Frustración total
Esta es una carta de desesperación de un hombre que no ha podido llegar a catar, por diversos e imprevistos motivos, lo más ansiado de su vida.
Señor Juez:
Ante todo, señoría, quisiera pedirle encarecidamente que no le cargue el muerto a otro, nunca mejor dicho lo del muerto, en este caso es un servidor de usted o al menos lo pretende. Porque, verá, el único responsable de mi fallecimiento, ese mismo que estoy a punto de poner en marcha, es el menda lerenda, es decir, yo mismamente, bueno, eso... o si no se parte la cuerda que tengo preparada en la viga de esta habitación.
Verá, mi nombre es Gabriel Fernández, que dicho así, podría carecer de importancia, sin embargo la tiene y mucho. Ese nombre me condicionó desde que nací, porque si se percata usted, uniendo las primeras sílabas de nombre y apellido se resumiría en "GAFE"... sí, sí... y creo que lo soy y que lo he sido durante toda mi vida, pero principalmente en lo que se refiere al sexo y su culminación, es decir, a la hora de querer echar un polvo.
A mis 31 años podría decir que he visto de todo... bueno pues en parte sí, pero no obstante y sin que me avergüence decirlo, en el temita sexual, por hache o por be, nada de nada, se lo juro. Si le digo la verdad, no me cuesta reconocerlo. Sí, aun soy virgen y no es porque no lo haya intentado, créame. Imagino que mi condición y mi sino es no poder catarlo por "Gracia Divina" o vaya usted a saber. Le digo una cosa: No es que mujeres y oportunidades me hubieran faltado a lo largo de mi vida, para nada... todo lo contrario, pero se conoce que no estaba yo en el sitio adecuado en el momento justo o algo más o menos por el estilo. Mi decisión pasa ahora por acabar con mi vida, pues me han dicho que donde seguro voy a disfrutar de los placeres de la carne es en el infierno, que allí, según se cuenta, la carne está asegurada al cien por cien. Y como me voy a suicidar supongo que iré derecho, sin pasar por el purgatorio, aunque otra cosa le voy a comentar: pensándolo bien, siendo gafe, igual no encuentro sitio en ningún lado ¿se imagina?
Dirá usted, señoría, que exagero; bueno es posible, pero ya desde jovencito las cosas se ponían cuesta arriba o de culo y cuesta abajo, según se mire. Le cuento: Todo comenzó con mi primera experiencia ó mejor dicho mi primer intento, allá por mis 15 añitos, con Felicia, una compañera del insti, no muy agraciada físicamente, la verdad, a no ser por sus enormes tetas que nunca pasaban desapercibidas. Estuvimos saliendo durante tres meses y la jodía no se dejaba más allá de los magreos por encima de la ropa, sin ningún avance por otros derroteros a pesar de mis continuos intentos. Hasta que un buen día, una reconstituyente pastillita metida en el calimocho hizo todo el trabajo que yo no había logrado en tiempo atrás. La chica se puso "alegre" y yo también, cuando desabrochó mi bragueta, extrajo mi miembro y se dispuso obedientemente a devorarlo tras prometerle que estaba más sabroso que un pirulo. No se puede hacer idea del gustito que me invadió al notar sus labios en contacto con mi glande, otra cosa bien distinta fue cuando uno de sus brakers, esos que recomponían su dentadura en un aparatoso mecanismo, se quedó enganchado con la piel de mi prepucio y la cosa pasó de la incomodidad a los tirones, de ahí a los desgarros y después directamente a la sangre a borbotones. Dicen que la primera experiencia es inolvidable... y puedo asegurarle que sí. Nunca podré borrarla de mi mente. Años más tarde, a mi ingreso en la universidad tuve la suerte de entrar en un colegio mayor, donde según contaban las malas lenguas, se follaba un día sí y al otro también. Chicas no faltaban, eso cierto es y de todo tipo también. Algunas incluso formaban parte del grupo de animadoras del equipo de basket, pero eso era otro cantar. El caso es que ahí, en ese colegio fue donde conocí a Mª Salud, una chiquita mona, muy bajita, con unos labios rotundamente sensuales. Sus besos eran oro, sus miradas ambrosía, sus abrazos frenesí, pero cuando por fin acordamos ir al grano y llevar a cabo nuestra primera vez, enamorados perdidos, nos metimos una noche en el montacargas de la lavandería, pensando que nadie nos molestaría. Todavía no sé muy bien por qué, quizás la broma de algún colega, el azar o las dos cosas juntas, pero la luz se cortó en nuestro nidito de amor cada dos por tres, haciendo que el montacargas entrara en funcionamiento subiendo y bajando repentinamente, haciendo unos ruidos monstruosamente acojonantes y cortando definitivamente nuestro rollo de raíz. Algunas de esas paradas y arranques eran tan estrepitosas, que acabamos saliendo despavoridos y despelotados con un cague de miedo, que nos hacía pensar que habíamos hecho algo diabólico, tanto, que pensamos en no volver a tentar a la suerte o al mal fario, ni desde luego volver a subirnos a un ascensor por bastante tiempo. No lo intentamos durante las semanas que seguimos juntos, digo lo de intentar follar, ni allí, ni en ningún otro lugar.
