Fresca, húmeda, pura y olorosa

Historia de un fetichista incipiente.

FRESCA, HÚMEDA, PURA Y OLOROSA

"Así es ella,

fresca, humeda, pura y olorosa,

Cecilia,

cuya ropa interior

despierta mis sentidos y..."

David alzó la vista del folio donde había garabateado estos 5 versos y decidió que como poeta era un fracaso.

Miró por la ventana, como siempre hacía desde 7 meses atrás, cuando aquellas chicas alquilaron el piso de enfrente.

El fetichismo. El fetichismo sexual. Según el diccionario de la RAE, en su tercera acepción, " desviación sexual que consiste en fijar alguna parte el cuerpo humano o alguna prenda relacionada con él como objeto de la excitación y el deseo ".

Rozó ligeramente con la punta de los dedos las braguitas de licra de color salmón que tenía a la izquierda de los folios mancillados con sus pobres versos.

Y un escalofrío le recorrió la espalda.

Mientras, Cecilia, justo en el piso de enfrente, al otro lado del patio de vecinos, sentía que ya estaba harta. Harta de no saber en qué tienda de lencería meterse parra comprar ropa interior, porque en casi todas las del barrio ya la tildaban de loca. Harta de gastarse casi la cuarta parte de lo que le ingresaban sus padres todos los meses en el banco solo y exclusivamente en braguitas y sostenes. HARTA. Harta de llevar así más de 5 meses. Harta de husmear en los cajones de sus compañeras de piso con tal de encontrar alguna evidencia que le demostrara quién era la ladrona. Harta.

La semana anterior se había comprado 15 juegos de braguitas en unos grandes almacenes – estaban de oferta y había que aprovechar –y hasta una dependienta le había comentado en tono socarrón: "Perdona, bonita, pero estas no son de usar y tirar, eh?".

Lo dicho, harta.

Suspiró. Entrecerrando los ojos le dio una última calada a su cigarrillo, lo aplastó con determinación en el cenicero y se dirigió a su habitación. Al fin y al cabo, la televisión no tenía nada bueno que ofrecer por las mañanas... y ella tenía que estudiar.

Su habitación, al contrario que las de sus compañeras de piso, daba a un patio interior, al igual que la cocina. Era un patio minúsculo, bastante incómodo, puesto que sus cuerdas de tender la ropa distaban a menos de un metro de las cuerdas de sus vecinos de enfrente.

Precisamente donde vivía David con su familia.

Cecilia jamás les había visto, pero sabía que era un matrimonio con dos hijos: una chavala de unos 12 años y un chico que Cecilia calculaba estaría también en la Universidad, y cuya habitación estaba justo enfrente de la suya. Todo esto lo sabía porque, a pesar de que no les había visto, podía oírles.

Sin embargo, por quien sentía más curiosidad era por el chico. Tenía muchas ganas de verle. En ocasiones le había vislumbrado por entre las cortinas de la ventana de su dormitorio, pero nunca le había visto bien, ni tan siquiera lo suficiente como para poder reconocerle en caso de encontrarse con él por la calle, en el portal, donde fuera.

Con todo, no pasaba de ser mera curiosidad. Ella estaba muy bien con su novio. En realidad, conocer a David no estaba entre sus planes más inmediatos. A fin de cuentas, si había sido feliz desconociendo su existencia, también lo sería aún conociéndola. Solo era un chico más, sin importancia. ¿Qué podía interesarle de su vida? Además, ¿acaso él mismo se había interesado por ella en aquellos 7 meses en los que llevaban siendo vecinos? NO. Pues eso. Solo uno más.

Solo era el vecino de enfrente.

Lo que no sabía Cecilia era lo equivocada que estaba.

Justo en esos momentos, David, desde su habitación y al otro lado del patio, volvió a mirar hacia la ventana y la vio. Estaba sentada a la mesa de su escritorio, a menos de 2,5 metros de él, pensativa... absorta en solo Dios sabe qué clase de ideas. Cecilia, tan lejos, tan cerca. Quizás pensando en el paradero de su ropa interior. Pobre chica. Y pensar que todo había empezado como un juego, como algo prohibido, robarle las bragas a la vecina, solo había sido una gracia, una broma. Una anécdota graciosa que contarles a los amigos cualquier noche de borrachera, conservar el trofeo, unas bragas, solo unas... pero que pronto se fueron multiplicando hasta convertirse en una variada colección, casi por ate de magia. El asunto se le había ido de las manos. Sintió un atisbo de culpabilidad. Estaba seguro de que le estaba haciendo gastar una fortuna en bragas, pero...aquello era mucho más fuerte que él. Y es que, desde hacía ya varios meses (tal vez 5, no recordaba bien), se las había ingeniado para robarle a Cecilia la ropa interior que tendía en las cuerdas el patio interior. Si se encaramaba lo suficiente desde la ventana del cuarto de su hermana, podía alcanzar las cuerdas de tender sin ningún problema, quitar las pinzas y llevarse su premio. Aunque lo que David lamentaba era que fueran bragas y sostenes recién lavados, ya que hubiera dado lo que no estaba aún escrito por conseguir la ropa sucia y sin lavar de su vecina. Percibir sus olores más íntimos, poder llegar a sentir, con la yema de los dedos, una posible humedad en la zona de las braguitas que había estado en contacto con su sexo.

El sexo de Cecilia.

No. Eso no le atraía tanto.

Pero su ropa interior...poseer la vieja ropa interior de Cecilia la más usada, sería el culmen. Una suciedad pura, un sabor fresco y húmedo, un oloroso placer. Fresca, húmeda, pura y olorosa Cecilia.

Entonces David se atrevió. Descorrió las cortinas y abrió de par en par su ventana, permitiendo que Cecilia, al otro lado el patio, percibiera el movimiento. Ella alcanzó a verle bien antes de que él se tumbara e espaldas y cuan largo era sobre la cama, desnudo de cintura para abajo y con unas de sus viejas bragas (las primeras que le robó), sobre su cara. David se comenzó a masturbar pausadamente, sintiendo entre sus dientes el tejido de las braguitas, dejando que sus gemidos escaparan de su garganta, esperando, deseando que ella alcanzara a oírle, a verle...

Y Cecilia, a escasos metros, desde su ventana, pudo observar maravillada aquel espectáculo, casi sin atreverse a parpadear, temiendo que solo se tratara de un espejismo, y sin llegar a reconocer como suyas aquellas bragas color salmón que su vecino mordía mientras se masturbaba...

Aliena del Valle.-