Fuck that groupie, dude! {1/3}
El anuncio en internet era sencillo: un pase para el backstage, un polvo. Lorena fue incapaz de decir que no si ese era todo el pago para ver a su grupo favorito. Pero todos los contratos tienen letra pequeña.
Lorena despertó miradas en el autobús que la llevaba al recinto ferial en el que, aquella noche, tocaba el grupo de rock alternativo del que era fanática. No era para menos. Lucía unos ajustadísimos vaqueros que rozaban sus caderas. Un poco más arriba, comenzaba una camiseta negra con el logotipo del conjunto, cortada para hacerla más sugerente. Los bordes deshilachados dejaban a la vista parte de su tripa, sus hombros bronceados y un generoso escote en pico que las amplias ondas de su melena rubia enmarcaban. Su rostro, demasiado aniñado todavía para su gusto, se escondía tras unos labios rojos brillantes y un delineado felino en negro ónix.
Nerviosa, bajó una parada antes de llegar al recinto dejando tras de si un rastro de perfume sensual. Evitó morderse las uñas, se las había puesto de gel aquella mañana y no quería estropearlas. Cruzó los brazos, pues con la llegada de la noche había comenzado a hacer algo de frío, y se encaminó hacia el callejón que había junto al hotel. Donde la había citado Hazard.
Por supuesto, ese no era su nombre, tan solo el nick que usaba en internet. Lorena, cuyo alias online era Dirty18, se había puesto en contacto con él en un foro. El chico decía tener un pase para backstage y el precio era sencillo: un polvo. Suponía que por eso la había citado junto al hotel. Había dudado, por supuesto, pero al final lo obvio se impuso: estar con su grupo, conocerles, tocarles... bien lo valía. El callejón, donde lo único que había eran dos enormes contenedores metálicos y viejos, estaba en penumbra. Por eso, tan solo pudo distinguir a Hazard como una sombra encorvada. Se acercó a él enmascarando su cautela repentina en pasos felinos, y él fue el primero en hablar.
– ¿Dirty? – ella asintió y entonces pudo verlo.
Respiró algo más tranquila al acercase y distinguir sus rasgos aún entre las sombras. Siendo honestos, no era el tipo de chico en el que ella se habría fijado de conocerlo en otras circunstancias. Delgado, alto, poca cosa. Tenía la mandíbula ancha, cubierta por una barba de varios días negra, igual que su pelo que, aunque corto, se adivinaba rizado. La nariz era demasiado grande, pero entraba en lo que Lorena catalogaba como “potable”. De su pecho colgaba el mismo pase que la había llevado allí. Aún faltaba hora y media para que abrieran las puertas del recinto, que no quedaba lejos, pero como no estaba del todo cómoda con lo que iba a hacer, prefería acabar cuanto antes.
– ¿Subimos o...? – él pareció no comprender, así que matizó – Al hotel.
Hazard rió con ganas, acercándose a ella y tomándola de las caderas. De forma inconsciente, Lorena colocó las manos contra los pectorales del chico de modo que, sin resultar un rechazo de pleno, lograba mantener cierta distancia entre ambos.
– ¿Crees que voy a pagar una habitación de hotel para follar contigo? – parecía que aquello le hacía mucha gracia. Sus manos se alargaron para reptar hasta el trasero de la chica, que sintió un escalofrío. Estaba confusa, pero tragó saliva y lo acarició poniendo morritos.
– ¿ Has traído el coche, entonces?
– No- los ojos delineados en forma gatuna se abrieron como platos, incluso cuando él le dio un pico – Voy a follarte aquí – Lorena dio un respingo, pero él la tenía bien agarrada y no parecía con dispuesto a soltarla. Hazard miró el escote de la camiseta, por donde asomaban dos pechos redondos, generosos, ingrávidos. Se relamió antes de mirarla como si fuera comestible-. Estás más buena de lo que pensaba- entonces, le dio un apretón en el trasero.
