Frenesí sexual III

—Podría follar con Alí Babá, con los cuarenta ladrones, con todos sus camellos y sus perros, en incluso con el elefante de Aníbal, pero siempre volvería a ti para que me dieras duro y demostraras ante mi coño que eres el mejor amante del mundo —respondí mirándolo a los ojos.

Besé la boca de mi madre con furia y amor. Mis sentimientos estaban en conflicto. Ella me había dado una vida de mentiras y yo era incapaz de comprender sus motivos. Podía defenderse argumentando temores e inseguridades, pero nada cambiaba el hecho de que yo hubiera conocido accidentalmente a mi padre biológico y él y yo hubiéramos confundido el llamado de la sangre con el deseo sexual. Abner y yo habíamos estado follando desde el día anterior, mientras Vero hacía lo mismo con Joab, mi hermano.

Para redondearlo todo, me encontraba tumbada sobre mi madre, con semen de mi hermano escurriendo de mi coño y con esperma de mi padre en la boca. Vero estaba acostada sobre las baldosas del cubo de la ducha. Moví la pelvis en círculos para friccionar mi vagina contra la de mi madre. Restregábamos nuestros senos y ambas nos estremecíamos de placer.

Abner se sentó en el suelo y acomodó la cabeza de Vero sobre su muslo derecho para ofrecerle una postura más cómoda. Mi madre y yo aprovechamos para estimular los genitales de mi padre con nuestras bocas. Joab se arrodilló a nuestro lado, introdujo las manos entre nuestros cuerpos y masajeó nuestros senos cuanto pudo.

Vero y yo gemíamos con deleite. En ocasiones mi madre llevaba la verga de mi padre hasta su garganta, entonces yo aprovechaba para apresar alternativamente uno y otro testículo entre mis labios. Cuando el miembro salía de la boca de ella, yo lo recibía en la mía y procuraba chupar la mayor cantidad de hombría paterna. Ocasionales hilos de saliva espesa unían nuestras bocas.

—¿Te jode que haya follado con Joab? —pregunté a mi padre aprovechando un momento en que saqué su miembro de mi boca.

—Me mosquea un poco, Edith, pero procuraré aceptarlo —respondió acariciando la cabeza de mi madre mientras ella mamaba su glande—. Ahora entiendo que lo que sentí por ti cuando nos conocimos era amor de padre, pero mi cuerpo lo interpretó como deseo sexual. Eres libre de hacer lo que quieras con tu cuerpo, los cuatro somos adultos y podemos disfrutar del frenesí sexual o terminar peleando entre todos. Prefiero la primera opción.

Mis movimientos de caderas eran muy intensos. Nuestras vaginas, empapadas de flujos y semen de los dos hombres, chapoteaban sonoramente. Mi madre me abrazó por la cintura con sus piernas y yo me impulsé con rápidos vaivenes similares a los que haría un hombre que la penetrara. Mi clítoris y el suyo disfrutaban del calor, el mutuo contacto y la humedad de la mezcla de efluvios sexuales.

Vero se corrió clavando sus uñas en mis nalgas y yo alcancé un nuevo orgasmo con la verga de mi propio padre invadiendo mi garganta hasta donde los límites naturales lo permitían.

—Sugiero un baño y un cambio de lugar —comentó Abner cuando nosotras nos relajamos—. Estaremos más cómodos en la habitación.

Nos levantamos. Mi madre y yo quedamos abrazadas, frente a frente. Los hombres usaron el gel de ducha para friccionar nuestros cuerpos. Cerré los ojos mientras besaba a mi madre y gocé de unos minutos de magreo integral. Ignoraba si era mi padre o mi hermano el que estrujaba mis pezones desde atrás o separaba mis nalgas para apoyar su verga en el canalillo.

Ocasionalmente nos daban pellizcos en las nalgas, no buscaban lastimarnos, sino palpar la dureza de nuestras carnes. Vero separó su boca de la mía para gritar y tuve que abrir los ojos. Tanteé entre nuestros coños y descubrí que mi hermano había penetrado la vagina de mi madre con dos dedos para masturbarla furiosamente. Mi padre abrió los grifos de la ducha y los cuatro recibimos la tibia llovizna.

Abner se arrodilló detrás de mí y separó mis nalgas para lamer la “línea fronteriza”, desde la espalda baja hasta la entrada vaginal. Mi madre movía las caderas en busca de los dedos de mi hermano mientras mi padre jugaba con su lengua sobre mi ano. Separé las piernas y expuse el trasero para facilitarle la labor. Ya nos habíamos desmadrado, ni siquiera recordaba un momento de cordura en el que hubiéramos podido detener la orgía familiar.

Al tacto encontré la verga de mi hermano. Lo masturbé suavemente; no buscaba hacerlo eyacular, pero quería darle placer. Mi padre sorbía agua debajo de mi cuerpo y me estremecí de orgullo morboso al pensar que lo tenía “bebiendo de mis nalgas”. Abner acomodó sus labios sobre mi entrada vaginal y escupió, en forma de chorro, el agua que había guardado en su boca; aullé extasiada por el enema oral. Joab atrapó mi cabeza con la mano libre, me miró a los ojos y nos besamos con pasión.

Mi padre se puso en pie detrás de mí y pasó una mano por debajo de mis nalgas. Usando caricias bien estudiadas penetró mi vagina con dos de sus dedos y pulsó mi clítoris con su pulgar. Vero sujetó el miembro enhiesto de Abner para estimularlo. El circuito masturbatorio se cerró cuando mi madre y mi padre se besaron apasionadamente.

