François, la viva encarnación del incesto irrefren

De regreso en Madrid, ensayo una deliciosa experiencia incestuosa con

François, la viva encarnación del incesto irrefrenable y delicioso

Después de una maravillosa estadía en Buenos Aires en la que me acogieron y "cogieron" (después de todo el Bueno Pa’Tó, la Pantera Morocha y el Viejo Verde tenían sus gracias) con un cariño sin igual y donde disfruté muchísimo, llegó ese nefasto día del regreso a mi quehacer habitual: mi trabajo, mi familia, mi adorado Sarkoz —mi perrito leal—, la vida social (con mis amigos y por trabajo), etcétera.

Sin embargo hubo algo que rompió el esquema: François, mi primo más querido, hijo del hermano de mi padre, me esperaba en mi apartamento (siempre ha tenido llaves de mi casa, aunque hasta ahora, nunca las había empleado).

François es un chico un par de años mayor a mí, muy atractivo —alto, moreno, de ojos claros, figura trabajada, fornida y esbelta a la vez; hermosa dentadura, labios carnosos y bien delineados; exitoso en el ámbito laboral y personal, etc.— y con quien siempre hemos hecho buenas migas, nos queremos como hermanos. Él, a pesar de vivir en Toulouse, Francia, viene muy seguido a España principalmente por razones laborales. Él es ingeniero aeronáutico y espacial (ingénieur aéronautique et spatial) y trabaja, desde hace varios años, en Airbus Industries, primero, y desde el 2001 en Airbus S.A.S., más conocida como Airbus a secas, una de las dos grandes empresas aeronaúticas del orbe.

François habla perfectamente el español no solo por sus contínuos viajes a este país sino que porque en Toulouse el español es la segunda lengua, la más hablada y escrita después del francés. Con él, cada vez que nos juntamos, salimos de marcha y gozamos, nos divertimos muchísimo y nos la pasamos muy bien, de puta madre, como con frecuencia se dice aquí. Pero todo esto como buenos amigos, buenos "hermanos" y nada más.

Aquel día que llegué a mi casa era viernes por la mañana. Ordené algunos asuntos más o menos urgentes (pago por Internet de cuentas de servicios y cosas por el estilo), me di un baño con agua caliente en la bañera de hidromasaje y me metí a la cama a dormir como seis o siete horas seguidas para reponerme del ajetreo propio de un paseo de turismo bien «movido» y de un largo vuelo de retorno.

Al despertar, por la tarde, me levanté, me metí a la ducha y luego, desnuda y renovada salí del cuarto de baño y me dispuse a vestirme. No me percaté, sin embargo, ni que la puerta de mi cuarto estaba abierta de par en par ni que mi primo François había regresado del curro.

Como creí estar sola o, por lo menos, no estar siendo observada por nadie y dado que estaba un poquillo excitada al recordar mi travesía bonaerense, me comencé a acariciar mis pechos, pellizcar sus pezones y lamer sus areolas (para no disgustar a mi amigo, el Más Chulo que un Ocho, a pesar que, según el DRAE, se puede usar aureola como sinónimo de areola). Mi entusiasmo y ardor interno se incrementaron notoriamente por lo que debí recurrir a mis manos para estimularme, correrme y obtener alivio pasajero a mi fogosidad.

Respecto a lo que no caí en cuenta fue que François, desde que salí del cuarto de baño, me observaba atentamente, oculto en un recoveco del pasillo, solazándose con mi desnudez y mi masturbar. Tenía su pene afuera del pantalón y se lo sobaba y meneaba con un apetito carnal inmoderado hasta correrse y verter su leche seminal en un puñado de pañuelos desechables que sacó de un bolsillo del pantalón.

Tras asearme y vestirme muy elegante y sensual, pues deseaba verme distinguida aunque desentonara adonde pensaba ir; mis planes eran ir de copas, a bailar y a reencontrarme con mis amistades, salí de la habitación con dirección a la cocina para comer algo. Al pasar frente al salón vi de reojo a mi primo François, sentado en un sofá, sonriendo complacido:

—¡Hola François! No te sentí llegar. ¿Estás ahí hace mucho tiempo?

—No primita, llegué recién —contestó haciendo el peripé ad hoc a las circunstancias de su mentira.

—¡Ah! Ahora mismo iba a preparar algo de comer. ¿Tienes apetito?

—Quiero devorarte a besos…te ves muy bonita…estás buenísima. ¿Vas a salir de marcha?

—Sí ¿quieres acompañarme, adulador?

—Claro que sí.

—Perfecto, pero no me respondiste si tenías ganas de comer algo antes de salir, porque lo que es yo, tengo una gusa enorme.

—Comería algo liviano, un aperitivo, porque quiero llevarte a cenar a un buen restaurante y luego ir a bailar hasta que quedemos poco menos que extenuados. ¿Te parece una buena idea, princesa?

—Sí, excelente, me parece un buen rollo aun cuando mis planes originales eran otros, más sencillos, pero con el mismo fin: pasarlo bien, a tope.

Mientras preparaba algo con qué engañar nuestros estómagos, me preguntaba por qué mi primo se comportaba tan mimoso, tan melindroso conmigo. Es verdad que nunca había sido poco gentil, pero también es cierto que jamás me piropeaba. En todo caso me resultaba extrañamente agradable.

