Fué ella o fué él?

A veces en la vida, hay cosas que ocurren el día menos pensado y casi por casualidad

Apresurado se metió en el primer bar que vio, la lluvia le pilló por sorpresa, no parecía que iba a llover del modo en que lo hacía, sin paraguas llegó con la parca empapada, suerte que su mochila aguantaba bien el agua. Abrió la puerta que hizo sonar una suave campanilla, y una vez dentro se pasó la mano por su mojado pelo. Miró a su alrededor, todo el mundo seguía a lo suyo, a él le pareció que allí dentro el mundo se había detenido. Era una cafetería grande, al estilo de los años 30, el suelo estaba conformado de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez, a la derecha, mesas con sobre de mármol y patas de hierro forjado, con sillas antiguas de madera, a su izquierda, las mesas eran más grandes, alguna redonda, con unos butacones tapizados en granate, justo en frente, en una pared que daba la espalda a la cocina o trastienda, un gran sofá/banco tapizado en color burdeos, con un gran espejo rectangular justo encima del respaldo que ocupaba casi toda la pared. Al final de ese recodo que eligió para sentarse unas escaleras que bajaban a los baños.

La barra era de un mármol blanco con la parte inferior de madera de roble con tallados. La luz era medio tenue y amarillenta, el local olía a chocolate y café, con un aroma dulce de canela y bizcocho.

Grandes cristaleras en marcos de madera tallados daban a la calle, en forma de L, todo lo que era la zona de la derecha de la puerta que ocupaba prácticamente la barra y el que cubría ese lado más noble del local hasta la altura de las escaleras que bajaban al piso inferior.

Justo al final de ese gran banco, se encontraba una chica, llevaba tiempo allí puesto que estaba bien seca, o eso o debía llevar un buen paraguas pensó. Su cara estaba iluminada por la pantalla de un ordenador, era un Mac, le encantaban los Mac, fue lo primero que miró cuando tomó conciencia del lugar, la manzana mordida blanca encendida en la parte posterior de la pantalla.

Eligió una mesa a mitad de camino entre la fachada principal  los lavabos, en ese rincón confortable y apetecible para él que parecía no existir para el resto, a excepción de la chica y una pareja que estaba sentada en la última mesa próxima a los baños, ésta estaba justo delante del último ventanal y enfrente de la chica del portátil. En ese recodo había dos hileras de mesas, las del banco largo y las del ventanal con sillones. Ellos parecían ir a lo suyo, él era mayor que ella y estaban entre acaramelados y semidiscutiendo sin prestar atención a su alrededor. El resto de la gente casi llenaba la otra parte del local, había más bullicio, ruido de tazas, conversaciones, risas, el vapor de la máquina de café, el molinillo que se activaba de vez en cuando para moler más café, la campanilla de la puerta. En la barra también había gente, de pie y en taburetes de madera oscura.

Colgó la parca de un sillón que daba al pasillo que  conformaba esa disposición y se sentó de espaldas al ventanal, podía ver prácticamente todo el local. Puso su mochila justo a su lado, volvió a secarse el pelo con las manos.

Se acercó a él un camarero mayor, parecía que debiera estar jubilado hace ya años, vestía pantalón negro, camisa blanca con pajarita y un mandil de media cintura hacia abajo verde oscuro. Sonriente le preguntó que le apetecía tomar.

-Un suizo, por favor. Con unos melindros-

-Buena elección, me atrevería a decirle que es adictivo, así que seguro le volveré a ver-

Era curioso, parecía que se había transportado a otro lugar, el camarero era muy amable y complaciente, estaba en todo y para todos.

Sacó un cuaderno de su mochila y un estuche, y lo colocó sobre la amplia mesa redonda que había elegido. El butacón era muy cómodo y parecía que iba a pasar tiempo allí porque caía agua a mansalva. No abrió el cuaderno, miró de nuevo alrededor esperando a que le trajeran lo que había pedido.

Centró su vista en la parte menos ruidosa del local, y se percató que la chica a la vez que sumergía su mirada en su ordenador, lo miraba de vez en cuando con el rabillo del ojo, en ocasiones le parecía ver una extraña mueca de sonrisa en su cara.

