Fraternizando en el Lejano Oriente

Un encuentro inesperado de dos hermanos en Tokyo es aprovechado para profundizar su hermandad e intimar sexualmente de manera desaforada y lasciva.

Fraternizando en el Lejano Oriente

José —de viaje de negocios en Japón— se levantó al día siguiente de su llegada a Tokyo muy contento y animado. Leyó la prensa europea del día en Internet y luego se dirigió al baño para higienizarse. Al salir del cuarto de baño sonó el timbre de su teléfono móvil. Era Margarita —su esposa— desde Europa:

—Hola cariño ¿cómo estás? —saludó Margarita.

—Hola mi vida. Estoy muy bien. Hasta ahora todo marcha de maravillas aquí. Y tú preciosa ¿me has echado de menos? —respondió José.

—Tú sabes que siempre añoro estar contigo. Me alegro que te esté yendo bien. Ayer me telefoneó Anita María —tu hermana— y me contó que estaba en Osaka por negocios y que hoy, al anochecer, llegaba a Tokyo.

— ¡Pero qué coincidencia! La llamaré por teléfono para ofrecerle mi ayuda y charlar un rato.

—Estaba segura que te interesaría saberlo. Que te siga yendo bien como hasta ahora. Te mando un beso, mi amor.

—Otro beso para ti, mi amor. Gracias por llamarme. Te telefoneo después. Adiós mi vida.

—Chao amorcito.

Ana María la hermana menor de José con quien ha mantenido, desde su juventud, una relación incestuosa. La frecuencia con que han sostenido sus encuentros sexuales no era, en el último tiempo, regular y más bien respondía a las oportunidades que se les presentan, durante encuentros familiares o sociales en los que coinciden. Cabe señalar, no obstante, que Ana María siempre se ha mostrado muy dispuesta para un encuentro con su hermano, pues José toda la vida la ha atraído muchísimo y siempre se pone muy caliente cada vez que lo ve. El nivel de afinidad y disfrute sexual que han logrado a través de los años es notable.

Ana María era una chica de cabellos negros, piel muy blanca, de rostro angelical —ojos azul celeste, labios carnosos, nariz respingona y finas y hermosas facciones—, una tetas de tamaño medio, muy firmes y erguidas. La cintura, que daba una curvatura despampanante a su cuerpo, no sobrepasaba los 60 centímetros. Era poseedora de un culo de novela: grande, pero proporcionado al resto de su cuerpo; glúteos duros y erguidos, forma muy redondeada. Con aquella figura, unido a sus grandes capacidades intelectuales y buena posición social, jamás le habían faltado los hombres. Todo lo contrario, le sobraban. Sin embargo, José ejercía en ella un influjo y atracción muy importante, al punto de ser capaz de dejar todo por estar con él.

—Hola ¿Anita María?

—Síii ¡José! ¿Eres tú? —respondió Ana María.

—Sí hermanita, soy yo. ¿Cómo estás?

—Bien, bien. Acabo de llegar al aeropuerto de Narita en Tokyo. ¿Y tú estás en Madrid o andas viajando?

—Aunque no lo creas, estoy en Tokyo. Me encuentro en el Hotel Dai Ichi Tokyo Seafort. ¿Por qué no te vienes para acá, me haces cariñitos, te ahorras el alojamiento y me mimas como sólo tú sabes hacerlo?

— ¿Estás hablando en serio José? ¿De verdad estás en Tokyo?

—Por supuesto que sí. Coge un bus del hotel y te espero en el salón de la recepción del hotel.

—De acuerdo. Nos vemos y prepárate porque vengo hambrienta de sexo.

La última parte de la frase de Ana María hizo que José se excitara, pues sabía que cuando su hermana estaba carente de sexo, era insaciable y las sesiones de sexo eran muy calientes, sin límites ni peros. Tuvo deseos de masturbarse para aplacar su erección, pero descartó esa opción por el derroche innecesario de energía que aquello suponía. Se esforzó para que su mente se concentrara en pensamientos de otra índole.

Bajó a desayunar y escogió un desayuno extra, muy contundente y rico en vitaminas, minerales, proteínas y fibra. Luego se dirigió a las oficinas de Atención al Cliente para arreglar el tema de la estadía en su suite de su hermana.