Bajo el agua de la ducha éramos dos ninfas y dos sátiros ansiosos de dar y recibir placer. Mi padre me masturbaba, yo masturbaba a mi hermano y este lo hacía a mi madre mientras ella pajeaba a mi padre. Sentí que Vero convulsionaba y escuché sus gemidos dentro de la boca de Abner. Papá metía dedos en mi vagina, los separaba y contraía en mi interior y alternaba los movimientos de muñeca para que su pulgar pulsara sobre mi clítoris insistentemente. El morbo de la situación y las caricias de mi padre provocaron que yo también me corriera.

Nos separamos entre risas y ganas de más marcha. Los hombres siguieron friccionando nuestros cuerpos y después nos enjuagaron. Nos secaron con las toallas para pasar los cuatro a la habitación.

Mi madre y yo nos abrazamos a mi hermano mientras mi padre nos dejaba solos. Ella, sin muchos preámbulos, se arrodilló en la alfombra para lamer el capullo de Joab mientras este acariciaba mis nalgas con una mano y mis tetas con la otra.

Abner volvió con nosotros. Traía cuatro botellas de Gatorade. Entregó dos a Joab y conservó otras dos. Mi madre mamaba ruidosamente la virilidad de mi hermano, hasta que este le indicó que lo dejara unos instantes para darle de beber. De este modo fueron alternando entre mamada y rehidratación.

Abner se sentó al filo de la cama y yo me tendí a su lado, apoyando mi costado derecho sobre su muslo para tener libre acceso a sus genitales. Apreté suavemente sus testículos con mi mano mientras chupaba su glande, él acarició mi espalda y nalgas. Me introducía su verga en la boca hasta donde me era posible y remataba el final del recorrido con poderosas succiones mientras mi mano apretaba y soltaba sus testículos. Cuando retrocedía, presionaba su capullo entre mis labios y me sacaba la polla con una profunda mamada, entonces mi padre me daba de beber para volver a la acción.

Mi cuerpo deseaba más estímulos y mi libido anhelaba seguir rebasando límites. Mi vagina seguía segregando flujos y estaba bastante excitada. Me encantaba el sabor del semen de mi padre, pero en ese momento no deseaba que eyaculara en mi boca. Me incorporé y corrí a la mesilla de noche.

Dejé el pie derecho sobre la alfombra, separé bien las piernas y apoyé la rodilla izquierda sobre el colchón. Flexioné la cintura para poner mi mano derecha sobre la mesilla.

—¡Que alguien me penetre ahora mismo! —exigí mientras me palmeaba la nalga izquierda—. ¡Quiero que un hombre me llegue a la matriz, no importa que sea mi propio padre o mi propio hermano!

Sólo tuve tiempo de aferrarme al cabecero de la cama con la mano libre. Abner se levantó, pero Joab estaba más cerca; mi hermano sacó su verga de la boca de mi madre y corrió para apoderarse de mis nalgas. Acomodó su glande en mi entrada vaginal y ambos empujamos para concretar la penetración.

Mi sexo lo recibió con gusto. Las paredes de mi vagina se expandieron para franquearle el paso mientras ambos resoplábamos. No se detuvo hasta que sus testículos chocaron con mi cuerpo y su capullo volvió a topar con mi útero. Grité mientras arqueaba la espalda en un acto reflejo pasional.

Comenzamos el acoplamiento con un ritmo poderoso. Mis nalgas chocaban contra su abdomen emitiendo sonoros “aplausos” mientras sus manos aferraban mi cintura. No necesitaba dirigirme, pues yo lanzaba las caderas hacia atrás en los momentos de penetración, para adelantarlas en los turnos de retirada. Ofrecía resistencia de entrada con mis músculos vaginales y luego contraía mi interior para satisfacción de los dos.

Mi madre corrió al baño e hizo gárgaras con Listerine, refrescando su boca para volver a gozar con mi padre. Abner la abrazó y se besaron al lado de donde sus hijos follaban ruidosamente. Papá tomó a Vero por las nalgas y ella saltó para quedar montada a horcajadas sobre él. Mientras Abner la sostenía ella atrapó la verga y la llevó a su orificio sexual; se empaló de una sola acometida.

Mi padre arqueó la espalda sosteniendo a mi madre y juntos iniciaron un ritmo frenético. Las nalgas de vero temblaban cuando el miembro de Abner se enterraba completamente en su coño. Mamá gritaba, se estremecía y agitaba la melena rubia como si no hubiera un mañana. Me sentí orgullosa; podía duplicarme la edad, pero sus ganas de disfrutar y hacer gozar no tenía nada que envidiar a las mías.

Los cuatro gemíamos, bufábamos, exclamábamos obscenidades y nos entregábamos a una lujuria desenfrenada. Las energías sexuales se acumulaban en mi interior y sentí que se acercaba mi clímax. Me electrizaba saber que el adolescente que me embestía una y otra vez era mi propio hermano. Me excitaba haber follado con mi propio padre y saber que tenía a cualquiera de los dos a disposición de mi coño. Me enfebrecía mirar a mi madre, penetrada hasta la matriz y totalmente desatada.