Cuando ya daba el tema por concluido para ese curso, el día de Nochevieja de ese mismo año, me ocurrió uno de los mayores milagros habidos y por haber. La mismísima reina del campus me pidió que la llevara al cotillón pues se encontraba muy sola al haber roto con su novio... ¡Qué suerte la mía! Recuerdo que me puse mis mejores galas, me afeité esmeradamente, incluyendo mis partes íntimas, dispuesto a consolar a la preciosa muchacha como bien se merecía, pero al final, nos comimos las uvas y nada más, pues, precisamente, cuando sonó la tercera campanada, la tipa, me mira con ojos desorbitados, atragantada del todo, llegando a perder el conocimiento al atascársele una uva en el esófago. Que impresión, tener allí al bombón más deseado y con los ojos en blanco durante unos cinco interminables minutos, pobrecita. El caso es que allí me quedé yo, con las uvas en una mano y las ilusiones de acabar con mi virgo en una especial noche.
Ahí fue cuando empecé a pensar seriamente en el tema del gafe, pero que se confirmó unos meses más tarde en el viaje del ecuador de la carrera. Allí andábamos todos locos en un avión metidos con la intención de conocer Cancún y alrededores, cuando mi compañera de asiento, con la que nunca tuve una conversación más allá del "hace buen tiempo" ó "bonitas gafas", me susurró al oído: "¿Lo has hecho alguna vez en un avión?". No sé si me hice el duro, dudando unos segundos, pero antes de que pudiera reaccionar ella tiró de mi mano y me llevó hasta el pequeño toilette del avión, donde cerró la puerta tras nosotros comenzando a desvestirme con frenética desesperación. Yo creía morirme de gusto antes de catar carne, pero es que pensaba que mi suerte estaba a diez mil pies de altura y no en la tierra, cuando esa chica me morreaba con una perseverancia fuera de lo normal. Mis manos abarcaban toda su anatomía de principio a fin, queriendo conservar ese momento loco, imborrable para siempre. Pero fue más bien borroso, porque en el preciso momento en el que ella se sentó sobre el pequeño lavabo con sus piernas abiertas después de arrancarse literalmente las bragas y justo cuando yo andaba con aquello mirando al techo, el avión comenzó a entrar en una zona de turbulencias que nos hizo tambalearnos al principio y después a volar literalmente dentro del vuelo. Aquel baño parecía enorme, porque en cada movimiento, me llevaba un golpe morrocotudo con un grifo, con el portarrollos del papel higiénico, con la taza del water, con la lámpara del techo. Hay que ver qué de apliques y complementos tenía el muy jodío. No se imagina, fue la peor tortura que se puede imaginar. Y le puedo decir que no nos sacaron en camilla, de puro milagro, sino fuera porque ella no quiso escándalos y la cosa se disimuló todo lo que se pudo.