No le presentaron ningún obstáculo. Todo lo contrario, le dieron todo tipo de facilidades, ofreciéndole una suite más espaciosa sin costo adicional. José era considerado un cliente Vip en aquel hotel.

Muy contento se fue al Salón de Recepción, realizó algunas llamadas telefónicas, postergó algunas reuniones de negocios para el día siguiente, pero no consiguió deshacerse de la imagen de su hermana, arrodillada entremedio de sus piernas, chupándole el pene con una experticia incomparable. Cuando colgó el teléfono y su mente le dio una tregua de aquellos pensamientos repletos de lujuria y deseo filial, divisó a su hermana ingresando al lobby del hotel. Se veía preciosa, pero quizá su percepción sufrió una sobre valoración a causa de su calentura.

Ana María lucía un vestido muy ceñido a su cuerpo (lo que realzaba su figura espectacular). Traía el cabello recogido en una cola de caballo, dejando ver su rostro lozano y bello. Sus tetas y nalgas se movían rítmicamente al compás de su caminar cadencioso y elegante.

José se levantó como impulsado por un resorte y se encaminó rápidamente a su encuentro. La saludó con un beso reprimido en los labios y una mano en su cintura.

— ¡Hola mi amor! —señaló José a su hermana.

—Hola cariño. Te noto entusiasmado. ¡Qué bien! —contestó con picardía Ana María.

—Desde que hablé contigo estoy así. Tú sabes que me vuelves loco, más aún cuando me adviertes lo de tu hambruna. Ven vamos para que te registres y luego podamos subir a nuestra suite.

El trámite de registro fue expedito y, en menos de diez minutos, Ana María y José ingresaban a la nueva suite. Tras cerrar la puerta, se fundieron en un caliente beso con lengua. El ardiente ósculo se prolongó por largo rato y fue acompañado de caricias mutuas. José recorrió su cuerpo con sus manos. Una mano se dirigió directo al culo de la bella chica, sobándolo como tantas otras veces, pero con un deseo acrecentado por el arrecho que dominaba todo su ser. La otra mano se debatía entre palpar y estrujar los turgentes pechos o frotar el clítoris de la fogosa mujer.

Ana María, en tanto, acariciaba el pene erecto de José por encima de la tela del pantalón. Estos cariños, debido al fuego interno que embargaba a la chica por los sobajeos de José y por sus propios deseos, pronto de transformaron en una zalema bucal al enhiesto pene de su hermano. La mamada, como era habitual, comenzó con un ataque masivo, rotundo y directo al frenillo del miembro de José. Siguió con voraces engullidas de casi todo el pene y continuó con meneos manuales. José disfrutaba, gemía roncamente y aprovechaba la libertad de sus manos y la calentura de Anita para desvestirla y magrearla. Sin embargo, aparte del vestido no traía nada más que cubriese su piel. Sin duda venía preparada la ardiente chica.

Ana María, ya nuda, utilizaba una mano para deslizarla de extremo a extremo del pene de José y la otra desataba el cinturón y desabrochaba el pantalón de José, dejándolo caer al suelo. El calzoncillo corría igual derrotero y también se precipitaba al suelo. Para no hacer más dificultosas las cosas y para no interrumpir la felación de lujo que recibía su pene, José se sacó solo el resto de ropa que le quedaba.

Una vez que ambos estaban en igualdad de condiciones, en cuanto a la carencia de vestiduras se refiere, José se sentó en un mullido sillón de la salita de estar de la suite y se dispuso a gozar a todo dar de la experta mamada de su hermana. Ella en tanto se acomodaba su amante filial, envolvió el dedo pulgar de su mano derecha con un preservativo grueso que sacó de sus ropas. Se introdujo nuevamente el henchido pene de José en su boca y lo chupó largamente, y después, dirigió su enfundado dedo pulgar —untado en vaselina— al agujero anal de su hermano. José sólo se percató de esta acción cuando tenía el dedo íntegramente metido adentro de su recto. Dio un fuerte gimoteo y eyaculó en la boca sedienta de Ana María. Calientes chorros de semen inundaron la boquita perita de la mujer, provocándole el último impulso que requería para que una fenomenal descarga orgásmica se desencadenara. Ambos se estremecían de placer y daban rienda suelta a guturales expresiones de goce total.