Chillé cuando el orgasmo arrasó mi organismo entero. Arqueé la espalda y cerré los ojos mientras los músculos de mi vagina se contraían en torno a la virilidad de Joab. Me sacudí, sollocé y bramé como fiera en celo. Un torrente de flujo escapó de mis entrañas y se deslizó muslos abajo mientras mi hermano me penetraba a fondo. Creí que eyacularía, pero su momento aún no había llegado.

A nuestro lado, Vero gemía y gritaba presa de un trepidante orgasmo. Mi padre la pistoneaba con brío, guardándole la polla en lo más hondo de sus entrañas. Al notar que me había corrido, Abner acostó a mi madre en el filo de la cama, la penetró varias veces más para estimularla en su orgasmo y se desacopló dejándola con las piernas abiertas.

—¡Cambio de parejas! —exclamó nuestro padre tomando a mi hermano por el hombro para separarlo de mí.

Me acomodé de rodillas al filo de la cama e incliné mi cuerpo para apoyar los senos sobre el colchón. Ofrecí mis orificios como tributo al hombre que me engendró. Mi padre se agachó para revisar mi vagina, como queriendo comprobar si Joab se había corrido dentro; podía fingir que no le importaba, pero lo noté algo molesto cuando colocó su glande en mi entrada y empujó con fuerza.

Sin ser rudo, me embistió impetuoso. Mis nalgas se estremecieron con el impacto de su abdomen. Su verga invadió mi canal vaginal en un solo movimiento que me dejó sin respiración. Mi madre gimió a nuestro lado cuando mi hermano la penetró de frente. Joab sostenía los tobillos de Vero para mantener sus piernas separadas. Los senos de mamá bailoteaban al compás de la follada.

—¡Eres mi hija! —gritó Abner iniciando un rítmico bombeo en mi vagina—. ¡Has follado conmigo, con tu hermano y con tu madre! ¿Por qué me pediste mi opinión después de hacerlo con Joab?

—¡Antes estabas cogiendo con mi madre! —exclamé mientras su verga me encendía por dentro—. ¡No los voy a comparar! ¡A ti te amé desde que te vi, él me gusta mucho y quiero conocerlo como hermano!

Mi padre me penetraba como un potro salvaje montando a su yegua. Su mástil llegaba a mi matriz y golpeaba violentamente para retroceder. Cuando el capullo llegaba a la altura de mi “Punto G”, Abner empujaba mis caderas hacia abajo y sacudía la pelvis para pulsar con efecto de palanca, gracias a la curvatura de su verga. Llegando a la zona vestibular hacía girar la cabeza de su miembro y volvía a penetrarme hasta el límite.

La postura no me permitía mucha movilidad. Mi padre usaba sus manos para mover mis caderas a su antojo en un desenfrenado galope. Yo correspondía a sus incursiones con veloces opresiones de mis músculos internos y sentía que el placer se acumulaba.

A nuestro lado, mamá golpeaba con los puños sobre el colchón mientras mi hermano sostenía sus piernas para enviar su mástil a las profundidades femeninas.

Los cuatro estábamos entregados a aquella sesión de sexo duro y filial. Las sensaciones en mi interior eran indescriptibles y un poderoso orgasmo múltiple se apoderó de mis sentidos. Mordí las sábanas mientras mi padre azotaba mi trasero con su abdomen y enviaba el pene que me engendró a lo más hondo de mi coño. Mi sexo expulsó otra oleada de fluidos que empaparon nuestros muslos.

—¡Me voy a correr adentro de ti, pero será en tu culo! —exclamó Abner.

Parecía celoso de Joab. Parecía molesto, aún cuando se controlaba más o menos bien. Había sido bastante impetuoso en este acoplamiento y temí que quisiera encularme sin haberme preparado antes.

Afortunadamente la razón se impuso. Mi padre desocupó mi encharcada vagina. Se arrodilló detrás de mí y, separando mis nalgas y escupió sobre mi ano. Penetró mi sexo con dos dedos para recolectar flujo y lubricar los pliegues de mi orificio posterior. Se agachó entre mis piernas y lamió los líquidos de mis anteriores orgasmos. Evitó pasar su lengua por mi vagina y comprendí que le daba corte saber que Joab me había penetrado minutos antes. Entendí sus celos; él había lavado mi intimidad para gozar conmigo y mi hermano se le había adelantado al cogerme en la mesilla de noche.

Abner lamió mis nalgas y acarició mi clítoris con los dedos de una mano mientras usaba los de la otra para picotear delicadamente mi entrada anal. Nuestros compañeros de lecho dejaron de follar. Joab se sentó a mi lado acariciándome la espalda, mi madre le hizo señas para que no me tocara y se arrodilló entre las piernas de mi hermano. Vero tomó la polla de Joab y la lamió entera.

—Mira y aprende, chaval —ordenó mi padre a mi hermano.

El militar acomodó su boca sobre mi ano para lamerme con maestría. Hacía girar su lengua en círculos, cartografiando los pliegues y dando ligeras incursiones que me hicieron gritar de placer. Puso sus labios en mi culo y succionó con fuerza. Sacudí la cabeza de un lado a otro. Me estaba preparando, pero también intentaba serenarse para no lastimarme.

Penetró mi ano despacio con los dedos húmedos de flujo vaginal. Primero fueron el índice y el medio de la mano derecha, después sus gemelos de la izquierda. Flexionó las falanges en mi interior y separó las manos para jugar con la resistencia de mi esfínter. Me retorcía, mi cabello revuelto cubría mi visión, abría y cerraba las manos en gesto desesperado. Lo necesitaba dentro de mí.