– No... Y-yo no...- trató de explicarse, todavía sobrepasada por la idea de dejarse follar en la calle. En un maldito callejón-. Aquí no- fue súplica y condición a un tiempo, pero logró que Hazard la soltara, diese un paso atrás y mostrase las palmas de las manos en señal de tregua.
– Estas son las condiciones, muñeca- como si todo le diera igual, el chico bajó las manos. Con una tomó su teléfono móvil de un bolsillo para mirar algo, con la otra, jugueteaba con el cordón que le ataba el pase a backstage al cuello –. Si tú no quieres, tengo a algunas interesadas más así que no hay problema. De todas formas, que sepas que por aquí no pasa ni Dios– Hazard encogió los hombros –. Pero si no quieres no quieres.
“Maldito cabrón” pensó Lorena, observando furibunda cómo se llevaba el teléfono al oído. Con la luz que salía de la pantalla, pudo discernir una sonrisa ladina. Aquello era estúpido. Él sabía que ella accedería, Lorena también lo sabía. Que fingiera jugar inconscientemente con el pase era tan solo una burla hacia la chica. No tenía entrada, llevaban meses agotadas, esa era su única oportunidad de conocer al grupo.
– Ok, para ya – se acercó a él y rodeó la cintura del chico con los brazos, mirando hacia arriba. Él todavía mantenía el teléfono junto al oído y Lorena pudo escuchar el tono de la línea, lo que la urgió. Se puso de puntillas, porque ni siquiera con las botas de alto tacón llegaba a la altura de Hazard y le mordió el labio-. Para ya- susurró arrastrando las sílabas, sacando su lado más seductor. Él colgó y se guardó el teléfono para volver a manosear el trasero de Lorena.
– ¿Entonces aquí? – ella puso los ojos en blanco.
– Sí- murmuró, relegando su disconformidad a un segundo plano.
Hazard no era de los que perdían el tiempo. Empujándola con su cuerpo, de modo que Lorena creyó que en cualquier momento perdería el equilibrio y caería de culo, la empujó hasta arrinconarla contra la pared del sucio callejón. Se abría quejado, pero notaba la lengua del chico campando feroz dentro de su boca. Un suspiro quedó ahogado entre ambos labios y, entonces, correspondió al beso. Acarició la espalda de Hazard al igual que su lengua acariciaba la de él. Entreabrió sus piernas dejando que él introdujese la suya entre estas para rozar su entrepierna mientras la manoseaba y emuló un gemido cuando notó la fricción. Al separarse, tomó la lengua de él bien apretada entre sus labios para chuparla. La teoría de la chica era que, cuanto más cachondo lo pusiera, antes se correría y antes terminarían con aquel “trámite”, porque ella había llegado a la conclusión de que no era más que eso.
Hazard se echó un poco hacia atrás para levantarle la camiseta hasta el cuello y quedarse mirándole los pechos, apresados en un sujetador negro y escueto, como si jamás hubiese visto unos. Hasta le dio a uno un cachete que los hizo templar como una pannacotta gourmet. Lorena lo miraba, intentando parecer una guarra de manual, mientras pensaba en lo simple e idiota que era aquel tipo. A continuación, Hazard metió la cara entre ambos y la chica sintió grima al notar cómo metía su lengua rugosa y mojada entre ambos, succionando después. Él llevó las manos a la parte trasera, pero como se abría por delante, fue Lorena quien comiéndose el asco, abrió la prenda. Sin el sostén, sus senos libres rebotaron mostrando sus pezones rosados, enhiestos por el frío. Hazard los manoseó y succionó a su antojo, mientras Lorena acariciaba su paquete sobre la entrepierna, consolándose en pensar que al ritmo al que él iba no se demoraría más de cinco segundos. Podía palpar una nada desdeñable erección ya lista, solo restaba que se cansara de una maldita vez de babosearle las tetas. Se aferró al pelo de la nuca de Hazard, acariciando con el pulgar el cordel que ataba el pase para no olvidar por qué se dejaba hacer aquello. Temía apartarlo de un empujón y llamarlo inútil si no se lo recordaba constantemente. Eso daría con todo al traste.
