Francisco
Un joven se ve presionado por su madre para que le de clases de repaso al hijo de una vecina.
Francisco vivía en el mismo bloque de pisos que yo. Lo conocía desde pequeño. Pero Francisco ya no era tan pequeño, durante el invierno vi como, casi sin darme cuenta, se había convertido en un mocito como diría mi madre. Tenía el pelo trigueño, los ojos de un intenso color miel y una piel aún suave a la vista. La boca era casi perfecta aunque tenía partida una paleta debido a un incidente que tuvo no hacía mucho tiempo, lo que le daba un aspecto un tanto canalla. Pero lo que más me gustaba de él era el bozo, que en tan poco tiempo cubría el labio superior de una fina pelusa. De buena gana me gustaría ser el primero que lo afeitara. Me imaginaba acariciándole los labios. Además Francisco llenaba ampliamente los pantalones tanto por delante como por detrás. En definitiva sin ser un jovencito guapo, rezumaba el cambio hormonal por todos los poros de su cuerpo. Era una bomba, de las que me gustaría que me estallara en las manos.
Últimamente coincidíamos alguna vez que otra en el ascensor, aunque era parco en palabras siempre contestaba a las tonterías que yo le lanzaba, algo que yo hacia para oírlo de hablar. Le decía que había crecido mucho, que seguro que ya fumaba, que si ya tenía novia. El contestaba con monosílabos, con una voz un tanto nasal, o a lo sumo se sonreía y bajaba la cabeza. Cuando salía del ascensor, siempre quedaba en el ambiente un olor un tanto acre, que no me molestaba en absoluto, incluso que me hacía aspirar con intensidad.
Cuando terminó el curso, mi madre me esperó levantada una noche para decirme que había estado allí la madre de Francisco, para decirle que su niño no había terminado demasiado bien y que las notas dejaban mucho que desear. Aunque durante el curso no había ido mal, al final había echado el culo atrás y terminó con algún suspenso. Ella lo achacaba al cambio tan grande que estaba dando y a que se estaba convirtiendo un niño un tanto problemático. En definitiva que quería que yo le ayudara ese verano ya que conmigo siempre se había llevado bien. Así que mi madre me pidió que le echara una mano a Francisco pero no especificó donde había que echarle la mano. Aunque no me gustaban las clases particulares, acepté, todo fuera por estar un rato a solas con el chaval.
A la mañana siguiente subí por las escaleras los dos pisos que nos separaban. Cuando llamé a la puerta, me abrió Miguel. Miguel es el pequeño de la casa debe tener nueve o diez años, me hizo pasar al salón y llamó a voz en grito a su madre que estaba en la cocina. La madre apareció secándose las manos y con cara de preocupación. Nos sentamos y me confirmó todo lo que mi madre me había contado la noche anterior, añadiendo que las asignaturas que traía suspensas era un parcial de Matemáticas, otro de Tecnología y todo el temario de Historia. Era en esa asignatura donde ella pensaba que yo podía ayudarle al niño, que como dijo ella ya no era tan niño. Me dijo que con dos o tras días a la semana y una hora al día sería bastante, ya que estaban pasando una mala racha y no me podría pagar mucho. Acepté con la condición de que las clases fueran temprano y que por el dinero no se preocupara ya que no todo en la vida es el dinero. Decidimos que las clases comenzarían a principio de Julio, porque tenía previsto un viaje para Agosto. Me enseñó la salita donde daríamos las clases. Me despedí y cuando salí al rellano de la escalera me di cuenta de que Francisco no había aparecido por ningún sitio, aunque en la salita me había parecido percibir el olor de mi futuro pupilo.
Llegó el día esperado. Suelo ser puntual y a las 10 de la mañana estaba golpeando la puerta con los nudillos ya que no funcionaba el timbre. Tardaron en abrir. Pero cual no sería mi sorpresa al ver delante de mí a Francisco mirándome airadamente, con rabia. Llevaba el pantalón corto del pijama como única ropa, descalzo y con las piernas abiertas y bien asentados los pies descalzos en el suelo. Dos cosas me llamaron la atención, la "trempera matinera" que denotaba el tremendo bulto que marcaba la delantera del pantalón del pijama; y por otro lado, el pelado casi al cero que lucía. Esto último, terminaba por darle definitivamente ese aspecto canalla que tanto me gustaba. No dijo nada, pero pudo ver el repaso que le di, de arriba a bajo, durante los segundos que permaneció delante de mí. Dejó la puerta de par en par. Se dio la vuelta y me recreé en su trasera mientras se alejaba por el corredor. Su madre me comentó que lo había obligado a levantarse para abrirme la puerta ya que lo había pillado en la cama, sabiendo que yo vendría pronto. De ahí el gran enfado del jovencito.
