Fuck My Wife
Os narro una experiencia real que me brindó la noche madrileña. Con cuernos y humillación consentida.
Se trataba de una noche de sábado normal en la que había salido de fiesta con algunos colegas, y que por azares de la noche y el alcohol acabamos bien entrada la madrugada en un local de la zona de Nuevos Ministerios pidiendo copas rodeados de gente mayor que nosotros, sobre la treintena, y alguno que otro bien entrada la cuarentena, aquél entonces rondaríamos los 19-20 años los que salimos aquella noche.
Pese a la diferencia de edad, de la que, por culpa de la borrachera que llevábamos todos nos percatamos a la media hora de entrar al local, no nos apetecía marcharnos, había buen ambiente y nos sentíamos a gusto.
La noche la pasamos entre risas y bromas entre nosotros, y algún que otro flirteo con las asistentes que, por desgracia, no fructificó. Salvo uno que consiguió un de un par de morreos con una morenaza treintañera y su número de teléfono con la promesa de tomar un café.
Era tarde e íbamos a irnos ya para el metro cuando me rezagué para ir al baño a echar la última meada de la noche. En estos menesteres me encontraba cuando otro hombre (de unos 30 años largos, casi tan alto como yo y rubio de ojos azules) me agarró del hombro y me dijo en inglés:
“Fuck my wife” (Fóllate a mi mujer)
Le respondí confuso un “what?” (¿Qué?)
Y me repitió:
“Please, fuck my wife”
Creyendo que era una broma me guardé la chorra y me fui a lavar las manos para salir de allí en dirección a donde habían ido mis colegas. Pero el guiri no se dio por vencido y me dijo que le acompañara a conocer a su mujer.
Me agarró del brazo y no pude más que dejarme llevar hasta quedar en frente de un generoso escote que mostraba las perfectas tetas de una morena que, cuando conseguí alzar la cabeza, me miraba sonriente, orgullosa de la impresión que acababa de causar en mí.
La mujer del guiri llevaba un vestidazo marrón bastante corto y sensual de generoso escote que la hacía parecer una puta de alto standing.
La morena se relamió y le dijo a su maridito:
“So you brought me what I wanted…” (Así que me has traído lo que te pedí)
“Yes, my dear” (Sí, cariño)- respondió el cornudo alegre.
Viéndome inmerso en algo tan novedoso para mí, aún tenía reparos en creerme que fuera cierto y sospechaba que era algún tipo de broma de mal gusto, pues, aunque sabía de la existencia de los llamados “cuckolds” (maridos a los que les gusta ver a sus mujeres follando con otros), no pensaba que fueran tan numerosos como para conocer a alguno, más si cabe viendo el pedazo de hembra que había cazado el muy gañán, y para no follársela él, pensaba yo para mis adentros.
No tuve más remedio que preguntar que por qué me habían elegido a mí, ya que ni mucho menos era el chico más guapo, ni más fuerte, ni más llamativo, ni había tenido ningún tipo de contacto con ellos en toda la noche (me resultaba hasta extraño no haberme fijado en la morenaza inglesa hasta encontrarme con ella de bruces conducido por su fiel marido), ni lograba encontrar ninguna razón que explicara el porqué de que me llevara tan suculento premio sin ni siquiera intentarlo.
“Why me?” (¿Por qué yo?)
El cornudo me respondió:
“Why not?”
Entonces intenté explicarles lo que sentía, era la primera vez que alguien me ofrecía algo así, y quería aceptar, pero aún no me fiaba de ellos. Les aclaré también, lo mejor que pude, pues aunque el inglés se me da muy bien y siempre he sacado buenas notas, no es el tipo de cosa para la que te preparas, que era heterosexual y que con el marido no haría nada de nada.
Ellos aceptaron y me invitaron a su hotel, a escasos metros de donde nos encontrábamos, para tomar algo y perfilar lo que haríamos. Me encaminé con ellos hacia donde se hospedaban mientras escribía un whatsapp a mis amigos diciéndoles que se fueran sin mí que mañana les contaría lo que había pasado, pero que no se preocuparan que estaba todo bien. Me preguntaron que qué ocurría pero no quise dar más datos por si la cosa no salía como esperaba, para no tener que dar explicaciones de más.
Una vez cumplido el trámite de avisar a mis amigos mis pensamientos se centraron en que si con la cantidad de alcohol que había ingerido horas antes, aunque llevaba ya unas cuantas horas sobrio había bebido bastantes copas y cerveza hasta ese momento, y el ser la primera vez que hacía algo con una casada y el marido mirando, no me podría la presión o sería capaz de cumplir como buen macho ibérico y clavar mi bandera en lo más profundo de esa putita inglesa de manera que no olvidara el falo español y quedara para siempre con el recuerdo de lo bien que la follé por la Patria.
En el trayecto se me presentaron como Peter (él) y Chelsea (ella), e hice lo propio y hablamos brevemente sobre sus ocupaciones, la mía y su estancia en la ciudad. Según me dijeron solían salir de fiesta por capitales europeas algún que otro fin de semana, y ambos trabajaban en el mismo hospital, eran médicos y se conocieron allí.