—¡Penétrame ya, por favor! —chillé desesperada.

—No entendí —respondió con sequedad—. ¿A quién le hablas?

—¡Te lo pido, Abner! —repliqué—. ¡Papá, quiero sentirte en mis entrañas! ¡Cógeme! ¡Fóllame! ¡Encúlame ya! ¡Quiero que seas tú!

Se incorporó detrás de mí. Puso el glande en la entrada de mi culo y empujó un poco. Comprobó que mis rodillas estuvieran bien colocadas sobre el colchón y aferró mis caderas para encularme lentamente.

Boqueé en busca de aire mientras el mástil de mi padre ingresaba por mi ano. Me penetraba despacio, pero sin pausas. Quise incorporarme para quedar en cuatro puntos, pero él me lo impidió. No paró hasta que sus cojones toparon con mi vagina.

—¡Te cabe completo por detrás! —exclamó mi madre interrumpiendo la mamada que le había estado haciendo a Joab.

—¿Te sorprende? —preguntó Abner con sorna—. Creo recordar que a ti te cabe también. Más vale que te prepares, porque sigues tú.

No vi la expresión de mi madre y supongo que no escuché su respuesta. Pasé de estar empalada a tener una máquina sexual alojada en el culo. Mi padre empujó mis caderas para comenzar un bombeo brutal dentro de mí. Me penetraba a fondo para retirarse casi por completo y volver a atacar con más brío. Estaba cabreado y maceraba mis entrañas en venganza. Se trataba de sexo duro y morboso, pero yo podía resistirlo.

Su abdomen chocaba contra mis nalgas y todo mi cuerpo se adelantaba sobre el colchón, después me hacía retroceder jalándome por las caderas mientras se balanceaba detrás de mí para follarme con fuerza. Mis tetas rozaban las sábanas. Al igual que en el acoplamiento anterior, mi libertad de movimientos se veía cortada.

Yo gemía con cada embestida. En cada retirada apretaba su mástil con mis músculos internos, como queriendo impedir que escapara de mí. Estaba enculándome de un modo casi animal, pero yo disfrutaba cada uno de sus movimientos mientras planeaba la forma de devolverle tanto placer.

—¡Así, papá! —grité—. ¡No te detengas, me vas a hacer correr!

En respuesta, mantuvo el ritmo de sus penetraciones mientras me destrozaba de gusto. Yo me debatía en medio de oleadas de placer que fueron coronadas por un orgasmo exquisito.

Dejó de bombearme cuando mis convulsiones orgásmicas terminaron. Mi padre retiró su verga de mi ano y yo caí de lado en posición fetal. Se acostó boca arriba sobre la cama.

—Tu turno, hija mía —sentenció dándome una suave nalgada—. ¡Querías moverte y este es el momento! ¡Monta a tu “anciano padre”, que a sus treinta y nueve años puede darte más placer que dos críos de dieciocho!

Me sentí halagada y enternecida. Abner era un hombre entrenado para exponer su vida. Había matado a otros en el campo de batalla, pero yo era capaz de tocar las fibras más tiernas, sensibles y humanas de su alma. Mi padre había supuesto que lo cambiaría por Joab y sufría en consecuencia. Aún con su consigna de “disfrutar la locura del frenesí sexual”, se sentía herido en su amor propio.

Me puse en cuclillas sobre él, dándole la espalda para que pudiera dirigir su verga nuevamente a mi ano. Reunió las almohadas para recostarse y contar con un mejor margen de maniobra. Mi culo estaba dilatado y lubricado, por lo que no me costó mucho esfuerzo empalarme yo misma.

Descendí despacio, las manos de mi padre ofrecían un punto de apoyo a mis caderas. Grité triunfal cuando toda su verga estuvo dentro de mí. Me recosté sobre su torso, él separó sus piernas haciéndome abrir las mías. Giré la cabeza y ambos nos besamos apasionadamente mientras yo iniciaba una estimulante rotación de caderas.

—Puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo, pero tú te has ganado mi corazón —susurré en su oído cuando terminamos el beso.

Papá acarició mis senos con ambas manos mientras yo danzaba sobre su abdomen. Mi sexo anhelante destilaba flujo vaginal que escurría hacia la verga que penetraba mi ano.

—No me molesta que disfrutes, pero me dolería que… —

—¿Qué me enamorara de Joab? —interrumpí—. No te disgustes si después me ves follando con él, pues quedamos de acuerdo en disfrutar del frenesí, pero estoy enamorada de ti. ¡No te considero inferior a él!

Papá apoyó sus talones sobre el colchón para corresponder al meneo de mis caderas con oportunas penetraciones bien controladas. La modalidad de sexo que me ofrecía en esos momentos era menos furiosa que la follada anterior.

—También te amo —sentenció sincero—. Me enamoré de ti desde el momento en que nos encontramos; no me importa si fue el llamado de la sangre. Legalmente no eres mi hija, ¿Quieres casarte conmigo?

La extraña declaración de matrimonio fue acompañada por un incremento en las embestidas de mi padre, lo que me hizo aumentar el ritmo de mis caderas.

—¿Me tendrás siempre a tu lado? —pregunté ilusionada.