Me hicieron pasar a la salita que estaba destinada a las clases. En el centro había una mesa redonda con tres sillas. Me senté en la del medio y al poco rato, vi que entraba Miguel con un cuaderno de esos que las editoriales publican para que los niños repasen en verano. Esto no me lo esperaba. Esto no entraba en el contrato. Siguiendo a Miguel entró su madre y me pidió que ya que iba a ayudar a Francisco que si no me importaba que el pequeño hiciera su tarea allí con nosotros y que no me preocupara, ya que el niño era muy bueno en los estudios y era él que le había pedido que le comprara los cuadernos para que no olvidar lo que había aprendido durante el curso y a Miguel no le tendría que echar ninguna mano.
Hubo que esperar un rato más. Miguel se puso con su tarea y apenas levantaba la cabeza del cuaderno. Por fin apareció Francisco. Traía cara de pocos amigos. Si Miguel olía a gloria, yo diría que estaba recién duchado y que se había vaciado el tarro de Nenuco encima. Por el contrario Francisco traía todavía el olor de las sábanas pegada pegado a su cuerpo.
Llegamos a un acuerdo en que sólo daríamos clase de Historia y que él se prepararía por su cuenta las otras dos asignaturas. Me dijo que la Historia no le interesaba para nada, además que su profesor le tenía manía y a él no le gustaba estudiar de memoria, que le que le gustaba era entender las cosas para poder así aprenderlas. Empezábamos bien, lo primero que había que hacer era darle unas técnicas de estudio y con esto llevarlo a que se interesara por algo que me gustaba algo menos que él, como era la Historia. Evidentemente esto último sólo lo pensé.
Así que manos a la obra, vimos que lo mejor era leer el tema, yo se lo explicaba, hacíamos un resumen y por último un esquema de lo estudiado. Además haríamos comentarios de textos históricos, estudiaríamos mapas históricos, ejercicios, etc. Parecía que así Francisco se enteraba y se empezó a interesar por la materia. Mientras, Miguel estaba allí, siempre sentado a mi izquierda y aparentemente sumergido en su tarea. Francisco se sentaba a mi derecha, para yo poder ver mejor lo que escribía, ya que era diestro como yo.
En las distancias cortas ganaba mucho, con el pretexto de ver lo que hacía me acercaba tanto que casi juntábamos las cabezas. Así podía ver de cerca la textura de su piel, los labios carnosos, la paleta partida, el incipiente bozo, las raíces de su pelo, que con el sol del verano y con el corte de pelo tan extremo recibido se le había tornado más claro, el lóbulo de la oreja en la que le gustaría llevar un pendiente y sobre todo ese olor que cada vez me gustaba más.
Un día sucedió algo que cambió el rumbo de las clases. Yo había observado que cuando tropezaba con los pies o con las rodillas de Miguel, este retiraba rápidamente la parte de su cuerpo rozaba. Francisco no, si yo le daba con la rodilla no sólo no la quitaba sino que la apretaba con la mía, mientras permanecía serio haciendo algún ejercicio que le había mandado.
Aquello me animó y durante la siguiente clase decidí ir más allá, metí mi mano por debajo de la mesa y mientras le explicaba comencé a acariciar su rodilla, El resultado fue el mismo, sin ninguna expresión en la cara se dejó hacer. Como todo iba bien decidí subir por el muslo arriba, y acariciar la piel tan deseada. Los tres íbamos en pantalón corto. Como ya me imaginaba, los muslos eran muy suaves al tacto, tenía una pelusa anticipo del vello. Así permanecimos varios minutos, yo bastante excitado y él sin manifestar nada. Estaba claro que tenía que seguir, tenía luz verde, pero Miguel estaba allí sin saber lo que se cocía debajo de la mesa. En eso que la madre llamó a la puerta, siempre lo hacía antes de entrar, para ofrecernos un refresco. Yo retiré rápidamente la mano del muslo y Francisco se puso recto en la silla ya que se había retrepado un tanto. Cuando salió la mujer no continuamos con el juego, era peligroso.
A la siguiente mañana la madre me abrió la puerta muy enfadada, pidiéndome que fuera a la habitación de Francisco porque todavía no se había levantado. Cuando entré en el cuarto el olor a Francisco era intenso y lo impregnaba todo. Estaba acostado boca abajo encima de las sábanas y en la penumbra vi que tenía el pantalón del pijama bajado y se le veía el culo. Me acerqué alargué la mano y durante un instante lo acaricié, la textura de las nalgas del crio era muy parecida a la del muslo aunque la piel era más dura. Subí el pantalón azul celeste y lo llame con un susurro acercando mi boca a su cara y aproveché para rozarlo con mis labios, sin llegar a ser un beso. Francisco contestó que ya se levantaba. Nunca supe si estaba realmente dormido.
