-Frío y calor-
Pequeño relato de dominación Amo-sumisa centrado en las sensaciones.
Su mano sujetaba firme su pelo recogido en una trenza sencilla que había tejido con esmero.
La boca de la joven se entreabrió un instante para respirar, suspiro que inundó la estancia.
En su visión reinaba la oscuridad de una venda sobre sus ojos y estaban sus movimientos limitados por una fuerte soga que unía sus muñecas, dejándola a merced de el Amo.
El Amo era frío y calculador.
El Amo era severo y cruel.
El Amo le hacía arrodillarle en el frío suelo en su oscura soledad a esperarle, impaciente.
Amaba al Amo.
Tiró bruscamente de su cabello hacía atrás, obligándole a abrir la boca y escupiendo en ella. Después de esto, soltó su pelo y le empujó hacía delante.
La sumisa se apoyó en sus dos manos para no golpearse contra el suelo, pero no se reincorporó.
El Amo esperó unos segundos y asintió conforme: ella no volvió buscando la dignidad que le estaba quitando.
Ella estaba completamente domada.
Paseó con paso sereno por el cuarto. Era una laboriosa mazmorra, perfectamente amueblada y dispuesta para torturar a cualquiera que se negase a sus exigencias.
Y en el centro de esta, debidamente atada e inmovilizada, estaba ella.
"Levántate" dijo con voz fuerte, seguido de un hilo casi inaudible que repetía el mantra de "si, mi amo".
Ella se levantó, tomandose su tiempo, dejando que los segundos rozasen su piel desnuda y totalmente rasurada, menos por una pequeña hilera de vello que decoraba su pubis.
El primer fustazo no lo vio venir.
El segundo era ansiado por todo su ser.
Golpe a golpe las señales empezaron a decorar su piel nivea, tan delicada como la porcelana.
Pero el odiaba que ella disfrutase de sus golpes. Quería verle llorar, ansiaba ese "amo, se lo imploro, pare". Quería verle totalmente rendida y débil.
Pero ahí estaba ella; triunfante ante sus duros golpes, recibiéndolos; cómo si de caricias se tratasen.
Eso le enfurecía, y apretaba más la fusta contra la piel de la sumisa.
La primera lagrima le hizo regocijarse en su interior.
En cuanto llegó el primer llanto, en él ya reinaba la calma del trabajo bien hecho.
Paró. Ya estaba bien.
Acarició el castigado cuerpo de la pequeña, sintiendo una gran satisfacción.
Agarró su trenza, ya no tan impoluta después del castigo, y la llevó hasta la cama de la mazmorra: era un mueble moderno, acorde con la sobria decoración de su habitación de juegos donde reinaban los colores claros y neutros.
Pegó su espalda al cabezal, con sus manos ya atadas tras la espalda, y ató cada pierna a un extremo.
Y ahí estaba ella, totalmente expuesta para su Amo.
"¿Quien soy?" Dijo él.
"Mi dueño" respondió automáticamente ella, sin dudar.
El metió un dedo en su coño, con suavidad. Es lo único que hizo con delicadeza.
"¿Por qué dices que soy tu dueño, puta?"
Ella jadeo. Nunca esperaba el lenguaje tan soez que él solía usar, ni el delicado tacto de su dedo dentro de ella.
"Porque soy suya, porque usted puede hacer todo lo que quiera conmigo" tragó saliva y prosiguió "porque le pertenezco a usted únicamente".
El Amo, satisfecho por la respuesta, metió otro dedo dentro de su sumisa, y empezó a moverlos lentamente.
"Mira que eres zorra. Te he metido dos dedos y estas mojada, y mira como me has ensuciado los dedos, guarra" saca los dedos de su coño y los pasa por su cara y los vuelve a meter dentro de ella "claro que solo te uso yo, porque solo sirves para eso, para que yo te use, siéntete feliz de que yo te esté tocando porque no lo mereces".
El coño de la sumisa empezó a mojarse más aun por la humillación, a la misma vez que la polla del Amo empezó a aumentar.
Metió otro dedo más, y ya eran tres en su interior. Él los movía deprisa, mojándolos.
A ella se le escapó un gemido, y seguido de una palmada en su clitoris "¡¿PERO QUE TE HE DICHO, IDIOTA?! TIENES PROHIBIDO GEMIR".
Ella se mordió el labio para evitar el gemido que esa palmada había causado.
El Amo sacó sus tres dedos, se limpió en las tetas, pequeñas, pero firmes y pezones rosados, y fue al otro lado del sitio.
Rebuscó en unos cajones y volvió con una pequeña caja.
El gemido ahogado inundó el aire, tras recibir en sus pequeños pezones dos fuertes pinzas, que castigaban y presionaban sus jóvenes pezones.
Caliente.
Algo caliente se deslizaba por su ombligo.
Quema. Pero no abrasa.
Quema, es agradable.
Duele, pero es más placentero que doloroso.
La cera rojiza decoraba su torso, haciendo de su cuerpo un lienzo.
Y sin esperarlo, el Amo llenó su coño.
Todo su miembro yacía dentro de la sumisa, y empezó a follarle.
Desató sus piernas y la colocó bajo el.
Desató sus manos y ella le rodeó.
Desató la venda y se miraron a los ojos.
"Te quiero" dijo él.
NOTA DE LA AUTORA/
Hace mucho tiempo que dejé el mundo de los relatos, pero vuelvo con intenciones de quedarme y mostrar mis perversiones.
Estoy abierta a criticas constructivas y a peticiones.
3 besos.