Frutillas

“El dulce sabor de la fruta y la cercanía de ese hombre tan masculino que la miraba con tanto ardor le provocaron una inmensa sensación de placer, y con cierta inquietud notó que una cálida humedad comenzaba a empapar sus bragas”.

Frutillas

Ana salió de la estación de tren y comenzó a recorrer las cuadras que la separaban de su casa.

Mientras caminaba iba pensando en lo que prepararía para la cena, y por ello no prestaba demasiada atención a los negocios. Pero en un momento dado, sus ojos que vagaban distraídos se posaron en unas manzanas increíblemente rojas que estaban artesanalmente dispuestas en una frutería de la vereda de enfrente.

Sorprendida, la mujer se detuvo, cruzó la calle y entró al negocio. Inmediatamente sus ojos y su nariz de vieron gratamente invadidos por intensos colores y perfumes, que estimulaban el paladar hasta hacer agua la boca. Toda la mercadería olía y se veía de maravillas, y además de eso el local era limpio, fresco y muy luminoso. ¿Cómo es que nunca antes había visto esa frutería? Claro, ella no viajaba muy seguido en tren, y esas cuadras las transitaba muy rara vez.

Estaba tan distraída pensando en que llevar para su familia que se sobresaltó cuando escuchó una voz de hombre decir:

" Disculpe, pero estoy cerrando ".

Ana miró a su alrededor pero no vio a nadie, hasta que de atrás de unas gradas con cajones de frutas apareció un muchacho de unos treinta años, alto y robusto. Tenía el pelo castaño muy corto, ojos claros, nariz ligeramente aguileña y labios carnosos. Por la parte superior de su camisa asomaba abundante vello, que también tapizaba sus nervudos antebrazos. En su mano derecha llevaba un delantal blanco doblado.

" ¿De veras? Qué lástima! ". Ana sonrió, haciendo un gesto que enfatizaba su expresión. Se disculpó y dio media vuelta para marcharse, cuando escuchó nuevamente la voz del frutero.

" No por favor, no se vaya!. Nunca dejo a una bella clienta sin atender ".

Ana miró al muchacho y sonrió agradecida. Fui allí cuando descubrió que el hombre la miraba con indisimulable interés, y una vez más se sintió recompensada por las largas horas dedicadas al gimnasio. Con ufana vanidad comprendió que la blusa entallada y la pollera corta que vestía destacaban sus lindos pechos, su cola firme y sus estilizadas piernas, y no pudo evitar sonreír orgullosa. Una extraña turbación la invadió, y notó que se ruborizaba como una colegiala.

" Sólo déjeme bajar la cortina metálica, sí? " preguntó amablemente el muchacho. " Para que no entre nadie más ".

" Sí sí, claro " respondió Ana. El tendero pasó a su lado, dejando la estela de un agradable perfume que se mezclaba con un intenso olor masculino. Mientras bajaba la cortina la mujer miraba las anchas espaldas y los fuertes brazos del muchacho, y notó que también tenía un lindo trasero. " Parece un jugador de rugby, como mi marido " pensó Ana. Esta súbita asociación le recordó que era una señora casada, y rápidamente desvió sus ojos del cuerpo del hombre.

Después de lavarse las manos en un lavabo de la trastienda, el frutero volvió junto a ella.

" Bueno, y que quería llevar? ".

" Manzanas. Se ven estupendas! ."

El hombre pesó la cantidad que Ana pidió, y dejando el paquete sobre el mostrador inquirió: " ¿Algo más? ".

" Yo . . . no sé. Todo aquí se ve tan tentador que . . . ¡Pero perdóneme! Soy una desconsiderada! Lo estoy demorando y usted ya se iba! " se disculpó Ana, mirando a los bellos ojos del muchacho mientras se ruborizaba nuevamente.

" No, no se haga problema. ¿Me permite que yo le sugiera que llevar? " preguntó el joven.

" Sí, por supuesto ".

" Mire esas frutillas. Están excelentes ¡Y no lo digo porque yo las venda!. Pero no tiene que creerme, compruébelo usted misma. Tome algunas ".

" No, no! Le creo, le creo! ".

" No, por favor, pruébelas. Pero . . . espere unos segundos ". El muchacho metió su mano por debajo del mostrador, y sacó un pequeña cazuela con azúcar. Después tomó una frutilla de un rojo casi morado, y luego de pasarla suavemente por el blanco endulzante se la ofreció a la mujer.

" Está usted muy bien preparado! ".