—Sí, y puedes hacer lo que se te antoje —respondió—. Puedes follar con Joab, con tu madre o con quienes quieras, pero siempre contando con el amor que nos tenemos.

—¡Acepto, nos casamos de inmediato!

Joab y mi madre se masturbaban mutuamente mirando mi enculada. Me pareció que no habían escuchado o entendido los murmullos de nuestra conversación. Los adoradores de las frases hechas podrían decir que “secreto en reunión es mala educación”, pero esa tarde aprendí que “secreto en orgía te ilumina el día”.

Volvimos a besarnos entrecruzando las lenguas. Aumentamos el ritmo de nuestros cuerpos. Cerré los ojos y sentí que se me insinuaba un nuevo orgasmo.

Todo cambió en un instante. No me percaté del momento en que mi hermano se había arrodillado entre nuestras piernas. Joab separó mi rostro del de Abner, me hizo girar la cabeza y me dio un profundo beso en la boca mientras dirigía su verga a mi encharcada vagina.

Manoteé y traté de negarme cuando mi hermano me penetró con un solo movimiento. Su verga pasó de mi zona vestibular a mi útero en el tiempo que dura un parpadeo. Mi cuerpo reaccionó dándole la bienvenida con poderosas opresiones vaginales. De inmediato impuso un ritmo muy intenso que terminó por dispararme el orgasmo. Sólo entonces desocupó mi boca para dejarme gritar.

—¿Estás bien? —preguntó mi padre acelerando sus embestidas en mi culo—. ¿Le digo que se salga de ti?

—¡Papá, puedo resistir una doble penetración! —chillé—. ¡La he probado con consoladores, pero no tan grandes como las vergas que tienen ustedes!

Me enfadaba que mi hermano hubiera aprovechado mi momento de distracción para penetrarme junto con Abner, pero ya estaba hecho. Mi cuerpo tenía bastantes argumentos para convencerme de que era agradable. Mi padre bombeaba dentro de mi ano con maestría mientras que mi hermano metía y sacaba su verga de mi vagina. Yo gemía, me sacudía y correspondía al movimiento de ambos. Nuestros cuerpos se sincronizaban a la perfección, comprobando que estaban diseñados conforme a patrones genéticos compatibles.

—¡Edith, discúlpame! —solicitó mi hermano—. ¡Te vi tan apasionada con papá que no pude resistir las ganas de cogerte!

Abner tomó entre sus manos la cabeza de Joab y acercó el rostro de mi hermano al mío.

—¡Anda, bésala! —exigió nuestro padre sin dejar de moverse debajo de mí —. ¡Es lo que deseas, niñato! ¡Besa a tu hermana mientras follas con ella, hazla gozar y disfrútala! ¡Desmádrate hoy, que mañana impondremos reglas de convivencia para todos!

Mi madre se montó sobre el muslo derecho de Abner para friccionar su vagina. Acercó su boca a la de mi hermano y la mía y compartió con nosotros un beso triple mientras se agitaba para masturbarse.

Alcancé un orgasmo brutal. Bramé en medio del éxtasis. Clavé las uñas sobre carne, sin saber a quién hería. Joab me penetró a fondo y volvió a eyacular dentro de mi vagina con poderosas descargas. Abner se aferró a mis caderas, clavó toda su verga en mi ano y se corrió irrigando mis intestinos.

Después de corrernos ellos desalojaron mis orificios. Me arrodillé sobre el colchón y miré con morbo el semen que salía de mis entrañas. Recolecté la lefa filial con ambas manos para batirla en mi vientre y entre mis muslos y friccionar con fuerza hasta hacerla espumear. Me sentía arrecha, con ganas de más acción.

—Edith, necesito asearme —señaló mi padre masajeando su verga erecta—. ¿Me acompañas?

Entendí su indirecta. Yo podía follar con mi hermano, pero mi padre deseaba “marcar su territorio” llenando mi coño con su esperma.

Abner y yo volvimos al baño. Dejamos a mi madre mamando la verga de mi hermano. Aproveché para sentarme en el wáter, separar las piernas y mostrarle a mi padre mi coño mientras meaba. Él se meneaba la polla delante de mi rostro, sin ofrecérmela para mamarla.

—¿Confías en mí? —preguntó.

—Sí —respondí—. ¿Qué vas a hacerme?

—Tengo ganas de mear, pero no quiero que te levantes.

Me estremecí. Me gustaba ver orinar a los hombres, pero detestaba que lo hicieran sobre mi cuerpo. Dudé y estuve a punto de negarme, pero había gozado mucho con la doble penetración y sentía que mi padre merecía ser compensado por tolerar que mi hermano se corriera dentro de mi coño.

—Haz lo que quieras —asentí resignada—. Puedes hacerlo, te lo permitiré por única ocasión.

—Tócate para mí —solicitó.

Acaricié mi coño para deleite de mi padre. Expulsé semen de mis intestinos. La lefa de Joab escurría desde mi gruta amatoria. Mis dedos se deslizaban con facilidad sobre mis verijas. Acaricié mi clítoris entre el pulgar y el índice mientras usaba los dedos de mi otra mano para penetrarme. Abrí y cerré la mano, con las falanges metidas en mi zona vestibular mientras mi padre se pajeaba suavemente delante de mí. Hubiera querido mamarlo, pero aún no se aseaba.

—Deja de tocarte, cierra los ojos, abre bien las piernas y no te muevas —solicitó—. Ya viene mi meada.

