Francesas de intercambio (3)

Finalmente, se resuelve el enigma. ¿Qué secreto se esconde Marie?¿Qué pretenderá hacerle a Alicia?

Parpadeé varias veces, tratando de comprender si mi situación era real, o es que estaba alucinando en un coma etílico. Volví a mirar a Marie, que seguía torturando a Alicia moviendo la pinza de su pezón. El estribillo de Mutter ya sonaba a toda pastilla en los oídos de la rubia, evitando que se enterara de que Marie estaba allí.

  • ¿Así qué, quieres saberlo?
  • Pero ¿qué demonios pinta este video aquí? ¿Acaso Alicia trataba de chantajearme?
  • Todo tiene una explicación.

Cogí la silla del ordenador, le dí la vuelta y me senté apoyando mis brazos en el respaldo.

  • Muy bien. Cuéntame qué está pasando. –le pedí.

Marie se puso de cuclillas junto a Alicia, y empezó a acariciarle los pechos mientras hablaba.

  • Me dejaste esposada, con el consolador vibrando al máximo dentro de mí, y atada a la pared por una cuerda que ataste a la pinza de mi pezón. ¿Recuerdas? – Dijo esto en tono neutro, como si realmente no me estuviese echando la culpa de nada.
  • Sí, perfectamente. Y con las llaves de las esposas cerca, y el teléfono móvil al alcance para que con un botón me pudieses llamar.
  • Exacto. A mí la situación me encantó, y no intenté liberarme enseguida. Vamos, decidí disfrutarla. Esa mañana mi compañera de piso no tenía que volver hasta la tarde. Pero, ¿sabes qué pasó?

No me lo dijo enseguida. Hizo una pausa dramática.

  • Que mi compañera – continuó mientras deslizaba una mano hasta le entrepierna de Alicia – volvió antes de tiempo. Apenas unos minutos después de que te fueses tú.

Alicia echó la cabeza atrás, lanzando amortiguados soniditos, al notar la hábil mano de Marie hurgar en su sexo.

  • ¿Tu compañera? – pregunté - ¿Quién?
  • ¿Quién va a ser, Josema? ¡Alicia!

Yo me quedé a cuadros. No tenía ni idea que Alicia fuese la compañera de piso de Marie.

  • Cuando me vio – continuó sin dejar de acariciar a la chica indefensa – me preguntó qué había pasado. Yo le dije que por favor me liberara. Pero en vez de eso escondió la llave de las esposas, y apagó el celular. Por último me sacó el consolador de dentro, antes de que llegara a correrme.

A pesar de que hacía unos minutos que me la habían mamado, volví a excitarme sólo de imaginarme la situación. Un respingo de Alicia indicó que Marie le había introducido algún dedo.

  • Se fue a su cuarto, y volvió con varias cosas que dejó sobre la cama. Entonces – dijo mientras manipulaba los pezones pinzados de Alicia - empezó a estirar de la cuerda que colgaba de la pinza de mi teta. Lo hizo muy despacio, tirando cada vez más, hasta que saltó. Me dolió mucho, y ella no tuvo ninguna compasión.

No dijo nada durante un rato, distraída como estaba en torturar de dolor y placer a la indefensa rubia.

  • Entonces, después de eso, ¿abusó de ti?
  • ¡Si sólo fuera eso! – me dijo con una extraña expresión, una sonrisa entristecida – Me obligó a ponerme de rodillas, pasó una cuerda por la cadena de las esposas, y la ató a un gancho alto.

Lo dijo escenificando. Al tener las manos esposadas a la espalda y obligarla a mantenerlas altas, Marie había quedado ligeramente inclinada hacia delante, en una posición extremadamente incómoda.

Es una posición muy típica de las galerías de bondage, realmente… ¿provocativa sería la palabra?

  • Cuando me dí cuenta, tenía la cámara en la mano y estaba grabando la escena. Le dije que no lo hiciera, pero me pegó un tortazo. – Se frotó la mejilla, como si recordara el dolor del golpe
  • ¿Te grabó?

Asintió. Retiró la mano del interior de las bragas de Alicia, y ésta empezó a moverse, como si pidiera más.