Cuando comenzamos la clase continué con la faena donde lo dejamos el día anterior. De la rodilla pasé al muslo y continué subiendo, intenté meter la mano por debajo del pernil del pantalón pero este no lo permitía. Así que decidí acariciarle los huevos y la polla por encima del pantalón. Al principio suavemente, después prácticamente se los estrujaba pero estaba claro que no le hacía daño, al contrario se removía en la silla, siempre con la mirada fija en la tarea y con la respiración entrecortada. Así permanecimos un buen rato. Los dos estábamos sudando. Aquello era jugar con fuego. Todo pasaba delante de Miguel y este sin enterarse de que lo realmente interesante ocurría debajo de la mesa. Además la madre podía entrar en cualquier momento. A pesar de esto seguí casi apastándole la polla que la sentía totalmente dura a través del pantalón. De pronto Francisco se levantó y casi chillando dijo:
-¡Voy a servicio¡. Me meo
-Vale pero no hace falta que grites, tío- dijo su hermano.
Salió con un tremendo bulto en el pantalón corto que le hacía que le costara andar. A mí me dejó con la miel en los labios y totalmente empalmado. Tardó en regresar, estaba claro que se había hecho un pajote descomunal gracia a mis sobeos.
Cuando volvió, ya no llevaba un bulto tan visible en el pantalón. Se sentó y me preguntó:
-¿Dónde lo habíamos dejado?
En la clase siguiente Francisco se presentó con un pantalón de deporte con el pernil más ancho, estaba claro que quería dejarme trabajar con más libertad. Rápidamente planteamos el trabajo de encima de la mesa y pasamos al trabajo soterrado. Miguel a lo suyo. Nosotros a lo nuestro. Esta vez sí podía meter la mano por debajo del pantalón. Era un pantalón de deporte. Francisco ante el contacto de mi mano se abrió bien de piernas y se echó para atrás, estaba dispuesto a recibir todo el placer del mundo. La piel del interior de los muslos era diferente, mucho más suave al tacto. Me entretuve largo tiempo sobándole la polla y los huevos a través de la fina tela de que los albergaba. Así estuvimos un buen rato ya no podía más, los huevos, los míos, estaban a punto de reventar. Así que me levante de pronto y dije:
-¡Voy al servicio, me orino¡.
-Otro gritando- dijo Miguel poniendo cara rara.
Me fui al servicio. A mi también me costaba andar, antes de nada me olí la mano. La mano que había acariciado largamente los huevos del chiquillo. En ese lugar, en los huevos, estaba la fuente del olor de Francisco, ese olor que me tenía trastornado. Evidentemente me tuve que bajar la calentura haciendo una gran paja a su salud.
En el siguiente encuentro, Francisco llevaba otra vez el pantalón estrecho, con la mirada me dijo que era lo que había. Por lo que fuera no se había podido poner los pantalones de deporte. Así que teníamos que trabajar con más dificultad, pero no por eso lo íbamos a dejar, estábamos lanzados. Cuando metí la mano, se había desabrochado el pantalón. Tomó la posición del día anterior, las piernas bien abiertas y retrepado en la silla. No sin esfuerzo, por la estrechez, metí la mano y pude enredar mis dedos en el abundante pelo que escondía aquel mullido nido. No podía ir más allá. Entonces él metió su la mano y se bajó la cremallera, lo que me permitió, por fin empuñar el cetro adolescente. En definitiva que le cogí la polla. Al tacto me pareció muy grande para su edad. Me recreé en ella. Tenía una piel muy suave y totalmente tirante, estaba en su máximo esplendor. A pesar de la presencia del hermano, decidí que aquel trabajo había que rematarlo. Comencé un lento sube y baja ya que no quería levantar sospechas de lo que ocurría debajo de la mesa. Francisco se mordía los labios para no gritar. El sudor le perlaba el bozo. Y yo a lo mío. El ritmo aumentó casi sin querer. De pronto la bomba que tenía cogida por la espoleta, estalló, Francisco lanzó hasta tres trallazos de abundante lefa que se estrellaron el tablero de la mesa y que naturalmente impregnó en mi mano:
-¡Aaaaaayyyyyy¡- Gritó
Miguel levantó la cabeza asustado-¿Ahora que te pasa?- Preguntó
-Me ha dado un tremendo dolor de barriga, voy al wáter.
Y allí me quedé yo, con la mano llena de semen que además caía del tablero de la mesa sobre mis rodillas.