François, entre tanto, se duchó y se vistió con un elegantísimo traje con corbata de seda italiana genuina, muy linda. Se veía más guapo a lo que de por sí ya era. Al verlo experimenté un extraño cosquilleo que recorría todo mi cuerpo. Algo muy semejante a lo que sentía cuando un varón me gustaba como hombre, como macho. (macho menos querrás decir, porque el francesito ese es bien afeminado. —¡cállate!, esta vez no toleraré que estropees mi narración, vocecilla diabólica).

François me llevó en su estiloso y moderno coche al clásico y distinguido Restaurante Horcher —de comida centroeuropea, clásica y de caza, ubicado en Alfonso XII, entre Alcalá y El Retiro— en el que, a través de amistades, había logrado obtener una reservación. Yo pedí de aperitivo un Ricard Pernod y mi primo un Bourbon Souer. De entrada yo comí solo una ensalada de ruccola con queso parmesano mientras que François solicitó un salmón marinado a la rusa. De fondo yo ordené una lubina al horno con compota de tomate y mi primo, un lomo de ciervo breseado con romero. Para beber yo escogí un vino Raimait Chardonnay 2004 de Costers del Segre y François prefirió un Chivite 125 aniversario. De postre ambos pedimos plinsses polacos.

Durante la cena François se mostró especialmente atento y amoroso conmigo, casi como cortejándome. No puedo negar que me sentí halagada y agradada.

Después de la cena, mi primo me llevó a un exclusivo salón de baile. Al abrigo de la música romántica y al fragor de nuestras pasiones cada vez más encendidas, nuestro danzar se fue tornando cada vez más sensual, atrevido y cachondo, a tal punto que yo me sentía humedecida, con los pezones de mis pechos totalmente erectos; asimismo notaba la entrepierna de mi primo muy abultada, acrecentada por una patente y palpable erección.

Cuando ya no pudimos aguantarnos más la calentura, salimos disparados del lugar en dirección a mi apartamento, ubicado a no mucha distancia de ahí. Apenas cerramos la puerta del piso, François me abrazó y besó con verdadera pasión, alocadamente. Yo no supe ni quise resistirme, pues estaba demasiado excitada y mi primo era un auténtico bombón de hombre. Por último, pensé para mis adentros, quién no ha tenido un escarceo amoroso con un primo atractivo.

Tras los besos iniciales vinieron las caricias, el toqueteo pícaro, la palpación audaz y el franco sobajado, sin prendas de vestir de por medio. Yo gimoteaba como una loca, poseída por una cachondez sin par, una como nunca recuerdo haber sentido en mi vida, que se agigantaba a cada instante con el morbo de saber que mi amante era mi primo François y que éramos espiados con binoculares por un hombre semi desnudo ubicado en la terraza de un edificio situado en la vereda de enfrente al mío. Nada de aquello me dio corte; al revés, avivó aún más mi excitación y mi gozar. Me corrí un par de veces con escándalo; gritos, chillidos, alaridos, así como alardes y grandes muestras de regocijo, alborozo y júbilo.

Mi primo François, sin darme tregua, metió su cabeza entre mis piernas y comenzó a hacerme sexo oral. Apenas su ávida lengua tomó contacto con mi clítoris, yo me corrí de inmediato. Lo que sentí fue un mar de placer, una multitud de sensaciones de deleite que me provocaron dos o tres orgasmos más.

Luego mi primo —a quien quería como hermano y ahora también como hombre— se colocó a horcajadas sobre mí con su daga hinchada a no más de un palmo de distancia de mi boca. Con una mano cogí su polla gorda y me la llevé a la boca para mamarla hasta exprimirle su ansiado jugo preseminal. Lamí esa verga como una posesa, de arriba a abajo y con una especial dedicación al frenillo. Los testículos y el periné tampoco se salvaron de mis lengüetazos.

Cuando François me puso a gatas para penetrarme desde atrás, noté que el fisgón de mi vecino de enfrente continuaba husmeándonos con sus binoculares, pero ahora se meneaba la polla con toda desfachatez al amparo de la oscuridad de la noche. Sentí molestia, pero también morbo por lo que decidí hacerle un show porno de consideración y así dar satisfacción a dos machos a la vez. Estaba fuera de mis cabales, pero lo estaba pasando de película.

En medio de mi cavilar sentí cómo la polla de mi primo ingresaba lentamente en mi intimidad, mas como estaba muy lubricada, no experimenté dolor, solo intenso goce que no me retuve de expresar y hasta de hiperbolizar para aumentar el disfrute de mi primo y el de mi vecino mirón.

François comenzó a embestirme con furia, salvajemente, quizás por celos de no ser él quien me gozara en exclusiva. Estuvo arremetiendo mi vagina así por un muy largo rato hasta que, finalmente, sacó su pene de mi interior y diseminó su espeso y ardiente semen en mi espalda, en mis nalgas, en mis hombros…, mientras yo gritaba a voluntad de deleite vivo.

Descansamos un rato, cerré las cortinas para detener el espectáculo que ofrecíamos a mi vecino dado al husmeo. Nos fuimos a mi habitación y seguimos follando hasta el amanecer, y después, todo lo que quedaba del fin de semana y de la estadía de François en Madrid.