  • Creo que entiendo por qué te gusta atar a tus parejas Josema. Es muy excitante tener a alguien a tu merced.
  • ¿Qué pasó luego?
  • Vale, -dijo- ya sigo. Se desnudó completamente, y me acercó el coño a la cara. Me dijo que se lo comiera.

Me quedé con la boca abierta. No podía creer lo que decía. Y mi bragueta amenazaba con rasgarse de un momento a otro.

  • ¿Lo hiciste?
  • Le dije que no. ¡No me gustan las mujeres! Pero ella me dijo que las zorras no tenían derecho a negarse a nada.

Yo ya me imaginaba lo que le habría hecho después. Y sonreí al darme cuenta de la poética justicia que yo había impartido esa noche sin saberlo.

  • ¿Qué hizo ella?
  • Hizo lo mismo que creo que le has hecho tú a ella, pero más bruto. Me colocó unas pinzas metálicas diferentes a éstas –dijo mientras estiraba las que tenía Alicia-. Apretaban mucho más. Luego me azotó la espalda con una fusta. Y como me volví a negar, colgó unas piezas muy pesadas de las pinzas.
  • ¿Pero las pinzas no se soltaron? –le pregunté extrañado.
  • No. Deben ser algún producto de un sex shop, porque apretaban mucho y no se soltaban. El daño que le has hecho esta noche no es nada comparado con lo que ella me hizo a mí.

Dijo esto mientras apretaba con saña una de las pinzas de Alicia, hasta que ésta se removió de dolor. No dejó de hacerlo cuando continuó hablando.

  • Al final no tuve más remedio que rendirme y comerle el coño. Hasta entonces, es lo más asqueroso que había hecho. Me dolían los hombros, pero no era nada comparado con lo que me dolían los pechos. Pero la muy zorra se retiraba al poco, para retrasar el orgasmo. Tardé casi media hora en lograr que se corriera y me quitara las pinzas.
  • ¡Qué hija de la grandísima puta! – dije sinceramente - ¡Joder, esta tía te ha violado con todas las de la ley!

Me fijé en que la corbata que le cubría los ojos a Alicia amenazaba con caerse. Me levanté a atársela mejor, y le pedí a Marie que se callara mientras cambiaba el MP3 a la carpeta de Rhapsody.

  • Con esto seguro que no oirá nada.
  • Bien, porque lo que viene es peor. Después me llevó hasta la cama, donde me ató las piernas con dos cuerdas, igual que hiciste tú, y me metió de nuevo el consolador a máxima potencia.
  • ¿Por qué hizo eso?
  • ¡Porque quería grabarme mientras me corría! A ratos me lamía el clítoris sin quitarme el consolador. Yo no quería que grabara cómo tenía un orgasmo. Intenté evitarlo, pero no paró hasta que me corrí. Cuando lo hubo grabado, sin soltarme, abrió el ordenador, descargó los videos y los guardó en su cuenta de Gmail.

Entonces comprendí todo. Me quedé con la boca abierta.

  • ¿Te ha chantajeado?

Marie asintió. Fue la primera vez que la vi realmente afligida, como si estuviera a punto de llorar.

  • Me los enseñó. En ellos sólo salía yo, comiendo un coño y corriéndome como una… puta. Me dijo que me convertiría en su esclava, y si desobedecía en algo, se los enviaría a mi familia y amigos, y los colgaría en Internet.
  • No me lo puedo creer, Marie.
  • Pues puedes mirarlo tú mismo. Me envió a mí una copia de los videos, míralos.

Entró en su cuenta de gmail, abrió un mensaje y puso los videos. Eran exactamente lo que Marie me había descrito. La ira comenzó a hacerme hervir la sangre a medida que los miraba. En los videos salía bien claro cómo Alicia la había torturado para obligarla a hacerle el cunnilingus. Pero claro, eso era fácil editarlo para quitarlo y hacer ver que Marie lo hacía por placer.

Fue la única vez que mi vida que sentí auténticos deseos de dañar a alguien. Y no me refiero a una relación de sadomasoquismo. En ese momento había sido capaz de pegarle una paliza a furcia rubia allí mismo.