– Házmelo- murmuró a través de un jadeo continuado con el que la chica trataba de esconder suspiros de hastío. Hazard la lamió del canalillo a la barbilla y le apretó fuerte un pecho.
– Antes me la mamas- le dijo con una sonrisa y empezó a desabrocharse los pantalones. Pero estaba tan excitado que las manos no le respondían como deberían. Fiel a su plan de “cuanto más cachondo, más rápido”, Lorena se acuclilló antes de apoyar una de las rodillas en el suelo. Sus vaqueros dejaron que la humedad traspasara hasta la piel, lo que en cualquier otro momento le habría dado repelús. Pero ¡qué coño! Prefería ni pensar en lo que hacía, porque era o hacer de tripas corazón o que se le revolviera el estómago. Aquello no estaba bien, y lo sabía, pero el fin justificaba todos los medios.
– Déjame a mi- aspirando aire entre los dientes para mirarle con la lascivia fingida digna de una actriz porno, le sobó la erección dándole un apretón y llevó ambas manos a la cintura para desabrocharlos y bajarlos hasta la mitad de sus piernas. Mordió por encima del bóxer, exhalando su aliento cálido sobre este, antes de bajar la ropa interior. Una polla fibrada y venosa la recibió con un bote contento.
No quería seguir hablando, porque cada palabra, cada segundo de duda, era un segundo más que tardaría aquello. Así que con la práctica que da haber sido la zorrita de todo el equipo de waterpolo de su instituto, escupió a la polla para masajearla esparciendo la saliva venida a lubricante. Lo hizo con firmeza y un ritmo brioso, antes de llevarse el glande a los labios cerrados para darle varios golpecitos contra estos. Después, los pegó a la punta de la verga y fue abriéndolos lentamente para que notase la presión mientras su mano continuaba arriba y abajo, estimulándole.
Por un momento, deseó cerrar los dientes y llamarle cerdo. Correr a buscar una ducha y quitarse cualquier rastro de él del cuerpo. En cambio, acarició sus muslos con la otra mano hasta llegar a sus testículos y jugar con ellos, haciendo uso de una lentitud que contrastaba con el movimiento firme y duro de la masturbación. Comenzó a mover la cabeza, dentro, fuera, dejando que su lengua entrase en juego para lamer o golpear la erección que copaba su boca. Hazard gemía y Lorena se alegraba de estar prácticamente oculta por aquellos contenedores.
– Ya sabía que eras una guarra – gimoteó él, tomándola del pelo para que se la chupara más rápido. La guió tirando de este, empujándola. Lorena cubrió sus dientes con los labios y tragó cuantas veces Hazard quiso, hasta que los hilillos de saliva que brotaban de su boca se precipitaron hasta su camiseta aún arrugada al cuello. El movimiento era tan brusco, que el bote de sus pechos llegó a ser doloroso, pero aún así, siguió tragando. Los gemidos de Hazard ya se escuchaban hasta con eco. “Como nos pillen, te mato imbécil” pensó ella.
Lo peor vino cuando, en un alarde de pajillero pornoadicto, Hazard la presionó contra él hasta que la nariz de la chica tocó el bello púbico masculino. Notó el glande traspasar su campanilla y tuvo que hacer un soberano esfuerzo para no emitir una arcada grotesca. La mantuvo así, por lo que Lorena emitió una gutural vibración con las cuerdas vocales que pareció gustar a su amante de conveniencia, pues jadeó sofocado antes de sacarle la polla de la boca. “¡Gracias!” gritó Lorena en su mente mientras se limpiaba el exceso de baba con el dorso de la mano. No quería pensar cómo tendría el maquillaje o el pelo.