" Es que he estado robándome mis propias frutillas todo el día. Por eso sé que están excelentes. "

Ana no quería desairar la invitación del hombre, pero se sentía muy torpe tratando de tomar la frutilla con sus dedos sin quitarle el azúcar. Ambos rieron, y entonces el frutero dijo:

" ¿Me permite? Tengo las manos limpias. "

Con toda delicadeza acercó la frutilla endulzada a la boca de Ana, y a ella le pareció tan galante el gesto que no se animó a rechazarlo. Cuando mordió la fruta un sabor riquísimo inundó su boca, y no pudo evitar que un suave murmullo de aprobación escapase de sus labios.

" Son exquisitas! ".

" Se lo dije. Y realmente da placer ver como la ha disfrutado usted. Pruebe otra. "

" No, no!! Con una está bien!!. "

" Por favor ".

Ana no tuvo tiempo de negarse otra vez, porque el muchacho ya acercaba otro inmenso fruto morado con azúcar a su boca. La sonrisa compradora del tendero la desarmó, y un tanto avergonzada abrió la boca dando un mordisco suave que desgarró la frutilla hasta la mitad. Era un manjar, de un sabor exquisito casi rayano en la lujuria. Por unos instantes cerró los ojos para disfrutar plenamente, y cuando los abrió se encontró con la mirada intensa del muchacho posada sobre ella. Entonces su respiración se agitó levemente, y su corazón comenzó a golpetear dentro de su pecho. El dulce sabor de la fruta y la cercanía de ese hombre tan masculino que la miraba con tanto ardor le provocaron una inmensa sensación de placer, y con cierta inquietud notó que una cálida humedad comenzaba a empapar sus bragas.

" Falta una mitad " le recordó el frutero con voz ronca, sin dejar de mirarla intensamente. Ana mordió la frutilla casi hasta el cabo, rozando la mano del muchacho con sus labios. Una gota azucarada escapó por la comisura de su boca, y el hombre suavemente la recogió con un dedo. Ana miró esos ojos claros y luminosos que la devoraban . . . y se sintió perdida en un mundo dulce y cálido, que sabía a frutillas y olía a fragancias masculinas. Cerró sus ojos, y sin oponer resistencia dejó que el dedo del frutero se deslizara con suavidad sobre sus labios para dejar allí el néctar de la fruta. Después notó el perfumado aliento del muchacho cerca de su boca, y finalmente sintió los labios del hombre posados sobre los suyos.

El beso fue intenso, dulce y agreste a la vez. Ana mantenía los ojos cerrados, como si al abrirlos fuese a romper el hechizo del momento. Temblando dejó que la boca del hombre recorriese su cuello, mientras las fuertes manos se deslizaban por su blusa desprendiendo uno a uno los botones. Luego fue el turno del sostén, y cuando los delicados senos estuvieron libres la boca carnosa del muchacho se posó sobre ellos, lamiendo delicadamente los duros pezones. Primero uno, luego el otro, los turgentes pechos fueron saboreados por el hombre, provocando en Ana el primero de los muchos orgasmos que experimentaría.

Los ardientes labios del muchacho continuaron su camino por el cuerpo de la mujer, bajando por el abdomen y deteniéndose en el ombligo. La lengua del frutero se quedó allí jugueteando, mientras sus manazas levantaban la corta falda y bajaban las mojadas bragas para dejar al descubierto el depilado coño. Entonces el hombre siguió con su concienzuda exploración, y poniéndose de rodillas comenzó a lamer el húmedo conejo.

Sin poder evitarlo, Ana dejó escapar sofocados gemidos de placer, y tuvo otro orgasmo. La lengua del muchacho entraba y salía de su raja con increíble maestría, chupando los sensibilizados labios vaginales mientras las viriles manos le acariciaban las firmes nalgas.

Después de unos cuantos minutos de masaje lingüístico el muchacho se puso de pie, y volvió a saborear los apetitosos pechos. Entonces Ana percibió el tremendo bulto en la entrepierna del hombre, y con gran ansiedad abrió la bragueta y sacó el endurecido miembro de su prisión. La verga era larga y gruesa, más grande que la de su marido, y Ana comenzó a darle suaves apretones que hicieron que el muchacho gimiera de gozo. Por fin abrió los ojos, descubriendo en el rostro de su amante una expresión de infinito placer.