Obedecí. Con los ojos cerrados intenté evadirme de la situación. Consideraba demasiado guarro permitirle aquello. Me decepcionaba que Abner solicitara una cosa así y me enfadé conmigo misma por permitirlo. La lluvia dorada no me va.

Un potente chorro de orina se estrelló en el agua del retrete, cayendo entre mis piernas. Abrí los ojos al notar que no me estaba tocando. El líquido surgía del glande de mi padre, describía un arco y caía en medio de mis muslos sin salpicar mi piel.

—¿Pensabas que te mearía? —preguntó sonriendo—. Antes te he preguntado si confiabas en mí. Nunca te haría nada que no quisieras.

Le devolví la sonrisa. Me calentaba verlo mear tan cerca de mí y a la vez respetando mi deseo de no recibir la lluvia dorada.

—¿Y si yo quisiera orinarte? —pregunté.

—Soy tuyo, puedes hacerlo cuando quieras —respondió—. Sólo avísame para que preparemos el lugar. Eres la segunda mujer que cuenta con mi permiso para eso, la primera fue tu madre.

—¿Amas a Vero? —pregunté cuando él terminó su micción.

—La amo, la deseo, me enloquece y daría mi vida por ella, pero estoy enamorado de ti. No es sólo que me recuerdes a la Vero de hace veinte años, te amo por ti misma y quizá te ame más aún por los lazos de sangre que nos unen.

Abner pasó al cubo de la ducha y abrió los grifos. Me regaló la visión de su cuerpo de Sansón mientras se enjabonaba escrupulosamente. Me recibió con un abrazo y restregó la esponja impregnada en gel por mi espalda.

Volvimos a besarnos mientras sus poderosas manos friccionaban la piel de mi vientre para retirar los restos de semen. Tomé la regadera manual y refresqué mi coño mientras contraía mis músculos internos para expulsar lo que hubiera quedado de la lefa de Joab. Él se lavó la polla a consciencia y pronto la tuvo lista.

Me arrodillé a sus pies y volví a mamarlo. Amaba sentir su verga en mi boca y saberlo tan cercano, tan mío.

—Eres insaciable —declaró mi padre.

—Podría follar con Alí-Babá, con los cuarenta ladrones, con todos sus camellos y sus perros, en incluso con el elefante de Aníbal, pero siempre volvería a ti para que me dieras duro y demostraras ante mi coño que eres el mejor amante del mundo —respondí mirándolo a los ojos.

Me giré para darle la espalda y ponerme en cuatro ante él. Papá cerró las llaves de la ducha y se arrodilló tras mi culo. Abrió y cerró mis nalgas sin animarse a tocarme el coño.

—Lávame, papá —solicité—. Quiero estar limpia para ti y que puedas follarme a gusto. Quiero que el próximo semen que me llene el coño sea tuyo.

Mi madre gemía en la habitación mientras se escuchaban impactos de carne contra carne y jadeos de Joab. Los sonidos y mis palabras debieron entusiasmar a Abner, pues apretó mis nalgas con fuerza.

Papá tomó la regadera manual y apuntó un chorro de agua a mi coño. Grité complacida. Tomó jabón íntimo entre sus manos y lo untó sobre mis labios vaginales para después introducir dedos en mi entrada. Me masturbaba mientras daba azotes con su polla sobre mis nalgas. Parecía querer eliminar todo rastro de las corridas de su hijo en mi cuerpo. Las penetraciones digitales eran tan intensas que pronto me tuvo gimiendo con ganas.

Cuando estuve al borde del orgasmo, mi padre pulsó sobre mi “Punto G” con dos de sus dedos. Sin retirarlos, acomodó el glande en mi entrada vaginal y me embistió despacio.

—¡Me tienes muy abierta! —grité recibiéndolo con gusto.

—¿Has probado dos vergas por el coño a la vez? —preguntó entrando y saliendo de mí.

—¡Dos consoladores sí, pero no dos pollas vivas! ¡Permitirías algo así?

—Si tú lo deseas, no soy nadie para impedírtelo —señaló estimulando mi “Punto G” con los dedos.

No respondí, aunque la semilla de la idea se había instalado en mi mente. Moví mi cuerpo de adelante hacia atrás para corresponder a las arremetidas de mi padre. Mis músculos internos aprisionaban su verga y sus dedos mientras él se esmeraba en darme placer. El capullo de su polla golpeaba una y otra vez contra mi útero y la estimulación digital era tremenda. Yo jadeaba, chillaba y levantaba las nalgas buscando dar y recibir satisfacciones. Pronto encadené un orgasmo múltiple que me estremeció de lujuria.

—¡Toda hija debería catar la verga de su padre, en gesto de agradecimiento por haber sido engendrada! —filosofé corriéndome—. ¡Todo padre debería penetrar el coño de su hija, para comprobar la calidad de mujer que ha engendrado! Toda persona debería tener acceso al coño de su propia madre, para explorar el agujero de donde salió!

—¡Y todo padre debería llenar el coño de su propia hija, para compartirle el material genético con que la engendró! —aulló Abner eyaculando profundamente en mi interior.

Papá se desacopló de mí y me ayudó a levantarme. Volvimos con mi madre y mi hermano, en esta ocasión quise dejar mi coño escurriendo esperma.