– Levántate- ordenó Hazard – y date la vuelta – añadió antes de que ella hubiera tenido tiempo a obedecer.
Lo hizo tal como él quería, y cuando volvió a arrinconarla contra la pared, agradeció tener las manos de Hazard cubriéndole los pechos para que estos no tocasen los asquerosos azulejos de la fachada del hotel. Lo notó pasear su erección contra la tela vaquera que cubría su trasero.
– Qué buena estás, zorra – le dijo. Lorena solo podía pensar en que estaban perdiendo el tiempo.
– Vamos, nene, hazmelo ya – fingió rogarle con voz orgásmica, cuando en realidad pensaba “¡Acaba ya, por Dios!”.
– Bájate los pantalones – solícita como pocas, Lorena se los desabrochó y arrastró hasta sus tobillos, dejando al descubierto un minúsculo tanga rojo de hilo. Él de dio un azote fuerte antes de tomarla por la cadera y tirar de ella hacia atrás. Para no aterrizar de bruces, Lorena tuvo que apoyar una mano en el contenedor y otra como la pared.
Mantuvo la postura, abriendo tanto como los pantalones le dejaban las piernas para facilitarlo todo, “hacerlo más rápido”. Cerró los ojos al notar cómo Hazard le bajaba el tanga y guiaba la polla para acariciarle los labios vaginales, que apenas tenían lubricación. Por un momento, Lorena temió que aquello diera al traste con todo, pero a él no pareció importarle. Se clavó en ella con dolorosa contundencia, sus músculos vaginales tuvieron que hacerle hueco a marchas forzadas entre incómodos pinchazos de dolor, y Lorena no pudo contener un grito.
– Así me gusta, puta- un nuevo azote –. Ponte escandalosa.
- Cabr... ¡Aaah!- una nueva embestida le impidió terminar la frase.
Se la folló como un maldito conejito de Duracell. Rápido, duro, fuerte. Los huevos de Hazard la golpeaban una y otra vez, como latigazos que la acuciaran, mientras sus pechos se bamboleaban de forma errática como si estuvieran dentro de una lavadora que centrifuga. Apenas tenía tiempo para tomar aire entre una embestida y otra, que la sacudían fuertemente. No lo estaba disfrutando, aunque tenía la certeza de que lo habría hecho de semejante potencia en otras circunstancias. Soltó el contenedor y llevó una mano a entre sus propias piernas para estimular su clítoris. La lubricación no tardó en acudir a una llamada tan clara, y entonces, tomada por él del pelo, vejada, siendo follada en plena calle como una cualquiera, sintió que lo disfrutaba. Que su vagina comenzaba a hincharse, a palpitar poco después. Que los envites ya no dolían, sino que aquella polla entraba y salía con fluidez rasgando sus entrañas inflamadas y deseosas. Sintió un calor húmedo en su entrepierna que se expandía haciendo temblar sus rodillas, lo que entorpecía más el ya precario equilibrio que a duras penas lograba mantener. Entonces gimió, fuerte, de verdad, hasta que le pareció escuchar algo cerca.
– Para, para, joder – pidió con la garganta seca, cada palabra era un puñar árido que la atravesaba –. Viene alguien- el paró para mirar. Lorena notaba los pálpitos descompasados de los genitales de ambos, fundidos en uno.
– Qué va- farfulló él, colocando entonces la mano en el cuello de Lorena, obligándola a arquear la espalda. Las últimas embestidas fueron las más duras, donde la rapidez dio paso al salvajismo de cada estocada bien marcada y profunda. Entonces, notó el semen inundarla parejo a un gemido que brotó de la garganta de Hazard. Cuando extrajo la polla, la lefa chorreó por sus piernas, pero para Lorena era más importante recuperar la verticalidad. Y con ello, la poca dignidad que le quedaba ante aquel tipo-. Ha estado bien...