  • Después de guardar los videos me soltó y me ordenó que te mandara el mensaje como si no hubiese pasado nada. Y me amenazó que si se lo contaba a alguien enviaría las películas.
  • Una hora y veintitrés minutos… -recordé yo
  • Me hizo contarle todo lo que habíamos hecho tú y yo por la noche. Después me dijo que ya me daría órdenes, que descansara y que no la molestara. Me quedé desesperada en mi cuarto, sin saber qué hacer.

Observé que una lágrima había aparecido en su rostro. La invité a sentarse conmigo en la cama, y la abracé. Unos minutos después se calmó. Alicia se revolvió en la silla. Supuse que el no saber dónde estaba la estaba desesperando. Que se joda , pensé.

  • Esa noche me dijo que no saliera. Después de cenar me obligó a ponerme un bikini con tanga, me esposó las manos a la espalda y me llevó a la salita. Me dijo que esperara de rodillas en el suelo.

Durante un corto silencio, pude escuchar los ensordecidos acordes del Dawn of Victory .

  • Llamaron a la puerta, Alicia fue a abrir y volvió con cinco chicos que yo no conocía de nada. Debían tener tu edad Josema.

Os juro que quería decirle que si no quería que no continuara. Pero en el fondo quería escuchar lo que había pasado.

  • Después de insultarme varias veces, me levantaron entre todos y me tocaron por todas partes. Y ahí estaba la zorra de Alicia, haciendo que me tocaran lo justo para que no me corriera, colocándome esas malditas pinzas y pellizcándome en puntos sensibles. Fue una tortura. Me desnudaron y siguieron tocándome, hasta que uno de ellos dijo que ya era hora de follarme.

Respiró entrecortándose al recordarlo.

  • Se turnaron para hacerlo durante varias horas, no se cuantas. Pero cada uno me lo hizo al menos dos veces. Por lo que iban diciendo, creo que ella me vendió. Esos chicos pagaron a Alicia para violarme.

Yo sólo podía pensar en que iba a matar a la puta rubia de los cojones. Aunque no puedo negarlo, el relato me había puesto a cien.

  • Y cuando se fueron, Alicia me llevó a la cama, ató mis muñecas a los tobillos por la espalda, y me introdujo el consolador encendido. Me tuvo así toda la noche.
  • Joder
  • No me soltó hasta por la mañana.

Me quedé sin palabras. De golpe me había caído la culpabilidad encima.

  • Joder Marie, lo siento – le dije - esto es culpa mía.
  • No Josema. Tú sólo eres un pervertido, pero nunca quisiste que me pasara esto.
  • Ya… pero
  • No te quiero echar la culpa. Pero ahora necesito desahogarme y contar lo que pasó

Le dije que vale, que continuara.

  • Después pude descansar todo un día. Ella no me molestó, y hasta tuve la esperanza de que el juego hubiese acabado.
  • Pero no fue así… - me adelanté yo.
  • No – respondió Marie -. A la noche siguiente me hizo vestirme sólo con un top rojo y una minifalda. No me dejó ponerme bragas. Y tampoco me dejó llevarme el bolso, la cartera, o unos pesos. Fuimos a una discoteca de las afueras. Ella sabía que yo no tenía dinero, pero me dijo que yo pagaría las entradas. Fue a hablar con los dos porteros, y les dijo que si nos dejaban pasar yo les haría una mamada a cada uno.
  • Joder
  • Se lo tuve que hacer Josema. Lo tuve que hacer – dijo con un hilo de voz-.

La abracé en silencio, solo roto por los ruidos de Alicia al tratar de liberarse. Enfadado, busqué un una lata de espuma del pelo que tenía, de esas metálicas largas y no demasiado gruesas. No se la introduje. Hice que Alicia levantara un poco el culo de la silla para colocar la lata tumbada debajo, recorriendo la raja de su culo y su vulva. Una especie de silla Symbian improvisada.

Luego volví a sentarme con Marie.

  • Si quieres seguir contando, hazlo.

Ella asintió.

  • Ya no hay mucho que contar. Me hizo bailar con todos los chicos que se cruzaron con nosotros, y me ordenó que les dejara meterme mano. Cuando alguien se dio cuenta que no llevaba bragas y que yo me dejaba hacer, aparecieron varias personas. Cuando ya me habían subido la falda por el ombligo y me metían mano directamente, apareció Alicia diciendo que si querían algo más tendrían que pagarle.