Mamá estaba tumbada de lado. Joab penetraba su coño desde atrás mientras amasaba sus tetas. Abner ofreció a mamá su verga empapada en semen y flujo vaginal; Vero abrió la boca para mamar cuanto pudo. Los amantes se corrieron entre gemidos ahogados de mi madre y aullidos de mi hermano.

Cuando se separaron salté sobre vero. Besé su boca con sabor a semen de mi padre y mis fluidos amatorios. Ella me tomó por los hombros y giró conmigo para dejarme tendida sobre el colchón. Separó mis piernas y sonrió lascivamente.

—¡Mira que eres guarra! —exclamó al notar mi sexo empapado—. ¡Fuiste a lavarte el coño y regresaste con más leche! ¿Volviste a follar con tu padre?

—¡Sí, y me pone burra pensar que se ha vuelto a correr adentro!

Flexioné las piernas con los muslos separados. Mi madre apoyó su rodilla izquierda bajo mi pantorrilla derecha, separó las piernas y acomodó el tobillo derecho sobre mi hombro izquierdo. Quedamos haciendo una tijera donde ella controlaría las acometidas y nuestros coños se besarían formando la “X Vaginal”.

—¡Esto lo he soñado miles de veces! —exclamó mamá mientras su pubis descendía en busca del mío.

—¡Fóllame ya, mamá, que nuestros machos se enteren de la clase de hembras que podemos ser!

Gemí cuando la vagina que me parió besó la mía en contacto transversal. El semen que los hombres habían eyaculado dentro de nosotras chapoteó entre nuestros cuerpos cuando juntas empezamos la danza amatoria.

Vero adelantaba y retrocedía usando como apoyo el pie derecho. Sus manos se aferraban a mi rodilla para dirigir sus movimientos mientras yo meneaba las caderas en busca del ansiado contacto.

Nuestros respectivos clítoris se frotaban entre los labios vaginales de una y otra mientras el semen que escurría de nuestras entrañas se volvía espuma. Las tetas de mamá se bamboleaban al compás de las mías; Joab trató de tocarnos, pero Abner lo detuvo. Ambos hombres nos miraban mientras sus vergas apuntaban a nuestros cuerpos.

Me daba bastante morbo estar haciendo una “tijera aérea” con mi propia madre. Mis gemidos y los de ella parecían competir en intensidad mientras ambas nos contoneábamos.

Las energías sexuales chisporroteaban en oleadas de escalofríos a lo largo de mi columna vertebral. El semblante de Vero era irreconocible. Mamá levantó el rostro empapado en sudor cuando estalló en un orgasmo poderoso que tuvo la virtud de hacerme correr a mí también.

En un espasmo final, mi madre flexionó la pierna derecha para pegar completamente su coño contra el mío y empapar mi entrepierna con su flujo vaginal.

Nos relajamos unos instantes cuando mamá se tumbó a mi lado. Los hombres se sentaron al filo de la cama y Vero me hizo una seña para indicarme que había aún mucho placer pendiente.

Mamá se puso en pie ante papá dándole la espalda. Separando sus piernas se acuclilló para dirigir el mástil a su coño. Abner la sujetó por las nalgas y la ayudó en el descenso mientras ella se dejaba empalar. O mi padre había perdido sus reparos o no cayó en la cuenta de que su verga se deslizaba dentro del coño de mi madre ayudada por la lubricación que brindaba el semen de mi hermano.

Me trepé a Joab de frente y él acomodó su polla para penetrarme. Descendí gimiendo mientras mi madre gritaba y se retorcía sobre mi padre. Cabalgué a mi hermano en un galope furioso, él me estimulaba con profundos golpes de cadera mientras aferraba mis nalgas con sus manos.

—¡Cambio de pareja! —gritó mi madre imitando la frase que rato antes usara papá.

Vero se levantó, me tomó por las axilas e hizo que me desacoplara de mi hermano para montarlo ella.

Abner me recibió con la verga empapada en los fluidos de mi madre. Lo monté dándole la espalda, con las piernas abiertas. Me penetró de golpe. Tomó mis tetas en sus manos y me hizo montarlo velozmente entre gemidos e impactos de carne.

Estaba a punto de correrme cuando Vero volvió a interrumpir la follada. Cambiamos de macho y me preparé para montar a mi hermano dándole la espalda mientras ella mamaba la verga de mi padre.

Joab me jaló de la cintura con violencia y su polla me penetró en un solo movimiento. Se acostó sobre el colchón y me incliné hacia atrás para apoyar mi cuerpo con los brazos estirados y las manos a la altura de sus axilas. Subí los pies al borde de la cama, con las piernas separadas al máximo. Levanté las nalgas para ofrecer espacio de maniobra y así mi hermano me sostuvo por los hombros. Joab inició una trepidante serie de penetraciones desde debajo de mí. Levantaba la pelvis mediante flexiones de sus rodillas y enviaba su verga hasta el fondo de mi coño con cada arremetida.

Mi padre se separó de mi madre para situarse de pie en medio de nuestras piernas. Me sostuvo por las “cartucheras” y detuvo nuestros movimientos para hacerme descender. La verga de mi hermano tocó mi matriz, pero me jodió que volvieran a cortarme el gusto.

—No puedes decidirte entre una polla y la otra —sentenció Abner con sonrisa de medio lado—. Tendrás que probar las dos.

Asentí decidida. Lo habíamos hablado y se presentaba la ocasión. Confié en que él sabría hacerlo sin causarme daño.