Mientras el precioso cuerpo de Anita caía desmadejado al suelo, José echaba hacia atrás el respaldo del confortable sillón. Ambos descansaron un rato y, posteriormente, se dirigieron a lugares distintos. Ana María fue a darse una ducha con agua bien caliente y José se tumbó en la enorme cama king size para clientes occidentales y se puso a ver una película de una de sus actrices predilectas. De pronto, la actriz comenzó a desnudarse y a actuar muy eróticamente. Aquello provocó que el pene de José recobrara su posición vertical y su dureza.

Cuando Anita salió del cuarto de baño y vio a José tumbado sobre la cama, desnudo, con la verga parada y con cara de caliente, no lo dudó y se montó sobre la verga de José e inició una placentera cabalgata. La mujer se movía como la más avezada jineta sexual. Mientras más aumentaba el tiempo y la intensidad de la cabalgata, los gemidos, gimoteos y gritos crecían en volumen y en su capacidad de erotización recíproca.

En un momento del coito, Anita María se recostó sobre el cuerpo de José, sin permitir que el pene saliera de su vagina. Así estuvieron dándose caricias unos largos momentos hasta que José se giró y se puso encima del cuerpo de su hermanita. Colocó los pies de ella en sus hombros y reanudó la penetración. Con esta posición lograron un grado de profundidad de la incursión mucho mayor. La cantidad y extensión de los orgasmos de Ana María se incrementaron notoriamente, igual que la intensidad de sus quejidos y de su goce. Anita estaba en la cima de su placer y no lo ocultaba. Aquello indujo a su hermano a aumentar, y a veces, disminuir la velocidad y el recorrido de su penetración. A ella eso le producía un gozo casi infinito y llegaba a desvariar por lo mismo.

El autodominio que tenía José, conseguido a base de mucha experiencias copulares, le permitió demorar mucho su claudicación. Cuando aquella vino, se produjo dentro de Ana María y fue muy copiosa en semen y en fluidos vaginales, pues ambos alcanzaron su cúspide sexual simultáneamente. Como Ana María era infértil desde algún tiempo, no tenía objeto preocuparse de medidas anticonceptivas. Luego de aquella magnífica follada, se quedaron un buen rato descansando y acariciándose, sin mediar palabras.

El transcurrir del tiempo y la fogosidad de los besos y caricias, hicieron que el pene de José nuevamente estuviese en posición de entrar en combate. Entonces José centró sus caricias en la zona anal de su hermana. Embadurnó sus dedos con lubricante e introdujo su dedo mayor, poco a poco, en el recto de su hermana, procurando que el lubricante se esparciera lo más posible. El paso siguiente fue meter otro dedo en el culo de Anita e iniciar un mete y saca suave con ambos dedos. Anita, colocada en cuatro patas sobre la cama, imploraba a su hermano para que la enculara de una buena vez. José se hizo de esperar un poco para que su hermana alcanzara la sobreexcitación. Esta sobreexcitación llegó cuando José, a la vez que la penetraba analmente con sus dedos, comenzó a darle una esmerada frotación al clítoris de Anita. Ella estaba al borde del delirio y hacía todo tipo de maniobras para meterse ella misma la verga de su hermano.

José la puso de nuevo boca arriba sobre la cama y con sus pies en sus hombros y empezó a penetrarla por el ano lentamente, pero sin detenciones. Cada vez que notaba que la penetración se tornaba muy difícil, sacaba un poco de pene para inmediatamente después embestir nuevamente y a mayor profundidad. Anita siempre había sido estrecha en la zona rectal y el ayuntamiento anal únicamente lo practicaba con su hermano José.

Por fin las bolas de José tocaron las nalgas de Ana María. Luego de unos instantes, ella comenzó a zarandear sus caderas poco a poco. Aquello dio pie para que José también iniciase lentos y suaves movimientos de mete y saca. A medida que la zona rectal se dilataba, los movimientos del enculamiento se trocaron más rápidos y extensos. José terminó casi sacando por entero su pene para luego embestir hasta que su escroto rebotaba en las nalgas de su hermana calentona. Las arremetidas cada vez más ardientes, frenéticas y veloces provocaron el clímax de José y la tercera corrida de Ana María. El culo de ella se vio anegado de espeso y abundante esperma caliente. El goce mutuo fue colosal y muy gritado.

Así y con algunas pausas, continuaron follando hasta bien entrada la noche y durante tres días más que la estancia en Tokio inicialmente prevista. Luego de aquello, Ana María voló a Londres y José, a Madrid.