Tendría unos 36 años, piel pálida y mejillas ligeramente sonrojadas, pelo negro ondulado, vestía un vestido de manga larga y estampado en flores que le recordaba a una película de los años 30, llevaba calcetines blancos con puntilla y botines tipo Mary Poppins. Sus piernas estaban cruzadas, tecleaba veloz las letras de su portátil, sin apenas apartar su mirada de la pantalla y como él creía, de él mismo.

El señor amable se acercó con una bandeja, el humo que salía de la taza le pareció mágico, dejó encima de la mesa el suizo y los melindros y se despidió con una semireverencia.

-Que guste-

-Gracias-

Abrió su cuaderno y estuvo ojeando con detenimiento, una nueva y distinta sonrisa picarona le invadía en cada página que miraba. Parecía abstraído, hasta que pasando una página se quedó pensativo y mirando al infinito.

Fue entonces cuando lo apartó hacia su derecha y empezó a comerse los melindros con el maravilloso suizo que le habían preparado con olor a cacao y canela. Parecía que estaba en trance. Cuando había comido la mitad, abrió su estuche y sacó un lápiz de carbón y empezó a dibujar, veía a la chica reflejada por uno de los cristales que estaban al lado de la puerta, de este modo la podía observar sin que ella se percatara, entonces evidenció aún más que ella le miraba a él, confiada cada vez lo hacía por más tiempo y con más descaro mientras volvía su mirada de nuevo a la pantalla y escribía veloz.

Fue terminando los melindros y el suizo haciendo pequeñas pausas, llegó a dibujar en más de tres hojas.

La pareja que había enfrente de la chica y dos mesas a su izquierda, se levantó y se marchó. Cerró el cuaderno cuando llegaron a su altura para volver a abrirlo de nuevo cuando salieron del local. En todo ese tiempo, sólo una madre con dos niños y una señora mayor habían pasado por allí para ir al baño.

-¿Perdóna!-

Fue entonces cuando escuchó la voz de ella, sonaba mucho más segura que lo que su apariencia le había sugerido. Parecían tener la misma edad, quizás él aparentaba ser un poco más joven.

Él se giró

-¿Sí?-

Desde su rincón la chica le dijo

-Perdona, es que tengo que ir al baño, entiendo que esto es seguro, pero ¿te importaría echarle un ojo a mis cosas mientras tanto? No quisiera tener que recogerlo todo.-

-¡Claro! No te preocupes, eso está hecho-

-¡Gracias!- Dijo sonriendo mientras se levantaba, la acompañó con la mirada hasta que su cabeza desapareció por el suelo del local al bajar las escaleras. Pudo ver un sinuoso trasero y una forma muy elegante y sensual de mover las caderas.

Atrevido, se levantó dejando su cuaderno cerrado encima de la mesa y se acercó al portátil, había un abrigo y un bolso en el banco entre la pared y dónde ella se sentaba.

Había un World abierto, sin ningún tipo de reparo se sentó y con total descaro miró el texto que permanecía activo en la pantalla.

De pie con los pantalones en los tobillos, me sujetaba contra la pared que separa las letrinas, llevaba medio vestido abierto por abajo, desabotonado hasta la cintura mientras me sujetaba las piernas con sus antebrazos y me sujetaba las nalgas con las manos, mientras yo me agarraba a su cuello y le besaba de forma lasciva para evitar gemir de placer.

Sintió entonces más curiosidad, volvió a mirar hacia debajo de las escaleras, ahora estaba más cerca, y tiró para arriba el texto, recordando el punto en el que estaba.

“Me arrancó las bragas…”

Siguió subiendo en el mar de letras.

“Me besó violentamente…”

Siguió subiendo en el texto.

“En el descansillo del baño, me miró fijamente y me agarró de la mano”

Prosiguió su lectura acelerada e inversa.

“Pasó enfrente de mí para ir al baño, y cuando había bajado dos escalones se giró para mirarme, lo que me pareció una descarada invitación.”

Volvió a mirar hacia abajo, se estaba excediendo en el tiempo, absorto y excitado, no vio salir a la chica ni escuchó ningún ruido de puerta. Prosiguió.