Vero se acercó a nosotros y contempló la unión de los sexos incestuosos. Escupió sobre nuestros genitales para brindar lubricación extra, después lamió desde los cojones de mi hermano hasta mi clítoris. Finalmente chupó la polla de mi padre para empaparla de saliva.

Papá golpeteó con su glande sobre mi nódulo de placer y lo friccionó entre los fluidos que empapaban mis verijas. Me sujetó por la cintura para hacerme retirar de mi interior la mitad de la verga de Joab.

El semblante de mi padre era serio cuando puso su glande entre el borde de mi entrada vaginal y la verga de mi hermano. Empujó un poco y sentí que mi zona vestibular se ensanchaba para recibir un segundo visitante.

Mi piel se empapó de sudor, pero no quise evidenciar mi tensión; temía que Abner interrumpiera el acoplamiento. Mi madre lamió el contorno de mi orificio amatorio y la sección de verga que aún no me había penetrado.

Sabía que sería una cópula brutal, pero lo estaba deseando con cada célula de mi arrecho organismo. Mi padre avanzó despacio, cada centímetro de polla que guardaba en mi interior separaba más y más mis paredes vaginales. Yo había experimentado con consoladores y sabía que, terminada la faena, mi coño volvería a sus dimensiones normales.

Ambas vergas presentaban la misma curvatura hacia abajo, por lo que la polla de mi hermano empujaba a la de mi padre contra mi “Punto G”. La sensación de placer creció enormemente cuando Abner empujó sin pausas y clavó su hombría en lo más profundo de mi coño.

Chillé, grité, pataleé y estuve al borde del desmallo en el momento en que ambos empezaron a moverse. Las dos vergas se enfrentaban dentro del campo de batalla que representaba mi coño. Mientras uno me penetraba hasta el útero, el otro retrocedía para estimular mis zonas erógenas internas.

Yo apretaba intermitentemente mis músculos vaginales, procurando acompañar los movimientos de ambos hombres.

—¡Esto es increíble! —grité sintiendo que la tensión se acumulaba—. ¡Jamás había estado tan abierta!

—¡Aguantarás! —exclamó mi madre—. ¡Yo estuve más abierta cuando te parí, y mi coño aprieta tan bien como el tuyo!

Mi padre y mi hermano aceleraron sus penetraciones entre chasquidos húmedos de sus vergas en mi intimidad. Conforme bombeaban, el placer se acumulaba dentro de mí. Los orgasmos previamente interrumpidos y las estimulaciones presentes incendiaron mi sistema nervioso en una serie de prolongados clímax.

Aullaba enfebrecida mientras mi cuerpo se tensaba y mis dos amantes filiales aceleraban cada vez más. Mis gritos opacaban el chapoteo de fluidos, el impacto de carne contra carne y los jadeos de mi padre y mi hermano.

Me corrí en interminables oleadas mientras los hombres se esmeraban en abrir mi coño, recorrerlo, y dejar en mi cuerpo un claro mensaje de lo que es el placer.

Cuando sentía que no podría más, mi hermano me penetró a fondo y eyaculó un torrente de semen. Enseguida mi padre adelantó la pelvis hasta hacer chocar sus cojones con los de Joab para irrigar mi matriz. Me corrí como nunca al tiempo que mi garganta emitía un aullido salvaje.

El primero en desacoplarse fue Abner. Enseguida me moví para retirarme de Joab. Caí boca arriba sobre la cama, alcé las piernas y sentí en mi interior el semen combinado de mi padre y mi hermano.

Apreté los músculos de mi coño para devolver las paredes internas a sus dimensiones normales. Recogí con una mano parte de la lefa filial que escurría en mi intimidad y con esta mezcla de fluidos masajeé mis tetas. Mi madre estaba en cuatro patas sobre la cama. Ella mamaba la verga de mi padre mientras mi hermano le preparaba el culo para sodomizarla.

Cerré los ojos mientras mi cuerpo saturado de sensaciones se distendía. Bajé las piernas cuando sentí que mi coño recuperaba su tamaño y controlé mis músculos internos para “parir el semen” incestuoso que me llenaba entera.

Mamá berreaba a mi lado. Estaba montada sobre mi padre, con su verga hasta el fondo del coño mientras mi hermano la penetraba por el culo. Decidí disculparlapor ocultarme la verdad sobre mi origen, pues el nuevo rumbo de nuestras vidas exigía de nosotras mucho amor. Repté al lado de Abner y lo besé en la boca.

—Mañana comenzamos con los preparativos —me susurró mi padre mientras pistoneaba dentro del coño de mi madre—. Quiero que nos casemos cuanto antes.

Nota de la autora

Sí, ya sé lo que me dirán. Ha sido demasiado sexo, y la última entrega es muy guarra. Recuerden que antes les pregunté si les gustaba mi modalidad elegante y muchos de ustedes prefirieron que usara un lenguaje más sucio. ¿Así les enciende más?

Todo vale cuando se trata de presentar relatos calientes. Se trata de excitarnos y pasar un buen rato de morbo.

La idea original de esta serie nació porque me quedé con las ganas de participar en el Ejercicio con el tema de “Aquí te pillo, aquí te follo”. Nadie me avisó y me lo perdí, pero con esto creo que me reivindico.

Amig@s, estoy preparando el tutorial sobre el uso de la coma. No se pierdan los tutos anteriores, porque están muy divertidos.

¡Besos y evolución!

Edith