Con 24 años acabé la carrera, eso sí, fui un buen estudiante, pero mantuve mi virginidad a buen recaudo, aunque lo peor... es que era en contra de mi voluntad. Anduve con alguna chavalita, con las que te metes mano y tal, en plan "inocente peeting juvenil", pero a la hora de la verdad, unas veces a la chica le daba un cólico nefrítico o la tienda de campaña salía flotando de en medio de una imprevista inundación o peor si cabe, pues el padre de la susodicha aparecía en el garaje que habíamos ocupado dispuesto a golpearme con un martillo tamaño XL (padre y martillo).
Otra buena fue en el cine. Si bien, nos costó un poco concentrarnos o mejor dicho desconcentrarnos de la peli y de las escenas que pudieran dejarnos en evidencia, Rosita, la vecina del sexto y un servidor nos aventuramos a hacerlo allí, aprovechando que era una sesión nocturna. Justo cuando llegamos a medio despelotarnos, lo suficiente para entrar en harina, las luces de la sala se encendieron, anunciando la evacuación inmediata de la sala procediendo a desalojarla por un aviso de bomba. "Serán cabrones un aviso de bomba a la una de la madrugada". La pobre Rosita, me confesó que nunca había pasado tanta vergüenza en su vida. Y tengo que reconocer que eso me marcó y es a día de hoy que voy a un cine con un reconcome de no te menees.
Y la bomba, precisamente, fue esa otra en la que decidí que mejor tratarlo con una profesional, ya con 25 tacos recién cumplidos, sin pretensiones de que fuera satisfactorio a más no poder, no, pero si al menos, con la intención de poder estrenarme de una maldita vez. Hasta que justo en el instante en el que uno había quedado despelotado y con aquello señalando a Tarifa, la policía hizo la redada del siglo en aquel coqueto burdel del polígono donde trabajo. Nunca antes habían venido a hacer inspecciones ni mucho menos detenciones, pues ese día, allí estaba yo, detenido y sin tan siquiera haber catado a la lumi en cuestión.
Supongo que pensará que dramatizo, nada más lejos, al contrario, llegué incluso a olvidarme del tema y era entonces cuando me salían los líos, bien con alguna vecina marchosa que hasta entonces no había dado señales de vida y era sorprendido por el cornudo marido (a pesar de no llegar a consumar con su parienta, seguramente sería considerado cornudo). Otras conseguía enrollarme a alguna compañera de trabajo, pero siempre ocurría algo fuera de lo normal, cosa que a esas alturas casi no parecía sorprenderme, pues si le digo la verdad, era esperado. Un caos, ya le digo O se nos caía el techo encima, cuando estábamos en el trastero o saltaba la alarma de incendios porque la colega en cuestión se había dejado un cigarrillo encendido. Y yo allí virgen total. Mi último intento ha sido ayer mismo. Mi gran amigo de toda la vida, me dijo que había conocido a una brasileña en una convención y que le había comentado cuanto le apetecía hacer un trío. Así que me llamó amablemente y de igual manera acudí presto a ese juego amoroso de a tres. A estas alturas ya no me podía avergonzar de nada y se puede decir que entramos en faena casi sin palabras. En un visto y no visto estábamos los tres desnudos sobre la cama de un hotel. No me lo podía creer, todo estaba saliendo a pedir de boca. Pero justo cuando la chica estaba cabalgando sobre mi amigo, mientras yo acariciaba su redondo trasero, entró en trance, se conoce que debido a tanta fogosidad, que se quedó dormida justo después del orgasmo con mi colegui... ¿Y yo? pues a verlas venir, mientras el cabronazo de mi amigo se partía el culo de risa. Si él supiera de mi vida, pensaba para mí
Como comprenderá mi situación ha pasado de desafortunada, desdichada y desvarada a totalmente desesperada. Y así me encuentro en este momento: Dispuesto a colgarme de esa viga, virgen hasta la muerte.
Y lo dicho, que seguramente en el infierno pillaré cacho y aun así he tomado mis precauciones, porque me he pasado a la religión musulmana que esos tienen siete vírgenes para cada uno en el cielo. Por eso que para allá voy y que mal estaría que me fallaran todas, alguna mujer, dondequiera que esté, me tiene que ayudar a pasar al otro lado de este oscuro túnel sin salida en el que me encuentro. Sí o sí.
Sylke (18 de Diciembre de 2009)