“Vaqueros desgastados, camisa negra y un atractivo lunar cerca de la oreja”

¡Era él! ¡El texto iba sobre él y ella!

Escuchó abrirse una puerta en el fondo de las escaleras, rápido movió el cursor hasta el final del texto mientras se levantaba con el corazón acelerado, se apresuró a sentarse en su sitio intentado ofrecer la mayor naturalidad posible.

Escuchó el ruido de sus zapatos al final de la escalera

-¡Gracias! Veo que eres un buen guardián-

-No se merecen, no hubiera dejado que nadie se acercara a tus cosas-

Ella soltó una carcajada de aprobación mientras se sentaba de nuevo, venía más sonrojada que antes, acalorada diría.

Estaba inquieto, no sabía qué hacer, fue la primera vez que mostró nerviosismo en toda la tarde. Volvió a abrir su cuaderno, eligió una página en blanco y dibujó de nuevo. Lo hacía compulsivamente, seguía mirando el reflejo de ella que seguía con la misma pauta que antes, cada vez con los ojos más abiertos. Pasaron unos cuarenta minutos.

Arrancó dos páginas de su cuaderno, las enrolló como un pergamino y las puso en el bolsillo de su parca, guardó todo de nuevo en su mochila mientras se levantaba y la colgaba a su espalda cogiendo la parca en su mano. Fue dirección al baño, ella levantó la mirada y le miró de nuevo.

-Vaya, ¿no te fías de que pudiera custodiar tus cosas que vas con todo eso al baño?- Dijo descarada

Él prosiguió hasta el primer escalón y dándose la vuelta le respondió

-Es que he pensado que quizás tendrías ganas de ir al baño también, en ese caso deberás custodiar las tuyas propias, no me pareció adecuado cargarte con las mías- Dijo con una media sonrisa.

Dio media vuelta de nuevo y bajó al piso inferior.

Lo dijo con seguridad, pero casi le temblaban las piernas cuando se paró en el desansillo de abajo, había poca luz, no era muy amplio, las escaleras ocupaban la mitad, y había tres puertas, la del baño de los hombres, el de mujeres y la de un almacén con el letrero de prohibido el paso a toda persona ajena al local.

Permaneció allí por un minuto, un minuto que se le hizo eterno, hasta que escuchó un primer paso en el escalón superior. Con cada paso se le aceleraba el corazón, no sabía quién bajaba, no podía verlo, tampoco podía distinguir si eran pisadas de chica, ¿y si no era ella? o ¿y si fuera ella? ¿Qué iba a hacer allí parado?

Al girar el último recodo la vio, con su bolso grande colgado del hombro y la chaqueta colgada doblada encima del mismo.

-¡Vaya, si que eres rápido!- Te habrás lavado las manos le soltó

Fue entonces como sin pensarlo, dio un paso al frente la acercó a él con la mano de la chaqueta empujándola por detrás de la cintura y la otra detrás de la nuca y le dio un beso.

Ella respondió al instante, sobando con ambas manos su torso, la mano de la nuca bajó hasta su culo que apretó con fuerza.

Su polla estaba dura, estaba muy cachondo y se lo hizo notar juntando su sexo al de ella.

Abrió la puerta del baño de chicas, y entraron sin soltarse, como dos perros que chingan en la calle. No veían nada, no miraban nada, sólo tenían afán de carne y deseo.

Se metieron en un habitáculo del baño, soltaron sus pertenencias encima del wáter, cerraron el pestillo y prosiguieron.

Él pasó su mano por debajo del vestido, tocó su culo de nuevo y se percató de que no llevaba bragas

Ella se metió la mano en su escote, como hacen las abuelas para sacar los pañuelos y le dijo

-¿Buscas esto?- Mientras le mostraba unas bragas rotas –Me las he arrancado antes, cuando he bajado a masturbarme pensando en esta escena-

La respiración de él era agitada, eso le calentó mucho más, mientras el desabotonaba el vestido desde abajo (tenía botones tipo bata, en la parte central), ella le refregaba sus bragas por la nariz y la boca, lo que lo tenía cardíaco perdido.

