otra, volviéndome loco de placer. Así, en poco tiempo me tuvo al borde de la culminación.
Notándolo, David suspendió su labor y con voz suave me dijo:
- ¿Por qué no salimos de aquí? Hay una pensión cercana...
Sin dudarlo di mi consentimiento y sin decir más, él dio media vuelta y fue a despedirse de su abuela, pretextando que debía marcharse porque había de realizar varias tareas para el colegio. Salió a la calle y esperó en la esquina a que yo, después de pagar y recoger mis cosas, me reuniera con él. Evidentemente experimentado en aquellos avatares, David me guió hasta una pensión cercana. Renté una habitación y entramos, tratando de que la encargada no se fijara en mi acompañante, ya que era menor de edad. Sin embargo, ella no pareció percatarse de nada.
Caminamos hasta la habitación rentada y apenas entramos, David se quitó la camisa. Su torso lampiño y esbelto, captó mi atención. Yo también me quité mi camisa y no me extrañó que seguidamente el muchacho se quitara también los pantalones. Vestido con un ajustado bikini, se acercó a mí, volvió meter su mano por mi bragueta abierta y reinició las caricias. Yo desabroché mi cinturón para dejar que la prenda cayera al suelo a lo largo de mis piernas y así facilitarle la tarea.
El pene de David estaba nuevamente duro y erecto, por lo que volví a tomarlo en mi mano e inicié un suave movimiento masturbatorio. Desnudos ya ambos, fuimos hasta la cama y, como en un sueño, nos recostamos, sin poder contener ya el torbellino que se formaba bajo nuestra piel. Cerré los ojos y los abrí casi al instante, al sentir la boca del muchacho cerrarse sobre mi pene erecto, y colocándose entre mis piernas, se afanaba por meterse dentro de la boca mi verga completa. Las manos de David, recorrían expertamente mi piel, en tanto sus labios succionaban mi pene, sorbiendo y mamando de manera deliciosa.
De pronto, David reptó sobre mi cuerpo. Frente a mis ojos estaban sus muslos cubiertos de una dorada peluza, y su sonrosado pene gravitó frente a mi rostro. Abierto de piernas sobre mi cabeza, pronto tuve frente a mí las colgantes bolas de sus huevos, que calientes se arrastraron sobre mi rostro barriendo desde la barbilla hasta mi frente. No fue necesario recibir ninguna indicación. Mi lengua salió casi por voluntad propia, lamiendo aquel suave saco de piel, acogiendo su presencia entre mis labios e inhalando su fuerte aroma.
Tras sus huevos, la verga hizo el mismo recorrido. El glande rosado y suave viajó por mi frente, mis ojos y mis mejillas. Empujó sobre mis labios, abiertos para recibirlo y entró hasta mi garganta. Le lamí desde la punta hasta la base, recorriendo el mapa de venas azules y marcadas, mojando, besando y lamiendo la carne caliente y dura.
David giró sobre su eje, de tal forma que pudo lamer mi verga y dejar que yo lamiera la suya. Estuvimos lago rato en aquel divino "69", hasta que fue él quien se detuvo y lentamente se fue dando vuelta, hasta quedar de espaldas frente a mí. En aquella posición, ayudado por sus manos. sus nalgas se abriíeron ante mi rostro, y el ojo oscuro y lampiñoo de su ano se me hizo el manjar más codiciado. Proyecté mi lengua hasta su escondido agujero, y pude sentir en mi lengua y labios el estremecimiento de placer que recorrió su cuerpo.
Encendido por la pasión, no pudo menos que pedirme, con voz temlorosa por el deseo, que lo poseyera. David se colocó sobre mí, a la vez que yo apuntaba mi pene directamente hacia su orificio prohibido. Su culo descansó directamente sobre mi verga y las abrí con mis manos, dejando su culo abierto a mi reclamo, y la punta de mi verga se acomodó en la puerta de su ano.
Supe entonces que era el momento. Él comenzó a descender sobre mí y yo proyecté hacia arriba aquella lanza de carne, obligando a su cuerpo a abrirse para recibirla. Mi hierro candente hizo sentir su paso a través de sus entrañas, que se dejaron invadir, se dejó poseer. No le importó el escaso dolor que sintió en un principio, porque la sensación de placer que lo invadio al sentirse avasallado por mi verga, fue mayor que cualquiera otra sensación.
Lentamente al principio, con más ritmo después, comenzó a subir y bajar su pelvis y mi pene, como émbolo de carne, entraba y salía de su ano febrilmente, en tanto la habitación se llenaba con nuestros gemidos de placer.
Sus manos recorriendo sus nalgas, su espalda, su cuerpo entero y su ano tragándose mi verga hasta el cansancio, fueron pavimentando el camino hasta el orgasmo definitivo y total que, en forma bestial se dejó sentir momentos más tarde, cuando yo, sin poder detenerme, inundé su recto con una potente descarga que llegó acompañada de un grito gutural de mi garganta. Mi verga al hincharse y soltar su chorro hirviente, causó una reacción en él, que provocó su propio orgasmo y au erecto pene, espasmódicamente, comenzó a largar semen en forma ininterrumpida. Se derrumbó de espaldas sobre mí, sofocado y sollozando, hasta que recuperó el ritmo de la respiración.
Me dijo entonces que ya era tarde y debía marchar a casa, pero contaría las horas para volver al café donde podría encontrarse de nuevo conmigo. Besé sus labios juveniles y supe entonces, que las mujeres ya no me interesaban, ni me volverían a interesar.
Hoy, David vive conmigo y formamos una pareja estable. Cuando salgo del trabajo, todo mi afán es volver a reunirme con él. Nos amamos y espero que dure para siempre.
¿Su abuela? No tiene objeción. Sabe que su nieto es feliz.
Autor: Amadeo