Les pregunté que si era la primera vez que hacían algo así y me respondieron que en España sí, de lo que deduje que no eran novatos para nada en el tema de ceder a su mujer para que fuera otro el que la disfrutara piel con piel.
Cuando hubimos subido al ascensor, solos, Chelsea empezó a contonearse sensualmente y Peter me invitó a que tocara libremente el cuerpo de la puta de su mujer, lo cual cumplí sin pensármelo ni un segundo. Y nos empezamos a liar.
Lo que se había convertido en ir a su habitación a tomar una copa para negociar se estaba tornando ya en lo que ellos buscaban, sin oposición de ningún tipo por mi parte. Había caído en sus redes. Y no era para menos, pues, no todos los días puede uno follarse a una hembra sobre el 1,70m, delgadita con cintura de avispa, buen culito prieto y trabajado en el gimnasio, unas tetazas bien operadas que destacaban en lo delgado de su figura, ojazos azules y pelo largo ondulado y moreno. En definitiva, estaba cañón y lo sabía la muy zorra. De ahí que aún a día de hoy siga sorprendido de que me eligieran a mí para la tarea.
Ya dentro de la habitación del hotel yo iba agarrado de la cintura de la preciosa morena como si el invitado fuera Peter, que se ofreció a ponernos unas copas, muy sumisamente.
Las copas las disfrutamos entre risas y caricias Chelsea y yo, calentándonos mutuamente ante la atenta mirada del cornudo. Un cornudo que cada vez parecía más invisible e inactivo ante nuestra naturalidad, incluso por momentos me olvidaba de él, y estoy seguro de que Chelsea también.
Sin darme cuenta, y mientras daba un sorbo a mi bebida, ella se había puesto de rodillas en el suelo mientras reía maliciosa e intentaba desabrocharme el cinturón como podía (también iba bastante perjudicada por el alcohol), a lo que la ayudé gentilmente, para sacar mi rabo morcillón, que ya le debía parecer bastante apetitoso por cómo abrió la boca y el comentario que soltó:
“What a thick cock!” (¡Vaya polla gorda!)
Y se giró para enseñarle a su marido el miembro que asían sus manos. Peter se sorprendió y se agarró el paquete preso de la excitación al comprobar que el rabo que se iba a follar a su esposa era bastante más grande que el suyo.
“Is it bigger than your husband’s?” (¿Es más grande que la de tu marido?)
“Waaaaaaay bigger” (Y taaaaanto)
La respuesta me agradó, pero me agradó mucho más la mamada que empezó a hacerme la putita inglesa, con toda su dedicación me comía desde las pelotas al capullo. A ratos a besos casi de enamorada, y a ratos escupiendo y pajeando furiosamente se dedicaba con devoción a la polla que iba a penetrar su coño de casada minutos más tarde.
En contra de lo que temía, como dije bebí bastante, la inglesita consiguió resucitar mi polla y ponerla durísima, totalmente lista para la penetración, a lo que Chelsea me dijo:
“I need it inside now” (la necesito dentro ya)
Yo respondí cogiéndola en volandas para subirla a la cama, mientras de reojo me fijé en que el cornudo de su marido se había sacado su minúscula polla del pantalón.
En cuanto se la endosé a la morenaza gimoteó algo entre el dolor y el placer, por lo que empecé a follarla lentamente para no hacerla mucho daño con mi gruesa verga, pero a la muy puta no le bastaba con eso y me instó a que aumentara el ritmo. Naturalmente obedecí, ya que las ganas de romper ese coño eran superiores a mi compasión y empatía con el dolor que pudiera generarle.
Me agarré fuerte a sus caderas y empecé un mete-saca violento que hacía que Chelsea se retorciera de placer entre gritos y obscenidades a las que ni podía prestar atención. Sólo podía pensar en follarme ese estrecho coño más y más fuerte mientras Peter el cornudo miraba de pie a nuestro lado con la pollita morcillona fuera, supuse que ya se habría corrido.
Cuando la puta le vio allí de pie me agarró del cuello y me pegó un morreo fuera de sí y totalmente llena de pasión y lujuria, para después decirle a su marido:
“Go to the toilet you fucking wanker” (vete al baño puto pajillero)
El cornudo agachó la cabeza y se marchó mientras ella me imploraba que la follara como un hombre de verdad que hacía mucho que no sentía algo así.
Esa escena me puso mucho más cachondo y pude darle caña durante unos minutos más, en los que noté como se corría sobre mi polla mientras me clavaba las uñas en la espalda. Después de esto le di unos últimos pollazos a esa zorra y le saqué la polla del chorreante coño para cogerla del pelo y ponerla de rodillas para correrme en su cara.
Me pajeé sobre su carita de viciosa y no tardé en derramar varios chorros de espesa leche que recibió con gusto y gemidos, como la zorra que es.
Yo caí agotado sobre la cama y ella me besó la polla mientras me daba las gracias, muy melosa. Se levantó y se fue al baño, donde estaba el cornudo, con mi lefa resbalando por su cara.
Lo último que recuerdo es escuchar el agua del grifo caer.
Me desperté al cabo de unas horas con Chelsea abrazada a mí y el cornudo durmiendo en la butaca en la que horas antes me comió la polla su mujercita.
Esto no fue lo último que pasó de la historia, ni mucho menos…