Pasó olímpicamente de Hazard. Se subió el tanga y los vaqueros, para abrochárselos aún dándole la espalda. Después, cerró el sujetador y bajó su camiseta. Inspiró, espiró. “Ya está, ya pasó” trató de insuflarse ánimos. Cuando se dio la vuelta, su cara era inexpresiva. Cruzó los brazos, antes de tender una mano hacia él.
– Dámelo – ordenó.
– No – dijo él, que bajaba su camiseta sobre los pantalones que acababa de abrocharse. La mandíbula de Lorena, en shock, llegó hasta el suelo. Entonces, Hazard rió y se quitó el pase del cuello – ¡Que sí, tonta!
No obstante, cuando ella lo cogió, volvió a arrinconarla contra la pared y le metió boca. Lorena se aferró al pase y correspondió sin rastro de las ganas anteriores. “Por si acaso”, pensó. Cuando él se separó, ella no pudo más que pensar “¡que se acabe ya!”.
– Si volvemos por aquí, avísame. Tienes mi número- le guiñó un ojo y Lorena, aunque con cara de asco, asintió antes de darse la vuelta y largarse de allí, encogida y con los brazos fuertemente cruzados.
“¿Qué acabas de hacer?” pensó por un momento. “¡Aún encima sin condón!” la reprendió su parte responsable. Decidió que dejaría todas las moralinas para más tarde. Entró en el primer bar que se encontró y, sin pedir nada, fue hasta el baño en el que se encerró. Se sentó en la taza y miró el pase, todavía incrédula. “Equipo Técnico de Sonido. José Valcarce Reina”, ponía.
– Así que Jose – murmuró, aún atontada, y rió. ¡Era un pase VIP! Bueno, no exactamente, pero valía para lo mismo. Rió feliz y le dio un beso a la tarjeta, que se colgó al cuello. Después, se bajó los pantalones y limpió el almacén de semen en el que se había convertido su vagina tan bien como pudo con papel higiénico. Ni siquiera había llevado un bolso, lo encontraba un engorro para ir a los conciertos, así que llevaba todo en los bolsillos.
Aún no había siquiera comenzado el espectáculo y ya le dolían los pies por culpa de los tacones, pero no importaba. Salió a donde estaba el lavabo y, en el espejo, la recibió el mismísimo Joker. Con papel para secarse las manos se limpió el carmín corrido. Después, humedeció otro poco y rascó sobre las manchas blanquecinas de su baba. Se atusó el pelo y, cuando volvió a estar perfecta, emprendió el camino hacia el recinto ferial. Estaba tan contenta que casi se sentía volar.
En la zona para la plantilla que hacía posible el concierto no había cola, aunque los espectadores llegaban ya hasta tres manzanas más allá. Co una sonrisita presuntuosa, se acercó a los dos gorilas que delimitaban la entrada y les enseñó el pase que llevaba colgado, pensando que con eso bastaría. Pero uno interrumpió su entrada colocando transversalmente a su cintura un brazo vigoréxico.
– Disculpa, me dejas ver ese pase – le dijo, señalándolo pero mirándole los pechos descaramente. Lorena se puso nerviosa, pero se negó a dejarlo ver.
– Sí, claro – le dijo. El segurata lo tomó y, al ver el nombre, sonrió de un modo que heló la sangre de la chica.
– ¿Eres una de las calienta de Jose?- “¿Qué responder a eso?”
– Mmm... Sí, supongo.
– Este tío es un jodido crack- dijo el otro guarda de seguridad. Cuando Lorena se volteó para mirarle e intentar dilucidar a qué se refería, lo encontró comiéndosela con la mirada. Airada, quitó el pase de las manos del segurada.
- Ahora, si no os importa...- dijo, más que dispuesta a entrar.
– Tranquila pastelito, no nos importa nada – por un momento se relajó.
Pero antes de dar un paso, el segundo de los de seguridad indicó que primero iba él y, cogiéndola de la muñeca, la arrastró al interior del recinto.