Sintiéndose toda una hembra, como nunca antes le había ocurrido, se agachó lentamente y se puso de rodillas, muerta de ganas por engullir esa palpitante tranca. Cada vez que su marido le pedía una mamada accedía tan sólo por complacerlo, pero ahora era ella la que deseaba felar ese órgano viril. Abrió su boca, y con toda la lujuria despertada en sus hormonas comenzó a chupar ese pedazo de carne totalmente agarrotado que ya empezaba a segregar gotas cristalinas.

El muchacho dejaba escapar roncos quejidos, y mientras ella deslizaba su boca por el tronco y el glande de la enorme verga él le acariciaba tiernamente la cabeza.

De pronto el frutero la detuvo, y tomándola suavemente de los brazos la hizo ponerse de pie. Ana, ahora con los ojos muy abiertos buscó la boca del hombre, y con una pasión incontenible unió sus labios a los de él en un beso que sabía a frutillas, a los jugos del muchacho y a sus propios jugos.

Mientras las lenguas batallaban dulcemente Ana sintió los dedos del frutero abriéndose paso en su húmeda raja, y absolutamente dispuesta para lo que vendría dejó que la cabeza de la polla se acomodase entre sus labios vaginales. Suspiró hondamente y rodeó el cuello del muchacho con sus manos, y luego recostó su cabeza sobre el fuerte y velludo pecho. Entonces él la sostuvo por las nalgas, y alzándola como si fuese un niño dejó que el cuerpo de la mujer se deslizase sobre su enorme verga hasta llegar a la raíz. Ana cruzó las piernas por detrás de la cadera del muchacho, atrayéndolo más hacia ella para sentirlo completamente dentro suyo.

La sensación fue indescriptible. Por un momento, Ana se sintió sostenida únicamente por la durísima tranca, y el sólo pensar en eso le provocó otro orgasmo.

El hombre caminó hacia la pared, y apoyando allí la espalda de Ana comenzó a bombear en el anhelante coño de la mujer. Transportada de placer ella sofocaba agudos gritos, y apretaba enloquecida la musculosa espalda del frutero. Se sentía como una enorme mariposa, ensartada contra la pared por un alfiler duro y grueso que parecía llegarle hasta la boca del estómago.

La verga recorría una y otra vez su babeante canal, ensanchándolo con cada embestida. Todo su cuerpo vibraba pendiente del vaivén de esa lanza ardiente que le dilataba la vagina amoldándola a sus generosas dimensiones.

La excitación del muchacho llegó al clímax, y entre jadeos anunció su inminente corrida. Entonces apretó su cuerpo contra el de Ana enterrándole la lanza hasta la empuñadura, y en medio de roncos gritos comenzó a descargarse.

Ninguna advertencia hubiese preparado a Ana para lo que vendría. De repente sintió como sus entrañas se inundaban con andanadas de leche espesa y caliente, en una cantidad tal que la cavidad de su sexo pronto se vio desbordada por el ardiente jugo. Parecía que el muchacho no iba a terminar nunca de escupir lefa, y estimulada al máximo por los continuos espasmos tuvo otro orgasmo.

Por fin, la verga del frutero dejó de lanzar trallazos. Agotada la mujer se abrazó al hombre, mientras el líquido que escurría de su raja goteaba formando un pequeño charco en el piso.

Una calma reparadora envolvió a los extenuados amantes, en medio de un ambiente que olía a sexo, a perfume de hombre y de mujer.

A frutillas.

Las mismas frutillas que Ana, cuando salió de la frutería casi dos horas después de haber entrado, llevaba en un paquete junto con las manzanas.

La mujer llegó a su casa antes que su familia y tuvo tiempo suficiente para preparar la cena, como si nada la hubiese demorado más de la cuenta.

De postre les ofreció las magníficas frutillas, que todos elogiaron por su exquisito sabor.

Esa noche, mientras follaba con su marido, Ana no pudo evitar que su cuerpo reviviese su encuentro vespertino. Su piel se erizaba recordando esa otra piel velluda, su sexo se humedecía rememorando ese otro miembro viril. Tremendamente excitada comenzó a arañar la espalda de su marido, sofocando agudos gritos, pidiéndole más y más. Gratamente sorprendido, el esposo preguntó jadeando:

" Querida . . . esto me . . . encanta! ¿Qué te ha puesto . . . tan ardiente . . . esta noche? ".

Ana se sintió descolocada por la pregunta, y apresurada respondió lo primero que se le ocurrió.

" No sé!. Deben ser . . . las frutillas! ".

" ¿En serio? Pues entonces . . . debes ir a comprarlas . . . más seguido! ".

En medio de las embestidas, Ana sonrió y respondió:

" Sí . . . creo que lo haré! ".