Froteurismo

Aquel viejo se frotó contra mí en el vagón del metro y despertó mi más oculta pasión adolescente...

me acerqué cuanto pude a la puerta, me gusta estar cerca de la salida en el metro, aunque eso a veces me obliga a permanecer de pie casi 25 minutos, el tiempo que separa mi casa del trabajo. El calor y el ruido del vagón me agobiaban, subí el volumen de la música... "El equilibrio es imposible" de los piratas. El ritmo me absorbía y me permitía relajarme.

Un leve contacto en mi trasero me devolvió a la realidad de forma impertinente. "Un sobón, pensé", me desplacé ligeramente hacia delante y coloqué el bolso a mis espaldas. Froteurismo , alguna vez traté a algún paciente por esa parafilia, pero era la primera vez que la sufría en persona. Miré en el reflejo del cristal de la puerta de enfrente y pude ver el rostro del hombre que tenía a mis espaldas, no lo distinguí bien debido a que tenía delante de mí una gran masa de gente, sin embargo su cara me resultó familiar, volví a mirar esta vez esforzándome por ver el rostro con más claridad..., no era posible, parecía... sí, realmente parecía... no había duda, conocía a ese hombre, le conocía muy bien, un hombre gordito, jubilado, debía de tener más de 75 años. Tuve la tentación de girarme para que me viera el rostro, seguramente le hubiera dado mucha vergüenza reconocerme, pero no, eso habría sido muy cruel. Debido a mi actitud, el anciano no hizo ningún ademán de acercarse, entendió mi negativa. Sin embargo, él era ajeno a mis sentimientos, bueno, a los sentimientos que tuve hace casi 20 años, cuando yo era todavía una chiquilla de 13 años, alguna vez soñé con él entre mis sábanas, para ser honesta, fueron muchas las veces, incluso confieso que seguramente él fue quien, sin saberlo, me enseñó la segunda utilidad que tenía el cepillo de la ducha, lo recuerdo muy bien y también recuerdo que cada vez que mi cuerpo temblaba, con el placer que me proporcionaba mi amante secreto, al rato, me sentía muy avergonzada. "Estás loca" me dije a mi misma sorprendida por mis pensamientos, en medio del vagón, me estaba excitando al imaginar hasta dónde sería capaz de llegar mi sobón platónico... recordé también, que alguna vez, en mitad de las clases soñé despierta con ser su felatriz, haciendo lo mismo que aquellas mujeres tan liberales de las revistas que mi padre guardaba en el trastero. Uffff, el calor de mi cuerpo aumentó con la fuerza de un huracán y enseguida sentí que mis senos se hinchaban bajo mi blusa.

"Qué más da, ¿qué puede pasar?, solo serán unos roces".-me decía a mí misma para convencerme.

Con un gesto elocuente, aparté el bolso de mi culo y deshice el paso que había dado para ponerme cerca de él. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al comprender que había cruzado la línea de lo prohibido.

Enseguida aquél señor se arrimó a mi espalda y comenzó a rozarse contra mí. Mi pulsó se aceleró, creo que si en ese momento hubiera tenido que hablar me hubiera resultado imposible. El metro se detuvo, un tumulto entró y salió del vagón.

Mi admirador particular aprovechó la confusión para poner su mano en mi cadera y atraerme hacia sí. Noté la presión de su verga en mi culo, en ese momento fui consciente de que era la primera vez que tenía a mi deseado amante tan cerca de mí, era todo tan pecaminoso y nuevo que mi coño ardía y se derretía en mis bragas . Tantas noches soñé con que me sacaba de la habitación y con furia me arrastraba al jardín y allí me sodomizaba haciéndome llorar de placer y dolor.

Comenzó a acariciarme la cadera mientras realizaba un pequeño movimiento circular con su pelvis. Casi sin darme cuenta, el vagón se fue vaciando, miré la estación en la que acabábamos de entrar, faltaban cinco para la mía, apenas había un par de tipos sentados en los asientos de enfrente sin embargo mi acompañante y yo seguíamos de pie.

No quería conformarme con eso, necesitaba más, necesitaba sentirle, tocarle, por eso, aunque cualquiera podía verme con claridad, no me importó lo más mínimo, nos quedaba poco tiempo, agachándome levemente, tratando de disimular me quité las bragas, me quité las bragas en público para mi amante y alargando mi mano hacia atrás se las entregué. "Qué bien te huele" -susurró a mi oído- y por debajo de mi falda comenzó a sobar mi húmedo coño. Su voz me estremeció, él no podía imaginar quién era yo , así, de espaldas, vestida con falda y chaqueta, era imposible que me reconociera. Me abandoné definitivamente a sus caricias, cerré los ojos y me dejé llevar. Estaba embriagada, mi cuello palpitaba, era lo más sucio y erótico que había hecho jamás.

Palpando por su barriga fui descendiendo con mis dedos hasta llegar a su bragueta, enseguida él, galante y atento (cómo yo siempre había imaginado) guió mi mano hasta que pude sentir su verga, flácida pero gorda y suave. La agarré con fuerza y comencé a masturbarle, un chico marroquí enfrente de nosotros nos miraba con estupor, yo seguí con mi tarea sonriéndole, dándole permiso a actuar como voyeur. Disfruté como una ramera pajeándole, él se revolvió intensamente al eyacular, sentí la humedad de su semen en mis dedos, levanté mi falda y le obligué a que se limpiara contra mis nalgas. Me llevé los dedos a la boca para saborear su lechecita, la leche que siempre quise tener en mis labios. Sin soltar su rabo, seguí acariciándome hasta hacerme alcanzar un delicioso placer. Descansé un minuto apoyada contra su barriga, sólo un instante, después un sentimiento de desorientación me invadió. No sabía en qué parada me encontraba, pero me daba igual, bajé del vagón y sin mirar atrás, sin bragas y con el culo lleno de semen corrí hacia la salida buscando los servicios.

Entré en uno de los inodoros y como pude me limpié las nalgas con pañuelos de papel, me encontraba entre alegre y confundida, una risa nerviosa se me escapaba una y otra vez de los labios.

Caminé un par de manzanas hasta llegar a casa. Estaba "a salvo", en mi hogar. Mi marido me recibió con un beso y me preguntó "qué tal el día cariño"

  • "Bien, como siempre"-le respondí.

Aunque en mi interior guardaba el secreto de haber cometido quizás la primera y única locura de mi vida, sonreí para mis adentros pensando en la cara que hubiera puesto, si le hubiera contestado la verdad, si le hubiera dicho lo que acababa de hacer en aquel vagón del suburbano:

- "Bien cariño, como siempre, aunque bueno... hoy he hecho algo distinto a los demás días, hoy mi abuelo me ha sobado en un vagón del metro y yo le he hecho una paja gloriosa".