-¿Tienes gomas?- le dijo ella

-Sí-

-¿Qué haces que no la sacas?-

Mientras él apresurado se disponía a buscar en la mochila, ella se arrodilló y desabrochó su cinturón, a escasos centímetros de su entrepierna, le desabrochó el pantalón y lo bajó de golpe, calzoncillos incluidos.

No se ando con remilgos, se la introdujo de golpe en la boca.

Él estaba alucinado, si no llega a ser por lo que había leído y estaba viviendo ahora, esa chica parecía una frígida recatada muy bella, pero sin más, no la fiera que estaba descubriendo.

Lo tenía agarrado por las nalgas y chupaba la polla con maestría, con movimientos rítmicos y acelerados, se separó escupió en su prepucio y volvió a engullirla.

El no atinaba ni a abrir el condón.

Escucharon como la puerta del baño se abría, y el ruido de unos tacones que se acercaban a la puerta dónde estaban, él cortó en seco su respiración agitada, ella seguía chupándola como si no pasara nada. Escuchó como se abría la puerta del departamento contiguo, como se levantaba la tapa, y el chorro al mear como si estuvieran en el mismo habitáculo, a él le pareció que las embestidas de ella también se escuchaban pero ella seguía, hasta con sonidos guturales cuando la metía bien adentro.

Escuchó cortar el papel, cerrar la tapa, tirar de la cadena, pasos de nuevo, como se lavaba las manos y los pasos se alejaron y se silenciaron con el ruido de la puerta al cerrarse de nuevo.

-¿Me vas a follar o no?- Dijo ella mientras se ponía en pie.

Se puso el condón, y la giró bruscamente, ella posó sus manos en la pared separadora, a la altura de su cabeza mientras él levantaba su vestido por detrás y con la mano en la polla exploraba la zona genital apretando hasta que se coló en el agujero. Ella soltó un suspiro, y empezó a embestir, sujetándola por la cintura, mientras observaba su precioso culo y la mitad de su rostro sonrojado con la boca entreabierta emitiendo suaves y sutiles sonidos del placer.

En un momento dado, ella lo apartó, se giró y le dijo, quiero verte la cara mientras me follas. Levantó una pierna invitándolo a entrar de nuevo, fue entonces cuando él la sujetó como en el relato, sujetándola mientras ella se aferraba a su cuello, besándose mientras los movimientos de ambos se acompasaban de nuevo. Ella se soltó apoyándose en la pared y empezó a desabotonarse el vestido desde arriba, se bajó el sujetador.

-Cómeme las tetas-

Sudoroso, con la respiración agitada, se apresuró a complacer a su compañera desconocida, chupó esos dos terrones de azúcar blanquecinos, mordisqueó los pezones pequeños, oscuros y duros como fibra mientras ella revolvía su pelo.

La respiración de ambos se agitó, él empezó a dar indicios de que la corrida iba a ser inminente. Ella agitó aún más la respiración y aceleró su contorneo

-¡Córrete! ¡córrete cabrón! Me tienes loca-

El emitió unos sonidos graves, mientras las embestidas eran más secas, fuertes y lentas.

Sus piernas se arquearon y bajaron hacia el suelo, quedando los dos sentados en el piso, ella a horcajadas. Con los corazones agitados, sudorosos y sonrojados.

Finalmente se pusieron en pie y se vistieron. Mientras ella se abotonaba el vestido, él recogió sus cosas, colocando los dibujos que llevaba en la parca enrollados en el interior del bolso de ella. Se miraron de nuevo, se dieron un beso entre apasionado y pico como el que se puede dar un matrimonio que lleva cinco años casado.

Salió apresurado del servicio, subió rápido las escaleras mientras se ponía la chaqueta haciendo malabarismos con su mochila, se acercó a la barra y sacó un billete de 20

-Hola, debo marcharme, por favor cóbrese lo mío y lo de la chica del fondo y quédese con la vuelta-

-¿Le ha gustado el suizo?- Le dijo con la misma sonrisa y amabilidad el camarero sin prestar atención a las prisas del hombre

-El mejor que he probado nunca- Dio media vuelta y se marchó del local sumergiéndose en la misma lluvia que lo había traído a refugiarse.