Frenesí

Relato erótico que narra una noche de desvarío, alcohol, sexo y una mujer inenarrable.

-Ansiaba su llegada, habían pasado minutos sempiternos de eterna espera, los cuales formaban parte de su retraso. Inmanente en la mujer el hacerse desear.

-Andaba comiendo, matando el tiempo mientras pensaba en lo que podría pasar a lo largo de la noche. Al salir de la cocina, un susto me paralizó, allí estaba milagrosamente, sentada en el sofá. Pidió disculpas por el atrevimiento y me contó que había decidido darme una sorpresa al ver abierta la puerta. El color de su piel, la forma en que estaba peinado su pelo, sus ojos: verla interrumpió toda acción que estuviese ejecutando. Me acerqué a saludarla con un beso.

-Sentí un fervor inefable, pues su falda dejaba ver sin escatimar el pleno cruce de sus piernas desde la medio-arriba parte de sus muslos: estaban enroscadas como dos serpientes en pleno apareamiento.

-Era un chica extraña: No hablaba mucho, parecía como si sus increíbles labios se hubiesen sellado eternamente tirando alguien la llave que los cerraba en el abisal mar para que los indignos no pudiesen escuchar su evanescente voz. Si no me veía la observaba... y ella lo sabía; si yo aparentemente no la miraba ella clavaba sus ojos en mí, pero yo también estaba al tanto.

-Hablamos y bebimos: Algo de ella, algo de mí, nuestros amigos, nada trascendental. El alcohol, progresivamente, iba haciendo lo propio con nosotros: Cada vez nos mirábamos más... estábamos paulatinamente, por vez, más cerca. Mi voz temblaba, el cuerpo me pesaba... y todo se me hacía cada vez más misterioso: Había quedado probada la eficacia de aquél longevo vino. Cogí sus manos y besé sus labios; levantó su cuerpo del sofá y se dirigió a mi habitación sin mediar palabra. Lo próximo que vi traspasando el umbral es que estaba de pié pegada a mi cama esperándome.

-Besé su boca con lentitud, como aparece agua del hielo bajo el sol primaveral. Su lengua era como la ardiente y amoldable arena del desierto sobre la piel. Entendí que necesitaba el calor de su cuerpo para avivar mi espíritu: Su fisonomía angelical, su esculpida belleza y su ser provisto de un alma inexorable.

-La desasí de su camisa y la hice tumbar mientras la acompañaba al lecho estrepitoso. Resbalaron mis manos en su epidermis surcando en ``s´´ lentamente hasta llegar con la yema de mis dedos casi a la delantera de su sujetador. Se encarnaron su mejillas reflejando su rubor. Escruté el canal que formaban sus pechos: A priori no podría decir si eran innatos. Era como si el mejor cirujano del país hubiese hecho el mejor trabajo de su vida: No eran grandes como montañas, ni feos o pequeños; eran equilibrados, hermosos y firmes. Matizando los movimientos quité el tejido que los aprisionaba. Comisión morbosa: Cogí sus pechos, apretándolos hasta oír un pequeño alarido de dolor. La punta de mi lengua merodeó uno de sus pezones ya erizados. Los mordí con laxitud primeramente, luego los atenacé un poco más fuerte, le encantaba... gemía.

-Levitaron sus caderas de la cama y las agarré con mis garras. Mis labios acariciaron y besaron el abdomen en un intento por llegar al lugar donde se hallaba el caudal de su placer. Movía sus piernas en un intento de desespero por despojarse de sus bragas, la auxilié en la empresa. Saqué la prenda por debajo de su falda he hice juegos en sus muslos con la lengua. Sin darme cuenta cómo mi esponjosa se halló cerca de sus labios. Comencé a besarlos y se exaltaba cada vez más.

-Sentía la fuerza de sus piernas mientras la devoraba apretándome la espalda. Me alzó con sus salvajes zarpas subiéndome hasta su nivel por la cabeza. Quería que por fin la penetrase, hice caso omiso. Me puse sobre mis rodillas, luego agarré y tiré de su pelo hasta que sus labios se toparon con mi miembro. Sentí entonces el interior de su boca como nunca antes. Me perdí en la megalomanía de que era mi posesión.

-Me tumbé sobre la cama y se puso sobre mí. Ayudándose de las manos introdujo el miembro lentamente en su sexo. Empezó a mecerse mientras me embriagaba con sus gemidos de sirena. Sentí temblar sus caderas en mi piel, sabía que pronto llegaría al éxtasis. Verla en su orgasmo trajo el mío en consecuencia.

-Nos abrazamos, intercambiamos palabras de enamorados... El peso de la noche trajo sobre nosotros el ``gran apagón´´ que acabaría con un nuevo despertar junto a la divinidad.