No supe que decir.

  • He pasado varios días follando con dos o tres personas al día, hombres y mujeres. Desde 16 hasta 40 años tenían.
  • Joder… lo siento tía. No debí dejarte sola, soy un imbécil.
  • ¡Claro que lo eres! – me dijo contundentemente.

Si os digo la verdad, me quedé sin habla. No me esperaba esa respuesta.

  • Pero ahora me vas a ayudar. Anteayer, ví que Alicia miraba un video de dominación, en la que una mistress abusaba de un hombre esclavizado. Ese mismo día organizamos la reunión de hoy en tu casa. Me dijo que me acompañaría un chico que le había pagado por follarme. Y que al final quería quedarse ella a solas contigo, Josema.

Yo fui comprendiendo el plan de Marie.

  • No hacía falta ser muy lista para saber que quería esclavizarte. Así que sumé dos más dos. Si Alicia lograba grabarte mientras tú la atabas y abusabas de ella, te tendría… ¿cómo decís los españoles? ¿Agarrado por los cojones?

Asentí.

  • Así que en cuanto subí al coche con el chileno, me bastó con bajarme un tirante para que se me tirara encima. Después volví aquí esperando encontrarme – dijo señalando a Alice, que se debatía contra las ataduras en la silla – con esto.

Ambos sonreímos. Definitivamente, esa noche la íbamos a disfrutar.

  • Vamos a recuperar tus videos, Marie.

Nos levantamos a la vez, y nos pusimos frente a Alicia. Estuvimos unos buenos cinco minutos torturando sus pechos estirando de las pinzas. La rubia se revolvía contra la silla, lanzando callados quejiditos a través de la mordaza.

Entonces le quité el MP3 y la corbata que le tapaba la vista. Tardó unos segundos en enfocar, y sus ojos se abrieron como platos al ver a Marie frente a ella.

  • Hola, zorra.

Alicia trató de decir algo desde detrás de la mordaza, y volvió a luchar para liberarse.

  • No luches, tonta. Aunque lograras soltarte, estás a solas con nosotros dos. Además, aquí no hay nadie, nadie te escucharía gritar.

Le quité la cinta americana de la boca. La rubia tosió, se encaró a Marie y le habló en francés. Os diré directamente la traducción:

  • ¡No puedes hacerme esto, puta! ¡En cuanto salga de aquí todo el mundo sabrá lo puta que eres!
  • No, no enviarás los videos Alicia. – le dije yo – Primero, porque no saldremos de aquí hasta que me asegure que no queda ninguna copia de los videos de Marie.

Ella me miró con una asustada mirada socarrona. No creo que se creyera que fuese a cumplir lo que había dicho.

  • Y segundo, porque – dije mientras colocaba la cámara bien a la vista enfocando la escena – cuando acabemos, YO tendré otros videos para asegurarme que no haces tonterías.

En el momento en que Alicia comprendió lo que iba a pasar, palideció. Mientras Marie se acercaba a mí con su bolso, la rubia me suplicó que la soltara y que borraría los videos. Yo no iba a darle la oportunidad de timarnos de nuevo.

Marie sacó de su diminuto bolso un pequeño aparato. Era un vibrador pequeño, de apenas unos cinco centímetros. Uno de esos diminutos estimuladores tan utilizados en los videos bondage asiáticos. Comprobamos las distintas velocidades, nos miramos y sonreímos. Marie y yo teníamos –de hecho seguimos teniendo- cierta afinidad en lo que a perversiones se refería. Habíamos pensado exactamente lo mismo.

Hice elevarse un poco a Alicia y le quité el tubo de metal en el que estaba sentada. Después, y haciendo turnos con Marie, utilizamos el estimulador para llevar a la rubia al borde del orgasmo. Al principio, a pesar de excitarse, Alicia no paraba de decir que no estaba disfrutando y que nos iba a denunciar. Pero al cabo de casi una hora de mantenerla al límite ella comenzó a perder el control. Pasó un punto en el que la indefensa chica gemía cada vez que la rozábamos, y luchaba contra las cuerdas cuando dejábamos de jugar con ella. Marie y yo nos miramos. Ese era el momento.