Esperé que volviera Francisco del servicio, venia con una gran sonrisa en la boca. Me levanté y fui a lavarme como pude. Parecía increíble que Miguel no se hubiera enterado de nada habiendo quedado además un tremendo olor a semen en la salita.
Decidí que me tenía que quedar a solas con el muchacho. Ideé un juego que podría en práctica cuando saliera la madre a la compra. Cuando oí que la puerta se cerraba ese día. Les planteé el juego, era un juego de atención sobre todo para Miguel, que tendría que salir de la habitación mientras nosotros cambiábamos de sitios cinco objetos de la salita, y él tendría que adivinar cuales eran los objetos cambiados cuando entrara. Pero sobre todo, algo muy importante no podía entrar hasta que lo llamáramos. A Miguel le gustó la idea. Francisco sabía perfectamente cual era nuestra parte en el juego. Así que nada más cerrar la puerta tras de si su hermano, se sacó la polla y dijo:
-Chúpamela.
Teníamos poco tiempo, la madre podía volver en cualquier momento y, sobre todo, Miguel estaba detrás de la puerta. Pero por fin tenía a solas al chico a para mi y eso era lo que importaba. Estaba sentado en su silla con las piernas abiertas, retrepado y, lo más importante con la polla fuera. Al fin veía aquello que conocía tan bien al tacto y la verdad es que no estaba nada mal, Francisco estaba casi empalmado y sobresalía una cabeza de un tono rojizo que contrastaba con el color mas oscuro del prepucio, también llamaba la atención la cantidad de vello que tenía en el pubis. Decidí obedecer la orden del chaval y me la metí con sumo placer en la boca;
-¿Estáis ya listos?- preguntó Miguel desde fuera
-Estamos en ello- contestó Francisco.
Yo no podía porque estaba muy atareado. El sabor de la polla era como si se diluyera el olor del muchacho en mi boca. Puse todo el empeño del mundo y la máxima atención en lo que estaba haciendo. Él como siempre se dejaba hacer. Me recreaba. Con la lengua se la lamía de arriaba abajo. Le chupaba los gordos huevos sin muchos pelos. Me los metía alternativamente y los ensalivaba bien. Volvía a la polla y comencé a acelerar el movimiento de la cabeza rodeando con los labios tan dulce pistón. Poco a poco fui aumentado el ritmo lo que hacía que el chaval se estremeciera, balbuceando palabras ininteligibles, con su mano derecha me acariciaba la cara. No espera ese gesto de cariño del muchacho.
-¿Os falta mucho?
-Ya casi estamos- contestó un Francisco jadeante
Diciendo esto se corrió en mi boca. Como no sabía que hacer ya que Miguel estaba por entrar me tragué tan exquisito elixir.
-Ya hemos terminado, puedes entrar- dijo Francisco guardándose la polla aún erecta y palpitante, mientras yo me pasaba la lengua por los labios por si quedaba algún resto de la esencia de Francisco.
Cuando entró Miguel, Francisco y yo nos miramos y nos dimos cuenta al unísono de que no habíamos cambiado absolutamente ningún objeto de sitio. Aún así Miguel fue capaz de encontrar las cinco cosas que según él habíamos cambiados de lugar. ¡Pobre inocente!
En la siguiente clase me encentré a Miguel sentado en el lugar de Francisco y se negaba a ponerse a mi izquierda. No hubo manera de que entrara en razón, decía que ya estaba harto del lugar donde se sentaba, por no sé que reflejo le daba en la cara y le molestaba y que de allí no se movía.
Esto nos trastocó todos los planes y me hizo trabajar el resto del verano con la mano izquierda. Descubrí que era un zurdo contrariado, ya que Francisco disfrutó de lo lindo de mi mano izquierda. Francisco cada día sonreía más, se le estaba suavizando el carácter, le estaba viniendo muy bien las clases particulares sobre todo las de sexo, a esas edades viene muy bien que alguien te haga las mejores pajas del mundo. Además todas las semanas nos inventábamos un juego para hacer salir a Miguel de la sala. Si las paredes de la salita hablaran, nos pondrían en un compromiso ya que allí paso de todo. Estuvimos siempre en peligro pero el pequeño no se enteró de nada, o eso creo.
Por supuesto, no fui de viaje en Agosto ¿Adonde iba a ir con lo bien que me lo pasaba con Francisco?
Lo más curioso de todo esto es que Francisco aprobó con nota la asignatura. Lo que echa por tierra el dicho de que la letra con sangre entra. Y que por otro lado demuestra que cualquier método de enseñanza es bueno cuando se aplica hasta sus últimas consecuencias.