  • ¿Quieres correrte, zorra? – le dijo ella.
  • Si quieres hacerlo, sólo pídelo – le dije yo.

Alicia luchó de nuevo contra las cuerdas. Marie comenzó a acariciarle lentamente los pechos, casi rozándolos, con muchísima más habilidad de la que yo tenía –y tengo actualmente. Le quitó una de las pinzas y le amasó el pezón mientras la rubia gemía entre el dolor y el placer. Mientras repetía lo mismo con el otro pecho, yo volví a estimularla con el pequeño vibrador.

En ese punto, Alicia perdió el control. Dejó de luchar, dejándose hacer. Mansamente lamía los dedos de Marie cuando ésta los acercaba a su boca. A una señal, la francesa morena y yo dejamos de acariciar a la rubia. Alicia tardó pocos segundos en tratar de moverse y pedir que no la dejáramos así.

  • Vamos, pídenos correrte y te correrás. Te lo garantizo – le dije yo.
  • Por favor…. – dijo ella casi sin voz, susurrando, como si no quisiera que la cámara lo grabara.
  • Pídelo mejor zorra – le dijo Marie, mientras le acariciaba un pecho. Alicia suspiraba entre frase y frase.
  • Dejadme correrme por favor… no puedo más
  • Vamos, puedes hacerlo mejor – la animé yo a la vez que volvía a aplicar el estimulador sobre su clítoris.
  • ¡Folladme, por Dios!¡Quiero que me folléis!

Sonriendo, aún así seguimos manteniéndola al borde del orgasmo durante varios minutos. Ella no dejó de suplicarnos durante ese tiempo. Una grabación maravillosamente perfecta.

Entonces la desatamos de la silla, aunque le mantuvimos las manos atadas a la espalda. La hicimos ponerse de rodillas. Marie acercó su pubis a ella, y antes de que mediara una orden, Alicia se lanzó a larmerle la raja. Riendo ante cómo la rubia había perdido el control, me encasqueté un condón y me arrodillé tras ella. A pesar de la incómoda posición, nuestra esclava –ya que en aquel momento estaba bajo nuestro control- levantó un poco el culo para que me la follara.

Pero yo no pensaba regalarle un orgasmo ya. Tan increíblemente cachonda estaba ella –o a lo mejor ya tenía práctica en coger por detrás- que ni se inmutó al notar mi verga buscando su entrada trasera. Fui apretando poco a poco, mientras Marie se encargaba de mantener su cara apretada contra su concha.

¡Quien me iba a mí a decir que iba a verme dándole por culo a una rubia de infarto mientras ésta le comía el coño a otra chica!

Finalmente se la metí hasta el fondo, y comencé a follármela sin preocupaciones. La rubia gemía y se quejaba cada vez que se separaba del coño de Marie. Yo noté que iba a correrme demasiado rápido, así que aflojé el ritmo para darle tiempo a Marie para terminar.

No pasó mucho tiempo antes de que ésta empezara a gemir más fuerte. Tras varios segundos de gemidos y temblores en el cuerpo de Marie, se corrió sobre la cara de la rubia. Sin darle tiempo a descansar, la obligué a ponerse de espaldas y a chupármela. Por segunda vez en la noche, me corrí en la boca y la cara de Alicia.

Pero ella no dejó de moverse. En el suelo trató de alcanzarse la entrepierna, aún con las manos a la espalda. Marie y yo, aún recuperando el aliento, nos miramos riendo. Volvimos a amordazarla.

  • ¿Qué me dices, Josema? ¿Te ves con ganas de follártela otra vez?
  • Ganas no me faltan –dije yo- pero ya me la he tirado dos veces esta noche. Creo que sería mejor que nos fuésemos a dormir y la dejáramos aquí esperándonos.

Alicia nos miró con los ojos muy abiertos, y trató de decir algo tras la mordaza.

  • Tengo una idea mejor. –dijo Marie- ¿Por qué no vas a mi casa a buscar el vibrador del otro día?
  • A ver qué perversión se te ha ocurrido ahora.

Ella rió ante mi frase.

  • Pero antes, ayúdame a atarla en la cama, igual que me ataste a mí la otra vez.

Me excité ante la expectativa de lo que le iba a hacer Marie en mi ausencia. Ayudé a llevar a la rubia a la cama, mientras Marie sacaba las esposas de su bolso (es increíble la cantidad de cosas que puede haber en un bolso tan pequeño). Esposamos a Alicia a la cama, y usamos la cinta americana para atarle las piernas a las esquinas inferiores de la cama, haciendo una Y perfecta.

Después hice lo que Marie me pidió: Me fui a buscar sus esposas. Fui lo más rápido que pude, ya que no quería perderme la fiesta. En unos 20 minutos estuve de vuelta en mi casa.

La escena que me encontré fue, desde luego, impactante.

Marie tenía en la mano uno cepillo para el pelo, mientras que en la silla había una toalla mojada y enrrollada. Alicia estaba sin la mordaza y gemía de gozo, ya que Marie estaba usando el diminuto consolador con pericia sobre su sexo.

La rubia, además, tenía marcas rojas en sus piernas, el vientre, y los pechos, allí donde Marie la había fustigado.

  • Vamos zorra, dime la contraseña de tu correo. Después te dejaremos correrte y no te pegaré más. –dijo Marie
  • No te lo diré…. –respondió la chica, indefensa.
  • Vaya Marie –añadí yo- ¿es que necesitas ayuda?

Entonces saqué el consolador de la mochila. Alicia me miró asustada. Creo que hice bien el papel de sádico violador.

  • De acuerdo –dijo la rubia

Nos dijo la contraseña. Entramos en el gmail de Alicia y encontramos los videos. Los borramos todos, y copiamos toda su agenda de amigos y familiares a nuestras cuentas. Lo hicimos dejando que la zorra lo viese.

  • Ya los tenéis, joder. ¡Soltadme ya! –suplicó Alicia.
  • No –dijo Marie- todavía tengo una venganza que cumplir contigo.

Marie volvió a pinzarle los pechos a Alicia. Después cogió el consolador y se lo introdujo poco a poco a la indefensa rubia. Empezó a meterlo y sacarlo poco a poco, haciendo que Alicia se revolviese contra sus ataduras.

Finalmente, se lo metió hasta el fondo, y usó un poco de cinta americana para que el consolador no pudiese salir del coño de nuestra esclava.

  • Bueno zorra, esta es una de mis venganzas, y puedes prepararte porque vendrán más –dijo Marie cruelmente-. No voy a amordazarte, pero estaremos en la habitación de al lado. Si te oímos una sola vez, algunas imágenes acabarán casualmente en internet.
  • No me hagas esto –le suplicó Alicia
  • Tú tampoco me diste oportunidades, esclava.

Finalizó la conversación encendiendo el consolador a máxima potencia. Alicia gimió al notar que por fin íbamos a dejar que se corriera. Observamos –y grabamos- cómo tenía el primer orgasmo de esa noche, y después fuimos a la habitación de al lado.

Marie y yo follamos –esta vez sin ataduras ni nada-, mientras oíamos los entrecortados suspiros de la rubia. Dormimos toda la noche, y la dejamos ahí atada. El que no nos despertara a pesar de tener una noche llena de orgasmos forzados, nos demostró que ahora la teníamos bajo nuestro poder

A la mañana siguiente la soltamos. Marie me invitó a participar con ella en su venganza, a esclavizar a Alicia usando los videos. Yo le dije que no. Como ya os dije en una ocasión, soy un pervertido, pero no un violador.

Eso sí, Marie y yo seguimos todavía quedando de vez en cuando para practicar nuestras perversiones. Y sigue enviándome los videos que protagoniza Alicia, a cada cual más sorprendente que el anterior.

A fecha de hoy, hace ya tres meses que Marie tiene esclavizada a Alicia. A la rubia le han salido muy caras las dos semanas que abusó de la francesa morena.

Últimamente estoy demasiado tentado a quedar un día con Marie para abusar de la esclava rubia. Sobre todo desde que me ha dicho que planea vender una noche de sexo con Alicia a 20 hombres a la vez.

Eso, desde luego, me gustaría verlo. Y ser el número 21.

Me lo tendré que pensar.

Puestos a ser cabrones, Marie me dejó una copia del video en que Alicia la violaba. No es que necesite chantajear a la morena para hacerle perversiones, pero podría ser un juego divertido.

¿No os parece?+